A tres años de San Andrés
24/02/1999
- Opinión
Si durante la Colonia se discutía si los indios tenían o no alma, y a partir
del cardenismo se reclamaba su necesaria desaparición en la identidad común
del ser mexicano, a raíz del levantamiento zapatista de enero de 1994 y de
la aprobación de los acuerdos de San Andrés sobre derechos y cultura
indígenas se debate si deben o no tener derechos especiales.
La negativa a reconocer la existencia de su alma, de su identidad propia o
de sus derechos es, más allá de las diferencias en el tiempo, parte de un
mismo pensamiento: el que, bajo el argumento de la superioridad racial o del
mestizaje como destino fatal, se niega a aceptar el derecho a la otredad de
los que son culturalmente distintos.
Durante tres años se ha debatido la cuestión indígena con una intensidad,
apasionamiento y virulencia desconocidos en nuestra historia reciente. Al
calor de la discusión han emergido prejuicios e idealizaciones. Al lado de
opiniones informadas y cultas han aparecido juicios desafortunados e
ignorantes. La reflexión sobre la cuestión indígena parece, en ocasiones,
un laberinto de equívocos del que no hay salida.
Este debate sobre los derechos indígenas y de algunas de sus consecuencias
en la política nacional y en la formación de un nuevo actor (el movimiento
indígena autónomo agrupado en el Congreso Nacional Indígena) se ha
desarrollado a partir de la firma de los acuerdos de San Andrés. La
cuestión indígena se ha colocado en el centro de la agenda política
nacional. Los contornos de la identidad nacional, las políticas de combate
a la pobreza, la democratización del país, la naturaleza de un nuevo
régimen, las relaciones entre moral y política han adquirido nuevos
contenidos. No habrá reforma del Estado sin solución a la cuestión
indígena. No habrá paz en Chiapas al margen de una reforma Constitucional
que reconozca los derechos de los pobladores originarios de estas tierras.
Un proyecto de futuro
La nueva lucha india, articulada e impulsada por el zapatismo, tiene
profundas implicaciones para la formación de otro modelo de país. Impulsora
de multiculturalismo democrático, es una fuerza central en la resistencia a
una globalización que sirve a los intereses de los más poderosos, y una
promotora de los derechos de las minorías y del combate a la exclusión.
Gestora de un nuevo pacto nacional basado no sólo en los individuos sino
también en los pueblos, estimula la reinvención del Estado y la nación que
queremos.
Los acuerdos de San Andrés son la demostración de que los pueblos indios
existen, están vivos y en pie de lucha. Son la evidencia de que los viejos
y nuevos integracionismos, disfrazados de nacionalismo o universalismo, no
han podido desaparecerlos, de que una parte de nuestra intelectualidad y
nuestra clase política sigue profesando un liberalismo decimonónico
trasnochado. El testimonio de que no son sólo "reliquias vivientes", sino
actores políticos dotados de un proyecto de futuro, culturas acosadas, pero
vivas poseedoras de una enorme vitalidad.
En San Andrés se oficiaron los funerales del indigenismo. El Estado
mexicano tuvo que reconocer su orfandad teórica sobre la cuestión indígena y
el fracaso de sus políticas. Todavía está instalado en el duelo. En su
lugar se ha desarrollado un pensamiento nuevo, vigoroso y profundo que
modificará la cultura y la política nacional. Un pensamiento surgido de
años de resistencia y reflexión sobre lo propio y lo ajeno. Resultado de la
gestación de una nueva intelectualidad indígena educada y con arraigo en las
comunidades, de la formación de cientos de organizaciones locales y
regionales con liderazgos auténticos y del conocimiento de las luchas
indígenas en América Latina. Ese pensamiento, esos intelectuales y
dirigentes, ese proceso organizativo, fueron los que tuvieron en San Andrés
un punto de encuentro y convergencia, como nunca antes lo habían tenido.
San Andrés representa la fractura del ciclo de dominación ejercida sobre los
pueblos indios, el resquicio por el que se meten, una vez más, a la disputa
por el futuro. A tres años de la firma de los acuerdos, San Andrés se ha
convertido en el símbolo del incumplimiento de la palabra presidencial pero,
también, en referencia fundacional de un nuevo país. Este 21 de marzo, la
consulta convocada por el EZLN mostrará que el futuro ya no es lo que era.
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