Poder y buen vivir

21/01/2013
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Me parece que una de las discusiones más urgentes pero menos atendidas en el naciente paradigma social del Buen Vivir, es el tema del poder. Cada vez está más claro que no basta con resemantizar ciertos conceptos, estructuras o acciones pues la gestión de lo público desde el Buen Vivir implica cambios profundos. ¿Será posible, por ejemplo, hablar de una Policía o de un Ejército del Buen Vivir? 

 
Lo mismo ocurre con otras formas más abstractas y generales como el tema del Estado, como si con adjetivar a las caducas estructuras políticas, éstas inmediatamente cambiasen su esencia y su función. Eso mismo, (perdónenme la digresión) están comprendiendo los teóricos y sociólogos del desarrollo: Que el desarrollo es una mala palabra. Pero los politólogos, o por lo menos los politólogos del stablishment, siguen pensando en que la respuesta para instrumentalizar el Buen Vivir está en las reformas del Estado, el mismo modelo organizado para garantizar la reproducción del capital (con todas sus secuelas y contradicciones). Esto quiere decir que, o no es posible pensar otra cosa más allá del Estado, o -como diría mi abuela-, estamos jodidos.
 
Sin embargo voces disidentes como las de Arturo Escobar ya han afirmado, dejando ver que por lo menos un horizonte nuevo es posible, que hay transformaciones sociales que deben ir mucho más allá del Estado, hacia transformaciones culturales y epistémicas.
 
Ello por lo menos indica que el abandono del Estado no solo es un modo de abandonar las prácticas incongruentes de una gestión de lo público ligada al Buen Vivir, sino que su abandono es una precondición de una nueva epistemología política. Difícil sería decir exactamente cómo debiera ser la forma de una nueva estructura de poder público, y cuáles las características de su relacionamiento con lo social, pero definitivamente estarían enmarcadas en aquellos aspectos fundamentales que propone el Buen Vivir como el respeto a la naturaleza, la centralidad del ser humano, el afecto por la vida, el estar dispuesto a escuchar otros saberes.
 
A propósito, los pueblos andinos dicen “uyay”, para designar el acto de escuchar, pero al mismo tiempo para el acto de obedecer. Me pregunto, ¿Cuánto ganaríamos los pueblos si la condición esencial de las nuevas estructuras de gestión de lo público estarían centradas en esa forma de entender el “escuchar” a los pueblos? Y definitivamente ésta es otra lucha, pues en las actuales condiciones habría que preguntar si efectivamente los pueblos son escuchados, o si por el contrario lo que se escucha es el eco del poder.
 
 
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