Lucha campesina y deuda ecólogica
27/04/2004
- Opinión
El sábado 17 de abril fue el Día Internacional de la Lucha Campesina, cuyo
antecedente es el asesinato de 19 campesinos del Movimiento Sin Tierra MST
en El Dorado dos Carajas por parte de paramilitares en Brasil.
Desde 1996 los campesinos e indígenas del mundo entero, se movilizan y
luchan frente al neoliberalismo que atenta directamente contra sus derechos
colectivos y causa severos impactos en la agricultura campesina. Desde su
aplicación, las políticas neoliberales en el agro, han empobrecido a
millones de campesinos y trabajadores rurales, así como a enormes sectores
de pescadores artesanales.
Este año, las principales demandas campesinas que se enarbolan desde las
luchas locales y globales plantean una reforma agraria justa, la defensa de
la agricultura campesina y el acceso a las semillas, frente a las
corporaciones transnacionales, así como la defensa de la soberanía
alimentaria.
Si bien es cierto que los movimientos indígenas y campesinos en el Sur, han
comenzado a poner como un punto importante en sus luchas el reclamo de la
deuda ecológica, esto no ha sido visto aún como una prioridad,
principalmente por la necesidad de avanzar en la definición del concepto de
la deuda ecológica, así como en la posibilidad de que de manera práctica
esta deuda pueda ser restituida de alguna forma. Esto implica también la
necesidad de hacer reformas en el sistema jurídico internacional.
@STIT = Una movilización que une Norte y Sur del Mundo
En ocasión de la jornada internacional de movilización por la reforma
agraria miles de campesinos marcharon en 26 países con el apoyo de la
organización "Vía Campesina" (www.viacampesina.org).
En el debate "Volcar la deuda", organizado en Bologna (Italia) 15-16 abril
2004 por la "Red Europea para el reconocimiento de la deuda Ecológica" ENRED
(www.debtwatch.org/enred/principal.htm), Observatorio español de la deuda en
la globalización (www.debtwatch.org), "ASUD Ecologia e Cooperazione" ONLUS
(www.asud.net ), exponentes de movimientos globales, se confrontaron, por
primera vez en Italia, los temas de la campaña internacional para el
Reconocimiento de la Deuda Ecológica.
En el documento final se analiza que "la Deuda Ecológica es la deuda
contraída por los países industrializados del Norte del mundo hacia los
países del Sur, debido a la explotación indiscriminada de los recursos
naturales en todo el planeta, y de la ocupación del espacio ambiental global
para el depósito de los residuos tóxicos. Hoy más que nunca, los efectos de
esta política miope e inconsciente se muestran en su actualidad urgente: lo
testimonian las catastróficas variaciones climáticas, el general
empobrecimiento de las poblaciones del sur del mundo, la difusión de
epidemias entre hombres y animales, la siempre más grande conflictualidad
entre Norte y Sur del mundo en la espiral "guerra-terrorismo", en las
migraciones, en la reducción de la biodiversidad.
En este proceso de inexorable empobrecimiento del planeta es fundamental
afirmar el concepto de Deuda Ecológica como contraparte de la Deuda
Económica, para construir un camino de relaciones entre Norte y Sur, basada
en el reconocimiento recíproco, en la justicia social y en la paz".
Por qué existe la deuda ecológica
La deuda ecológica es una deuda histórica que se ha generado, sea desde
tiempos de la era colonial, como desde el inicio de la revolución
industrial, y sigue creciendo por varios factores.
Algunos de ellos son los siguientes. El primero, se refiere a los pasivos
ambientales generados por la extracción de recursos, como minerales o
hidrocarburos, que causan el deterioro de los ecosistemas y la base de
supervivencia de muchos pueblos en el Sur del mundo. También la deuda
ecológica se genera por la apropiación indebida y abusiva de los espacios
ambientales como la atmósfera, provocándose los cambios climáticos o la
pérdida de la capa de ozono; un tercer factor es la exportación desde el
Norte hacia el Sur de desechos tóxicos, sustancias químicas y biológicas que
se usan en los conflictos bélicos.
Hay, sin embargo, tres factores que son de suma importancia en cuanto al
mantenimiento de la soberanía alimentaria en las comunidades y países del
Sur. Nos referimos a la deuda ecológica por biopiratería, que corresponde a
la apropiación ilegítima e ilegal de material biológico y conocimientos
ancestrales asociados, siendo aprovechados por empresas farmacéuticas o de
semillas y alimentos y de biotecnología, por lo que tenemos que pagar
regalías: a la deuda ecológica por los impactos de la imposición de los
paquetes tecnológicos impuestos a través de la revolución verde que incluyen
semillas "mejoradas" y agrotóxicos como plaguicidas y fertilizantes, así
como la actual introducción de semillas genéticamente modificadas.
Finalmente, debemos mencionar al intercambio ecológicamente desigual.
