Para comprender la Batalla de Kuruyuki
27/01/2014
- Opinión
Quienes tenemos conocimiento nos desconocemos a nosotros mismos, lo cual tiene una buena base: que nunca nos hemos buscado. ¿Cómo iba entonces, a llegar un momento en que nos encontráramos?
(Friedrich Nietzsche, Alta Engadina, 1887)
Si recordamos la Batalla de Kuruyuki, sucedida el 28 de enero de 1892, es necesario remontarnos en el tiempo más allá de este acontecimiento, porque éste se torna poco comprensible si se lo recuerda sólo, separado del resto de la historia en general de los pueblos chiriguanos. No es posible comprender el significado de kuruyuki por sí mismo si queremos comprenderlo en un sentido más amplio y realmente útil para una reflexión que nos permita pensar la reconstitución del modo de ser indígena en un proceso de transformación descolonizador de las subjetividades, lo que es precisamente nuestra intensión.
Kuruyuki es un fin y un comienzo. La extensa historia chiriguana está dividida en dos: un antes y un después de la Batalla de Kuruyuki. La Batalla de Kuruyuki marca el fin del mundo chiriguano y el inicio de la subyugación plena al mundo karai[1] de hombres y mujeres indígenas, que en estas circunstancias ya no serán más chiriguanos, sino cambas, kunumis, indios, indígenas o en el mejor de los casos “guaraníes” a la vista del resto de la sociedad boliviana, a la que irremediablemente tendrán que adaptarse.
Tras Kuruyuki, la presencia de la subjetivad del iyambaé, mencionada con respeto y temor como chiriguano por el karai, quedará sepultada y borrada de la faz de la tierra, aunque uno de los indicios como prueba de su existencia pasada se exhiba públicamente hasta nuestros días. Nos referimos al monumento “El chiriguano” en una rotonda de la ciudad de Santa Cruz de la Sierra. La sola existencia de este monumento nos demuestra el alto grado de respeto y hasta admiración que la sociedad cruceña sentía hacia estas tribus de indomables guerreros que miraban de frente al enemigo y nunca aceptaban ningún tipo de enajenación.
Después de Kuruyuki ya no hay más remedio que someterse a la esclavitud y la servidumbre para sobrevivir. El trauma de la derrota en la batalla, junto a la posterior matanza en las comunidades y por último el suplicio del gran líder Apiaguaiki, lograron quebrar para siempre al iyambaé, que era el ser sin dueños ni patrones.
Aquí no intentaremos hacer un resumen de toda la historia anterior a la Batalla de Kuruyuki, porque además un simple resumen de los hechos sería de poca ayuda para cumplir nuestro propósito, pero sí reflexionaremos frente a algunos episodios de esa historia que nos permitirán comprender el significado de la Batalla de Kuruyuki.
“La vieja” se retira rendida en su “canasta”
A inicios de 1570 las autoridades coloniales se veían cada día más preocupadas por los asaltos chiriguanos a poblaciones españolas cercanas a las ciudades de Potosí y La Plata que se tornaban más constantes. Los pueblos chiriguanos habían decido atacar a los karai en su propio territorio dada las incursiones de cacería de esclavos que éstos realizaban en la región de la Cordillera Chiriguana. Estas cacerías humanas tomaron el nombre de malocas, y eran emboscadas a aldeas indias. Los soldados españoles sorpresivamente asesinaban a los hombres adultos y tomaban como botín principalmente a niños y mujeres para luego llevarlos a tierras altas y venderlos en el mercado de esclavos.
Aunque las entradas soldadescas a la Chiriguanía se hicieron más frecuentes frente al peligro chiriguano que amenazaba los más importantes centros coloniales para la economía imperial, éstas sólo servían para avivar más el fuego de la furia kereimba[2]. Fue entonces, que el mismo virrey Toledo en persona, declarándolos la guerra a fuego y sangre, se puso al mando de tres ejércitos iniciando una campaña por tres frentes con el objetivo de vencerlos y someterlos a la Corona española.
