Políticas Sociales Urbanas
27/04/1999
- Opinión
En el mundo actual, reflexionar o hablar sobre políticas sociales implica,
en primer lugar, un claro reconocimiento: el explícito reconocimiento de la
existencia, de la viabilidad y aún de la conveniencia de la política como
campo de reflexión y como práctica; la reivindicación de lo político y de
la política como práctica social legítima y relevante, en la medida que
revele con capacidad de innovación y de incidencia determinante y positiva
en el proceso social. Esta afirmación, que en otro contexto temporal
pudiera parecer trivial, sin embargo no lo es, en la circunstancia
presente.
Llevamos ya más de dos décadas y media de saturación de prédicas
neoconservadoras o ultraliberales, ideas que alcanzaron un alto nivel de
hegemonía en el pensamiento, en el discurso y aún en la práctica, tanto en
lo académico, como en ámbitos de la acción política y en la conducción de
gobierno, a nivel planetario. Prédica con aristas profundamente
individualistas, y disolventes que apelaba a la mera libertad de acción y
deriva incontrolada de las fuerzas de un imaginario e hipotético "mercado"
capaz de alcanzar automáticamente, los equilibrios que permitieran
satisfacer las necesidades y las demandas sociales.
Esa hegemonía pertenece al pasado: ya no existe. El neoconservadurismo y
el ultraliberalismo felizmente han perdido por completo su capacidad de
seducción. Los intelectuales orgánicos del pensamiento neoliberal se
encuentran en repliegue a la búsqueda de nuevos paradigmas. Tal situación
quizás se explique por el movimiento pendular de las ideas que ha
caracterizado al mundo occidental en los últimos tres siglos; movimiento
pendular que nos ha llevado a oscilar de las pretensiones de racionalidad
extrema y optimista a las posturas derrotistas propias de un escepticismo
cínico y desesperanzado.
Este mundo occidental, tensionado al decir de Gramsci entre "el pesimismo
de la inteligencia y el optimismo de la voluntad", ya no existe. Su
gravitación en el siglo nos ha dado grandes esperanzas y proyectos
colectivos, así como no pocas frustraciones: se registraron, en efecto, la
gesta libertaria de la Revolución Francesa, la utopía igualitarista
expresada en los impulsos revolucionarios de signo socialista, las luchas
antifascistas, la descolonización, el progreso científico y técnico, el
combate al racismo y a la opresión de las minorías, la liberación de la
mujer y la cultura juvenil emergente.
También el siglo XX nos ha ofrecido la contracara de la intolerancia y el
primitivismo más agudos: entre ellos la guerra y las hambrunas, la barbarie
del nazifascismo y el estalinismo, la violencia étnica, la especulación
financiera irresponsable, las catástrofes ambientales, el fundamentalismo,
el terrorismo de Estado, la intolerancia, los genocidios, la generalización
de la tortura y las desapariciones forzadas. Genocidios y agresiones
impunes que hoy mismo están presentes en otras latitudes, y que no podemos
sino rechazar con indignación.
Cultura de la equidad
¿Cómo conciliar pues, en este tiempo de hoy y para esta generación, la
cultura de la tolerancia, del respeto a la diversidad, la cultura de la
equidad, la cultura de la solidaridad y de los Derechos Humanos, con una
realidad de privación y exclusión de grandes contingentes humanos? ¿Cómo
conciliar los esfuerzos por la integración regional y la paz mundial con la
"diplomacia de las cañoneras" en su descarada y descarnada versión actual?
Creer en la viabilidad y la validez de la política (y dentro de ella de la
política social) es considerar vigentes y posibles el proyecto y la
actuación colectivos, el acto volitivo, conciente, de un colectivo social,
capaz de alcanzar una acción superadora de las actuales condiciones que
consideramos incompatibles con un Desarrollo Humano equilibrado y
sustentable.
