Colombia atraviesa por una realidad política de la que muchos quisieran escapar, unos a la escondida, otros invocando posturas inamovibles o sencillamente con indiferencia. Las justificaciones son válidas, solo que esta vez es momento de explicaciones. El resultado electoral próximo quizá fije el rumbo del país por varias décadas. El contexto deja ver un pacto social roto, un estado tomado por mafias, por particulares, por empresarios y por militares, todo mezclado. Una clase social enquistada en el poder que ha eliminado a la sociedad civil en cada momento histórico. Una democracia al servicio de elegidos que se heredan entre sí representaciones, cargos y mandatos. Empresas electorales que compran y venden bolsas electorales. Elegidos sin interés por sus electores y electores que reconocen a sus elegidos por fotos de campaña, no por sus programas. Una política de izquierda distante de los millones de excluidos del sistema y una lucha social en sus máximos niveles.
El marco del conflicto armado es de guerra prolongada entre el estado y unas insurgencias sostenidas en el tiempo, que se adecuan rápidamente a nuevas y cambiantes situaciones al amparo de un proyecto socialista. La violencia sigue extendida en todas sus escalas, la degradación ambiental crece sin límite y la riqueza en bonanza es acelerada por trasnacionales. Empresarios e inversionistas que solo conocen la ideología del despojo. Militares que fijan reglas de impunidad y acomodan su agenda de guerra. Conquistas sociales del siglo anterior reducidas a firmas en papel sellado del que se borran las letras lentamente. Luchas de resistencia que combinan la vindicación de nuevos derechos con la reivindicación y exigencia para el cumplimiento de lo ya ganado.
Los hechos ponen en evidencia la existencia de dos Colombias, una política, asociada a partidos y leyes que resuelve votando, y otra social, asociada a necesidades y carencias que resuelve luchando. Las dos son inseparables pero están separadas. Los gobernantes herederos de la primera independencia y seguidores del espíritu de libertad de 1789, configuraron la Colombia política a su medida y se olvidaron del resto y durante doscientos años han bloqueado las luchas por descolonización y liberación. El pacto entre clases sociales antagónicas que se orientó a derrotar la monarquía y su régimen feudal y fijó unas reglas de convivencia en democracia, basadas en derechos fue roto. Los resultados presentan un estado inviable, que sin embargo deberá elegir un presidente. La disputa es entre dos versiones de la misma clase, que políticamente se sitúa en la derecha, con diferencias en el modo de acción y en sus distancias hacia el centro una y hacia la extrema otra.
Quizá políticamente todo parezca perdido, pero también quizá sea el momento para emprender desde las urnas la reconstrucción del pacto. Si es así la Colombia social podrá definir el curso de las acciones. La abstención electoral hace tiempo pasa la factura de ilegitimidad al sistema pero la legalidad se impone y se encarga de negarla en las urnas. Otra vez se elegirá a un presidente de derecha y el perdedor hará oposición de derecha en el congreso. La decisión final electoral es de derecha contra derecha, pero no dependerá de las cuentas propias de los partidos y sus militancias, si no de los votos que salgan del país social, el de los movimientos y las movilizaciones, que con independencia de lo que ocurra tendrá que continuar sus luchas de resistencia y en búsqueda de ejercer poder por justicia y dignidad y contra la sobrevivencia que le propone la derecha.
Las experiencias de luchas indígenas, raizales, afros, campesinos, mineros, estudiantes, maestros, obreros es alentadora y de máxima importancia en este momento crucial para tomar decisiones, ellos han sabido persistir insistir y mantenerse en el tiempo de sus luchas, en el espacio de sus victorias, su existencia política es resultado de su capacidad indoblegable e incorruptible para poner en la agenda del estado sus derechos, sin dejar de luchar por justicia y dignidad. La movilización social, sus activistas y anónimos participantes tienen en sus manos la posibilidad de seguir con el No o decidir apostar esta vez con la herramienta poco usada de los votos, la ruta del futuro inmediato, en todo caso, para convocar a la reconstrucción del pacto. En este carril político del país social no hay claudicación de principios, ni de convicciones ideológicas, hay realismo político de que nada cambia, salvo los modos de acción del poder y el uso de técnicas para ejercerlo. No es un carril de izquierda aunque también está, hay inconformes, librepensadores, mujeres, estudiantes, campesinos, intelectuales, victimas, luchadores sociales, defensores de derechos, académicos, indígenas, trabajadores, en fin, hombres y mujeres apoyando con sus votos un muro de contención y garantía tratando de impedir el regreso del régimen Uribe.
Tal vez sea un buen momento para llevar al pacto cosas en serio. Decirle a Santos que efectivamente ninguna madre quiere prestar un hijo más para la guerra y emprender la abolición del servicio militar obligatorio regido por la ley 48 de 1993; cambiar el tono de la guerra total y empezar a eliminar las causas que mantienen vigentes los levantamientos armados. También es momento para que el movimiento estudiantil trace la ruta de la política universitaria; los campesinos la ruta de soluciones de fondo; indígenas y mineros la ruta de recuperación de riquezas y soberanía e; igual se trace la ruta para la salud y la justicia como asuntos públicos y de derechos.
En fin es un momento político relevante para que el país social, a través de sus voceros, reafirme con urgencia la necesidad de paz con transformaciones y defina el inicio de reconstrucción del gran pacto social. El momento político convoca al país social a impedir el regreso del régimen del odio sin entrar en alianzas ni caer en chantajes, sin tampoco abandonar la tarea opositora. La clase tradicional en el poder, representada por Santos hoy está cerca de su derrota y expuesta a ser juzgada, no por el pueblo con el que la clase en el poder suscribió el pacto que rompieron, sino por la vengativa y más temible criatura política nacida de ella misma, convertida en una máquina de terror imparable. Así como la esperanza le pertenece a la vida y no a nosotros, habrá la opción de votar en blanco, de no votar o de echarle una mano a la derecha tradicional, la misma que rompió el pacto. En ese caso tendrá que ser como apuesta previa para reconstruirlo y de paso evitarle que sea juzgada por la extrema del régimen de Uribe, que la misma derecha califica de revanchista y camorrera y que para los sectores populares retrasó en doscientos años las conquistas de derechos ya ganadas.