Cacerolazos campesinos (II)
26/08/2013
- Opinión
Así como los campanazos dan señales de novedades y anuncian grandes acontecimientos en la vida de los pueblos, los cacerolazos, desde comienzos de la década del 70 en Chile, han venido anunciando que algo no está bien en los gobiernos. Son una herramienta de denuncia, en oposición a determinadas actos del gobierno, representan rechazo, inconformidad, rabia. Incluso llevaron a acelerar la dimisión de presidentes altamente cuestionados como de la Rúa en Argentina en 2001.
Los cacerolazos son una forma de protesta efectiva que señalan actos populares de conciencia, rechazo y descontento respecto a políticas y acciones del gobierno. Su expresión es la combinación de ruidos y sonidos que brotan de todas partes, de adentro de las casas, de la congregación de personas en un lugar o como ha ocurrido estos días, de extensas, festivas y solidarias movilizaciones que hacen de la política también una apuesta ética, de respaldo sincero y de compromiso con quienes consideran la base de sus orígenes: son los campesinos que están siendo irrespetados por el poder arrogante que minimiza y aparece indiferente a sus demandas, que son las mismas de un pueblo entero que toma partido por lo que le pertenece. Los cacerolazos son una forma de rendirles tributo a quienes a cambio de muy poco entregan sus vidas trabajando de sol a sol para cuidar, consentir, querer la tierra y arrancarle cosechas sin destruirla. De la tierra sacan los exiguos recursos para pagar la educación de sus hijos. De la tierra sale la vida, por la tierra se lucha por la tierra se muere. Los campesinos no están obligados a labrar la tierra, ni a alimentar a nadie, sin embargo lo hacen, porque es su vida en juego, su identidad, nuestra identidad.
Los cacerolazos han estado acompañados, también de un uso intensivo de tecnologías de la información, que algunos han llamado cacerolazos cibernéticos, en una especial y novedosa combinación del azadón y el ciberespacio como herramientas de lucha que cuando se juntan multiplican las luchas, que ya no son solo locales y aisladas del contexto global. La ONU ya sabe lo que ocurre en materia de derechos humanos por los videos caseros hechos con manos campesinos, de estudiantes, de obreros, también lo saben los indignados de Londres, de Madrid, los campesinos Sin Tierra de Brasil, los Zapatistas indígenas y Campesinos de Chiapas y los tenderos de enfrente de cada barricada popular.
Hace una década, pocos sabían lo que ocurría del otro lado, hasta que el mundo supo de las torturas que aplicaban los soldados americanos de ocupación en Irak en la cárcel de Abu Grahim a los llamados enemigos terroristas (campesinos de otras tierras) gracias a la cámara del celular con el que un soldado que creaba souvenirs de amor para enviarle a su novia. Hoy supimos de la brutalidad del ESMAD que sin indolencia golpeaba para destruir la movilización y los cuerpos de sus participantes, pero también supimos de la realidad y verdad de lo que ocurre, que no resulta igual a lo que ofrecen los medios tradicionales, gracias a que cada quien con cámara o celular en mano y con el uso de redes sociales ha influido para detener una barbarie sistemática, que no corresponde a hechos aislados, si no a formas precisas de instrucción para hacer prevalecer el daño y sembrar el miedo.
Los cacerolazos en decenas de plazas, avenidas, ciudades y campos de cultivo, le hicieron oír al presidente y a su equipo de gobierno, que el paro sí existe y es justo, legítimo y duradero. Pero también se lo hicieron saber a los medios de des-información nacional al servicio del aturdimiento y la construcción parcial de verdades, que trata de confundir todo el tiempo consecuencias con causas y victimas con victimarios. Ya no es secreto que en un país agropecuario los campesinos representan la base social más importante cuando se trata de alimentar a la población y que llevar ruana no significa que puedan ser tratados como ovejas como ellos mismos lo han señalado.
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