Pongamos algunos ejemplos, de inquietante vigencia en el ámbito de la
América Latina:
En reciente estudio del PNUD, Programa de las Naciones Unidas para el
Desarrollo, se sitúa en el orden del 30% la población latinoamericana que
vivirá en la indigencia y todo parece indicar que en la región se elevarán
de modo alarmante los índices de pobreza. El complejo fenómeno de la
precarización del empleo, agravado fuertemente en tiempos de recesión, nos
llevará a enfrentar situaciones realmente difíciles en breve tiempo.
La realidad de la reproducción biológica y social de las condiciones de
pobreza, en la medida en que la mayor proporción de nacimientos se produce
en los hogares de menores recursos. La generación de ámbitos de
segregación y exclusión, en la medida en que los sectores sociales tienden
a estratificarse en el territorio.
Tales realidades no pueden afectar a las fibras éticas y a los fundamentos
mismos de nuestros entramados sociales. De cómo una sociedad concreta
aborde estas cuestiones se deducirá qué estructura moral posee para
afrontar el futuro.
Como recordaba Hemingway citando a John Donne, que "ningún hombre es una
isla"; todos somos parte del organismo social, y cuando una porción del
mismo está afectada, es el conjunto el que está afectado. Si no alcanzamos
a comprender este principio, no alcanzaremos jamás a advertir por quién
están doblando hoy día las campanas. Es por ello debemos educar nuestra
sensibilidad, educar nuestros oídos, para interpretar esas señales que nos
llegan como clamor desde el seno de nuestras propias comunidades.
Políticas de la solidaridad
Todo lo anterior nos lleva a una profunda revisión de nuestras
convicciones, a un autoexamen y una búsqueda de respuestas originales y
creativas, apropiadas para los escenarios cambiantes como el que nos
plantea la globalización y la coyuntura presente al comienzo de un nuevo
milenio. Las llamadas políticas sociales, en particular las políticas
sociales urbanas, deberán ser, en consecuencia, objeto de análisis y de
proposición creativa.
Ya se hable de "nuevas políticas sociales", políticas alternativas o
"políticas de la solidaridad" como las hemos denominado en Montevideo,
aspiramos que ofrezcan respuestas eficaces, a los desafíos planteados en el
presente.
A nuestro criterio, y por ese motivo nos permitimos sugerir algunas ideas,
estas nuevas modalidades deberán tener en cuenta ciertos principios
básicos:
1) Debemos considerar a la política social como una política de desarrollo
social, esto es, de integración y fortalecimiento de la trama de relaciones
humanas de una formación social específica.
2) Esto implica el respeto a la dignidad de todos y un reparto equitativo
de las cargas y beneficios de la vida social, así como la generación de
condiciones para un pleno desenvolvimiento de posibilidades y aplicaciones,
de responsabilidades y aportes; implica asimismo, no considerar a las
personas en forma individual, sino integrados a las familias, los grupos y
las comunidades.
3) Esta perspectiva se intersecta y se complementa, necesariamente, con la
política económica y con los criterios políticos de orientación y
aplicación del gasto público.
4) Debemos decir, que la política social también se relaciona, de modo
incontrovertible, con la política urbana, territorial y ambiental, en tanto
guarda estrechos vínculos con la localización de la población y sus
actividades, con el uso y la ocupación del suelo, con la dotación de
infraestructuras y equipamientos y con la prestación de servicios.
5) La política social se vincula asimismo, con los procesos de
descentralización y de transferencia hacia los municipios y las autoridades
locales de responsabilidades y competencias; proceso que entendemos siempre
debe ir asociado con la más amplia participación ciudadana y un intenso
involucramiento de la comunidad toda en la toma de decisiones y seguimiento
de las intervenciones.
