Luces y sombras del gobierno Lula
El "partido de la ética" está en problemas
23/03/2004
- Opinión
Lula cerró su primer año de gobierno con una profunda recesión
económica. Sin embargo, el PT podía seguir ostentando su
principal credencial: la de ser considerado el "partido de la
ética". Pero el segundo año de Lula comenzó con una crisis
política, a raíz de un escándalo de corrupción que salpica a su
principal colaborador. El escándalo abrió un boquete en la
corriente de esperanza y optimismo que el brasileño había
despertado en América Latina
Los resultados del primer año de gobierno del Partido de los
Trabajadores (PT) ponen al borde del fracaso la gestión de José
Inacio Lula da Silva: el producto bruto interno cayó 0,2%, lo
que representa el peor desempeño de la economía brasileña en 11
años; el desempleo trepó hasta rozar casi el 12% de la población
activa, casi el doble del promedio de los años 90; las elevadas
tasas de interés que defiende el gobierno ahogan la producción
industrial y son las responsables directas de la recesión. En
suma, pese a un escenario externo favorable –que le permitió a
Brasil aumentar sus exportaciones nada menos que en un 21%- la
economía quedó muy lejos de aquel "espectáculo de crecimiento"
que Lula prometió durante la campaña electoral de 2002.
Al profundizar en el análisis de los indicadores económicos, los
resultados empeoran. El gobierno aumentó voluntariamente el
superávit fiscal primario del 3,75% comprometido con el FMI, a
un 4,25% hasta el final del mandato, lo que significó la
paralización de las inversiones del Estado y recortes en los
programas sociales. Al superávit fiscal deben sumarse las tasas
de interés elevadas que propicia el Banco Central, con el
objetivo de mantener a raya la inflación y atraer capitales a
Brasil –que ofrece las tasas más elevadas del mundo, del 16,5%-,
lo que le permitió cumplir rigurosamente con el calendario de
pagos a los organismos financieros internacionales. Pese al
brutal esfuerzo realizado, el porcentaje de la deuda externa
sobre el producto creció tres puntos en 2003, y se sitúa en el
58,2% del PBI. Esta política rindió beneficios exclusivamente
al sector financiero.
En la vereda opuesta, la renta per cápita descendió el 1,5%, el
consumo de las familias cayó un 3,3% y los gastos sociales
bajaron del 2,59% del PBI al 2,45%. El Plan Hambre Cero, el
plan social estrella del gobierno, camina a paso de tortuga por
los escasos rubros disponibles: durante la campaña electoral
Lula afirmó que el programa atendería a 50 millones de
brasileños pobres, pero luego las metas fueron reducidas a tan
sólo 18 millones. La reforma agraria, un compromiso explícito
asumido por Lula con los campesinos sin tierra, no levantó
vuelo: en 2003 fueran asentadas apenas 25 mil familias frente a
las 60 mil a que el gobierno se había propuesto asentar. El
diagnóstico de Joao Pedro Stedile, principal dirigente del
Movimiento de los Sin Tierra (MST), es terminante: "Los
movimientos sociales, desde las pastorales hasta el movimiento
sindical, consideran que la política económica se limita a
mantener los intereses y beneficios del sector financiero"(1).
Opciones que marcan rumbos
Luego de tres fracasos en la urnas (1989, 1994 y 1998), Lula
comunicó a su partido que no estaba dispuesto a afrontar una
tercera derrota. En la etapa final de la campaña electoral de
2002, la candidatura de Lula sufría un potente ataque del
capital financiero, que se resumía en la huida especulativa de
capitales y una desvalorización importante del real frente al
dólar. A mediados de ese año el "riesgo Brasil" había pasado de
800 a 1.850 puntos y el dólar de 2,20 a más de tres reales.
Para afrontar esta crisis de confianza, la dirección del PT
emitió el 22 de junio la Carta a los Brasileños, en la que Lula
se comprometió a respetar los acuerdos con el FMI y la banca
internacional: adoptar el régimen de "metas de inflación",
mantener el cambio fluctuante, obtener superávits fiscales
elevados y altas tasas de interés. Para el investigador Roberto
Leher, fue "la mayor inflexión política en los 20 años de
historia del PT"(2). Los costos sociales y políticos de ese
compromiso eran evidentes, pero la Carta le permitió a Lula
ganar la confianza de un sector importante del empresariado y
hasta del sector financiero, con cuyo respaldo llegó a la
presidencia con el 61% de los votos en la segunda vuelta.