En la división internacional del trabajo, el Sur es proveedor de materias
primas como minerales, gas, petróleo, conocimientos tradicionales y reservas
de biodiversidad (agrícola y silvestre), mientras que el Norte es el
procesador y redistribuidor de estos materiales. Las relaciones injustas
entre el inmensamente diverso Sur y el Norte -cuya riqueza radica en
tecnologías muchas veces nefastas para la salud humana y el medio ambiente-,
son también parte de esa deuda ecológica.
También, otra de las frecuentes demandas de los sectores rurales ha sido la
lucha por una solución digna y justa frente al problema de la deuda externa
del Tercer Mundo. La relación directa e indisoluble entre la deuda externa
y la deuda ecológica, es fácilmente reconocible. La deuda externa genera
deuda ecológica tanto por la orientación de los créditos adquiridos, sobre
todo hacia actividades que producen impactos sociales y ambientales, cuanto
por la presión sobre los ecosistemas para generar divisas para el pago de
los intereses de la deuda, sobre todo a través del fomento de las
exportaciones. El pretender pagar estos créditos con recursos naturales y a
costa del medioambiente implica una hipoteca del futuro de nuestros pueblos.
El Fondo Monetario Internacional, el Banco Mundial y también el Banco
Interamericano de Desarrollo, son deudores de una deuda ecológica generada
por las políticas neoliberales que favorecen el libre mercado, la apertura
comercial, el fomento de los cultivos extensivos, la privatización de los
recursos como el agua, la aplicación de leyes de propiedad intelectual, la
violación de los derechos de los agricultores y otras consecuencias.
Podemos concluir, entonces, que el modelo agroexportador es un generador
neto de deuda ecológica, pero la revolución verde, por su parte, también
tiene su propia cuota dentro de la deuda ecológica.
A partir de los años 60, en los países del Sur del mundo comenzaron a
aplicarse las reformas agrarias. A pesar de que se entregaron considerables
porciones de tierras a los campesinos e indígenas, en pocos años el sector
agrícola empezó a decrecer. En primer lugar por el aumento de la protección
a la industria y en segundo lugar por el gran fomento a la revolución verde.
En este caso, nuevamente el Banco Mundial jugaría un papel muy importante
con la creación del CGIAR (Grupo Consultivo de Investigación Agrícola
Internacional), con el apoyo de las Naciones Unidas a través de la FAO y del
PNUD.
Como resultado de esto, se incrementaron los monocultivos, así como el uso
de plaguicidas (muchos de ellos actualmente prohibidos), se alteraron los
sistemas de agricultura campesina, hubo pérdida de la fertilidad de los
suelos, la sustitución de semillas de variedades tradicionales por semillas
mejoradas, etc. Esto provocó no solo que la productividad disminuyera, sino
que los impactos ambientales fueron tremendos, como la erosión de los
suelos, la erosión genética y la afectación de la salud de trabajadores
agrícolas. De acuerdo a cifras recogidas por la organización "Acción
Ecológica" de Ecuador, luego de 20 años de "revolución verde", el numero de
personas hambrientas en el mundo aumentó en mas del 10%, a pesar de que en
ciertos períodos aumentaba la disponibilidad de alimentos.
Con el intercambio desigual, en realidad hay una distribución internacional
desigual de los costos y de los beneficios, habiendo un desplazamiento de
los costos ambientales hacia los países del Sur, de manera que los países
del Norte puedan mantener sus altos estándares ambientales dentro de sus
fronteras. Esta relación Norte-Sur ha permitido que los países
industrializados del Norte, mantengan su nivel de vida, patrones de consumo
y producción y su hegemonía, desde el desarrollo mismo del capitalismo. Por
ello, para el Norte esta situación debe ser mantenida, a cualquier costo,
inclusive a través de procesos de integración regional, en infraestructura y
económica, o la ocupación de territorios a través de la fuerza.
¿A cuánto asciende esta deuda ecológica?
Se han desarrollado varias metodologías para calcular la deuda ecológica y
sus componentes. Sin embargo, mencionaremos algunos con respecto al
intercambio desigual.
En este caso, una forma es el análisis de flujos de materiales, que
demuestra que hay regiones del mundo que tienen un excedente de
importaciones físicas mientras que otras presentan un déficit en el
intercambio físico. El balance físico se lo obtiene restando las
exportaciones de las importaciones. Un déficit significaría una pérdida de
los recursos naturales para un país.
Lo innovador de esta propuesta es que rebasa el concepto monetario de la
balanza comercial de los países y la pone en términos de toneladas. Por
ejemplo, en los países europeos, las importaciones físicas exceden las
exportaciones físicas. Principalmente debido a la importación de
combustibles fósiles y minerales. Mientras que los países del Sur son
exportadores netos de recursos naturales.
