Sangre derramada en la perversión

03/03/2013
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La historia del pueblo hondureño está cubierta de sangre, humillación, desesperanza, burla y cinismo.

Partida en dos mitades o más bien en dos partes, la historia de los humildes y prepotentes, de los privilegiados y de los desencantados, de los cínicos y los inocentes, de los expoliadores y los despojados, la historia de este país realmente conmociona al espíritu más crudo y a la conciencia más diletante.

La conquista española (génesis matricial de nuestro infortunio sistémico) sobre Honduras, está caracterizada por el genocidio, la barbarie, la imposición, el saqueo, la humillación y el repartimiento: todas estas categorías adjetivales y sustantivas han acompañado el devenir trágico del pueblo de Lempira, Morazán o Cabañas.

La génesis de Honduras está signada por la intromisión extranjera (española, inglesa y norteamericana), por la invasión armada y los dictados de las potencias imperiales que han determinado para el país la implantación de la pobreza, el desarrollo de la miseria, la aplicación del cinismo en el despojo, el uso de la perversión en el genticidio, la exactitud de la tortura en la persecución, en fin, la cuchillada oportuna para que corra gota a gota o a cántaros, la sangre derramada de la perversión.

Tres imperios han allanado el camino de nuestro a viacrucis, el español, el inglés y el norteamericano.

En realidad, el pueblo hondureño jamás ha gozado de una vida libérrima, una independencia política que le permita una real autonomía en cualquiera de los planos sociales posibles.

La conquista nos ató a la dependencia de Madrid, luego nos atrapó el mercantilismo inglés a Londres y ahora dependemos de Norteamérica, de Washington.

Nuestras capitales así, en la práctica imperial, han sido Madrid, Londres y Washington. Este último nos ha gozado más que los otros porque hasta nos ha declarado el traspatio de su imperio.

De modo que, en nuestra mayoría de edad, a pesar de que somos maduros y muy maduros, la independencia no la hemos obtenido.

El imperio nos manipula, nos ordena y nos expolia sin más concesiones como si fuéramos la “yarda trasera” de Estados Unidos. Somos el lado posterior de la fuerza más descomunal armada y política que ha conocido la tierra, por ello, a cada momento, en cuestiones de política exterior, exponemos nuestro ejemplo de gobiernos de indignidad, de pusilanimidad.

Esa categoría de sujeción esclavista a que nos sometió España al sólo finalizar su conquista la cargamos como una maldición.

Los españoles de entrada consideraban que nuestros indígenas no tenían alma y que eran una especie de animales que era necesario civilizar. Aún hoy, somos tratados de la misma manera, en pleno siglo XXI.

La burguesía en general, los árabes y norteamericanos en particular tratan al pueblo hondureño como seres desalmados, somos seres de tercera o cuarta categoría, a quienes se les niega el cumplimiento de los derechos humanos. Cómo podrían ellos cumplir los derechos humanos si somos unos animales especiales del siglo XXI.

Nos niegan los derechos humanos de aquella república utópica francesa: libertad, igualdad y fraternidad.

Y no es tanto porque debamos poseer ese derecho, sino mas bien porque, según todos estos imperios que nos han dominado, no los merecemos debido a nuestra condición de animalidad que nos caracteriza desde que los españoles así lo calificaron, no teníamos y no tenemos alma, es decir volición, voluntad individual, disquisición, etc.

Cuál libertad para un pueblo analfabeta y falto de inteligencia normal. Cuál fraternidad para unos seres que desconocen la O por redonda y fácil de distinguir entre otras vocales. Cuál igualdad para individuos harapientos, sucios y de poca psico biología atingente.

La única población con cierto grado de raciocinio y comprensión deben ser extranjeros tales como los norteamericanos, alemanes, italianos y los árabes. Por eso salivamos extremadamente ante la presencia de los dioses conquistadores.

Estos últimos constituyen la última migración que ha llegado a Honduras para superar tales barreras, de acuerdo con el pensamiento conservador y diletante, ya que en lo racial son bastante parecidos a los rasgos antropológicos y peculiares que posee el mestizo hondureño en general.

Los árabes han asumido una estrategia genial que pocas mentes del brillo iconoclasta ha podido concebir: formar familias políticas y financieras con los ricos descendientes de los caciques indígenas, los mestizos desclasados, apátridas y con los políticos de aldea subdesarrollada y de poca monta, después de cinco siglos posteriores a la conquista española.

No es de ninguna manera gratuita que en la historia contemporánea la oligarquía árabe nacional nos haya escamoteado toda posibilidad de dignificación, grandeza y satisfacción en todos los aspectos que constituye el decoro, la vergüenza y el recato.

Si lo vemos muy bien, el indígena, el negro, el mestizo real, el de carne y hueso, nunca conquistó ningún poder político.

 

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