Los pueblos chiriguanos fueron los únicos a los que España declaró formal y abiertamente la guerra. En ninguna parte de todas sus colonias de América un grupo de pueblos indígenas fue ni será honrado de esa manera, porque a la vista de los españoles el indio es menos que humano y para hacerse tal, o sea humano, debe aceptar pasivamente al rey y al papa sin resistirse. Pero no así los pueblos chiriguanos. Frente a las autoridades coloniales, los chiriguanos no son seres inferiores sino iguales. El virrey Toledo marcha a la Chiriguanía, como lo hacía un connotado noble español en una guerra europea.
Desde Tarija, La Barranca y El Guapay, tres ejércitos respetivamente avanzaron hacia el centro de la Chiriguanía. Esta campaña fue un completo desastre. Aunque destruyeron muchas aldeas y sembradíos abandonados incendiándolos, en el momento de las batallas fueron vencidos por los guerreros chiriguanos. Se habían desgastado tanto caminando ese extenso territorio y agotado sus provisiones de alimentos, que ni siquiera pudieron contener al enemigo. Fueron arrasados, diezmados. El mismo virrey Toledo, en la retirada, fue llevado en una carrosa litera herido y enfermo por sus soldados sobrevivientes. Dicen que las mujeres y los niños chiriguanos al verlos pasar gritaban de lo alto de las colinas: “¡allí va la vieja desvencijada en su canasta!”, y se reían. Esta humillante salida jamás lo olvidaría Toledo. El imperio español había sido vencido por los iyambaé.
Desde entonces los chiriguanos envalentonados realizaban mayores ataques a pueblos coloniales, a estancias ganaderas y asaltaban con mayor frecuencia a caravanas karai, arrebatándoles caballos, herramientas de hierro, mujeres a quienes hacían sus esposas y niños pequeños a quienes hacían sus hijos educándoles a la manera comunitaria y guerrera. La insaciable sed de reto guerrero y victoria de los kereimba se dejaba sentir por todos lados. Estos especialistas de la guerra, incontenibles, quieren ir más allá, darle donde más les duele a los colonizadores. Potosí y La Plata, ciudades manchadas de sangre india por todos lados, son sus objetivos a destruir hasta dejarlas convertidas en cenizas.
En 1583, se reúne una Junta de Caballeros notables. Esta vez el presidente y los oidores de la Audiencia de Charcas junto a las autoridades regionales, deciden declararle la guerra a los chiriguanos. Otros tres ejércitos se organizan y avanzan hacia la Chiriguanía, esta vez uno desde Santa Cruz, otro desde Tarija y el mejor dotado desde La Plata. La victoria karai es relativa, estos cometen los mismos errores que el virrey Toledo. Solo los pueblos aliados de los chiriguanos resultan gravemente afectados como los jores, tamacosis y yuracarés, de los cuales algunos caen prisioneros.
De esta manera se libran otras guerras más contra los pueblos chiriguanos durante todo el periodo colonial español. Al final estos pueblos no son conquistados. Su capacidad productiva es la principal razón. Sus fértiles tierras aptas para el cultivo del maíz les permiten no sólo resistir guerras declaradas por los karai, sino en muchos casos provocarlas unificándose en torno a las comunidades más ricas, más productivas. El ser iyambaé permanece intacto.
La salida pusilánime de Vietma
En 1778 los chiriguanos de las comunidades de Mazavi, Igmiri, Tacurú, Saipurú y Tacutá se levantan con el propósito de arrebatar los ganados de las misiones de Abapó, Cabezas y Piraí. Como respuesta dos grandes ejércitos de Vallegrande y Santa Cruz les enfrentan en batallas durante el año de 1779, venciéndolos al final en Saipurú.
