La sociedad salva a la democracia en Paraguay

11/04/1999
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La crisis política paraguaya que los últimos días de marzo casi deriva en una guerra civil, tiene raíces profundas y, prácticamente, se origina en la transición democrática en 1989. La caída del dictador Stroessner y el posterior proceso de apertura tutelada fueron originados y regulado por el Ejército y un sector disidente -aunque poderoso- del partido Colorado, en el poder desde 1947.
 
En tales circunstancias era previsible que el avance democrático se restrinja a un cambio de reglas de juego y a una apretada agenda electoral, en desmedro de políticas de contenido económico y social que reviertan las desigualdades heredadas de la dictadura. La transición asimismo ¿blanqueó? a personeros de la dictadura que pasaron de la noche a la mañana a ser paladines de la democracia.
 
El hombre fuerte
 
Entre las figuras del momento, apareció un inescrupuloso coronel protagonista del golpe que derrocó a Stroessner, quien comenzó a brillar con luz propia: Lino Oviedo. Este militar de carrera, vinculado al narcotráfico, al tráfico de armas, a la corrupción estatal, pieza clave de una extensa red de la mafia regional y dueño de una importante fortuna, muy pronto demostró que tenía ambiciones y aptitudes para político.
 
Al integrar su poder económico ilegal a su cargo militar, Oviedo, ahora convertido en general, significa un constante factor de desestabilización antidemocrático, y se convierte en el verdadero hombre fuerte de la política paraguaya, hasta que, en abril de 1996, intenta un fracasado golpe de Estado para resistir su relevo del cargo de Comandante del Ejército.
 
A partir de ese momento, Oviedo pasa a la arena política y crea un movimiento propio, la Unión Nacional de Colorados Éticos (UNACE), que en realidad fue algo más que un movimiento interno del partido Colorado, ya que aunaba a sectores de otras tendencias partidarias unidos por un común denominador: el resentimiento hacia la democracia y el proyecto de volver al poder excluyente anterior a 1989. Esto al mezclar promesas populistas imposibles con mensajes claros contra la cultura democrática, por ejemplo, la instauración de la pena de muerte y la disolución del Parlamento.
 
Prevalido de la fortuna y la red de lealtades construida en sus años de militar en servicio activo, logra ganar las internas del Partido Colorado y postularse para presidente de la República en las elecciones generales de mayo 1998.
 
Sin embargo, la justicia llega tarde pero llega. En abril de 1998 el Poder Judicial independiente -uno de los avances logrados en la democracia- tras un accidentado proceso, logra condenar a Oviedo por el golpe fracasado de 1996 y lo inhabilita para el ejercicio de la función pública, con lo que queda fuera de la carrera electoral y recluido en una unidad militar.
 
La pugna colorada
 
La dupla presidencial del Partido Colorado, de acuerdo con sus estatutos, queda conformada con el candidato a vicepresidente del UNACE, Raúl Cubas, que pasa a ser el candidato a presidente, y el segundo candidato a presidente más votado, Luis María Argaña, enconado rival político de Oviedo, que pasa a ser candidato a vicepresidente.
 
Esta dupla -coalición política de sectores irreconciliables- gana ampliamente las elecciones imponiéndose sobre los candidatos de una Alianza, que unía a los dos principales partidos políticos de la oposición, el Partido Liberal Radical Auténtico (PLRA) y el Partido Encuentro Nacional (PEN).
 
No obstante, una vez en el poder, el UNACE comienza a cumplir su programa anunciado: el presidente Raúl Cubas libera a Oviedo por vía de un curioso decreto antes que se cumplan 48 horas de haber asumido el cargo, e implanta una política excluyente de todos los sectores, con mayor saña en contra del propio sector del vicepresidente Argaña.
 
Ante ello, la Corte Suprema de Justicia, al declararlo inconstitucional, anula el decreto que liberaba a Oviedo y ordena a Cubas que lo vuelva a prisión; pero el presidente, en una pública conferencia de prensa, se niega a cumplir la orden de la justicia y desafía al orden constitucional.
 
Paralelamente, el UNACE en su faceta paramilitar desata una campaña de terror contra sus adversarios políticos. Una ola de amenazas de muerte, atentados con bombas y armas de fuego, asaltos y copamientos con hordas de seguidores armados -en las que se contaban no pocos militares retirados- se sucede en contra de los medios de comunicación, la justicia, el Parlamento y el propio Partido Colorado.
 
Así las cosas, el Parlamento inicia el trámite del juicio político, con el fin de destituir al presidente por mal ejercicio de sus funciones y comisión de delitos contra la autonomía del Poder Judicial. El 7 de abril debía ser votada la acusación contra el presidente, primer trámite del proceso del juicio político; pero semanas antes Oviedo decide dar un salto al vacío, el 23 de marzo, sicarios ejecutan al vicepresidente Argaña, principal adversario del Gobierno y futuro titular del Poder Ejecutivo, si se reunían los votos necesarios para la destitución.
 
