Puerto Rico y su contradictorio pasado militar en el Caribe

26/11/2013
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SAN JUAN, Puerto Rico, 26 de noviembre de 2013 (NCM) – Los intentos por poner fin a los más de 500 años del uso de Puerto Rico como colonia imperial, que hasta ahora tropiezan con sordera en Washington, han llegado al punto en que comienza a hacerse pertinente la revisión de lo que ha sido el papel militar en la región de esta pequeña nación isleña, ubicada en lo que se considera un punto estratégico en el Caribe.
 
Vital en ese análisis frío de la utilidad geopolítica de este pequeño punto en el noreste del archipiélago de Las Antillas, equidistante de Guantánamo y de Caracas, viene a ser el papel que jugó en el siglo XVII, en momentos en que esta región latinoamericana comenzó a tomar sus perfiles actuales.
 
Sin embargo, se trata de una historia que pocos quisieran recordar, mucho menos tenerla en cuenta en la toma de decisiones cuyas consecuencias podrían tener efectos tanto para mejorar las relaciones Norte-Sur, como para empeorarlas.
 
Ya en el siglo XVI Puerto Rico había sido utilizado como base de asalto para lanzar fallidas operaciones militares contra el arco oriental de islas conocidas como las Antillas Menores, cuyos fracasos dejaron ese flanco abierto para el establecimiento de bases de piratas y corsarios. De igual forma sirvió para el intento de colonizar la América del Norte a través de la Florida y de explotar las salinas de Araya en América del Sur, que no tuvieron la relevancia de las conquistas de México y el Perú.
 
En el tránsito de ese siglo y el siguiente, Puerto Rico quedó incluido en una serie de enclaves de fortalezas militares a levantarse en la costa caribeña de México, Cuba, la Florida, La Española, Cartagena y hasta la misma Araya, en lo que es hoy el noreste de Venezuela. Así, al comenzar el siglo XVII, desde San Felipe del Morro, todavía en construcción, se lanzó una operación de apoyo militar de ejecución y consecuencias funestas para todos los involucrados.
 
En la segunda mitad de 1605 y por orden de la Corona española, zarpó de Puerto Rico una compañía de 150 soldados bajo el mando del capitán García de Torres, entonces comandante –o sargento mayor- de El Morro, como apoyo al gobernador de La Española Antonio Sánchez Osorio, quien ya había comenzado a devastar el norte y oeste de esa colonia para tratar de poner fin a los tratos con enemigos de España. De lo que hizo García de Torres durante la expedición es poco lo que se sabe, pero de sus primeras tareas fue la de reforzar la tropa de Puerto Rico con otros 50 reclutas entre extranjeros residentes.
 
De esas pocas cosas sobre sus hechos en la isla vecina que aparecen en documentos de la época están que dirigió tres combates navales contra piratas y que un hijo suyo  fue bautizado en Santo Domingo, con el propio gobernador Osorio como padrino. Lo que sí se ha documentado con gran amplitud es cómo fueron expulsados de sus hogares y haciendas los pobladores y la manera en que los solados daban 24 horas a la gente para ponerse en marcha con lo que pudieran llevar de sus pertenencias, a la vez que quemaban casas y demás edificaciones, salaban la tierra y arrasaban con todo.
 
Aquellas operaciones fueron a fuego y sangre y los vecinos que se negaban a irse eran ahorcados sin más, de manera sumaria. Por supuesto, hubo resistencia como en el valle de Guaba, donde los alzados abrieron fuego de mosquete bajo el mando del mulato Hernando de Montoro, que se convirtió así en uno de los primeros héroes de las luchas emancipadoras en la América hispana y a quien nunca lograron capturar, como tampoco pudieron echar mano a muchos esclavos que también se alzaron y desaparecieron. 
 
Las devastaciones destruyeron la economía y sentaron las bases para que surgieran los bucaneros y toda otra gama de piratas en aquellas costas devastadas, además del espacio para que el oeste de La Española pasase a manos francesas, cosa que España terminó aceptando formalmente a finales del siglo XVII.
 
Mientras tanto, en Puerto Rico, García de Torres gozaba de una reputación tal que en 1606 –cuando aún se encontraba en La Española- el cabildo le propuso para gobernador por ser hombre recto y que estaba casado, en sustitución del gobernador Sancho Ochoa de Castro, a quien le imputaban ser un libertino abusador y contrabandista. Uno de sus hijos, Diego de Torres Vargas, sería autor de la primera historia de Puerto Rico y recordaría la muerte heroica de su padre durante el ataque holandés a Puerto Rico de 1625, pero no mencionó sus hazañas en La Española. 
 
La técnica de devastar fue usada aquel mismo año de 1605 cuando la flota de la Mar Océano, mandada por Luis Fajardo, tomó las instalaciones salineras holandesas en Araya, de igual forma que en 1609 los españoles intentaron hacerlo con la revuelta de esclavos del sur de México dirigidos por Gaspar Yanga. Con este tuvieron que transar y reconocer el Pueblo Libre de San Lorenzo de los Negros.
 
Puerto Rico tuvo aventuras algo similares a mediados del siglo, en la isla de San Martín, donde terminó por destruirlo todo y evacuar la gente, así como otras operaciones defensivas en las Islas Vírgenes. Pero al final del siglo XVII, el intento de España de mantener el Caribe como un “mare clausum” había cambiado a la fuerza a un “mare liberum” internacional, lo que nos trae a la disyuntiva presente entre el concepto de “mare nostrum” del capital estadounidense frente a los cambios en América Latina.
 
Un camino distinto lo encontraron arqueólogos, que en 1995 publicaron que bajo el Cuartel de Ballajá –ahora Museo de las Américas- yace el rastro del antiguo Barrio de Ballajá, fundado por inmigrantes dominicanos a finales del siglo XVIII y que al parecer recordaban aquel Puerto Real de Bayahá, que fue arrasado en las devastaciones de 1605.    
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