Pasaron algunos años, los karai creían tener todo controlado tras sus aplastantes victorias, entonces el mismo gobernador de Cochabamba, Francisco de Vietma[3], se animó a recorrer las aldeas de la zona, en una de ellas se entrevistó con el mburuvicha guasu Maurama. Grande fue su sorpresa cuando este escoltado por algunos kereimba armados de arcos y flechas, le recibió y miró fríamente a los ojos reclamándole sobre todos los destrozos que sus soldados habían provocado en las aldeas, sobre los campos de cultivo que habían quemado, sobre su cobarde ensañamiento con sus pertenencias. Estaba aún lleno de dignidad pese a que su gente se había predispuesto ya a formar parte de la misión católica. Vietma temeroso, no pudiendo contener sus nervios, junto a sus soldados se alejó casi huyendo de su presencia. Por esta razón fundó un fuerte y reducción en Saipurú los siguientes meses.
La sabiduría iyambaé exige a los mburuvicha[4] ser hatangatu, es decir verdadero valiente, jamás doblegarse ante el enemigo, mirarlo siempre de frente. La forma con que Maurama enfrenta a Vietma refleja la inquebrantable subjetividad de ser superior, la presencia como un hombre fuerte y libre y la re-presentación de su pueblo de la misma manera. Si un ava[5] común y corriente no acepta jamás órdenes ni recriminaciones de nadie que no sea su padre, madre, abuelo o hermano, menos aún lo hará un mburuvicha guasu, que es la autoridad de una confederación de comunidades, que aunque esta a la cabeza en tiempos de guerra no decide por sí mismo, sino que lo hace con toda sus comunidades y frente al enemigo nunca se humilla.
Los chiriguanos de la época de la colonia española fueron plenamente iyambaé, fueron plenamente chiriguanos. Conocieron muy bien el modo de ser karai o cultura karai, por eso no aceptaron formar parte de su colonia y menos aún de un Estado contra lo cual nacieron. En muchas ocasiones las autoridades charquinas nombraron a uno de los mburuvicha guasu, Capitán General de la Chiriguanía, para dominarlos por intermedio de éste, como lo hicieron con el incario por medio del inca, pero para los tenta[6], esto no significaba nada, y si algo les molestaba de su mburuvicha simplemente lo desconocían, reconocían a otro y/o se unían a otra parcialidad a cuyo mando estaba otro mburuvicha guasu.
Las guerras intertribales eran el mecanismo que mantenía el orden y garantizaba la perdurabilidad del ser iyambaé. Siempre estaban en guerra entre diferentes parcialidades, una parcialidad era una confederación de varias tentas, cada parcialidad asistía a la guerra a la cabeza de un mburuvicha guasu. A veces las guerras eran entre dos tentas solamente. En algunas de estas guerras una parcialidad se aliaba con un ejército español sólo hasta obtener la victoria, nunca con el compromiso de anexarse a su colonia, luego terminaba la alianza y más tarde podía estar confrontándose contra éste su exaliado.
La comunidad chiriguana no se constituía en el amor al prójimo, en el dar al hermano por piedad o justicia de la comunidad cristiana, sino en el honor de asistir a la guerra. Y esto es válido para todos los pueblos de las tierras bajas de Bolivia, que fueron guerreros por naturaleza. El tentami era la unidad humana básica, el hombre o la mujer chiriguanos no podían imaginar sus vidas de manera individual, sino arraigados al tentami que era la familia. La moralidad de una persona sólo podía ser observada por los parientes. Si alguien de afuera del tentami recriminaba a una persona por sus actos, esto era un agravio inaceptable para todo el tentami de la persona recriminada. Por lo tanto, tal acto podía dividir todo el tenta. Así se expresaba el ser iyambaé. Por eso el mburuvicha de un tenta era responsable de una autoridad apenas parcial, sólo organizaba a la comunidad en tiempos de guerra, y era escuchado sólo si escuchaba a la comunidad en las asambleas. Más relativa todavía era la autoridad de un mburuvicha guasu. Si un tentami podía decidir cualquier momento a que tenta pertenecer, un tenta se sentía apenas obligado a cumplir sus compromisos con los demás tenta de una parcialidad en tiempos de guerra, compromisos que había realizado en grandes fiestas o convites.