Pese a ello, el PT llegó al gobierno con apenas 14 de los 81
senadores y 92 de los 513 diputados. Estaba obligado a tejer
alianzas. Algunas de ellas fueron alianzas preelectorales, como
la que anudó con el Partido Liberal del vicepresidente José
Alencar, el mayor empresario textil de Brasil y ex presidente de
la estratégica patronal paulista, la FIESP. Otras alianzas más
vastas se fueron armando sobre la marcha. La más importante es
la que se estableció con el PMDB (Partido del Movimiento
Democrático de Brasil), partido de derecha que había apoyado al
gobierno de Fernando Henrique Cardoso, que llevó al ex
presidente José Sarney a ocupar la presidencia del Senado.
Desde que Lula asumió el gobierno, numerosos diputados y
senadores abandonaron los partidos de la oposición para engrosar
los partidos aliados del PT, trasvase tradicional en la política
brasileña, lo que le dio al gobierno una sólida base de
sustentación parlamentaria.
El nuevo gobierno comenzó su andadura el 1 de enero de 2003,
señalando que la "herencia maldita" que le dejó el gobierno
anterior lo forzaba a recuperar la confianza de los mercados.
El viraje histórico del PT y su esfuerzo por recomponer
relaciones con el capital financiero, se plasmaron en un cambio
en sus alianzas, visible en el gabinete de Lula. El área
económica fue reclutada entre destacados personajes de "los
mercados". El presidente del Banco Central, Henrique
Meireilles, fue presidente mundial del Bank of Boston, el
séptimo mayor banco de los Estados Unidos y, dato clave, la
segunda mayor institución acreedora de Brasil luego del
Citygroup. El ministro de Economía, Antonio Palocci, es un
petista neoliberal, ex alcalde de una ciudad paulista de mediano
tamaño, durante cuya gestión se destacó por promover
privatizaciones, incluyendo la distribución de agua. Otros
ministerios claves de esta área, como el de Agricultura y el de
Desarrollo, Industria y Comercio Exterior, fueron confiados a
dos importantes empresarios del sector del agrobusiness. La
alianza con este sector explica la increíble decisión de Lula de
legalizar los cultivos transgénicos, que habían estado
prohibidos incluso durante el gobierno de Cardoso, violando una
promesa de campaña electoral.
El área política quedó en manos de la tendencia mayoritaria del
PT, la Articulaçao, el sector que jugó un papel relevante en el
viraje del partido hacia el empresariado transnacionalizado.
Por su parte, el área social (Educación, Asistencia Social,
Medio Ambiente, Salud, Deportes, Cultura) fue confiada al ala
izquierda del partido y a sus aliados. Sin embargo, todos estos
ministerios sufrieron los recortes presupuestales impuestos por
el Ministerio de Economía.
Política exterior y reformas
La cancillería, a cargo de Celso Amorim, es el área más fiel a
la trayectoria histórica del PT. La política exterior de Lula
dio prioridad a la defensa de la soberanía nacional y al
establecimiento de un conjunto de alianzas entre países del
Tercer Mundo para plantarle cara al Norte en los foros
internacionales. El primer paso fue el establecimiento del G-3,
en junio, una alianza estratégica y de largo aliento con India y
Sudáfrica. El segundo paso fue la creación del G-21, en cuya
conformación Brasil jugó un papel decisivo, que contribuyó al
descarrilamiento de la Cumbre de la OMC en Cancún.
Sin embargo, la política exterior del gobierno de Lula es
sinuosa. Si bien la diplomacia de Itamaraty jugó fuerte en el
tema de los subsidios agrícolas de los países ricos, en otras
negociaciones reveló ambigüedades. En efecto, la lógica del
bloque de países en desarrollo que se dio en Cancún no se
trasladó al escenario del ALCA. Brasil fue uno de los
principales responsables de que en la reunión ministerial de
Miami, en noviembre, los defensores del ALCA tuvieran un respiro
cuando había condiciones para asestarle un golpe serio a las
pretensiones estadounidenses. Esto es, también, consecuencia de
las opciones económicas y políticas hechas por el partido de
Lula. Las elites empresariales del negocio agrícola tienen una
fuerte dependencia del mercado estadounidense, donde dirigen el
grueso de sus exportaciones. De ahí la opción brasileña de
negociar un ALCA a la medida del sector empresarial.
