Alianza del Pacífico
Una Alianza para el saqueo
16/06/2013
- Opinión
La mitad de América Latina se hace neoliberal. España y Francia se apuntan al reparto.
Según el documento oficial, la Alianza del Pacífico es un mecanismo de articulación político-económica, y de cooperación e integración entre Chile, Colombia, México y Perú. Su objetivo es construir un área de integración profunda para el crecimiento de los países miembros a través de la libre circulación de bienes y servicios, capitales y personas, y así lograr una inserción internacional efectiva en otras regiones, particularmente en Asia Pacífico.
En los hechos, la Alianza para el Pacífico constituye el más reciente invento de la diplomacia estadounidense para crear una organización afín a sus intereses políticos, económicos y estratégicos cuya principal expresión es asegurar para sí los recursos de los territorios comprendidos desde el Río Bravo hasta el Polo Sur. Así de fácil.
Debe tenerse en cuenta que la dinámica prevista para el funcionamiento de la Alianza es el establecimiento de áreas de libre comercio, por lo que este proyecto ha sido calificado como un renacimiento del Área de Libre Comercio de las Américas (ALCA) que el expresidente estadounidense -George W. Bush (h)- impulsara sin éxito en 2005.
Queda claro entonces que aquel viejo proyecto de 2005 ha conseguido en 2013 un éxito parcial que lastima la unidad latinoamericana por cuanto convivirán dos tipos de Alianzas comerciales con diferente base ideológica: el Mercado Común del Sur (Mercosur) y la Alianza del Pacífico.
Si se analizan las capacidades de producción de bienes y servicios de los países integrantes de la Alianza, está claro que a los latinoamericanos les toca la parte de exportación de materias primas y productos de poco o ningún valor agregado. Un análisis ligero da cuenta de que esa modalidad de intercambio solo es ventajosa para los países de mayor desarrollo tecnológico e industrial.
El selecto grupo de países que integran la novedosa organización reúne en común a gobiernos de neto corte neoliberal en un esfuerzo apoyado por todo el poder de fuego mediático de las corporaciones de prensa, jaqueadas y horrorizadas por las políticas de comunicación que se promocionan desde Argentina, Ecuador, Bolivia, Brasil, Venezuela y Uruguay.
Al grupo de países fundadores de la Alianza del Pacífico se han agregado como observadores España, Costa Rica, Japón, Australia, Nueva Zelandia, Canadá, Guatemala y Uruguay. Francia, El Salvador y Panamá aspiran a serlo.
De esa lista España; Francia y Uruguay llaman poderosamente la atención.
España, en particular, aparece seducida por las promesas de “seguridad jurídica” que la Alianza postula y pregona, y que la prensa adicta amplifica. No es extraño luego de que Argentina y Bolivia procedieran a quitarle concesiones millonarias en razón de los desmanejos que las corporaciones españolas hicieran en sus territorios. Seguridad Jurídica entonces, leída en términos de que no se revisarán nunca en el futuro los saqueos que se cometan hoy.
En plena crisis “de las hipotecas”; con un pueblo que cada día se empobrece más y carente de otros recursos en el seno de la Unión Europea, resulta prioritario para el premier español Mariano Rajoy allanar el camino de ultramar a las empresas españolas y atraer capitales. Las empresas españolas aún conservan inversiones cercanas a 45 mil millones de euros en la zona de influencia de la nueva Alianza.
Ante esta situación, es interesante –sólo por curiosidad intelectual- preguntarse qué hubiese sido de España si, en los inicios de la crisis que hoy asola al país, al expremier español José Luis Rodríguez Zapatero -por simple asociación ideológica y dándole algún crédito como socialista de los de antes, de esos que no votarían a Capriles, ni se plegan a locks outs agrarios- se le hubiese ocurrido solicitar una membresía como Estado Asociado al Mercosur.
No es casual proponer esta figura ahora, dado que en su momento –no mucho tiempo atrás- una asociación extra-continental española hubiese resultado ridícula mientras que hoy, Mariano Rajoy –y la prensa franquista peninsular que le es adicta- la promociona como viable.
Francia tampoco quiere quedarse afuera de las posibilidades de saqueo que se abre con la Alianza del Pacífico. La organización de un seminario al efecto celebrado en la Asociación France-Amériques de París elogió la Alianza y consideró que América Latina “en los últimos 15 años se ha convertido en un mercado esencial para los empresarios franceses”.
Si para los españoles se trata entonces del sueño dorado de Pizarro y de Cortés -los Incas o los Aztecas ofrecieron más resistencia al saqueo- para los franceses la oportunidad resulta mucho más barata y menos sangrienta que la experiencia Libia o lo que actualmente significa para la política exterior gala el retroceso de 100 años que es hoy su actuación colonial en Siria. Después de todo, la mitad de América Latina que integra la Alianza se abre de par en par y sin barrera alguna al desembarco europeo.