La guerra era también tiempo de fiesta. Los tenta más ricos organizaban grandes convites invitando a otros tenta para entablar alianzas, allí se servían mucha comida y bebida, se dotaban a los visitantes de enormes sacos de maíz que luego llevaban a sus aldeas. Con todo esto se sellaba un pacto de alianza para enfrentar una guerra ya sea contra otra confederación india o contra la colonia española. La comunidad chiriguana perduraba sólo a través de la guerra. Su cohesión estaba signada por el enemigo en común. El don a dar de la comunidad como un todo hacia afuera, es decir el hacer comunidad más allá de la comunidad, sólo era posible a través de la búsqueda de amigos con miras a la guerra.
El enemigo no era despreciado jamás. Era un potencial aliado en el futuro. El mismo origen de las chiriguanos nos demuestra cómo grupos tupi-guaraní en guerras contra los chané al vencerlos tomaron a sus mujeres como esposas e hicieron de ellos sus parientes a través de instituciones como el de los kereimba. Los chané vencidos se convirtieron en chiriguanos una vez que se unieron a los guerreros kereimba demostrando su valentía y fuerza. Aquellos que califican a las guerras intertribales chiriguanas como intestinas o hasta fratricidas llenas de odio, no comprenden la racionalidad indígena desde la cual se concibe lo bueno y lo malo. No hubo odio entre los pueblos chiriguanos sólo ajuste de cuentas, retribución, precio a pagar por un agravio u ofensa al honor; es decir, en idioma guaraní, tepi. No se puede dejar en el olvido una ofensa a la comunidad por más pequeña que esta sea, porque atenta contra la condición sagrada del ser y aparecer iyambaé.
Si estos pueblos de guerreros natos jamás fueron conquistados por la Corona española, ¿por qué sucumbieron ante el ejército boliviano del Estado republicano colonial?
Dos mundos, dos líderes
Durante la llamada Guerra de la Independencia, las republiquetas y los Ejércitos Auxiliares Argentinos sabían perfectamente del peso que una alianza con los chiriguanos podía tener en su guerra contra los realistas. Pensaban que podía garantizar su victoria definitiva. Sin embargo, a los chiriguanos no les importaba esa guerra a la que calificaban de “asunto entre karai” donde nada tenían que hacer. Si hubieran vaticinado que el próximo Estado colonial actuaría con mayor voracidad por sus tierras y subyugaría a su población al final venciéndola por completo, seguro que la mayoría de los pueblos chiriguanos hubieran apoyado a los realistas, como lo hicieron la mayoría de los quechuas y aymaras. Pero lastimosamente no fue así.
En 1813 Manuel Belgrano y su Ejército Auxiliar Argentino estaba en Potosí, había avanzado desde Salta con el afán de liberar a “Las provincias interiores del Río de la Plata”[7]. En esa oportunidad espera realizar una importante alianza que le garantice mantener sus posiciones, ésta con los pueblos chiriguanos. Por su parte, los chiriguanos siempre supieron que Potosí era una suerte de punto débil para los karai, e intentaron llegar a esta ciudad para atemorizarlos y frenar sus invasiones a la Chiriguanía en el pasado. Por eso hablar de frente, de igual a igual con los karai en Potosí es muy significativo para ellos.
El mburuvichá guasu Cumbae, el más destacado de los capitanes chiriguanos de esta época, cuya influencia alcanza las comunidades de una región muy amplia y fértil de la Chiriguanía llamada Valles del Ingre acude a la invitación de Belgrano. Este general argentino conoce muy bien el modo de ser chiriguano, por lo tanto trata de impresionar a Cumbae, trata de demostrar la grandeza, valentía y fuerza de su ejército.
Primero, el recibimiento que le da a Cumbae es espectacular digno de un virrey. Los soldados enfilados en dos escoltan la entrada de Cumbae a la plaza de armas, quien acompañado de Belgrano y seguido por sus esposas y algunos kereimba, ingresa. A su llegada a la plaza es recibido con salvas de cañón en su homenaje. Luego es hospedado en una lujosa residencia amoblada con las más hermosas obras de arte de maestros escultores en madera y pintores. Al anochecer se organiza una cena y fiesta en su honor donde asisten las más distinguidas personalidades de la crema y nata de la sociedad potosina.
