Al Estado no le importa la gente, le importan los negocios

24/08/2013
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Lo que ocurre en las calles de las ciudades, en los campos de cultivo, en las universidades, en los hospitales, en los pequeños comercios que de facto crean un auténtico paro cívico al cerrar las puertas de sus negocios y apoyar las protestas, en los barrios que con barricadas defienden a sus hijos de la brutalidad policial, en las plazas de mercado, al interior de los sindicatos que preparan sus anuncios de apoyo, no es un asunto papero, es un asunto complejo, que incorpora la inconformidad social que estaba en ebullición y pone en jaque al modelo de pensar y hacer la sociedad y gestionar los conflicto. Las movilizaciones a la vez que denuncian y ponen al descubierto, proponen otros modos de vivir, de soñar, de construir la democracia, de distribuir la riqueza. Denuncian la barbarie, ponen al descubierto no la incapacidad, si no la estrategia de gobernar sin contar con los otros y proponen abandonar el modelo neoliberal, que en menos de dos décadas destruyó las bases económicas, sociales, políticas, culturales y ambientales del país, enajenó el patrimonio colectivo y enterró a sus mejores hombres y mujeres en una fiesta de sangre que no termina. La salud y la educación dejaron de ser derechos para convertirlos en negocios, las empresas de la nación fueron planificadamente saqueadas y entregadas a inversionistas, el agua, la energía, los ferrocarriles fueron vendidos para pagar deudas de guerra. 
 
El Estado trata de afirmar a sangre y fuego sus políticas de guerra y acumulación, no da muestras de debilidad, es arrogante, convierte a muchos de sus funcionarios en replicantes de discursos y prácticas del odio de clase, se convierten en una burocracia astuta no para resolver si no para engañar, para disolver, recitan normas y reglas para intimidar, como lo hacen los helicópteros al sobrevolar sobre las movilizaciones. El Estado en cada una de sus partes actúa con cálculo político y cuenta votos, unas veces finge mediar cuando le corresponde resolver, intervenir y gobernar, conforme a las reglas consensuadas de derechos y garantías para realizarlos, de democracia con mayorías y minorías y sin exclusiones, discriminaciones, ni eliminaciones.
 
Las calles y veredas dejan ver la multitud de lo que es un pueblo, son de todos los colores y texturas, hay indios, negros, mulatos, mestizos, mujeres, hombres, niños, jóvenes, estudiantes, obreros, campesinos, mineros, trabajadores, funcionarios, artistas, comerciantes, todos ellos tienen en común ser las victimas inmediatas de la aplicación de unas políticas de terror, negación y olvido por parte del Estado y del gobierno y solo se podrá llegar a una pretendida normalidad con base en negociaciones del conflicto social como un todo, que puedan darse en mesas colectivas, dispuestas a tocar el fondo las estructuras de desigualdad, de ejercicio del poder del estado y de participación de los sectores excluidos y de las políticas de distribución de la riqueza. Aquí no puede haber inamovibles, ni el estado autoconvocarse para fijar las reglas. En las movilizaciones hay una idea de pueblo que empieza a cobrar vigencia, se materializa y reclama lo suyo, y crece la conciencia colectiva de que él es el soberano, no sus gobernantes. En las calles las gentes están mostrando rabia, indignación, hastió, se niegan a ser convertidos cada uno por separado en un recurso más, en otra mercancía. Los mercados se cierran y las gentes abren sus ojos, sus oídos, sus sentidos, hay un ambiente que deja ver el fracasado del modelo de relación Estado-Sociedad.
 
El Estado ratifica con sus actitudes que no le interesa la gente, le interesan sus negocios. Los pobres, son un buen negocio cuando pueden ser tratados como siervos, pero un mal negocio cuando piensan y reclaman por cuenta propia. Los campesinos siembran papa, cebolla, arroz, maíz -ahora dedicado a ser alimento para vehículos-, mientras el estado siembra terror, infunde miedo, empuja a sus escuadrones de “militares con civiles encubiertos” a destrozar vidrieras, golpear mujeres, niños, ancianos, torturar o inclusive desaparecer jóvenes.
 
P.D. Los jóvenes siembran rebeldías, ideas, imaginación y estarán atentos a salvar fragmentaciones, fortalecer unidades y mantener las Universidades y Centros escolares en actividad eludiendo cercos y provocaciones, que le sirvan al Estado para justificar las decisiones prefabricadas que se pagan con la bolsa, para cerrar como equivocado sinónimo de normalizar, es decir dispersar, estigmatizar y judicializar. Abrir para evaluar, saber de heridos, detenciones y brutalidades.
 
 
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