6) En sexto lugar y consecuentemente con lo afirmado, debemos recordar y
subrayar que la ciudad es el ámbito natural de realización de estas
aspiraciones. Si compartimos el criterio expresado en Estambul, en la
cumbre de Hábitat II, de procurar "asentamientos humanos viables,
solidarios, más seguros y más sanos" debemos concordar que el ámbito de
definición y aplicación de la política social es la ciudad misma. Esa
ciudad que en tanto antropización del espacio geográfico es a la vez
arte-facto (obra de arte) y manu-factura (obra surgida de las manos del
hombre), soporte físico y ámbito privilegiado de las relaciones sociales,
que en no pocas oportunidades se manifiestan de modo conflictivo y hasta
contradictorio.
7) La gestión urbana, el gobierno de la ciudad, deberán tener
necesariamente en cuenta por lo tanto, los objetivos sociales identificados
como prioritarios: la igualdad de oportunidades, el acceso a los bienes y
servicios colectivos y la integración social. Esa gestión, ese gobierno de
la ciudad, reconoce una responsabilidad compartida que emerge de las
competencias concurrentes entre los Estados nacionales, las regiones y las
ciudades.
8) En octavo y último lugar queremos señalar que estamos convencidos que la
lucha contra la pobreza y la exclusión, por la equidad y la integración
social debe establecerse en el nivel de las causas que originan y
reproducen estas realidades. Es necesario pues, atacar los problemas en
sus orígenes, en sus aspectos estructurales, al tiempo que abordar sus
manifestaciones más hirientes y extremas.
Participación e integración social
Finalmente, queremos referirnos a tres temas que, vinculados con la
política social nos comprometen grandemente:
El primero de ellos es el de la participación social.
Estamos profundamente convencidos que el éxito de una política se juega
desde un primer momento en el grado de compromiso y de validación que se
establece al nivel de la población involucrada.
No habrá pues, política perdurable posible sin un amplio y mayoritario
consenso social que incluya a quienes se identifican como "destinatarios"
de las acciones emprendidas. El éxito o la frustración de la mejor de las
propuestas se juega, a veces, en el límite que existe entre el acierto
técnico con profundo respeto por el colectivo social y la postura
tecnocrática, autoritaria y excluyente.
El segundo tema a señalar, es el de la sustentabilidad del modelo de
desarrollo.
Decíamos hace unos minutos que no imaginábamos una política social sino
como política de desarrollo social. Y queremos agregar que entendemos ese
estilo o modelo de desarrollo como de desarrollo social sustentable, muy
atento a los recursos naturales, a las condicionantes ambientales y al
carácter renovable o no de los mismos, atendiendo a una proyección temporal
que contemple el legado que habremos de entregar a las futuras
generaciones.
El tercer tema es el de las políticas y actuaciones en el campo cultural
como políticas de integración social. Con absoluta convicción consideramos
el campo de la Cultura como uno de los terrenos privilegiados en cuanto a
oportunidades de integración y desarrollo social.
Si estamos profundamente preocupados por los fenómenos de marginalización y
segregación, por la realidad hiriente de la exclusión (como efectivamente
lo estamos) no podemos guiarnos por una concepción reductiva o
productivista de la política social, estableciendo correlaciones
matemáticas entre insumos y productos; entre recursos aplicados y
resultados esperados.
Tenemos la certeza que al nivel cuantitativo que siempre es necesario
considerar para medir expectativas y resultados, debemos superponer el
nivel cualitativo que puede ser capaz de aquilatar la plena integración.
En sociedades como las nuestras -tanto en América como en Europa- en las
que el sueño y las utopías de integración social están presentes en sus
rasgos identitarios, el factor cultural (incluyendo en él no sólo el arte,
la educación formal y la industria cultural sino también el uso del tiempo
libre, el deporte, la recreación, los medios de comunicación y las variadas
formas de sociabilidad creativa), puede ser factor relevante a favor de un
desarrollo humano más apropiado y armónico.
Mariano Arana es Intendente Municipal de Montevideo. El presente texto
corresponde al discurso inaugural del Seminario de lanzamiento de la "Red
No. 5" sobre Políticas Sociales Urbanas, del Programa URB-AL.
https://www.alainet.org/es/active/653
Del mismo autor
- El Derecho a la Ciudad 11/06/2001
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