Al día siguiente, Belgrano y Cumbae se dirigen a los campos de San Roque, allí disfrutan de una demostración de la capacidad de movimiento de tropas, disciplina militar y capacidad de armas de fuego, principalmente cañones, del ejército karai. Todo esto se realiza para convencer al mburuvicha de la fortaleza patriota y de una conveniente alianza. Cuando Belgrano le pregunta qué le pareció esta espectacular demostración, Cumbae le responde que todo eso podía hacer desaparecer con sus guerreros en un momento. Para despedirse ya de este encuentro, Belgrano le obsequia un hermoso uniforme de general y una tembeta[8] con una incrustación de esmeralda para él, y varios vestidos cortesanos con impecables bordados en oro y plata para sus esposas. El mburuvicha guasu agradecido se compromete a apoyar al ejército patriota con 2.000 guerreros en sus próximas batallas.
Sin embargo, nada de lo que ve le provoca asombro o admiración. Cumbae se mantiene serio, con una mirada fría, aunque de vez en cuando transmite un gesto de agradecimiento y aprecio por los tratos gentiles con una leve sonrisa. No podía caer tan fácil alguien como él. Había asistido varias veces a La Plata a entrevistarse con las autoridades charquinas en el pasado y no había visto nunca cómo una alta autoridad casi se doblegara ante su presencia. Al final vio sólo debilidad en Belgrano. Dos semanas después llegaron a Potosí un pequeño grupo de 30 indígenas vestidos con uniformes karai y armados con fusiles y sables, se presentaron ante Belgrano diciendo ser el apoyo comprometido por Cumbae. Este hecho fue casi un insulto. Los soldados indígenas no eran ni siquiera kereimba. Lo extrañamente vestidos sólo simbolizaba que cualquier chiriguano era capaz de dominar los conocimientos y destrezas de las armas karai, y que nada estaba por encima de ellos. El número reducido de soldados sólo indicaba que cada uno de estos valía por cien soldados karai.
Cumbae sabía que ese ejército era tan débil que el tiempo no tardo en demostrarlo. Belgrano pronto fue aplastado en las batallas de Vilcapugio y Ayohuma por el ejército realista de Goyeneche.
De todos modos Cumbae brinda un apoyo real a los karai patriotas enviando a la republiqueta de La Laguna 500 flecheros. Pero esto no indica precisamente su adhesión a la causa patriota. Cumbae ha logrado ampliar el territorio chiriguano gracias a esa guerra civil karai ocupando San Juan del Piraí, y los esposos Padilla tras una derrota le piden que les auxilie. Su colaboración con los patriotas tiene relación con el golpe que le ha hecho a los súbditos del rey.
En general, toda la Chiriguanía continúa viviendo su vida propia, pese a que tienen en frente una guerra de grandes proporciones. Después de todo, una de las cualidades más importantes de los mburuvicha es conocer el mundo de afuera, tanto como su propio mundo, para poder defender a sus comunidades. Las republiquetas no fueron otra cosa sino protoestados coloniales que se organizan después del estallido de la guerra cuyo fin principal es contener a los quechuas y aymaras para que estos no provoquen un desborde de los acontecimientos que iría en general contra todo karai sea patriota o realista. Las sublevaciones de los Katari y Amaru de finales del siglo XVIII se mantenían frescas en la memoria blanca-mestiza. Todo esto lo sabían perfectamente los chiriguanos. Dado este nivel de comprensión, las parcialidades chiriguanas continuaban con sus acostumbradas guerras intertribales y reproduciendo su condición de iyambaé, dejando que los karai se exterminen entre ellos más allá de la Cordillera Chiriguana. Sus ocasionales alianzas con los karai continuaban, pero esta vez solían inmiscuirse ejércitos realistas y guerrillas patriotas, cada uno en un bando chiriguano, pero como de costumbre estas pronto se esfumaban finalizada la contienda intertribal y repartido el botín.
