Javier Diez Canseco, ese luchador histórico

07/05/2014
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Foto: OtraMirada
Pensar que no ha pasado mucho tiempo de cuando líderes políticos como Alfonso Barrantes, Gustavo Mohme, Genaro Ledezma, Javier Diez Canseco y otros expresaban una contradictoria y pujante unidad de la izquierda peruana, especialmente en la década de los años 80s del siglo anterior. Nos hicieron soñar la posibilidad de un nuevo Perú como posibilidad; con problemas pero también con horizonte y proyección. Jorge Basadre ya lo había señalado en décadas muy anteriores bajo el título de su libro “Perú: problema y posibilidad”. Porque a eso invita una lectura atenta, inteligente y comprometida de nuestro país, de nuestro pueblo pobre, de nuestras riquezas, especialmente humanas.
 
Va tocando la partida inevitable de unos y otros. Como ocurrió en otras fechas con José Carlos Mariátegui, Haya de la Torre, Flora Tristán, Manuel González Prada, Hildebrando Castro Pozo, César Vallejo. No todos ellos, convergieron en el tiempo, pero anidaron preocupaciones equivalentes por nuestro Perú, sus mil razas, su desarrollo, la necesidad de verlo construirse como un lugar de todos, para todos, con todos y desde todos; todas tenemos también que agregar, simbólicamente al menos. Personas que no sólo nos han ayudado (entre muchos anónimos y otros/as más conocidos) a querer la vida, a pensar en los demás como encuentro necesario de convivencia y disfrute, a razonar lo fundamental de mejorar el lugar en que vivimos.
 
¿Lo llamamos Socialismo, Comunitarismo, sociedad del bien común, comunismo, igualdad de oportunidades, ciudadanía o participación plena…? La fuerza de la creatividad da para empujar a que se abran mil flores, a que se reúnan todas las mariposas de colores inimaginables de la selva y amazonía, sus pájaros, árboles, frutos, habitantes diversos. Porque nos inspira no sólo a teorizar sino a hacerlo vida, pese a lo lento que parece el caminar. Aunque nos cansamos, nunca nos cansamos y nos detenemos a cada momento para alimentarnos, dormir, conversar, etc., pero no nos detenemos, porque seguimos avanzando con esperanza que es nuestra principal arma y el deseo de amar que es el motor de nuestra lucha.
 
 Porque siempre existen motivos para luchar, aunque a veces los confundimos con pequeños líos o conflictividad inútil. Así es también la vida. Porque como todo aprendizaje, siempre tenemos que aprender a distinguir lo importante de lo accesorio, lo significativo de lo superficial, y así. Pensar y obrar siempre en pos de mejorar nuestra vida, la comunidad política en la que nos movemos, la de todos y en especial de los menos favorecidos, requiere no precisamente de políticos profesionales, aunque también los requerimos, pero de los buenos.
 
De esos fue Javier, un cautivador de mentes, de corazones, de conglomerados diversos. Airado en la defensa de causas justas, en los destapes en el Congreso de la República, en los congresos populares de sindicalistas de trabajadores diversos, de comunidades campesinas en todas las regiones naturales, de pobladores de los más diversos “Pueblos Jóvenes”. En ese esfuerzo de encaminar corrientes de opinión pública de cambio, de izquierda, de radicalismo, de intemperancia por el cambio, de diálogos en voz alta algunas veces.
 
 En mis tiempos de juventud, en tiempos de universitario, Javier fue de quienes me cambiaron la vida, me sensibilizó a la política, me ayudó (sin saberlo) a vincular ciencia y estudios con la realidad y los sectores sociales populares, academia y proyección social, debate en las aulas y marchas por las calles y protestas diversas por la crisis económica, en solidaridad con los reclamos sindicales, congresos campesinos de la Confederación Campesina del Perú (CCP), eventos de convergencia unitaria de sectores de la izquierda, de recorrer tan diversas experiencias…
 
 Se acordarán de ello Farid Kahhat, Miguel Jugo, el “chico malo” Javier Champa, el chino Chang, Rafael Tapia y tantos que estuvimos en los esfuerzos que nos tocó vivir, quizás sin mayor protagonismo, porque no éramos del vector de los dirigentes; de tantos otros que partieron también jóvenes (en particular, César Heredia). También desde la CCP y el IAA (Instituto de Apoyo Agrario), gremio tan referencial en esa labor, reconociéndonos en una idiosincrasia variopinta de nuestro medio rural y campesino y, desde los cuales pude conocer buena parte de nuestro Perú. Junto a dirigentes como Saturnino Ccorimayhua, Juan Rojas Vargas, Nemesio Rodas, Manuel Pérez Puyén, Arlita Tocto, Esteban Puma, Concepción Quispe, Andrés Luna Vargas e incluso el mismo Juan Hipólito Pévez (fundador de la CCP).
 
Seguramente quedan muchos nombres y para Javier Diez Canseco habrán setenta veces siete referencias más, qué duda cabe. Necesitamos que sea ahora reflejo en las nuevas generaciones. Porque personas como él, cuando se mueren, nunca mueren. Se han despedido pero están con nosotros y no sólo como un vago recuerdo, sino como activa victoria del camino que nos toca recorrer y seguir recorriendo, esperemos que con profunda sabiduría.
 
Magdalena del Mar, 7 de mayo de 2014
 
 
 
 
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