Disparen sobre Rigoberta
03/02/1999
- Opinión
¿Guatemala? ¿Centroamérica? En el centro de América, está Kansas.
Guatemala no figura en el mapa de los medios masivos de comunicación,
que fabrican la opinión pública mundial. Sin embargo, oh milagro, una
mujer guatemalteca, Rigoberta Menchú, está ocupando, en estos últimos
tiempos, bastante espacio. No por lo que ella denuncia, desde el país
que viene de padecer la más larga y feroz matanza del siglo veinte en
las Américas: Rigoberta no es la denunciante, sino la denunciada. Una
vez más, como es debido, las víctimas se sientan en el banquillo de los
acusados.
Los gases de la infamia
Desde los Estados Unidos, faltaba más, se ha desatado esta nueva guerra
química de intoxicación masiva.
La cosa empezó cuando un antropólogo norteamericano consagró diez años
de su vida a la investigación de las contradicciones de Rigoberta y la
responsabilidad de la guerrilla en la represión que los indígenas han
sufrido. "Vino a Guatemala, a estudiarnos como si fuéramos insectos",
comenta el escritor Dante Liano: "En su libro, invoca testigos y
archivos. ¿Qué archivos hay sobre la guerra reciente? ¿Le abrió sus
archivos el ejército?"
Hace poco tiempo, el diputado Héctor Klee Orellana intentó consultar
esos archivos, y apareció con un tiro en la cabeza. El obispo Juan
Gerardi, que también lo había intentado, terminó con el cráneo partido a
golpes de piedra.
"The New York Times" dio difusión mundial al asunto. El diario confirmó
y publicó las conclusiones del antropólogo: el testimonio "Yo, Rigoberta
Menchú", publicado hace veinticinco años, contiene inexactitudes y
falsedades.
Por ejemplo, el hermano de Rigoberta, Patrocinio, no fue quemado vivo:
fue fusilado y arrojado a una fosa común. O, por ejemplo: "Ella
asistió, durante tres años, a un colegio privado", lo que suena a
internado suizo, pero se refiere a una escuelita de Chichicastenango. Y
así por el estilo, otros pelos en la leche.
Cortina de humo
A partir de allí, ardió, en reguero internacional, la pólvora.
Súbitamente, se han multiplicado las voces que hablan de escándalo, que
llaman mentirosa a Rigoberta y que, de paso cañazo, desautorizan al
movimiento de resistencia indígena que ella expresa y simboliza.
Con sospechosa celeridad, se está elevando una cortina de humo ante
cuarenta años de tragedia en Guatemala, mágicamente reducidos a la
provocación guerrillera y a los líos de familia, esas "cosas de indios".
No tuvo la misma repercusión, por cierto, el voluminoso y documentado
informe de la Iglesia, elaborado por la comisión que el obispo Gerardi
presidió, y que fue difundido, el año pasado, dos días antes de su
asesinato. Miles de testimonios, recogidos en todo el país, fueron
juntando los pedacitos de la memoria del dolor: 150 mil guatemaltecos
muertos, 50 mil desaparecidos, un millón de exiliados y refugiados, 200
mil huérfanos, 40 mil viudas. Nueve de cada diez víctimas eran civiles
desarmados, en su mayoría indígenas; y en ocho de cada diez casos, la
responsabilidad era del ejército o de sus bandas paramilitares. El
informe habla de la responsabilidad directa, la responsabilidad de los
títeres pagados. Sobre la otra, la de los titiriteros pagantes, bien
valdría la pena que Estados Unidos enviara a todos sus antropólogos, y
The New York Times movilizara a su cuerpo entero de redacción, para
investigar el asunto. Pero el Pentágono y la Casa Blanca bien pueden
silbar y mirar para otro lado: los norteamericanos no tienen la más puta
idea de dónde queda este país, Guatemala, de nombre pintoresco y difícil
de pronunciar.
El Nobel y ella
La campaña contra Rigoberta llegó hasta Oslo. Ya hay quienes exigen
devuelva el Nobel, o que se lo quiten. El premio está dado y bien dado,
ratificó el comité noruego: "Los detalles invocados no son esenciales",
declaró su vocero.
Bueno fuera. El Nobel de la Paz, que Rigoberta ganó en el 92, no sólo
fue la única conmemoración decente y justa de los quinientos años de eso
que llaman Descubrimiento de América, sino que, además, resultó un buen
plumerazo para un premio que necesitaba una limpieza. El Premio Nobel
de la Paz venía cargando mucha mugre desde 1906, cuando se lo dieron a
Teddy Roosevelt, quien a los cuatro vientos proclamaba que la guerra
purifica a los hombres, y más sucio fue quedando, con el paso del
tiempo, cuando fue recibido por otros jefes guerreros, como, por
ejemplo, Henry Kissinger, quien debe al mundo muchas muertes y ha sido
el papá de Pinochet y otros monstruitos. Patas arriba: el mundo al
revés discute ahora si Rigoberta merecía ese premio, en lugar de
discutir si ese premio la merecía.
El país y ella
Los indígenas son mayoría en Guatemala. Pero la minoría dominante los
trata, en dictadura o en democracia, como Africa del Sur trataba a los
negros en tiempos del apartheid. De cada seis guatemaltecos adultos,
sólo uno vota: los indios son buenos para atraer turistas, para recoger
las cosechas de algodón y de café, y para servir de bestias de carga a
la economía nacional y de blanco de tiro al ejército.
"Pareces indio", dicen los mandones, que se creen blancos, a los hijos
que se portan mal. Esa "sociedad guatemalteca" recibió la noticia del
Nobel como un balde de agua fría. "India relamida", llaman a Rigoberta,
desde entonces, las voces del despecho, y también: "India igualada". Y
ahora: "India mentirosa".
Ella se ha salido de su lugar, y eso ofende. Que Rigoberta fuera india
y mujer, vaya y pase, y allá ella con su doble desgracia. Pero esta
mujer india resultó rebelde, imperdonable insolencia, y para colmo
cometió luego la barbaridad de convertirse en uno de los símbolos
universales de la dignidad. A los poderosos de Guatemala y del mundo,
este desafío no les gusta ni un poquito.
El tiempo y ella
Rigoberta viene de una familia aniquilada, de una aldea arrasada, de una
memoria quemada. Ella ha pasado los primeros veinte años de su vida
cerrando los ojos de los muertos que le han abierto los ojos. El
escritor vasco Bernardo Atxaga le preguntó:
- ¿Cómo puedes ser tan jodidamente alegre?
- El tiempo -respondió-. Desde chiquitos, nos educan para entender el
tiempo como tiempo que no termina nunca, aunque el tránsito por el mundo
sea muy corto.
Está escrito en uno de los libros sagrados:
-¿Qué es una persona en el camino? Tiempo.
Rigoberta es hija del tiempo. Como todos los mayas, ha sido tejida por
los hilos del tiempo. Y ella suele decir:
- El tiempo teje despacio.
A la larga, lentamente el tiempo decidirá qué es lo que vale la pena
recordar de todo esto. El paso de los días y de los años irá separando
la paja del grano. Quizás el tiempo olvide que Rigoberta Menchú recibió
un premio Nobel, pero seguramente el tiempo no olvidará que ella recibe,
cada día, en las sierras indígenas de Guatemala y en tantos otros
lugares, un premio mucho más importante que todos los nóbeles: el amor
de los indignados y el odio de los indignos.
Quienes apedrean a Rigoberta, ignoran que la están elogiando. Al fin y
al cabo, como bien dice el viejo proverbio, son los árboles que dan
frutos los que reciben las pedradas.
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