Elecciones en Chile: desplazamiento a la izquierda

17/11/2013
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El revolucionario patriota latinoamericano, Manuel Belgrano, escribió durante la guerra de independencia de España que las armas no podían ir un paso más allá de la opinión, graficando que en política la opinión pública lo es todo, al punto de que ambos, política y opinión, pueden considerarse sinónimos. Y las elecciones generales del 17 de noviembre pasado en Chile han puesto en evidencia el desplazamiento indetenible de la opinión pública y de la política chilena hacia la izquierda. 
 
 Tras veinte años de una democracia cuyo diseño institucional es herencia de la dictadura de Pinochet, y de predominio implacable del neoliberalismo como ideología y como programa económico, las urnas han dado un irreparable golpe a ambas.
 
Más democracia y más igualdad
 
La candidata ganadora de la primera vuelta, la ex presidenta Michelle Bachelet, obtuvo casi el 47% de las preferencias, con un programa que en lo esencial recoge las demandas ya incontenibles de más democracia y más igualdad. Ambas reafirmadas con vehemencia por la candidata en su discurso de análisis de los resultados.
 
 Concretamente, se trata de democratizar la institucionalidad, por medio de una nueva Constitución Política. Esto implica el compromiso de acabar con el “duopolio”, el predominio de la ley electoral binominal, que ha permitido el anti democrático reparto de los cargos del estado entre la derecha pinochetista y la concertación de la propia Michelle Bachelet durante las últimas dos décadas. 
 
Y de mayor igualdad, vía reforma tributaria para que los que más tienen aporten más, en estrecha relación con el fin del lucro en la educación para que sea de calidad y gratuita, y a la urgente reducción de la brecha salarial que convierte al país en uno de los más desiguales del mundo, con una diferencia de 27 veces más para el 10% con más altos salarios sobre el 10% con salarios más bajos. Ambas, lucro educativo y desigualdad extrema, generados bajo los gobiernos anteriores de la propia concertación política de Bachelet.
 
 Lo cual explica por qué la candidata habla de una "nueva etapa" y por qué no ha podido ganar en primera vuelta, como ciertos medios y encuestas se esforzaron por vaticinar. Es el pasivo neoliberal de la concertación y la propia Bachelet, aún siendo la figura más excepcionalmente prestigiosa y legítima, la única de hecho capaz de ganar estas elecciones. 
 
 El desplazamiento
 
Para comprender la magnitud de este desplazamiento de la política chilena hacia la izquierda y las particulares formas en que se presenta, resulta analizar con más detalle los resultados electorales.
 
En la propia votación de la Concertación, está mezclada la votación del Partido Comunista (PC) con el que va en alianza desde las elecciones pasadas de 2009. El PC mantuvo un voto “duro”, invariable, de 7%, intentando levantar una alternativa propia de izquierda desde el término de la dictadura. La ley binominal y el duopolio lo dejaban sin representantes en el Congreso. Con su alianza con la Concertación obtuvo tres diputados y en esta ocasión ha doblado ese número. Lo más significativo es que se trata en buena parte de jóvenes ex dirigentes de las protestas estudiantiles como Camila Vallejo que representan una postura mucho menos burocrática y más consecuente que la de los viejos dirigentes. Un ejemplo, mientras Jorge Tellier, actual dirigente y recién re electo diputado comunista hace gala pública de chovinismo frente a Bolivia, Vallejo ha declarado públicamente la necesidad de dar solución marítima a este país.
 
Se suma a ello el caudal electoral del candidato progresista, Marco Enríquez Ominami, quien rompió con la concertación de Bachelet y capitalizó el voto de protesta y descontento en la elección pasada con un 20%, pero al que el binominal y el duopolio le impidieron contar con representantes en el congreso. En esta ocasión, obtuvo casi el 11%, pero como el mismo señaló con un voto de propuesta, mucho más maduro políticamente, con un partido consolidado, el Pro, y refrendado como la tercera fuerza política del país. Ya en la elección anterior Marco Enríquez levantó un programa que en lo esencial es el planteado por Bachelet en esta ocasión.
 
