El significado de Chávez (2/2)
11/03/2013
- Opinión
Chávez irrumpió en la política cuando los partidos estaban en total descrédito, tanto que los legisladores ya no usaban en sus vehículos las placas-patente oficiales por temor a un exabrupto. Un pueblo enardecido por primera vez tomaba conciencia de su exclusión del reparto del botín petrolero monopolizado por AD-Copey con grandilocuentes discursos sobre “democracia”.
El pueblo desesperanzado poco se inscribía para votar, convencido que, votos más votos menos, el juego seguirían ganándolo los mismos. Los resultados electorales registraban altos guarismos de abstención. Tampoco había segunda vuelta. Chávez pasó a la Historia porque emprendió la refundación del país. Impulsó una nueva Constitución, más acorde con la realidad social, surgida de un exhaustivo proceso electoral-popular-democrático. Sobre nuevas bases legales, promovió el desarrollo político del sector excluido de su pueblo con un nuevo diseño de distribución de la renta petrolera a través de decenas de planes de salud, vivienda, alimentación, etc., llamados “misiones”. También logró un gran avance en infraestructura, transporte, líneas de Metro y recuperó los ferrocarriles. Ha mejorado notablemente la calidad de vida del venezolano que antes fue excluido, de los trabajadores y de la propia clase media. Numerosas empresas privadas mejoran sus números produciendo y vendiendo al área social de la economía, por ejemplo el sector alimentario.
Se crítica a Chávez como “caudillo” y a su Revolución como “populista” y “polarizadora”. Y esto se debe, básicamente, a la reorientación del destino final de los fondos provenientes del petróleo, que ya no van al bolsillo de la clase política, la clase media más acomodada y la elite del país. Como en Venezuela no ha existido una burguesía industrial potente, como en otros países sudamericanos, la clase obrera resulta escasa. La industria petrolera emplea a 100.000 personas que resultan suficientes para generar el voluminoso ingreso que financia al país desde más de un siglo. La importación de alimentos y bienes de consumo continúa siendo un talón de Aquiles de esa nación
Bajo el antiguo esquema de distribución de la renta petrolera, en la llamada IV República (1958-1998) fluyó más dinero que en el Plan Marshall (casi medio millón de millones de dólares a precio constante). El reparto fue injusto, pero se le consideraba “normal”. Como hoy ha cambiado en perjuicio de los beneficiarios de ayer, le llaman “populismo”. Antes era lo contrario, elitista o egoísta. Hoy existe otro esquema pero “anómalo”. Y se habla de “polarización”, fea palabra.
Pero no fue un ideólogo marxista quien aclaró que la polarización social está siempre presente, querámoslo o no. Y en cierto modo, en 2006 definió así la “normalidad” en la sociedad contemporánea: “Hay una lucha de clases, por supuesto, pero es nuestra clase de los ricos quien dirige la lucha. Y la estamos ganando”. Warren Buffet, el más rico N° 4 del mundo, con 53,5 mil millones de dólares en 2013, ahora lideriza una corriente que aboga por más impuestos para los ricos para financiar gasto social a favor de los excluidos –“occupy” o “indignados”– y postergar el colapso inminente del capitalismo. Pinochet prohibió por decreto la noción de “lucha de clase”, pero no por eso se extinguió, ya que los amigos de Buffet la estuvieron ganando con intensidad en los 17 años (1973-1990) de su dictadura… y todavía hoy.
La revolución de Chávez no es marxista, ni exportable. Es un sincretismo inédito muy venezolano, con cristianismo, justicia social, pensamiento de Bolívar, ideas marxistas, pensamiento de Fidel, legado de Allende, etc. El líder poseía cualidades personales intransferibles: gran carisma y cariño de su gente. Su pueblo y los pobres de esta región lo están haciendo inmortal. Además de buen humor, ironía, desplantes histriónicos, manejo de la TV y la comunicación, conocimientos prácticos de jugador de béisbol, etc., poseía también el control militar (que revirtió el golpe de abril 2002) y ofrecía muchas otras cualidades de su personalidad. Murió demasiado joven; 58 es poco hoy para el promedio. Fue un hombre orquesta de capacidades intransferibles. Condujo un proceso revolucionario aún en marcha cuyo principal factor de poder radica en unas Fuerzas Armadas atípicas en este planeta, apoyadas por el PSUV y refrendadas por el voto popular en 14 elecciones, más la 15ª que según todos los pronósticos ungirá a Nicolás Maduro el 14 de abril, para más rabia de EEUU y sus detractores internos.
