Nicaragua... a 25 años de la insurrección sandinista
Un continente -que tras Sandino- recuperó la esperanza
18/07/2004
- Opinión
19 de julio de 1979. Luego de una corta ofensiva final desatada
en mayo -y de una década de guerra de guerrillas- el Frente
Sandinista de Liberación Nacional (FSLN) derrota a la dictadura
de la familia Somoza atornillada en el poder desde hacía casi
medio siglo. Habían pasado 20 años desde la anterior victoria
guerrillera del 1ro de julio de 1959 en Cuba. América Latina,
atormentada por dictaduras y represión, despertaba a un nuevo
sueño de la revolución posible.
Continente maltratado
Corrían años trágicos en Latinoamérica. Golpes y regímenes
militares en Argentina, Brasil, Chile, Uruguay, Bolivia...
Dictaduras familiares genocidas en Paraguay, Nicaragua, Haití...
La doctrina de la Seguridad Nacional, concebida en Washington e
implementada a la criolla, se imponía en buena parte de la
geografía continental, con varios objetivos. Entre ellos, frenar
el auge del movimiento social de fines de los sesenta ; «
castigar » a gobiernos y procesos populares, como los
protagonizados por Salvador Allende (1970-1973) en Chile o
Héctor Cámpora en Argentina (1973) y, sobre todo, asentar las
bases de la aplicación de la variante neo-liberal como modelo
económico hegemónico.
Adicionalmente, buscaba descabezar las organizaciones político-
militares que a fines de los sesenta y comienzos de los años
setenta vivían un auge sin precedentes en la historia
latinoamericana. Tupamaros en Uruguay; Montoneros y Ejército
Revolucionario del Pueblo en Argentina; el Movimiento de
Izquierda Revolucionaria (MIR) en Chile; el MLN boliviano ; FARC
y ELN en Colombia...por citar sólo algunos nombres.
La validez del método
En el marco de un continente complejo y reprimido, la victoria
sandinista de julio del 79 vino acompañada de simbologías y
mensajes políticos significativos.
En primer lugar, comprobaba la validez y viabilidad de la lucha
armada, como medio posible para aspirar al poder en
circunstancias donde los espacios democráticos eran
estrangulados o inexistentes.
Ratificaba, además, la corrección de una política amplia de
frente nacional a dos niveles diferentes. En lo interno, el
FSLN, en tanto organización polifacética -más que partido
leninista- integraba en su seno tres tendencias discímiles que
iban de la guerra prolongada rural a la visión insurreccional
urbana, pasando por el sector obrerista-proletario. Las tres se
unificaron finalmente pocos meses antes de la victoria de julio
del 79, luego de un primer intento de insurrección fallida.
En lo externo, el sandinismo apostó a fortalecer una coalición
nacional, pluriclasista, con el objetivo de aislar a la
dictadura somocista. Todos, menos Anastasio Somoza y su círculo
más cercano, fueron llamados a participar en esta alianza. El
primer Gobierno de Reconstrucción nacido de la victoria de julio
así lo expresaba. Aunque con hegemonía sandinista incluía
también a Violeta de Chamorro - quien luego, en el 90, vencería
al FSLN en las elecciones- y a Alfonso Robelo, representante del
Consejo Superior de la Empresa Privada (COSEP), es decir, la
burguesía antisomocista.
Un programa potable y tentador
Si lucha armada y frente nacional definían la génesis del
sandinismo en el poder, la originalidad de sus postulados
políticos terminaron de hacer de la revolución un «modelo
referencial» potencial para el resto de países del continente (y
del denominado Tercer Mundo).
EL FSLN apostó a cuatro enunciados básicos. El pluralismo
político y sindical (en 1984 se convocaron a las primeras
elecciones generales luego del triunfo insurreccional). La
economía mixta que integró la coexistencia de la propiedad
privada con la estatal sin excluir la combinación de ambas. El
no-alineamiento internacional, fortaleciendo el movimiento de
los No-Alineados. Y la activa participación popular directa,
incluyendo a los cristianos socialmente comprometidos que habían
jugado un papel muy activo en la lucha por la liberación.
Sin definiciones « socialistas », aunque con conceptos
socializantes, este modelo de gestión revolucionaria atrajo
significativamente la atención de los más diversos protagonistas
latinoamericanos. Desde los gobiernos « democráticos » en ese
momento existentes -México, Perú, Panamá, Venezuela etc-; hasta
los grupos restantes de las guerrillas sudamericanas en
dispersión que se autoconvocaron solidariamente en Nicaragua.
La estrategia norteamericana de su doctrina reactualizada del
Gran Garrote se vio, entonces, seriamente confrontada por los
principios simples, didácticos, originales y novedosos del
sandinismo. Que amenazaban convertirse en una tentación real
para un continente harto de intervenciones y dictados de
Washington.
Fue, sin duda, esa originalidad programática la que más preocupó
a la administración norteamericana -con Ronald Reagan a la
cabeza- . Y lo que motivó a partir de 1983 la guerra
contrarrevolucionaria que, a la postre, con sus secuelas de 17
mil millones de dólares en pérdidas - el costo de 50 años de
exportaciones Nicaragua en ese momento- y más de 50 mil
víctimas, desgastó al sandinismo y lo condujo a la derrota
electoral once años después del triunfo.
Una derrota de todos
Las derrota electoral puso a prueba, una vez más, al Frente
Sandinista. La originalidad de la experiencia nicaragüense llevó
a que esta segunda revolución armada triunfante del continente
perdiera el poder a través de comicios profundamente
democráticos que ella misma había instaurado. Y que respetó a
rajatablas , aunque con dolor, devolviendo el poder.
Pagó en las urnas un doble precio. El costo de la presión
producto de la guerra militar norteamericana. El pueblo votó «
con una pistola en la cabeza», como bien se dijo en ese momento.
Votar por el sandinismo hubiera representado la continuidad de
una guerra que ya nadie soportaba.
El precio de los propios errores en la gestión del nuevo poder.
Estos, de muy diverso tipo, fueron desde lo conceptual hasta lo
práctico. Uno esencial: el tipo de reforma agraria impuesta en
un primer momento de arriba hacia abajo sin tener en cuenta la
idiosincracia del campesinado nicaragüense y sus expectativas en
torno a la revolución y el sandinismo.
Otro error posterior, no menos trascendente: el abuso de los
bienes del Estado (la "piñata") en la transición después de la
derrota."
A pesar de todo, para el resto del continente, para los
movimientos sociales y las organizaciones populares, sandinismo
rima todavía hoy con cambio, con patriotismo y entrega, con
soberanía nacional y guerra desigual entre David y Goliat.
Concuerda con ideales y utopía, con resistencia y consignas
elocuentes: « el amanecer dejó de ser una tentación »; « entre
cristianismo y revolución no hay contradicción »; « la
solidaridad es la ternura entre los pueblos »... Una experiencia
única, la « Nicaragua tan violentamente dulce» de la que hablaba
Julio Cortázar.
19 de julio 2004
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