Freno y porvenir de la protesta agraria y popular
07/05/2014
- Opinión
Foto: Luis A. Mena |
El reciente ciclo de la protesta agraria en Colombia parece haberse frenado en los días recientes. El mismo se inició con la Minga Indígena Social y Comunitaria y el Paro de los Trabajadores (“corteros”) de caña de azúcar en septiembre-octubre de 2008, tuvo su máxima expresión en agosto de 2013, y registra ahora un entierro de tercera con el actual paro de abril-mayo de 2014. Un paro sin fuerza, sin norte, sin dirección, de afán, sin objetivos y plagado de oportunismos. Pesaron aviesos intereses y no la visión futurista de los trabajadores y campesinos. Acuerdos mínimos, falsas promesas y mucha frase grandilocuente, como aquella de la MIA “que lo duro estaba por llegar en mayo”. Sacrificio inútil del campesino: sin estrategia de acumulación de fuerzas. Desgaste irresponsable de la potencia indignada de las masas y la multitud enardecida que se movilizó con fuerza en el Huila, Caquetá, Sur de Bolívar, Santander, Magdalena Medio y parte del Catatumbo.
Desde luego, nada detendrá la protesta popular frente al atropello ocasionado por el neoliberalismo depredador de la agricultura tradicional ante la invasión de productos con la marca de los TLCs. Las relevantes movilizaciones agrarias, campesinas, mineras, de transportadores y otros sectores sociales que se desarrollaron en 2013 y las expresiones en curso, de 2014, con todos los problemas de dirección política, demagogia y oportunismo, arrojan invaluables acumulados para que otros sectores – especialmente urbanos – retomen su conciencia, sus consignas, su potencia y enseñanzas, y den un salto cualitativo.
De hecho, durante el año anterior (2013) ya se observó la enorme potencialidad de la lucha de la juventud citadina que se movilizó, primero, en solidaridad con los campesinos a finales de agosto (“cacerolazos”) y, después, en defensa de la democracia participativa y en apoyo al espíritu incluyente, ecológico, humanista y des-privatizador (Defensa de lo Público) de la “Bogotá Humana”.
Las luchas que sobrevendrán – que serán bien pronto – tendrán que ser como las que sucedieron en 2013. El nuevo proletariado juvenil colombiano, representado por miles de jóvenes trabajadores, desempleados, estudiantes, y multitud urbana, actuará seguramente con gran sentido de solidaridad, grandes cargas culturales y espirituales, irá directamente al corazón del sistema político excluyente, atacará la injusticia, enfrentará la insolidaridad, denunciará la falta de libertad, frenará el privilegio mal conseguido, derrotará la caverna ideológica, retará la intolerancia oligárquica, y vencerá la discriminación y la represión. La defensa y la ampliación de la democracia participativa será su bandera central.
Para que la izquierda, especialmente aquella que va tomando forma en los escenarios ajenos a la violencia letal y a la provocadora lucha armada que ofrece el pretexto a la derecha, se conecte con esa nueva generación de protestas en el ciclo que despunta, tendrá que reflexionar mucho y aprender para descartar los errores de aquella izquierda envejecida, fundida en el sectarismo y el dogma. ¡No más utilización oportunista de la lucha social! Los dirigentes populares tienen derecho a representar a su gente en los órganos de representación (concejos, asambleas, congreso, etc.) pero hay que hacer bien la tarea, sin dividir el movimiento social, sin debilitarlo, con procesos de maduración, sin oportunismo.
Para que una nueva izquierda pueda influir en la oleada de luchas que sobrevendrán –que va a continuar–, deberá superar la dispersión y lucha grupista de facciones. Deberá construir un programa estratégico unificado que apalanque el movimiento social con sentido de poder, sobreponerse a la reivindicación economista y reformista, y proyectar el movimiento hacia objetivos de altísimo nivel ético y político. No más luchas con reivindicaciones estratégicas de fachada para terminar negociando pequeñas baratijas que el gobierno utiliza demagógicamente para desmovilizar y derrotar las luchas, favoreciendo la continuidad de un modelo que se agotó porque no interpreta la demanda de las mayorías nacionales.
Para que una nueva izquierda pueda ampliar otro auge de movilizaciones –que con toda seguridad ocurrirá –, tiene que aprender de las experiencias acumuladas. Nuevos repertorios de lucha han aparecido, incluso sin haberlos planificado en ciertos laboratorios seudo-ideológicos. Los “cacerolazos” son formas innovadoras de lucha pero sólo surtirán el efecto deseado cuando el movimiento esté lleno de energía movilizadora. No son programables por “grupos de interés” o sectores “interesados”. Sólo cuando la fuerza moral e ideológica es lo suficientemente fuerte, dicha expresión – tranquila, pacífica, arrolladora, alegre, entusiasmadora, creadora, con fuertes y sublimes mensajes culturales, “sin dueños”, sin presiones externas – podrá ser convocada y plenamente realizada.
Para que una nueva izquierda pueda convertir la próxima oleada de luchas – que ya está encima –, en un movimiento ciudadano democrático con altas calidades transformadoras, se requiere que sepa liquidar lo dañino de la izquierda anquilosada y potencie las excelentes cualidades que ha construido. Que el Robledo estudioso y batallador del Congreso se baje de su pedestal y muestre la humildad necesaria para aprender de sus errores de sectarismo. Que el Petro estudioso y batallador del balcón de la Alcaldía se baje de su pedestal y muestre la humildad para superar sus tendencias caudillistas y de soberbia individualista que lo induce al error.
Para que los ricos y poderosos de este país tiemblen ante un gran movimiento social se requiere la unidad, claridad política, identidad ciudadana con un fuerte contenido de justicia y lucha por la “restauración moral y democrática de la república”[1]. Se requiere un movimiento en donde estén representadas todas las fuerzas democráticas, alternativas, independientes, progresistas y de izquierda de nuestro país.
Sólo así podremos aprovechar plenamente el próximo ciclo de luchas populares. Un movimiento ciudadano democrático que recoja a Claudia López, Gustavo Petro, Jorge Enrique Robledo, Aída Avella, Camilo Romero, Clara López, Iván Cepeda, Antonio Navarro, Alberto Castilla, Aurelio Suarez, Feliciano Valencia, y a tantos y tantas dirigentes que tienen que ceder en sus vanidades y apetitos personales y ser capaces de dejarse conducir del conjunto del movimiento social que desde hace mucho rato pide unidad y humildad.
Si lo logramos, seremos grandes y conduciremos el cambio y las transformaciones que el país urge y necesita. Si lo hacemos, la Paz de los trabajadores y el pueblo será la que florezca en nuestro bello y sufrido país. Si no lo hacemos “estaremos condenados a otros 100 años de soledad sobre la tierra”[2].
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