El papel de los intelectuales ante las semillas

16/12/2013
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La Biblioteca Nacional se ha presentado como anfitrión lógico, “natural” (si se me permite la grosería cuasimedieval), para el abordaje de la ley sobre semillas, actualmente en trámite parlamentario, que se presenta como una revolución copernicana para la agricultura, mejor dicho −modernizándonos− para la agroindustria.
 
Lo que ha dado en llamarse la Ley de Semillas (hay más de un proyecto en danza) versa sobre una legislación modificatoria de la particularmente llamativa ya que en este mismo momento hay proyectos de Ley de Semillas en las instancias legislativas en México, Colombia, Venezuela, Chile, Argentina, Brasil y probablemente en varios otros países del sur americano. Basta un tecleo en internet para comprobarlo…
 
Con un aditamento de clara prosapia, la institución anfitriona alberga este Encuentro sobre semillas y legislación respectiva, invocando la “Argenética”. Disciplina ardua y esquiva si las hay.
 
Desde el vamos, el papel de una institución como la BN, dirigida por un filósofo reconocido como Horacio González, tendría que haber sido, a mi modo de ver, el de un abordaje radical, es decir desde las raíces de la cuestión: entender de dónde proviene una ley de semillas, auscultar los fundamentos epistemológicos de sus desarrollos tecnocientíficos, abordar lo acontecido con todo el proceso laboratoril y agroindustrial para el cual se estaría ahora implementando dicha ley; analizar la Argentina de antes y después de la invasión transgénica y la consiguiente sojización…
 
Pero la propia presentación corre el eje de estas cuestiones vitales hacia otras, mucho más secuencialmente avanzadas, mucho más prácticas. Aunque califica a la BN como “el ámbito ideal para el diálogo” –que inmediatamente asociamos con la reflexión filosófica−, inmediatamente agrega otro momento, que bien puede complementar el anterior… o sustituirlo: “y para la difusión del conocimiento” –ya no necesitamos la verdad, que damos por nuestra y sólo nos queda propagarla−.
 
Por ello, se permite: “Conformar un grupo interdisciplinario de líderes de opinión que promuevan la difusión y reflexión sobre la convergencia de las tecnologías vinculadas a la vida.” Un remate con fraseología monsantiana que no hace sino revelar cómo se plantan los convocantes. Y a qué llaman.
 
En rigor, nos revela que ya está todo “cocinado”. Como cuando se llama a “audiencias públicas” aunque ya “todo el mundo” sabe cómo se va a aprobar tal o cual resolución o disposición…
 
Porque lo que falta en Argentina es una discusión sobre los motivos polí-ticos de los desarrollos tecnocientíficos que la ley de semilla vendría a legislar.
 
Porque se trata de toda una “movida” política, geopolítica, que lleva décadas, y en Argentina, una vez más, se va a tomar el rábano por las hojas.
 
¿Por qué la argenética apenas puede servir para cohonestar la labor tecnocientífica realizada hasta este momento, con el peso de la gran transformación sufrida por el campo argentino? La agropecuaria de exportación administrada por los “dueños de la tierra” que le fuera despojada a las poblaciones nativas y con la que constituyeran "el país del ganado y las mieses”, ha sufrido un enorme reajuste, una suerte de contrarreforma agraria ha ido configurando esta agroindustria altamente concentrada, con rindes cuantitativos sin precedentes. Una nueva ruralidad, la de “una agricultura sin agricultores”, por ejemplo.
 
Antes que analizar y discutir la ley de semillas actualmente en trámite y los diversos proyectos de ley en danza, lo que hay que abordar es la etiología del fenómeno. El origen. La procedencia.
 
Por empezar, es curioso que prácticamente tantos países del glacisamerican hayan recibido y/o empezado a elaborar casi simultáneamente sus “leyes de semillas”.
 
Así como cuando se fue clausurando el ciclo de las dictaduras militares posguerrilleras, de los ’80, ’90, sobrevino una llamativa ola de democratizadora según la cual, Argentina, Bolivia, Brasil, Uruguay y hasta las dictaduras consolidada una, eterna la otra, en Chile y Paraguay se redescubren demócratas… Análogamente, han aparecido en los distintos recintos parlamentarios de la América sureña, esta tropilla de proyectos de ley de semillas, todas con un pertinaz elemento común; cuidar los derechos de los obtentores.
 
Este nuevo o no tan nuevo oficio de semillero, especializado ahora en el área biotechal parecer acomoda las primeras fichas del juego de derechos de autor y reembolsos de dividendos, vinculadísimos a los grandes laboratorios biotech.
 
¿Por qué quiere el establishment avanzar con estas reglamentaciones? Porque parte de la base que ya se ha estudiado todo cuidadosa y responsablemente por parte de las autoridades “correspondientes”.
 
