El deliberado vacío programático de la competencia electoral

20/05/2014
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A las puertas de la primera vuelta de las elecciones presidenciales la opinión pública presencia el espectáculo de acusaciones que van y vienen, poniendo al desnudo porquerías y crímenes de uno y otro de los candidatos, anteriormente cómplices, en el más puro estilo mafioso. Entre tanto, para desgracia del pueblo, y entre llamados a la “moderación”, se confirma el imperativo impuesto en la Habana: “el modelo no se toca”.

 
 
El escándalo que se ha armado a propósito de la llamada guerra sucia es parte de la misma guerra sucia. De la guerra sucia contra el pueblo. Porque, en verdad, no es la primera vez que se utiliza; podemos mencionar numerosos ejemplos. Desde mucho antes del debut de Rendón. Con la particularidad de que la guerra mediática ha sido apenas el clima que ha rodeado incontables y atroces crímenes que, en la historia oficial, siguen considerándose falsamente como parte de la guerra antisubversiva. Ahora sirve, en el campo electoral, para apuntalar la estrategia del poder.
 
La de hoy se nos aparece como una guerra intestina, en la cúspide de la “clase política”, lo cual, por sí mismo, reduce la competencia a dos contendores y relega los demás a la franja de los “sin importancia”. Y no es el único efecto de esta operación en la que los medios masivos de comunicación juegan un papel decisivo. El otro consiste en que las acusaciones, que suelen constituir su núcleo principal, por “sucias” resultan infundadas, cuando todos sabemos que, seguramente, JJ Rendón sí sirvió para lo que se dice y que, sin lugar a dudas, estaba en marcha un sabotaje Uribista de las negociaciones de la Habana. Pero, de ahora en adelante, ya no va a caber ninguna denuncia; todas serán “sucias” y por tanto falsas. Y el efecto más importante: se proscribe definitivamente, en el debate electoral, cualquier reflexión sobre la realidad socioeconómica o cualquier disputa de programas, reduciéndolo a una falsa disyuntiva entre guerra y paz.
 
¿Quiénes ganan y quiénes pierden?
 
En apariencia gana Santos quien, por lo demás, cuenta con todo el peso del aparato de Estado al servicio de su campaña. El cálculo resulta sencillo si se tiene en cuenta que todo apunta a la segunda vuelta. Es obvio que para el Presidente lo mejor que puede suceder es que “clasifique” Zuluaga. Marta Lucía y Peñalosa sólo cumplen la función de restarle algunos votos de la derecha y del llamado “centro” respectivamente; no tanto como para que éstos pudieran entrar a disputar la segunda, pero sí lo suficiente para evitar que Zuluaga se volviera aceptable para buena parte del centro. Y esa parece ser la amenaza que acaba de conjurar: Zuluaga llega, pero rodeado de su aureola de guerrerista inescrupuloso lo cual, si bien satisface a parte no despreciable de la opinión, al mismo tiempo le enajena los votos de los hipócritas y de todos aquellos que, al final, se verán obligados a “evitar que gane la derecha”.
 
No se trata de subestimar las contradicciones que pudiera haber dentro del bloque de clases en el poder. Es cierto que existe una fracción, con fuerza sobre todo regional y local (y en las fuerzas armadas), descarada y orgullosamente criminal, pero su cuarto de hora, político y administrativo, parece estar llegando a su fin; en lo sucesivo tendrá que aceptar la transacción que se le propone, sobre la base de la impunidad y del respeto de sus privilegios económicos. Para el conjunto de las fracciones dominantes, especialmente para la financiera o “transnacionalizada”, como la llaman algunos, que es la hegemónica, lo que está en juego ahora es el proceso de legitimación, con vistas a fortalecer su proyecto económico. Y Santos no es el único, ni mucho menos el mejor, pero es un candidato con probabilidades de ganar y por lo tanto de ofrecer una tranquila continuidad. La legitimación corre, entonces, por cuenta de la “paz”.
 
Nace el Santismo vergonzante
 
En efecto, mediante esta operación mediática, Santos quedó convertido, ante la amenaza del “neofascismo”, en la garantía del proceso de negociación y por tanto de la paz. Así sepamos todos que nada está garantizado. Se juega con el tiempo. En medio de la guerra, la oficial y la que se libra contra líderes sociales y políticos, esa sí, sucia, Santos continúa - y continuará en el próximo cuatrenio, para tranquilidad de la opinión de derecha - imponiendo a las FARC su modelo de “sometimiento a la justicia”, en la seguridad de que si la negociación se revienta tendrá al alcance de la mano el argumento de que no fue por culpa suya.
 
Aunque suene paradójico, Uribe terminó favoreciendo la campaña de Santos. Juega el mismo papel que, en el pasado, Álvaro Gómez Hurtado, en beneficio del partido liberal que siempre disfrutó de la imagen de ser el “mal menor”. La amenaza, por supuesto, no es despreciable y el temor nunca infundado. De ahí la levemente enigmática declaración de Piedad Córdoba: “votaré por la paz”. Declaración significativa, dado el papel que ella jugó en la formación de la Marcha Patriótica. Sin lugar a duda refleja el estado de ánimo de lo que se suele llamar el centro, pero también de no pocos sectores de la izquierda, aunque por lo pronto guarden silencio. Pero poco a poco comenzarán a desgranarse. Un apoyo gratuito para Santos porque no va a mediar ningún compromiso real de su parte; como se dijo antes, nada garantiza que la negociación vaya a continuar y mucho menos por cuenta de este hábil jugador que nunca ha tenido entre sus virtudes la rectitud. Su único propósito es alcanzar, en la segunda vuelta, frente a Zuluaga, una cómoda mayoría.
 
