Los muertos no pagan
01/08/2004
- Opinión
En una sorprendente metáfora
sobre el tema de la deuda externa argentina, los
acreedores en un centro comercial paraguayo se fueron
(al cielo) sin pagar. La actitud criminal del
empresario Juan Pio Paiva derivó en el homicidio
culposo de 311 personas --al menos hasta el momento de
conocerse las últimas informaciones--.
Se trataba de un día apacible en Asunción. Numerosos
trabajadores --forzados irregular pero a esta altura
naturalmente-- a laborar sin recompensa especial los
fines de semana, esperaban recibir un importante
volumen de público comprador. Entre mate y mate
dialogaron sobre precios y horarios, sobre historias
familiares y anhelos personales.
Tras la apertura, observaron que se trataba de un día
singular, con muchos potenciales compradores, paseantes
y niños acompañados por sus padres. Nada fuera de lo
común, salvo la evidencia de una jornada de alto
consumo, dentro de los parámetros locales. Hasta que en
uno de los espacios destinados al almacenamiento, según
cuentan, comenzó un incendio.
Y si la novedad resultaba preocupante, por lo que
implicaba en costos probables, el panorama no tenía por
qué ser aterrador. Dada la voz, era preciso desocupar
el establecimiento para permitir el accionar de los
bomberos. Sólo llorarían, algunos con más intensidad
que otros, las pérdidas materiales. Y quizás, por
supuesto, la de algún empleado de maestranza, el
sector más expuesto.
Grave, claro, mas no tanto. Hasta que varios imbéciles,
propietarios de locales en el shopping asunceño,
comprendieron que si los compradores que los
enriquecen día a día se retiraban de apuro, lo harían
sin abonar algunos de los productos que habían
adquirido. En la confusión, estimaron, aprovecharían
para llevarse alguna cosa de arriba.
Hablaron con uno de sus pares éticos, el tal Pio Paiva,
quien resolvió --ante la posibilidad de tan intolerable
situación-- la clausura de las puertas de acceso. Sin
recordar que los muertos no pagan, el tipo ordenó a sus
hombres de seguridad, siempre listos para cumplir las
órdenes más disparatadas, que impidieran la salida del
público.
Esto originó, según el testimonio directo de los
bomberos, un panorama de interés: quienes fueron
convocados para sofocar el incendio no podían ingresar
al establecimiento, convertido por la estupidez
criminal de un puñado de empresarios en una trampa sin
salida. Como no podía ser de otra manera, las llamas
progresaron y empezaron a superar los daños
materiales.
Decenas de niños murieron carbonizados después de
permanecer aprisionados absurdamente en un territorio
dominado por el deseo de obtener el pago de algunos de
los juguetes que habían adquirido. Es difícil imaginar
las sensaciones de esos chiquitos en el momento previo
a su turbia exhalación final.
Por lo que nos narran desde Asunción, mientras los
rescatistas prosiguen con su tarea, ya se iniciaron las
gestiones empresariales para lograr impunidad.
Diálogos apurados con jueces y funcionarios, presiones
sobre algunos medios de prensa: toda la trama conocida
por quienes se burlan de la vida y convierten esta
tierra en un infierno.
Los acreedores muertos no pagan.
Es un mensaje interesante que deberían tener en cuenta
muchos: los bancos argentinos, las empresas
privatizadas, los medios de comunicación neoliberales
y, especialmente, los organismos financieros
internacionales. Ellos intentan ahogar ridículamente a
los pueblos latinoamericanos, con el mismo esquema
observado crudamente en Paraguay: cerrando las puertas
del crecimiento y exigiendo el abono de facturas
dudosas.
En la fantástica América Latina las metáforas suelen
aproximarse bastante a las descripciones.
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