¿De qué otra manera puede calificarse el libre tránsito de mercancías sin arancel o, lo que es lo mismo, sin ningún tipo de resguardo del Estado para el trabajo de sus ciudadanos? ¿No se trata de cambiar grandes volúmenes de materias primas, alimentos y energía por productos manufacturados provenientes de países con un desarrollo tecnológico relativo superior? ¿Cuál es el formidable negocio para Chile -aparte de colocar todos sus vinos y su cobre- a costa de importar absolutamente todo lo demás? ¿Qué produce El Salvador, que está desesperado por ingresar a la Alianza? ¿Han renunciado a desarrollar tecnología, a brindar valor agregado a sus productos, a ofrecer trabajo digno a sus ciudadanos? Miles de preguntas sin respuesta, sobre todo para esos pueblos que, tal vez, de haber tenido educación pública y gratuita seguramente hubiesen ensayado alguna resistencia.
De todo esto se trata. Cuando los grandes monopolios de prensa mundiales hablan de la ventaja comparativa de una Alianza que “cierra las puertas a la retórica” están refiriéndose a que esa Alianza no discute ni discutirá ningún tipo de desequilibrio en sus economías surgidas de la caída de esos aranceles “proteccionistas”.
“Cerrar las puertas a la retórica” significa cerrar las puertas a la discusión política, al planteo de objetivos alternativos, a la aceptación sin más de que el mercado todo lo puede, al ingreso a un mundo donde todo se compra y se vende, sin la menor sensibilidad social.
Contrapuesto a lo que sucede en el Mercosur, dónde los países miembros deben pactar difíciles y tortuosas negociaciones que equilibren sus economías sin perjudicar a sus pueblos, en la Alianza del Pacífico eso no está considerado porque la mano invisible del mercado lo regulará todo. La mano invisible que no lo es porque no se vea, sino porque ya se ha probado que no existe.
Pero, si lo de España, Francia y el resto de los colonizados/dominados es comprensible, lo que no se entiende desde ningún punto de vista es lo de los uruguayos.
En efecto, parece ser que el principal convencido de que Uruguay debe estar en la Alianza del Pacífico es el mismísimo presidente José Mujica. Según la información publicada en www.uypress.net, fue Mujica quien impulsó al vicepresidente Danilo Astori a concurrier a la reunión de la Alianza del Pacífico en la ciudad de Cali, Colombia. La misión allí fue avanzar en el ingreso de Uruguay ingresara como observador en ese bloque, como paso previo a un potencial ingreso pleno.
Ante esa situación, el periodista uruguayo Kintto Lucas, quien además oficia como embajador itinerante de la República Oriental del Uruguay, encendió la polémica.
En efecto, mientras el vicepresidente Danilo Astori definía a la alianza comercial como “una gran oportunidad estratégica”, Lucas la criticaba en declaraciones a radio Canelones porque le resultaba “muy claro que la Alianza del Pacífico no era un proyecto integrador, sino un Tratado de Libre Comercio (TLC) entre países” y que “los TLC son “contraproducentes para lograr una interacción complementaria y equitativa, y pueden ser una bomba contra la integración”.
Finalmente, la polémica-papelón se saldó con el anuncio público del ministro oriental de Relaciones Exteriores, Luis Almagro, en el sentido de una reprimenda para Kintto Lucas.
La acción punitiva de Almagro se completó cuando el prosecretario Diego Cánepa –con venia presidencial- afirmaba que “Uruguay va a estar en cuanto organismo o proceso de integración se dé en América Latina, porque creemos que nuestro rol de catalizador de la búsqueda de acuerdos en América Latina es uno de los elementos distintivos de nuestro convencimiento interrelacionista”, una explicación que se queda corta frente al carácter negativo del fenómeno estratégico en cuestión.
Aprovechando la estancia en Argentina del intelectual orgánico Galo Mora -asesor del Presidente Rafael Correa y secretario ejecutivo de Alianza País- se le requirió opinión sobre la Alianza del Pacífico y también sobre la contradicción de que algunos países como Uruguay estén desesperados por ingresar a la misma. Galo Mora sostuvo que “Estados Unidos es el responsable de todas las fracturas desde el inicio de la historia latinoamericana. Son los inductores directos de acciones como la actual de la Alianza, que tienden a desestabilizar el continente”.
El politólogo y sociólogo argentino Atilio Boron sostiene que la Alianza del Pacífico es una reedición de la Alianza para el Progreso, en el sentido de constituir otro intento para volver a un status quo pre revolución cubana, época en la que la hegemonía de Estados Unidos aparecía indiscutida y con todo a favor. Resulta difícil no coincidir con él.
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