Comienzo del fin iyambaé
Después de la Guerra de la Independencia la infraestructura de la minería de la plata estaba completamente destruida, no por las batallas que se realizaron entre realistas y patriotas, sino por la Guerra Separatista de 1824 cuyo escenario fue los alrededores de la ciudad de Potosí. Extrañamente una absurda guerra fratricida entre realistas había definido el final de la Guerra de la Independencia. Tardaría varias décadas para que lo que fuera la actividad económica de primer orden de la Corona española fuera reactivada como tal por el nuevo Estado colonial. Por lo pronto lo que quedaba para hacerlo eran los indios y sus tierras. El nuevo Estado se sostendría mediante el tributo indígena, el despojo de tierras a los indios, la esclavitud y el pongueaje o servidumbre.
El proceso de colonización de tierras indígenas que con España prácticamente no importaba –era más bien la explotación humana lo que se imponía mediante el servicio de la mit’a, la encomienda, los obrajes, los repartimientos y los tributos-, ahora se iniciaría y avanzaría con voracidad.
Primero, se dotó tierras a los veteranos guerrilleros patriotas en la Chiriguanía, estos pronto ocuparon terreno con su ganado vacuno como estancieros. Luego se reinició el proceso evangelizador de “los bárbaros” con la misión franciscana. Lo que tanto decían despreciar los patriotas llamados cultos como fue la iglesia, ahora la utilizaban dándose cuenta que sin ella su Estado no podía ser realidad. Con todos ellos también ingresó el ejército boliviano asentando puestos militares.
Los chiriguanos continuaban sus guerras intertribales con la misma indiferencia al mundo karai, aunque ocasionalmente recibían apoyo de los colonos en éstas. Pronto comenzaron los verdaderos problemas, cuando el ganado vacuno creció en número y comenzó a invadir los campos de cultivo chiriguano devorándolos. El dejar sin alimento a los chiriguanos es clave para vencerlos. Y de esto ahora se están haciendo cargo las vacas. Surge de este modo una hostilidad manifiesta hacia los karai. Como respuesta, kereimba atacan estancias robando ganado e incendiando cabañas. El ejército boliviano asalta aldeas matando hombres, mujeres y niños.
Ya durante la segunda mitad del siglo XIX, los colonos ganaderos aumentan en número y ocupan grandes extensiones de terreno en la Chiriguanía. El levante de la minería de la plata esta época posibilita que mineros ricos como Aniceto Arce, se hagan también terratenientes y ganaderos en la Cordillera Chiriguana. Las comunidades, que se han hecho pobres perdiendo sus cultivos, se ven incapaces de enfrentar al karai y algunas admiten a los misioneros, y otros indios se resignan a emplearse como peones en las estancias karai.
Sin embargo, frente a esta terrible situación, hay comunidades que deciden expulsar al karai, e inician una guerra de grandes proporciones. Es la guerra de 1874-75. Pero ya no es como antes, se enfrentan a un ejército karai fuerte que se moviliza con muchos recursos; ellos han perdido la capacidad económica para enfrentarlos. Al final, después de casi dos años de guerra, sobre la Cordillera Chiriguana se yergue la penumbra. Centenares de prisioneros son llevados como esclavos a los siringales de la Amazonía. Los sobrevivientes se resignan a empatronarse, de este modo pierden su libertad. Los karai se hacen con mayores extensiones de tierras.
De esta situación tan dura, tan triste, va surgir un gran líder como la última esperanza para la pervivencia del iyambaé contra el Estado republicano colonial. Lo llamaron Apiaguaiki Tüpa, que significa “Dios corajudo”.
Cómo se sepulta en el olvido un grandioso y heroico pasado
A inicios del siglo XX los patrones karai en las estancias de la región de la Cordillera Chiriguana solían asustar a sus peones indígenas amenazándoles de castigarles con un empalamiento, y de hecho en algunas ocasiones lo hacían cuando estos se mostraban demasiado desafiantes. Les introducían un pequeño palo por el ano. El peón empalado se avergonzaba tanto que ya no podía mirar de frente a nadie más y desaparecía para siempre o se suicidaba. Si bien había castigos más desgarradores que éste como el cepo de tortura o los latigazos, ninguno de estos quebraba para siempre la autovaloración de hombres que tenían fresca en la memoria un grandioso pasado de pertenecer a pueblos guerreros que rechazaban cualquier forma de esclavitud.
