El cambio es incontenible
03/11/2004
- Opinión
En un solo día, el
domingo 31 de octubre, cuatro votaciones realizadas en otros
tantos países de Sudamérica, ratificaron algo que está
avanzando irreversiblemente en este continente: el cambio.
Uruguay, Venezuela, Chile y Brasil, pese a todas las
diferencias que hay entre una y otra situación, mostraron
una indeclinable decisión popular de cambiar el modelo que
nos ha agobiado durante más de dos décadas.
Neoliberalismo en acción
Alrededor de 1980, los países desarrollados estaban
preparados para acelerar el proceso de absorción de las
economías atrasadas y dependientes. Estados Unidos se
apresuraba a terminar con las dictaduras militares que
campearon durante las dos décadas anteriores en este
continente.
"Ajuste estructural", "economía de mercado",
"globalización", entraron en la terminología de los
gobernantes para significar la estrategia que iba a dominar
nuestro mundo (el de los países pobres) para beneficio del
otro (el de los ricos).
En Bolivia, aquellos años '80, la minería era la más
importante fuente de ingresos; el petróleo suplía los
requerimientos internos y el gas se exportaba a la
Argentina; desde dos años antes, el FMI y el BM insistían en
una revisión a fondo de la economía nacional, pero aún
éramos propietarios de los recursos naturales y mirábamos el
futuro con confianza; un dólar valía 20 pesos bolivianos,
que alcanzaban para pagar cuatro boletos de micro, un
diario, una cajetilla de cigarrillos y algo más. Pero, en
el lado oscuro, aún debíamos pasar por la dictadura de
García Meza.
Tuvimos que transitar el nefasto periodo de ese régimen y,
después, pagar los costos del banzerato entre 1982 y 1985,
en que la inflación nos arrancó hasta las ganas de vivir.
Acosados por la desvalorización de nuestra moneda, que
transportábamos en enormes bultos, le dimos el voto a la
derecha, resignados a sufrirla para detener el desastre
económico. Creímos que, la fuerza de la clase obrera,
impediría los desmanes.
Pero no fue así. El 21060 (número del decreto supremo con
que se inició el neoliberalismo y que es el nombre que el
pueblo le dio a ese modelo) impuso a sangre y fuego las
nuevas condiciones. Miles de trabajadores fueron
literalmente echados a la calle, desapareció la seguridad
laboral, los sindicatos pasaron a una virtual clandestinidad
y los empresarios recibieron cheques en blanco para despedir
y contratar personal, importar a su antojo, recibir subsidio
por sus exportaciones, tener todas las garantías estatales
incluyendo el uso de las fuerzas represivas en su beneficio.
Desde 1985, se sucedieron seis gobiernos que entraron en una
verdadera competencia por servir mejor los intereses del
neoliberalismo y la globalización. Víctor Paz Estenssoro
(1985-89) que impuso el modelo y aceitó la maquinaria del
Estado para acelerar la entrega de nuestros recursos; Jaime
Paz Zamora (1989-93) que concretó los detalles del más
absoluto sometimiento a Washington; Gonzalo Sánchez de
Lozada (1993-97) que inventó la forma más despiadada de la
privatización, a la que llamó "capitalización"; Hugo Banzer
Suárez (1997-2001) que confiscó los ahorros de los
trabajadores para entregarlos a las "Administradoras de
Fondo de Pensiones" (AFP's); Jorge "Tuto" Quiroga (2001-02)
que contentó a las transnacionales del petróleo con decretos
y resoluciones; 'Goni' Sánchez nuevamente (2002-03) que con
mucho afán quiso concretar el gran negociado de las
petroleras, mediante la venta de gas a California.
Neoliberalismo acosado
Cualquier lector puede sustituir los párrafos anteriores por
lo sucedido en su respectivo país. Menem aquí, Fujimori
allá, Carlos Andrés Pérez más arriba, Pinochet y sus
sucesores demócratas al otro lado, la historia será la
misma: reducción de las funciones del Estado, entrega del
aparato productivo, represión de los movimientos populares,
dispendio de la economía nacional, absoluto sometimiento a
los dictados imperiales.
Esta constante que recorría Latinoamérica con una monotonía
abrumadora, se rompe al iniciarse el nuevo siglo. La
insurgencia de ese poderoso movimiento bolivariano en
Venezuela es la avanzada de este proceso, pese a que muchos
descreímos de su proyección. Vino luego el empuje del
movimiento indígena en el Ecuador, aunque hay aún muchas
frustraciones. Hizo saltar de alegría, la victoria de Lula
en Brasil, con la que coronó su larga batalla por llevar al
poder a los trabajadores, aunque a veces sea lento el andar
de su gobierno. Sorprendió la tesitura de un Kirchner, en
Argentina, que sólo es explicable por esa extraordinaria
movilización de piqueteros, echando por tierra las
impunidades de Menem y las indefiniciones de un De la Rúa.
La explosión que vivió Bolivia a fines de 2003, cocida a
fuego lento desde el año 2000, era más que aleccionadora: el
autor del 21060, ejecutivo del entreguismo y planificador
dela masacre, se exilió en Washington para no rendir cuentas
ante el pueblo que impuso su voluntad de cambiar la ley de
hidrocarburos y redactar una nueva Constitución Política del
Estado.
En las calles y en las urnas
Los movimientos populares han sido acusados, por quienes se
creen dueños del poder, de ser un grupo reducido de
agitadores. Desde el conocido 'Tricky Dicky' Nixon, quien
habló de la "mayoría silenciosa" que dizque lo apoyaba,
hasta el acobardado 'Goni' Sánchez, que sigue inventando
complots en su contra, todos sostienen que el voto ciudadano
les favorece.
Bastaría la tremenda y multiplicada lección de este domingo
31 de octubre, para demostrar que se acabó el tiempo de la
globalización y el neoliberalismo. No es que, de pronto,
los pueblos de este continente hayan encontrado que Tabaré,
Lula, Chávez o Lagos reparten simpatías a granel. Hay una
clara voluntad de cortarle el paso a la derecha que sigue
apostando al modelo neoliberal. Incluso por encima de las
vacilaciones de algunos gobernantes que, llevados por el
pueblo a esas posiciones, temen despertar las iras del
imperio.
Incluso esas diferencias pueden notarse en el alcance de las
respectivas votaciones. No es lo mismo el indiscutible
triunfo del candidato frenteamplista en Uruguay o la
arrolladora votación bolivariana en Venezuela, que los
éxitos municipales en Chile y Brasil. Aún así, la voluntad
de cambio, de transformación, se manifestó en esos cuatro
países de esta región. Eso nos dice, con toda claridad, que
otra vez hay esperanza en el futuro.
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