Muy significativo es el hecho de que otros tres candidatos progresistas y de izquierda, el nuevo partido Igualdad, el humanismo y el ecologismo, suman entre los tres alrededor de un 7%, equivalente al histórico y hasta ahora excepcional electorado del PC. Todos ellos comparten en lo esencial, como mínimo, el programa de democratización e igualdad del PC, Enríquez Ominami y ahora Bachelet.      
 
Finalmente, en ese balance, debe considerarse la altísima abstención, que tras la instauración del voto voluntario en la elección municipal pasada, mostró el desapego de buena parte de los votantes hacia una institucionalidad y una política neoliberal desprestigiadas. En esta ocasión, poco menos de la mitad de los 13,5 millones de electores no concurrió a sufragar. Entre ellos, hay un sector activo de grupos de izquierda que se han marginado de las elecciones, pero que contribuyen con su activismo al desplazamiento progresista de la opinión. 
 
Pinochetismo a la deriva
 
 La derecha pinochetista, tras el desgaste abrumador del gobierno con Sebastián Piñera, ha considerado, y con razón, una victoria el haber mantenido un histórico mínimo electoral del 25% y pasar a segunda vuelta. No tiene absolutamente ninguna posibilidad de disputar el triunfo en esta segunda vuelta. No sólo por el desplazamiento indetenible hacia la izquierda de la opinión, sino porque su candidata, Evelyn Matthei, hija de un ex general de la fuerza aérea golpista, en vez de seguir el camino de todas las derechas latinoamericanas, el de la demagogia que busca recoger las demandas de democratización e igualdad, ha mostrado una suicida sinceridad en su discurso de análisis de los resultados, enfatizando su oposición a esas demandas. Para colmo, un candidato joven y carismático que rompió y salió de sus filas para ir como independiente y que ha logrado el cuarto lugar con alrededor de un 10%, la ha denostado públicamente y ha declarado que no votará en segunda vuelta.
 
Signos de madurez
 
 Hay también otros signos de madurez de las fuerzas progresistas y de izquierda en los discursos públicos de análisis de los resultados de varios de sus candidatos, especialmente de Enríquez Ominami que es el de mayor caudal electoral, aunque el binominal y el duopolio lo dejan con apenas un congresista o ninguno. Los explícitos llamados a las otras candidaturas a “construir un espacio común” muestran que tras la insoportable fragmentación, la responsabilidad y la sensatez se van abriendo camino en este sector.
 
Lo que sigue
 
Lo que sigue es el triunfo electoral de Bachelet, que aparece como un mero trámite, el próximo 15 de diciembre. Y el complejo camino por el cual ella y la concertación deberán sortear la oposición de los poderes fácticos económicos, para los que gobernaron antes, y cumplir los compromisos electorales asumidos e impuestos por el desplazamiento de la opinión.
 
Frente a esas presiones, está la existencia en sus propias filas de fuerzas consecuentes con ese programa, como la de los jóvenes ex dirigentes estudiantiles. Fuera de la concertación, están las otras fuerzas progresistas y de izquierda, que aunque todavía fragmentadas suman en conjunto un poderoso 20%, con un programa bien definido y que la opinión ahora apoya. Y, aunque las mayorías en el congreso impuestas por la institucionalidad pinochetistas para realizar cambios son altisímas, la virtual presidenta ha recibido de las urnas la mayoría suficiente. Sólo es cuestión de voluntad y coraje político.     
 
De ese juego de fuerzas dependen los grados y formas que adopte el desmonte de la institucionalidad pinochetista y neoliberal. La candidata pinochetista Matthei ha dicho públicamente que las reformas planteadas por Bachelet significan abrir un camino que representa un golpe de muerte al actual modelo político y económico.
 
Tiene toda la razón. En cualquier caso, la institucionalidad pinochetista y la economía neoliberal son ya un cadáver insepulto en Chile. Sólo es cuestión de tiempo, de formas y de ver quién finalmente cumplirá o no esa tarea histórica.
  
Ricardo Jiménez  es sociólogo
 
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