Del programa único…
 
Con la victoria de Santos, sin embargo, quien gana es el conjunto de las clases dominantes. Conveniencia coyuntural para éstas, naturalmente, porque, en el fondo, no estarían mal representadas tampoco por Zuluaga o por Peñalosa o por Ramírez. No hay diferencias programáticas entre ellos; es por eso que la competencia electoral se ha reducido a una ridícula y demagógica competencia entre promesas casuísticas y pedestres. Más vivienda, más empleo, mejor educación, más salud, etc. Es sólo asunto de credibilidad y por ello cada uno –incluido Santos- se esfuerza por demostrar –y en eso se destaca Peñalosa- que ha sido un excelente ejecutor, un gran gerente. Pero el programa existe, y es único, sólo que no se hace evidente.
 
No es difícil explicarlo. Cabe una anécdota: hace unos meses, luego de la Convención donde el Partido Conservador decidió abandonar la “Unidad Nacional”, se le preguntó al Ministro de Hacienda, Mauricio Cárdenas, por qué siendo Conservador no se retiraba del gabinete, y él respondió muy orondo que no era necesario porque su función era solamente “técnica”. Y nadie dijo nada. ¡El manejo de la economía no es asunto de política! No hay opciones. Tal es el pensamiento único del neoliberalismo: el mercado es el supremo regulador; basta con asegurar, desde el Estado, su libre funcionamiento. Ello ha conducido a lo que algunos teóricos han denominado el “malestar de la política”, derivado de su vaciamiento de todo contenido sustancial. No es, pues, extraño que hoy, en un debate electoral, no aparezcan opciones de política económica.
 
En el caso de Colombia, lo que llamamos “Modelo”, ahora vigente, no es otra cosa que una manifestación de ese programa único, como adaptación pasiva a las fuerzas internacionales del mercado. Ni siquiera las “locomotoras” corresponden a un proyecto de Estado. Simplemente se dejan correr, garantizándoles “seguridad jurídica”. Y las otras “seguridades”. Fue lo que Santos presentó, en su primer mandato, como Plan de Desarrollo, y por ello ahora no necesita mayores argumentaciones. Habla de siete “estrategias”, de las cuales resalta cuatro: seguridad ciudadana, infraestructura, educación y locomotoras. Sin duda, la principal es la segunda: la promesa, para la burguesía, que todavía no ha podido cumplir. Pero es fácil intuir que cualquiera de los otros, ya liberados de la carga demagógica, estaría en capacidad de desarrollar el mismo programa con sólo un cambio de nombre y presentación.
 
...al único programa
 
Sí, en general, en tiempos de neoliberalismo, se esfuman las confrontaciones programáticas, en el caso de Colombia esta operación tiene un significado político adicional. Tiene que ver con las negociaciones con la insurgencia en un contexto latinoamericano en el que se han ventilado ya opciones posneoliberales. Además, el programa único neoliberal ha sido ya bastante cuestionado por los conflictos y resistencias sociales. De ahí la importancia, para las clases dominantes, de ocultar cualquier clase de alternativa programática.
 
Ahora bien, no cabe duda que el único programa, que se puede considerar como tal, y que además es alternativo, es el de Clara López, es decir, el del PDA. No es, de ninguna manera, un programa socialista; ni siquiera juega con esa expectativa como lo hacía la vieja izquierda Stalinista. Habla, más bien, de un nuevo “modo de desarrollo” que, apoyado en un conjunto de valores sociales y democráticos (“Desarrollo humano”), se inspira en la más pura tradición académica Keynesiana. Redistribución del ingreso e independencia nacional son las guías.
 
Desconfía de las virtudes del mercado y propone una intervención decidida del Estado. Si nuestro fracaso económico y social proviene de la “deficiencia estructural” de la demanda, la alternativa ha de ser el impulso de ésta mediante el gasto público. Cabe en esa perspectiva un programa estatal contracíclico de creación de empleo, siendo el “pleno trabajo” –es decir con todos los derechos laborales- una meta simultáneamente social y económica. En síntesis, es un programa alternativo simplemente porque es antineoliberal.
 
Sin embargo, ha sido, por desgracia, inútil. Más allá de las disquisiciones académicas, lo cierto es que su inspiración política es bastante más trivial: la necesidad de presentar una imagen que no espante a la pequeña y mediana burguesía colombiana. Astucia política que sólo ha servido para consumar la labor de invisibilización que se viene adelantando desde el poder. Como si fuera poco –y acorde con el estilo contemporáneo del marketing político– han caído en las garras de los publicistas cuyo ingenio solo les alcanzó para descubrir las posibilidades de la palabra “clara”. Y así, la candidata, pasó de Clara a transparente.
 
En conclusión: hoy más que nunca la próxima primera vuelta no será más que un trampolín para llegar a la segunda. Ya no hubo debate, y, por desgracia, en la segunda se impondrá la lógica del “voto útil”. No obstante, el desgano y la repugnancia se expresarán en la abstención y en el voto en blanco.
 
Edición 202, periódico desdeabajo, Mayo 15 – junio 15 de 2014
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