En cuanto a las decisiones políticas, el primer año de Lula se
saldó con una crisis en el PT. La reforma del sistema
previsional emprendida por el gobierno, lo enfrentó al
movimiento sindical, a amplios sectores de la ciudadanía y a una
parte considerable de la militancia de base. La reforma era una
exigencia del FMI a la que el PT se había opuesto cuando estaba
en la oposición. Supone crear administradoras privadas para los
fondos que aportan los funcionarios públicos, aumenta en siete
años la edad mínima para jubilarse, impone una retención del 11%
a los ya jubilados y reduce en un 30% el valor de las pensiones
de los que perciben más de 2.400 reales (800 dólares). El
gobierno sostuvo la tesis de que los funcionarios públicos
tenían "privilegios", buscando enfrentarlos con los sectores más
desfavorecidos. Pero la reforma fue contestada por las bases y
dirigentes del partido. En junio, durante una gran marcha
contra la reforma en Brasilia, participaron 36 de los 92
diputados del PT. El 8 de julio comenzó una huelga nacional de
400 mil funcionarios y el 4 de agosto, mientras se aprobaba el
primer tramo de la reforma en la cámara de diputados, una
manifestación de 70 mil personas frente al Congreso Nacional
derivó en enfrentamiento con la Policía Militar. La reforma
finalizó su trámite parlamentario en diciembre, siendo aprobada
con el apoyo de los partidos de la derecha. El Directorio
Nacional del PT impuso a su bancada la disciplina de voto, pero
cuatro parlamentarios (una senadora y tres diputados) que se
opusieron a la reforma fueron expulsados del partido en una
votación dividida: 55 a favor de las expulsiones y 27 en contra.
Numerosos intelectuales, algunos de ellos fundadores del PT,
rechazaron la decisión; otros abandonaron directamente el
partido, mientras los expulsados se dieron a la tarea de fundar
un nuevo partido de izquierda.
Una coyuntura delicada
El gobierno del PT comenzó su segundo año, que para muchos
observadores fijará el rumbo definitivo, con buen pie. La
remodelación ministerial de enero permitió el ingreso del PMDB
en el gobierno, consolidando una alianza que le asegura la
gobernabilidad al contar con el apoyo de casi el 80 por ciento
de los parlamentarios. En febrero, la difusión de los datos
sobre el desempeño económico del año anterior fueron un trago
amargo, pero el PT podía seguir ostentando su principal
credencial: la de ser considerado el "partido de la ética". El
13 de febrero esa credibilidad quedó pulverizada: la revista
Epoca difundió imágenes del subsecretario de Asuntos
Parlamentarios, Waldomiro Diniz, mientras negociaba comisiones
ilegales y donaciones para la campaña electoral con un gran
empresario del juego clandestino. Diniz es hombre de confianza
de José Dirceu, quien se desempeña como jefe del gabinete y es
un amigo íntimo de Lula. El presidente despidió al asesor
buscando acotar daños. Aunque consiguió disciplinar a sus
parlamentarios para evitar la formación de una comisión
investigadora, las encuestas revelan que el 67% de la población
quiere la renuncia de Dirceu, porque tenía que conocer las
irregularidades cometidas. La aprobación a la gestión de Lula
descendió del 75% que ostentaba en abril del año pasado a apenas
el 38% que registran las encuestas luego del escándalo. Por
primera vez, los que opinan que su gestión es regular, el 42%,
superan a los que la aprueban.
Para Emir Sader, prestigioso sociólogo de izquierda, estamos
ante la erosión del capital simbólico del PT. El "Waldogate",
como la prensa bautizó el escándalo, significó una herida al
aura ética del partido. Pero esto no sería lo más grave: la
crisis terminará, en su opinión, favoreciendo al equipo del
Ministerio de Economía, "que es doctrinariamente neoliberal(3).
El análisis de Sader lo comparten muchos intelectuales de
izquierda: concluye que "Lula se ha desdibujado ideológicamente
a lo largo de su primer año de gobierno", asegura que su
política neoliberal "es más radical que la de Cardoso" y, aunque
el presidente no va a caer por su primer escándalo de
corrupción, "su gobierno quedó desgastado".
1. O Estado de Sao Paulo, 29 de febrero de 2004.
2. Roberto Leher, O governo Lula e os conflitos sociais no
Brasil, en la revista OSAL, Buenos Aires, CLACSO, enero de 2003.
3. El Waldogate es una herida, entrevista a Emir Sader en
Página 12, 28 de febrero de 2004.
* Raúl Zibechi, periodista uruguayo, es editor de Internacionales del semanario
Brecha (Uruguay). Articulo publicado en Masiosare, 14 de marzo de
2004.
https://www.alainet.org/es/active/6257
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