Los hijos de los campesinos, son también campesinos, muchos han sido alentados a arremeter contra los suyos en defensa de la confusa causa de una democracia de la que difícilmente ellos mismos pueden beneficiarse. En Esparta cuando los niños cumplían 7 años quedaban a merced de los ejércitos, eran entregados a la guerra. En Colombia basta ser campesino para saber que su destino estará más próximo que el de cualquier otro a hacer parte de algún ejército.
Los jóvenes de las capas medias de población, que han salido de manera casi definitiva del campo, podrán hacer uso de otras posibilidades, con el abandono de la tierra evitan el asedio de las acciones bélicas, aunque no escapen en las ciudades a los otros males conectados a las múltiples violencias y degradaciones humanas. En la ciudad es más fácil hacerse a una libreta militar para evadir la indolente practica del servicio militar obligatorio –para los de ruana- pagar su libreta militar y obtener un empleo, un oficio, una actividad que aleje la opción de la guerra. Las elites del capital y del poder no tienen esos riesgos, no tienen que escapar, las reglas están de su lado, no es usual encontrar en las filas de la guerra o en los campos de batalla a los hijos de la clase política o a de los dueños y ejecutivos de las empresas más rentables, sin embargo la guerra los divierte, la anuncian, la alientan, la invocan, la extienden, la entienden. Si excepcionalmente alguno va tendrá un mando asegurado y la complacencia personal o de gusto estético por sus formas y representaciones sociales, de honor y valentía.
Ahora que las movilizaciones sociales ponen a la vanguardia a los campesinos, muchas personas e incluso sectores sociales, empleados, comerciantes y funcionarios que estaban indiferentes ante el contexto de desigualdades y violencia empezamos a reconocerlos. Se les ve en las calles, en los barrios, en las universidades, en los campos de cultivo. Son cultivadores que por siglos le han trasmitido a la siguiente generación la tradición de convertir a las semillas en alimento, en sabiduría y en formula de resistencia, como también la enseñanza de que la honestidad y la solidaridad sirven de base a la dignidad y valen más que las riquezas materiales o los títulos nobiliarios. Pobre pero honrado o la palabra empeñada da la razón, dicen sus consejos. En la movilización se les ve dispuestos a hacerse oír y exigen ser tratados sin la violencia, sin agresiones provenientes justamente de quienes desde el poder la ejercen. Se descubre en sus rostros las huellas de su capacidad de resistencia. Reclaman atención, reconocimiento, soluciones, no piden cheques en blanco, ni dinero para calmar su pobreza, piden garantías para ser atendidos como lo que son: Pueblo.
Los campesinos han aprendido a sobrevivir en medio de las atrocidades de la guerra, han enterrado miles de muertos que llevan sus apellidos, han construido con sus manos parte esencial de la historia de este país, han padecido las incesantes e interminables oleadas de despojo y desplazamiento y están ahí, aunque han sido históricamente negados, humillados, invisibilizados, estigmatizados, igual lo están los indígenas de todos los pueblos que después de 500 de años de opresión y olvido aun están ahí. Hace 300 años los campesinos fueron obligados a dividir sus parcelas en dos, una llamada el campo de dios, para producirle bienes a la iglesia y otra para producir su propio alimento llamada el campo del hombre. En el siglo XXI el campo de dios lo reemplazó el estado que en su forma ya privatizada, controla las semillas, los fertilizantes, los ciclos de cosecha, los precios, las importaciones y los TLC y; el campo del hombre que ya no da el sustento mínimo para completar la vida con garantías, debe entregar a sus hijos a la guerra a pagar con su vida lo que la tierra manchada de sangre ya no puede producir.
Los campesinos entregan sus hijos a la guerra y estos mismos hijos de la tierra le son devueltos vestidos de uniformes y con las palabras de guerra a combatir a sus padres, a pisar sus raíces, a arremeter contra sus propias familias, sus padres, sus hermanos, sus madres, sus novias. A los campesinos se les ve sinceros y profundos en sus reclamos y a hijos los uniformados tristes y derrotados, porque saben que no se puede ganar una guerra contra sí mismos y menos aún si la sangre derramada es la de los suyos. Algunos ejércitos en la historia han silenciado sus armas para no enfrentar a los suyos. Ese mismo gesto esperan los campesinos de sus hijos soldados y policías, de los escuadrones que están llenando las cárceles, los hospitales y la cotidianidad con el dolor de los suyos. Cuando en una sociedad los padres entierran a sus hijos convertidos en héroes de guerra o los hijos convertidos en héroes matan a sus padres para ganar la guerra, es hora de reconocer en colectivo la terrible enfermedad que padecemos y también hora de rechazar que mientras esto ocurre los empresarios y políticos se mantengan reunidos para hablar de libertad y buenos negocios, producidos con el esfuerzo de soldados y policías convertidos en trabajadores que custodian la extracción de la riqueza que solo pocos llevan a su contabilidad.
Las luchas sociales de los campesinos, representan y convocan desde unas regiones en particular que por años estuvieron en silencio, que este tiempo es de luchas contra el sistema, contra los modos de ejercer el poder y hacer una democracia de exclusiones al servicio de una minoría, contra los intereses de las elites del poder y la riqueza, en fin parecen un anuncio de luchas transversales de los oprimidos contra los opresores, de los explotados contra los explotadores y reclaman también que las elites manden sus hijos a los campos de batalla, ya que tanto les gusta la guerra y los partes de victoria. Los campesinos reclaman soluciones de fondo y por eso sus luchas son de igual dimensión, de tal dimensión que parece empezar a incendiarse la pradera, las calles se llenan de gentes comunes y corrientes, que esta vez no vienen alentando el consumo, si no dignidad y soberanía… ojala la arrogancia del poder cese y los campesinos en uniforme detengan la furia de los fusiles y coloquen flores en sus bocas de fuego.