Ignoramos si este tipo de castigo se practicó antes de Apiaguaiki. Pero estamos seguros que se practicó después también para recordar a los indios cómo los karai habían logrado derrotar para siempre al iyambaé, y con sólo recordarlo lo volvían a derrotar en la subjetividad de sus subyugados.
Después de la aplastante derrota sufrida en la Guerra de 1874-75, los chiriguanos viven una época de penuria, buscando sobrevivir en regiones menos fértiles puesto que sus tierras más fértiles han sido ocupadas por los karai. De una de estas aldeas libres marginales emerge un profeta liberador capaz de encender el último resplandor iyambaé: Apiaguaiki Tüpa.
Fue como otros profetas de la tradición chiriguana que aparecieron en el pasado, una mezcla de mburuvicha guasu e ipaye[9]. Empatronado desde muy pequeño junto a su madre, vio de cerca los vejámenes a los que era sometida su gente. De adolescente formó parte, junto a su madre, de una aldea libre llamada Murukuyati a la que llegó huyendo de la esclavitud. En su juventud, después de una masacre karai que extinguió Murukuyati, donde murió su madre, se preparó arduamente para iniciar una guerra de grandes magnitudes para echar a los karai de la Chiriguanía.
La guerra se inició el 7 de enero de 1892. Apiaguaiki que tenía 28 años había logrado confederar a varias comunidades además de haber logrado la alianza de tribus tobas, tapietes y matacos. Si bien en los primeros momentos, con estrepitosos movimientos los chiriguanos lograron acertar varios golpes a los karai, asaltando sus estancias, emboscando a tropas de soldados y venciéndolos en una primera batalla en los campos de Kuruyuki el 13 de enero, pronto una movilización general karai reunió tantos recursos y refuerzos que pudieron rechazar un intento chiriguano de tomar el cuartel de Santa Rosa. Para finalizar, la victoria karai se definió en una colosal batalla en Kuruyuki el 28 de enero.
En más de 900 muertos, 800 heridos y centenares de prisioneros destinados a ser vendidos como esclavos en los siringales de la Amazonía, se tradujo la derrota chiriguana. Pero, la incontenible sed de sangre de los karai alimentada por una suerte de miedo, quería estrujar, extinguir al iyambaé. Por lo tanto el ejército boliviano protagonizó más muertes a través de una expedición de exterminio de todo rebelde a mediados de febrero. 1.200 chiriguanos más murieron en las aldeas, en ellas también se cometieron violaciones a niñas y jovencitas, torturas moustruosas. Para parar estas crueldades, Apiaguaiki, que había logrado escapar tras la derrota de Kuruyuki y permanecía escondido esperando el momento propicio para volver a reunir a su gente, fue entregado a los karai por uno de sus seguidores.
El 29 de marzo, en la plaza de Monteagudo fue supliciado éste último gran líder. En una plaza repleta de verdugos karai, pero también que contaba con la presencia de peones de hacienda que habían sido trasladados por sus patrones, Apiaguaiki fue empalado. Con un enorme palo destruyeron sus entrañas hasta provocarle la muerte. Así se oscureció para siempre el cielo iyambaé. Al día siguiente, sólo quedaba el trauma del ser vencido. Ya no hay más chiriguanos.
En adelante, si no están directamente esclavizados por el karai, buscarán mejores condiciones de vida, a través de su mburuvicha, prestando algún tipo de servicio al Estado republicano colonial o negociando su empatronamiento temporal en actividades karai que requieren numerosa fuerza de trabajo como la zafra cañera. Perderán lo esencial de su cultura en las misiones franciscanas, de esta manera se karayanizaran irremediablemente, se enajenarán. Serán los explotados en una sociedad que carece de honor y se cimienta en la hipocresía y el robo. Sus luchas estarán llenas de patética humildad pues ya no se opondrán al Estado, sino pedirán ser parte de él exigiendo derechos.