Un análisis monetario daría resultados inversos, principalmente si tomamos
en cuenta el valor de los recursos en el mercado internacional de los
productos primarios en el mercado internacional. De hecho, los datos
indican que en promedio las exportaciones de la Unión Europea tienen un
valor cinco veces mayor que sus importaciones.
El flujo de materiales del Sur al Norte se incrementa en términos físicos de
forma exponencial, mientras que el precio de estos recursos decrece a lo
largo del tiempo. Significa que el Sur cada vez debe exportar mayores
cantidades de recursos para obtener la misma cantidad - o menos - de dinero,
por ellos. Por otro lado, estas exportaciones de minerales o productos
agrícolas no reflejan en sus precios, los costos de daños ambientales o
pérdida de la calidad del suelo a través de la exportación de nutrientes,
etc.
El intercambio desigual debe verse no en el sentido de la sola
internacionalización de los costos sociales y ambientales, sino en una
economía autocentrada. Es decir la solución no es que el precio sea mayor,
ya que esto incrementaría el afán de exportar con el consecuente impacto
socioambiental y el desmedro de la satisfacción de las necesidades a nivel
interno.
En la retórica de la apertura comercial se habla mucho de la necesidad
imperiosa del retiro de los subsidios a la agricultura y la eliminación de
barreras arancelarias. Este es una propuesta de doble filo. Por un lado,
es verdad que los perversos subsidios en el Norte causan distorsiones en el
mercado, introduciéndose en los países del Sur productos agrícolas muy
baratos rompiendo con la posibilidad de que los agricultores puedan vender
sus productos a nivel nacional, pero al mismo tiempo, la eliminación de
estos subsidios en el Sur no permitiría que los pequeños agricultores
mantengan sus niveles de producción. Sobre la eliminación de barreras en el
Norte, también podemos decir que también se podría incentivar aun más la
especialización primario exportador en el Sur, aumentándose los volúmenes de
exportación de productos agrícolas e incrementándose aún más la deuda
ecológica.
No se trata solamente que el Norte nos pague mejores precios por nuestros
productos, o que se creen mecanismos de mercados justos, o que se
establezcan impuestos por pérdida de capital natural o para la restauración
ambiental, de lo que se trata es que hay que tratar de cambiar una economía
basada en las exportaciones y el fomento de la competitividad -vista no solo
como mantener salarios muy bajos sino también disminuyendo los costos de
protección ambiental-. Para esto es una prioridad iniciar el camino hacia
el reconocimiento y restitución de la deuda ecológica ya generada por el
modelo primario exportador.
Las estrategias para alcanzar el reconocimiento de la deuda
ecológica
El reconocimiento de la deuda ecológica puede alcanzarse de diversas formas,
sea a través de la cuantificación como hemos planteado antes o, a través de
demandas legales a nivel nacional o internacional. Sin embargo, hay una
ausencia de jurisdicción para la Deuda Ecológica, entendida en el sentido de
la facultad del derecho para determinar la solución jurídica adecuada para
los conflictos relacionados con la deuda ecológica. Por eso, las
estrategias deben buscar primero su reconocimiento legal, para que pueda
haber obligaciones jurídicas internacionales. Su reconocimiento y
restitución debe estar consagrado como una regla o norma jurídica.
Este reconocimiento legal, también permitirá definir quienes son los
agraviados -acreedores ecológicos- y quienes los que tienen la
responsabilidad legal -deudores ecológicos-, sea a nivel nacional, como
internacional. Las responsabilidades de los deudores ecológicos, frente a
los acreedores, deben ser mecanismos de sanción penal o de reparación civil
al haber cometido actos ilícitos o haber violado las leyes nacionales o
internacionales.
Finalmente debemos reiterar que la mejor forma de restituir la deuda
ecológica es la resistencia, no solo como una forma de detener el
crecimiento de la deuda ecológica, sino como una manera de construir o
preservar sociedades sustentables.
La demanda de la restitución de la deuda ecológica no pretende solamente que
haya una compensación monetaria por el agua contaminada o los suelos
degradados o la pérdida de nutrientes, el uso de conocimientos de los
campesinos o indígenas o por la no disponibilidad de minerales o
biodiversidad en el futuro, la deuda ecológica es un mecanismo que permite a
los movimientos del Sur seguir en la lucha por la resistencia y la búsqueda
de la sustentabilidad.
La propuesta de la deuda ecológica tiene muchos matices, sean políticos,
económicos, metodológicos o éticos, pero lo que sí la caracteriza es que
pretende revolucionar las relaciones Norte – Sur.
Frente a esto los campesinos e indígenas, a través de la incorporación de la
campaña por la deuda ecológica en sus demandas, como acreedores, son parte
importante en este proceso, y gestores de esta revolución.
Cristiano Morsolin es periodista, fundador del Observatorio
Independiente sobre región Andina SELVAS (www.selvas.org). Ivonne Yánez es
coordinadora por Sudamérica de OILWATCH (www.oilwatch.org.ec).
https://www.alainet.org/es/active/6244