Violencia, miedo e inseguridad: ejes de un mismo proyecto
07/02/2013
- Opinión
La prensa capitalina difunde de manera constante y abundante las llamadas “notas rojas”, en las que se informa con lujo de detalles sobre hechos violentos que ocurren a diario en las cuatro latitudes del país. Algunos de esos medios de comunicación, incluso, les dedican buena cantidad de sus páginas, ilustrándolos de la mejor manera posible. Y en el caso de los noticieros que se transmiten por televisión, se privilegian las imágenes en “vivo” sobre quienes han muerto de manera violenta. Esas múltiples evidencias nos enfrentan todos los días ante una realidad terrible que no podemos ignorar, pero que no siempre podemos entender en toda su magnitud. Se trata de un problema profundo, con raíces múltiples y, al parecer, de difícil solución.
Uno de los efectos que se derivan de esa avalancha de información negativa es que genera miedo entre quienes leen o ven tales hechos. La reflexión y reacción inmediata es tomar las precauciones necesarias para evitar cualquier riesgo que le pueda colocar a uno en situaciones de esa naturaleza. Es decir, a recluirse, a encerrarse, a protegerse por todos los medios posibles. Y es una reacción “natural” en la medida en que es una manifestación evidente del instinto de conservación y protección de la vida.
Pero, también se derivan otros de dicha situación, tales como la inhibición social y política. Y, en este caso, podríamos considerar que se trata de un efecto que se busca, que se quiere provocar. Hasta cierto punto, de un efecto perverso. La inhibición, en tanto resultado del miedo y/o la paranoia, nos retrae, anula nuestras capacidades y nuestra voluntad para reaccionar; nos lleva a restarle importancia a todo aquello que no esté relacionado con la protección de la propia vida y la de quienes nos rodean. Y, en términos sociales y políticos, nos hace indiferentes dado que reduce nuestras expectativas a un mínimo. Dejamos de interesarnos por entender por qué la vida social y política del país se desarrolla tal y como la vivimos a diario; el por qué de sus desajustes, sus desigualdades, la falta de justicia y de oportunidades para vivir mejor. Se corre el riesgo de perder el interés por todos aquellos asuntos que tienen que ver con la vida social y política. Y, en consecuencia, se genera pasividad, indiferencia o actitudes providencialistas. Nos vamos acostumbrando a conformarnos con vivir la vida a diario, con levantarnos vivos y llegar de vuelta a casa sin haber padecido ningún tipo de agresión.
Ese es un panorama poco alentador, poco positivo. Pero es el que viven muchos y muchas guatemaltecas todos los días. Es, casi, un “horizonte de vida” social.
Y si a ello se agrega que las soluciones para contrarrestar dicha violencia que nos llegan desde el poder, desde quienes gobiernan, son también inhibidoras, represoras, pocas posibilidades tenemos de construir socialmente un horizonte de vida positivo, diferente. Y es que mediante las maneras en que se gobierna se despliegan múltiples formas de violencia que nos afectan, nos reprimen, nos impiden salir adelante: la corrupción, el autoritarismo, la prepotencia, la negación de los derechos a disentir y a protestar contra todas aquellas medidas o situaciones con las que no estamos de acuerdo porque nos afectan individual y socialmente. Y, más recientemente, los llamados “estados de excepción” que se vienen imponiendo en determinadas partes de la geografía nacional sin que se explique de manera clara por qué razones se hace necesario restringir los derechos políticos de quienes viven en esos espacios.
Estas formas de violencia y de inmovilización social, unidas a las que se mencionaban al principio, están articuladas en la medida en que el resultado que producen es una sociedad temerosa, una sociedad que tiene dificultades para ver más allá de la propia salvaguarda de los intereses individuales. Es una sociedad en la que se está enraizando el principio del “sálvese quien pueda”.
Podemos aceptar esa realidad, bajar la cabeza y tratar de vivir lo mejor posible entre la violencia, el miedo y la incertidumbre. O, bien, atrevernos a cuestionar dicha situación, a elevar nuestras voces para exigir los legítimos derechos que tenemos y nos corresponden como integrantes de este país y de esta nación. Tenemos derecho a oponernos a que se nos imponga un pensamiento único. Tenemos derecho a vivir una vida diferente, mejor, humana, digna.
- Gustavo Palmaes Coordinador del Area de Estudios sobre Historia Local de AVANCSO
La Columna fue editorial del Noticiero Maya Kat, de la FGER, con fecha 6 de febrero del 2013.
https://www.alainet.org/es/active/61501
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