Así, el ser iyambaé desapareció para siempre….
Colinas de Terebinto, Santa Cruz, Enero de 2014.
Fuentes consultadas:
Arnade, Charles. La dramática insurgencia de Bolivia. Librería Juventud, La Paz, 2004.
Hurtado Guzmán, Emilio. Apiaguaiqui Tumpa, la última esperanza de la liberación guaraní-chiriguana frente al Estado republicano colonial. Biblioteca Virtual Universal, www.biblioteca.org.ar
Klein, Herbert S. Historia de Bolivia. Librería editorial Juventud, La Paz, 2001.
Nordenskiöld, Erland. La vida de los indios. APCOB, La Paz, 2002.
Pifarré, Francisco. Los guaraní-chiriguano. Historia de un pueblo. CIPCA, La Paz, 1989.
Saignes, Thierry. Historia del pueblo chiriguano. Plural editores, La Paz, 2007.
Sanabria Fernández, Hernando. Apiaguaiqui-Tumpa. Los amigos del libro, La Paz – Cochabamba, 1972.
Varios Autores. Chiriguano. Jürgen Riester editor, 1995.
- Emilio Hurtado Guzmán es escritor. Autor de más de una decena de ensayos y narraciones históricas publicadas sobre la cultura y la historia de los pueblos de las tierras bajas de Bolivia.
[1]Mundo blanco-mestizo.
[2]Los kereimba era toda una institución en la civilización chiriguana. Comprendía un grupo de jóvenes guerreros de edades entre 15 y 25 años, que constantemente estaban entrenando, retándose y compitiendo entre ellos sino lo hacían con los jóvenes de otras comunidades. Eran los primeros en asistir a la guerra, los primeros en atacar. Peleaban para vencer con gran persistencia y garra. Algunas veces, cuando sobrevenía una aplastante derrota, ellos mismos se suicidaban antes de sentir la deshonra de ser muerto o hecho prisionero por sus enemigos. Tomaban los cráneos de sus víctimas como trofeos de guerra con los cuales se lucían bebiendo cangui (chicha) en las fiestas. Cuando un kereimba moría en batalla su familia se sentía orgullosa y se reconfortaba pronto, pero si moría en casa la tristeza era grande en toda la comunidad.
[3]Esta época la región de Santa Cruz pasó a formar parte de la jurisdicción de Cochabamba con un subdelegado como autoridad subordinada al gobernador de Cochabamba.
[4]Capitán. Un mburuvicha fue la autoridad que se ponía a la cabeza de una comunidad en tiempos de guerra o dificultades con el exterior. De la misma manera lo era un mburuvicha guasu, capitán grande, pero este era autoridad de una confederación de comunidades a la que se suele mencionar en las fuentes como parcialidad o provincia.
[5]Ava significa hombre y cuña significa mujer en guaraní.
[6]Tenta era una comunidad conformada por uno o varios tentami. Un tentami era una familia extensa conformada por los abuelos, padres, hijos, tíos y cuñadas.
[7]Así fue como se conoció a la ex Audiencia de Charcas desde Buenos Aires y en las republiquetas que se habían formado y que brindaban apoyo a los ejércitos argentinos. También se lo conoció como Alto Perú. Nadie tenía idea durante la Guerra de la Independencia de que nacería Bolivia, y menos aún que los oligarcas que la fundaron estratégicamente le pondrían ese nombre en homenaje a Simón Bolívar, a quien siempre detestaron.
[8]Una tembeta es un pequeño tarugo en forma de clavo que los ava llevaban incrustado debajo del labio inferior como símbolo de masculinidad. Los llevaban de madera y algunos de plata. Actualmente aún lo llevan algunos ancianos.
[9]Sabio y hechicero bueno.
https://www.alainet.org/es/active/70784
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