No ceder ante el olvido
20/02/2004
- Opinión
Febrero y Octubre del 2003 quedarán en la memoria como momentos
de resistencia social acumulada que evitaron la arbitrariedad,
cuestionaron la soberbia del poder estatal y la esencia del
sistema neoliberal; pero también se recordarán con la angustia
de la pérdida de vidas humanas y el drama que significa estar
herida o herido, perder el trabajo, quedar con secuelas físicas
y psicológicas que limitan la vida plena.
Febrero, que dejó un saldo trágico de más de 33 muertos y 205
heridos, será recordado también como antecedente nefasto de las
jornadas de Octubre, cuando las víctimas mortales y los heridos
se triplicaron -con la venia de los gobernantes y el oscuro
manto de la impunidad-, pues los responsables de febrero no
habían sido ni investigados, ni castigados.
En fin, febrero y octubre del 2003 serán en la historia las
expresiones más nítidas de los límites a los que puede llegar un
sistema social injusto, basado en la aplicación de modelos,
recetas e imposiciones financieras, amparadas en la corrupción,
la impunidad y la violencia estatal.
El pueblo ganó en febrero, es verdad, el paquete FMI no se
impuso, la soberbia de Sánchez de Lozada sufrió un fuerte revés,
pero el dolor entonces fue más grande que el sentimiento de
haber triunfado; en Octubre la resistencia y fuerza ciudadana y
popular defendió el gas y se opuso al ALCA, echando por fin a un
presidente que en apenas un año de gobierno había perdido toda
legitimidad y sentido de gobernabilidad. Sin embargo, la
violencia ejercida por el Estado y tantas muertes duelen en el
alma.
Muchos símbolos y personajes que transitaron nuestras ciudades
en los días de enfrentamiento, revuelta y resistencia social de
febrero están presentes aún en las imágenes que evocan las
plazas y las esquinas: los policías, los militares, tiros y
gases, los jóvenes del Ayacucho, los heridos y los muertos,
francotiradores, políticos, ministerios y sedes de los partidos
oficialistas quemadas, armas asesinas apostadas en las esquinas,
el triste final de la enfermera, la médica, el pacifista?
Curioso y paradójico que aquellos símbolos de paz y cuidado de
la vida como el pacifista y las mujeres de los servicios de
salud, hayan sido precisamente presas de la bala certera.
Todas esas consecuencias fatales hasta ahora no han sido
investigadas, ni esclarecidas, ni sus responsables sometidos a
juicio, ni castigados, al igual que los crímenes políticos y
económicos cometidos. Tampoco lo fueron los responsables de
Octubre. Pareciera que la vida ya no vale nada. La maraña que
se antepone a quienes buscan justicia parece ser infranqueable.
¿Será la impunidad la que gobierne el futuro? ¿Cuántos muertos
más deberemos tolerar para que esto cambie verdaderamente?
Febrero y las luchas anti-neoliberales
Bolivia es quizá uno de los países en los que el "modelo" se ha
aplicado de manera más ortodoxa; desde 1985 –el primer gobierno
de Sánchez de Lozada- se ha liberalizado y privatizado casi
todo, abriendo paso al más grande fenómeno de pobreza,
desempleo, precarización y abandono de la producción agrícola,
el deterioro de los sectores productivos urbanos y
fundamentalmente de los derechos humanos.
Al mismo tiempo –quizá en parte por la misma razón- Bolivia
tiene en sus entrañas movimientos sociales muy fuertes, capaces
de expulsar a una transnacional como la Bechtel, o de parar un
plan de ajuste promovido arbitrariamente por el FMI que estaba
destinado a descansar el peso de la crisis en las espaldas de
los sectores trabajadores medios.
La movilización popular de febrero no se explica solamente por
el motín policial, las muertes del día 13 no son fruto del
enfrentamiento entre policías y militares. Se explica
esencialmente porque la gente, harta de sufrir las consecuencias
de decisiones arbitrarias montadas en función de intereses de
grupo y de las élites, fue capaz de cuestionar no sólo aquella
decisión, sino la esencia del sistema.
Ninguna democracia puede basar su estabilidad en el costo de
vidas humanas. Los responsables de las muertes y de la
violencia, los responsables de la corrupción y el descalabro
económico del país deben ser juzgados y castigados, no solamente
por el daño cometido contra las personas y sus familias, cuyas
consecuencias son a veces innombrables, sino porque moralmente
una democracia debe alimentarse de prácticas inequívocas de
respeto por la vida y la dignidad humana y, ante todo, no puede
ceder al olvido.
Las heridas y ausencias que perviven en los corazones de la
gente exigen algo que hoy sale de las bocas de millones de
bolivianos y bolivianas: paz pero con justicia.
* Elizabeth Peredo es integrante de la Fundación Solón.
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