En cierto modo, la derecha venezolana, la reacción internacional y EEUU perdieron con Chávez una bandera contra la que invirtieron más de una década de satanizadores estigmas mediáticos anti Chávez. Con su lamentable pérdida, la oposición venezolana también parece haberse quedado sin bandera política, ya que carece de programa. Tendrán, entonces que crear una nueva hiper-realidad que convierta a Maduro en el malo universal. Por eso no causa extrañeza la nueva oleada de mentiras mediáticas sobre su investidura, además de las innegables imágenes y entrevistas sobre la gran demostración funeraria de fervor popular, que revelaron a los propios enviados especiales la profundidad de la Revolución y la vigencia de aquellos cambios políticos y sociales que estigmatizan a diario pero conocieron y comprobaron in situ.
La revolución aún tiene debilidades. Focalizada en los pobres urbanos aspira a convertir al campesinado del interior en productores organizados en Consejos Comunales y no termina de crear más clase obrera con una política de desarrollo industrial sustentable, que algún día permitirá reducir importaciones. Maduro, probablemente, golpeará con transparencia la corrupción y regularizará la “boliburguesia” y “boliburocracia”, las nuevas clases emergentes con la revolución. No toda la clase media es reaccionaria y y siempre ha disfrutado su cuota del petróleo. Lo reflejan las ventas de automóviles siempre in crescendo, los viajes de vacaciones al exterior, los restaurantes siempre llenos, etc. La clase obrera de empresas públicas, como Sidor y otras, parece más bien reivindicacionista, con una mirada corporativa y estrecha, parecida a la aristocracia obrera del cobre que ayudó a derribar a Allende.
El ejemplo bolivariano fortaleció la búsqueda de modelos latinoamericanos propios, en el sentido de buscar un camino independiente de los intereses oligárquicos locales y de EEUU. No sirven las comparaciones con las revoluciones marxistas ni con la revolución cubana. Se ha dibujado un símil con el peronismo, movimiento poli-clasista de fuerte contenido emocional de profundas raíces, donde Cristina no es lo mismo que Menem siendo ambos peronistas. Tampoco sirven los cánones del marxismo estalinizado de la experiencia URSS.
La Revolución Bolivariana no es exportable, pero muestra gran capacidad de innovar en la diversidad. Ése es el aporte del modelo bolivariano que se refleja en América Latina: Bolivia, Nicaragua, Ecuador, Cuba, Brasil, Uruguay, Salvador, y otros, son experiencias de gobiernos progresistas distintos y “en la medida de lo posible”, con contradicciones propias de las etapas y momentos históricos de su propia lucha de clases local, con ingredientes étnicos y de tipo cultural en varios países.
El bolivarianismo de Chávez es un nuevo discurso socialista, con militares y riqueza petrolera, surgido en un clima curiosamente parecido al Chile actual, donde el rechazo a la clase política y sus partidos supera lejos más del 60% de una población cuyo voto final es un enigma por el fracaso de participación en los comicios municipales de octubre (cuyos resultados finales se dieron a conocer en febrero sin mayor publicidad y sin totalizar la abstención a nivel nacional). El movimiento social reclama mejores condiciones de vida, no sólo de la educación, que holgadamente podrían financiar la nacionalización del cobre y nuevos impuestos, mientras el mayor temor de la clase política chilena, los dueños del país y de los grandes medios es, precisamente, la aparición de un “caudillo” o “caudilla”, con mayor vocación “populista” que la atribuida a Piñera por su “bono de marzo” de aproximadamente 100 dólares.
Ernesto Carmona, periodista y escritor chileno
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