Pero sucede que NO hay tales autoridades correspondientes. Que la ingeniería genética, luego rebautizada por sus protagonistas como biotecnología (que suena mucho más simpática y menos aparato), se aprueba política, no científicamente. Es aprobada por el ejecutivo del gobierno de EE.UU., Bush padre, y un congreso que deja correr todo con el fasttrack (sobre tablas).
 
Porque venía aprobada de antemano. No por haber pasado por las lógicas instancias científicas, sino porque se la habían presentado a quienes aspiraban a regir los destinos del mundo, como el arma más adecuada para ello. Un arma de destrucción masiva, aunque no dispare un solo tiro. Y por cierto que lo es.
 
El epicentro de este diseño no estuvo en Monsanto, como se dice a me-nudo, sino en el Ministerio de Agricultura de EE.UU., esa máquina de triturar estómagos llamado el USDA… Que diseñó su plan de conquista del mundo entero, a mediados de los ’90, basándose en “la teoría de las ventajas comparativas”.
 
Gran jugada, llamar a esta baza de naipes cargados, teoría. Y teoría de la mayor alcurnia en la pretendida ciencia económica. Esa teoría esconde la verdad brutal de la dependencia de la inmensa mayoría del planeta a los centros de suministro más ricos. Como bien ha señalado Devinder Sharma, la “teoría de las ventajas comparativas” al inhibir a tantos pueblos a autosustentarse, los condena al régimen abyecto “del barco a la boca”, en el cual la población recibe sus alimentos, sus mendrugos, cuando el barco atraca y lo descargan… que puede ser luego de días o semanas de privaciones. El régimen “del barco a la boca” cumple escrupulosamente con la teoría de las ventajas comparativas pero no con la dignidad de la autonomía alimentaria que hoy tiene un par conceptual de designaciones igualmente valiosas: soberanía alimentaria y seguridad alimentaria.
 
La ley de semillas hoy en día tan promovida desde centros de poder asentados en el USDA, en la FAO, en la ONU, en el BM, en organismos “nacionales” argentinos como CASAFE, ASA, AAPRESID y varios más, responde a necesidades de una industria transnacional que ha prometido ya varias veces resolver el hambre del mundo. Que persiste. Es decir que ha cumplido exclusivamente con un cumplido demagógico Que da por descontado que ejerce una actividad científica, cuando apenas tiene una operatividad tecnológica (relativamente) precisa.
 
Ante la enorme problematicidad que la “revolución tecnocientífica” nos presenta, con el avance totalmente fuera de control de enfermedades del más variado tipo y sobre todo ante la cada vez más clara percepción de que los alimentos transgénicos accedieron al mercado por razones políticas, geogpolíticas y no alimentarias o sanitarias, ¿qué papel le cabe a la Biblioteca Nacional con su filosófica dirección?
 
Lo que quisimos expresar: encarar críticamente la cuestión. Analizar sus presupuestos, las causas.
 
Pero en lugar de eso, la argenética instaurada parece ser una herramienta ad hoc para “difundir”, como bien dice la proclama de los encuentros.[1] Si el neologismo quiso valorar aspectos filosóficos naufraga con el publicitario prefijo.
 
Se nos presentaron distintas mesas, donde están los personeros de la serie de organizaciones, públicas, privadas que están consustanciadas y comprometidas con los transgénicos, con la agroindustria y totalmente ensambladas con el modelo instaurado inicialmente desde EE.UU. hace ya décadas. Esta la AAPRESID, el ASA, el INASE, el INTA y otros organismos públicos que, ciertamente también acompañan el pedido de esta nueva Ley de Semillas, que muchos temen cercenará los derechos ancestrales de las poblaciones rurales (so pretexto de beneficiarlas, claro).
 
Por cierto que, como corresponde a pluralistas, las diversas mesas tienen, en general, todas ellas, sus voces críticas, periodísticas, gremiales o de ONGs que no comulgan con la sojización del país, por ejemplo (MNCI, GRAIN, UBA, Red Argentina de Periodismo Científico, etcétera).
 
Pero no se puede abordar en términos geopolíticos y menos epistemológicos la cuestión si se ha hecho una mesa sobre “Propiedad intelectual”. Tampoco si hay otra mesa de “Economías regionales”. O en la dedicada al “Sector Privado. Industria semillera y cámaras”.
 
En una palabra, la BN ha perdido la oportunidad de haber encarado como correspondía la tremenda cuestión del modelo de país, de la dependencia tecnoideológica, del juego geopolítico en que el país fue metido en tiempos del menemato. Porque eso había que hacerlo antes que estas campañas de difusión oficialista. Querer hacerlo junto con la difusión no es sino una forma de trampas en el solitario.
 
Querer quedar bien con la ética, con la política… y con el oficialismo.
 
Parece demasiado.


[1] Que tuvieron lugar el 4 y 5 de diciembre de 2013 en un salón del tercer piso de la BN.
https://www.alainet.org/es/active/69841
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