Reivindicación casi unánime de la figura de Salvador Allende
Operaciones sucias de la CIA, una clave del golpe pinochetista
09/09/2013
- Opinión
Mañana se cumplirán 40 años del golpe en Chile. El aniversario generó actos y polémicas. Para la mayoría emerge intacta la figura de Salvador Allende. Y como Pinochet es indefendible, a lo sumo una parte de la derecha habla de “dos demonios”.
Cuando el médico socialista fue cercado en el Palacio de la Moneda, el 11 de setiembre de 1973, traicionado por Augusto Pinochet y Fuerzas Armadas reputadas como “constitucionalistas”, decidió pelear hasta el final. Y allí murió. Aparentemente se suicidó para no caer vivo en manos de la jauría pinochetista que le tenía reservado una muerte con torturas y desaparición, como luego se vio en ese Chile que empezaba una triste etapa.
En su última alocución radial, “Chicho” Allende pidió a sus seguidores: “sigan ustedes sabiendo que mucho más temprano que tarde se abrirán de nuevo las grandes alamedas por donde pase el hombre libre, para construir una sociedad mejor”. No se entregó ni pidió clemencia a quienes no se la darían, ni a él ni a su gente, como se supo en los diecisiete años de pinochetismo subsiguiente.
El cronista comparte la opinión de José Pablo Feinmann, en la contratapa de Página/12 de anteayer (en otros tópicos no hay coincidencia). Escribió el Feinmann bueno: “¡Ah, don Salvador Allende, ojalá hubiera yo tenido alguna vez en mi patria un líder como usted!”.
La referencia lleva a la comparación con quienes gobernaban en Argentina en 1930, 1955, 1966 y 1976. Ninguno de los derrocados actuó con los valores allendistas.
La evocación de ese médico nacido en Valparaíso hoy es favorable por su actitud antigolpista y, sobre todo, por su gestión en esos casi tres años de gobierno. Su ex ministro de Salud, Juan Carlos Concha, dijo ayer a Prensa Latina: “de las 40 medidas puestas en práctica de manera inmediata, 12 estaban relacionadas con la salud pública. Antes del triunfo de la Unidad Popular se graduaban anualmente 250 médicos, y se elevó a 800, al abrirse la posibilidad para que muchas personas pudieran estudiar medicina”.
CIA movía los hilos
El programa de la Unidad Popular no se limitaba a buenas medidas para mejorar la salud de los chilenos. Más importante que eso, apuntaba a la nacionalización del cobre, uno de los recursos naturales más importantes. Con esos ingresos de la minería, como hoy Venezuela con su petróleo, se podrían financiar muchos programas sociales que los “momios” habían postergado.
Con esas módicas reformas, pero decisivas, se buscaba una vía pacífica hacia el socialismo. Allende se había presentado a las presidenciales de 1952, 1958, 1962 y 1964, y había perdido. Recién la quinta fue la vencida y no la tercera, como se suele decir. Por eso “Chicho” no quería fallar. Prefería ir paso a paso, con la legalidad y los votos, sabedor que el imperialismo estaba siendo vulnerado en los '70 en varios teatros de lucha internacional, caso Vietnam. Había que ser inteligente y no precipitarse.
Quizás hubo un aspecto que aquél no tuvo suficientemente en cuenta: la derecha y la Democracia Cristiana, las corporaciones empresarias, los golpistas de las Fuerzas Armadas y el diario “El Mercurio”, serían parte de un complot de la CIA para su derrocamiento.
Más aún, cuando Allende fue candidato en 1964, detrás de su cuarta derrota estuvo la mano de la Casa Blanca y su central de inteligencia. Este domingo 8/9, el periodista colombiano Hernando Calvo Ospina se refirió a ese complot en “El derrocamiento de Allende, contado por Washington”. Allí se lee: “desde 1961, apenas posesionado, el presidente John F. Kennedy nombró un comité encargado de las elecciones que se desarrollarían en Chile tres años después. Según la investigación de la Comisión Church del Senado estadounidense, estuvo compuesto de altos responsable del Departamento de Estado, la Casa Blanca y la CIA. Este Comité fue reproducido en la embajada estadounidense en Santiago, capital chilena. El objetivo era impedir que el candidato socialista, Allende, ganara los comicios”.
Sangriento 1973
Si esos preparativos tomaron las autoridades norteamericanas cuando Allende perdió en las urnas en 1964, es fácil imaginar las que llevó a cabo cuando ese riesgo se pudo concretar, tras la victoria de UP en noviembre de 1970.
Richard Nixon, su secretario de Estado Henry Kissinger, el jefe de la CIA Richard Helms, el Operativo Unitas, la ITT, los espías de Washington y en la misma embajada norteamericana en Santiago, el empleo de los militares y paramilitares anticomunistas, el citado diario, la clase media cacerolera (que debutó con ese método recientemente importado por los vecinos de Recoleta) y un largo etcétera: todo fue puesto en acción, articulado al objetivo de abortar un gobierno de avanzada.