La sociedad se resiste
 
El magnicidio, lejos de tener el efecto paralizante que pretendía, desencadenó una reacción inusitada de resistencia civil contra el terrorismo de Estado impulsado por el UNACE. Y es que el asesinato del vicepresidente, hecho sin precedentes en la historia política del siglo XX en Paraguay, era el preludio de un inminente autogolpe con previsibles derivaciones sangrientas. En previsión de ello el Parlamento acelera el trámite del juicio, la acusación obtiene la mayoría necesaria, y el Senado inicia la etapa de juzgamiento de la irregular actuación del presidente Cubas.
 
Paralelamente, diversos sectores de la sociedad llaman a la resistencia cívica hasta que el UNACE sea desalojado del poder. La plaza del Congreso, símbolo de las libertades públicas en Paraguay, es tomada por organizaciones sociales, campesinas, militantes de partidos y de la Iglesia católica. El peligro inminente que corría la democracia logra unir a los más diversos sectores sociales en la defensa del Estado de Derecho, contra el fascismo: en la plaza se congregan ciudadanos y ciudadanas de todo tipo, desde eminentes obispos de la Iglesia hasta las ¿barras bravas? de clubes de fútbol.
 
La vigilia democrática genera una cadena de solidaridad ciudadana y desde distintos puntos del país llegan voluntarios, carpas, provisiones, agua y el apoyo necesario para que a las miles de personas que participaban de ella no les falte nada durante los días de lucha. Las centrales obreras llaman a paro cívico, y el país entero se paraliza en una huelga general indefinida.
 
Pero Oviedo, quien nunca se caracterizó por conservar la cordura en los momentos difíciles, decide dar un segundo salto al vacío, y ordena, el viernes 26 de marzo, que la plaza sea atacada por paramilitares, en una absurda intentona por quebrar el apoyo ciudadano al Parlamento. Durante varias horas, y con la complicidad absoluta de la policía y el ejército, bandas paramilitares del UNACE intentan desalojar la plaza, pero las más de 10 mil personas, allí reunidas, oponen tenaz resistencia con piedras, palos, petardos y cohetes caseros, detrás de improvisadas barricadas, en contra de las armas de fuego empleadas por los sicarios. Simultáneamente, francotiradores apostados en edificios cercanos batieron la plaza con fuego cruzado, dejando 7 muertos y más de 100 heridos; sin embargo la plaza no se entrega.
 
Cuando amanece el día sábado, el cuerpo diplomático hace llegar un ultimátum a Cubas: un solo muerto más, y la comunidad internacional quitaba su respaldo al gobierno. Cubas negocia su salida en la embajada de Estados Unidos, y dimite el domingo 28 de marzo, cuando Oviedo preparaba otro ataque -pero en mayor escala- contra los manifestantes de la plaza. El Ejército rápidamente se alinea con el orden democrático y declara su obediencia al sucesor de Cubas, el presidente del Congreso Luis González Macchi, y tanto Cubas como su valedor Oviedo, huyen del país para eludir sus responsabilidades ante la justicia.
 
La sociedad triunfante
 
Las perspectivas que surgen a partir de la caída de Oviedo son múltiples y variadas. La clase política que se unió para desalojar a Cubas llamó a un gobierno de unidad nacional entre todos los sectores pro democráticos, y hasta el momento las perspectivas son bastante alentadoras. Nunca antes existieron mejores condiciones y tantos consensos para gobernar, y es de esperar que estas situaciones sean aprovechadas al máximo para profundizar avances irreversibles en la construcción de una democracia con contenido social, y que pongan fin a la impunidad.
 
Pero, sin lugar a dudas, la sociedad civil ha sido no sólo la gran protagonista de la crisis, sino también principal triunfadora. Nunca antes la sociedad civil paraguaya había salido triunfante en una gesta democrática; todas las aventuras de la civilidad habían acabado siempre en rotundos y sangrientos fracasos. En un país domeñado por caudillos militares y por los poderes de la corrupción, la gente pudo testar por fin el poder del ejercicio activo de la ciudadanía, y salió triunfante derrotando al último caudillo militar golpista de América Latina. La sociedad tomó conciencia de su poder de movilización y del relevante rol de su resistencia activa en la resolución de la crisis.
 
Es indudable que en la historia política del Paraguay habrá de ahora en más un antes y un después de este marzo febril y sangriento, solidario y heroico, en que ciudadanos y ciudadanas de todas las condiciones, poniendo cada uno lo que podía, salvaron a la democracia en trance de muerte.
 
Publicado en América Latina en Movimiento, No. 290-1: http://alainet.org/publica/290-1.phtml
 

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