La cosa venía con sangre. Una de las primeras acciones de ese bloque golpista fue el asesinato del general René Schneider, partidario de que los militares se subordinaran a las autoridades civiles. Eso era casi ser un agente comunista. Y Schneider fue suplantado por Carlos Prats González, otro general democrático que sólo pudo mantenerse un tiempo. El acoso golpista llevó a que Allende le aceptara la renuncia y entonces Augusto Pinochet Ugarte, supuesto institucionalista, llegó a la conducción del Ejército, en agosto de 1973. Un mes después se revelaría como un perfecto traidor, encabezando el putsch motorizado por los jefes de la Marina, la Aviación y Carabineros.
Prats terminó asesinado en 1974 en Buenos Aires, junto a su esposa, luego que una bomba estallara en su auto, colocada por agentes pinochetistas, de la Triple A y la CIA, que debía pagarles a ambos, especialmente a Michael Townley. El norteamericano, de la Dirección de Inteligencia Nacional (DINA), puso ese explosivo en el auto de Prats y en 1976 en Washington en el auto del ex canciller chileno Orlando Letelier, asesinado junto a su secretaria Ronni Moffit.
Indefendible Pinochet
El tirano debió dar un paso al costado en 1990, luego de perder una consulta popular, pero siguió sentado en una banca de senador vitalicio.
Hoy no puede ser defendido por casi nadie. En su ominosa foja de servicios está la traición a Allende, los 3.500 asesinados políticos y detenidos desaparecidos relevados en 1991 por la Comisión Rettig, la entrega a las multinacionales, el “Plan Cóndor” con Videla, Stroessner y otros dictadores del Cono Sur, los servicios al Reino Unido contra Argentina en la guerra de Malvinas, etc.
Como si todo eso fuera poco, además fue un ladrón pues robó dineros públicos para sí y su familia, ocultando esos fondos en cuentas bancarias secretas. Solamente la complicidad civil y judicial de la que estos días, muy tardíamente, se hizo eco la Corte Suprema de Justicia de Chile, explica que el nazi trasandino muriera años atrás técnicamente “inocente”. De este lado de la cordillera al menos Videla falleció condenado y en una celda...
La derecha que hoy gobierna por medio de Sebastián Piñera ha pedido una autocrítica compartida “por todos los sectores”, con vistas a una reconciliación. El pinochetismo es tan indefendible que Piñera admitió que “aún falta verdad y justicia”. Con un caradurismo a toda prueba, la dupla derechista Unión Democrática Independiente y Partido de Renovación Nacional, pero sobre todo la primera, han solicitado que los partidos que integraron la Unidad Popular en 1970-1973 también hagan su “mea culpa”.
Nada nuevo sobre los Andes; se trata de la versión trasandina de los “dos demonios”. Afortunadamente el ex presidente Ricardo Lagos manifestó el 6/9 que su sector socialista rechazaba pedir perdón por el gobierno de Allende. La hija del derrocado, Isabel, también criticó esa pretensión de “homologar situaciones” completamente distintas. Una cosa son errores y otra horrores, dijeron.
Rol del MIR
En la mencionada columna de Feinmann hubo una doble mención contra el Movimiento de Izquierda Revolucionaria (MIR) que este cronista cree desacertada. “(Allende) tuvo una queja constante, un repudio sin tregua, del MIR”, embistió al comienzo. “Los del MIR fueron funcionales a los golpistas”, pontificó al final, como hace invariablemente con el rol de la guerrilla en Argentina.
Al centro, Miguel Enriquez, dirigente del MIR asesinado por la dictadura |
El balance de las causas de la derrota popular de 1973 exceden largamente el tema de esta nota y seguramente hubo varios errores entre los protagonistas de la Unidad Popular y sus acompañantes de izquierda.
Los hubo de las dos partes, no de una como sostiene el filósofo. La designación de Pinochet como jefe del Ejército no fue precisamente una decisión de Miguel Enríquez, jefe del MIR. La ley de armas, para requisar armas de los sectores populares que querían organizar la resistencia antes del fatídico 11/9, tampoco. Los marinos pertenecientes al MIR que denunciaron los aprestos golpistas fueron torturados y presos en vez de tomarse nota de sus denuncias. El intento de resistencia en los cordones industriales contó con la participación de aquella militancia. La mayoría de sus dirigentes murió luchando contra la dictadura, caso de Enríquez y muchos más. El libro “Las armas de ayer” de Max Marambio, del GAP (Grupo de Amigos del Presidente) cuenta del papel de esos luchadores que se jugaron por Allende y defendieron la embajada de Cuba en Santiago el día del golpe. Es un libro que el autor de “El flaco” debería releer antes de escribir esas pavadas.
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