“Mejor mande una carta a Dios”
25/06/2014
- Opinión
Madres que migran solas con sus hijos a Estados Unidos denuncian vejaciones de coyotes y oficiales de la Patrulla Fronteriza
El sol del mediodía del 27 de febrero repuntaba sobre la casa de Griselda, en Usulután, El Salvador. Adentro, su familia departía placentera ignorando que afuera, siete jóvenes pandilleros de la Mara Salvatrucha la rodeaban.
A una señal, como si un trueno chicoteara la puerta de su vivienda, los muchachos tatuados y armados irrumpieron violentos. Lanzaron a niños y adultos al piso, los encañonaron, y unos iniciaron el saqueo mientras otros intentaron capturar a su pareja.
“Lo iban a matar”, Griselda relata. “Se les escapó, le tiraron tres escopetazos y sólo uno le dieron en la mano”.
La salvadoreña de 33 años y su niña de siete vivieron acosadas por los pandilleros por tres meses, hasta que la mujer reunió el equivalente a 1,300 pesos para huir hacia Houston, donde vive su madre.
Griselda se unió así al caudal de madres solas que viajan con sus infantes hacia Estados Unidos, un desplazamiento forzado por razones económicas y de seguridad, que a decir de Michelle Brané de Women´s Refugee Commission, basado en Washington, presenta un crecimiento alarmante del que “no hay cifras”.
Durante varios días las dos salvadoreñas agotaron el dinero viajando en transportes carreteros, pero en el camino se unieron a un grupo de migrantes y así llegaron a Reynosa, Tamaulipas.
La madrugada del miércoles 11 de junio los migrantes las ayudaron a travesar el Río Bravo agarradas de una llanta, pero tan pronto cruzaron, las detuvo la Patrulla Fronteriza y las recluyó en su centro de detención.
Los oficiales las despojaron de sus pertenencias y al descubrir un salpullido en el brazo moreno de la niña, las obligaron a dormir afuera de sus instalaciones, a ras del suelo, expuestas a temperaturas de 40 grados centígrados.
Durante cuatro días no les permitieron bañarse y su alimento fue un burrito y una manzana en la mañana y al mediodía. Nada más.
Entonces Griselda le pidió a un oficial clemencia por el trato hacia su niña.
“Me dijo que si quería, que le mandara una carta a Dios para que me atendieran mejor”, ella narra en la estación de autobuses de McAllen, donde cuatro días después se les liberó porque el centro estaba atestado de más madres con infantes.
“Dios sabe por qué nos ha traído hasta acá”, enuncia y muestra el citatorio de audiencia de deportación que le dieron fechado para el 30 de junio. Mientras tanto, podrá vivir con su madre en Houston.
Fenómeno en repunte
Las autoridades migratorias de Estados Unidos no han reportado la cifra oficial de madres con sus hijos detenidos recientemente por la Patrulla Fronteriza, a los que recluyen de 3 a 5 días y liberan maltrechos y hambrientos en centrales de autobuses.
Pero organizaciones cristianas instalaron refugios temporales o de tránsito en McAllen, Brownsville y El Paso, Texas, en las últimas tres semanas, para atenderles antes de que viajen con sus familiares mientras transcurren sus procesos de deportación.
Algunas de estas madres deben esperar la salida de su transporte por una noche o viajar trayectos de más de 30 horas.
La dimensión del fenómeno creciente apenas se vislumbra en el refugio instalado en McAllen por Catholics Charities en el salón de la iglesia El Sagrado Corazón.
La monja Norma Pimentel dice que desde hace dos meses los fieles les alertaron sobre centroamericanas deambulando en la terminal de camiones con sus pequeños.
Dice que los casos se incrementaron de tal forma que el 11 de junio abrieron el albergue y en 11 días atendieron un estimado de 770 madres, “cada una acompañada de uno a tres niños”.
La mayoría tienen de 20 a 30 años y vienen de Honduras, Guatemala y El Salvador, explica.
Rubén García, de Anunciation House, al frente del refugio en El Paso, detalla por su lado que en dos semanas recibieron cuatro aviones procedentes de El Valle de Texas con 540 personas: alrededor de 200 madres y “la gran mayoría niños”.
A otro grupo que sumaba un millar de mujeres y sus menores, se le trasladó al centro de detención migratoria de Nogales, Arizona.
DeeDee García, del National Tequila Party Movement, ingresó al centro y reportó que tres de las mujeres "fueron violadas" en su larga travesía.
Se ignora a cuántas madres más de esta reciente oleada también se les violó, extorsionó, asesinó o secuestró en su camino.
Pero el 6 de junio a la hondureña Paola Quiñones, vocera de la Caravana Peregrinación Migrante por el diálogo, de 21 años, y a su niña de tres, hombres armados las secuestraron al viajar en autobús hacia Reynosa.
Albergadas fugaces
La noche apremia el movimiento en el albergue de tránsito en McAllen, en donde voluntarios ordenan víveres y ropa usada y asisten a las madres refugiadas.
En un instante la puerta del salón se abre y da paso a mujeres y niños desaliñados y hambrientos, recién liberados.
En el remolino va una joven hondureña de nombre Gabriela con un bebé de tres meses desfallecido en sus brazos que respira con dificultad y tiene los ojitos rojos e hinchados.
Inmediatamente se le canaliza con el doctor. Mientras éste lo revisa, Gabriela cuenta que dejó su país por la pobreza.
Dice que vendió sus pertenencias y le pagó a un coyote, que a ella y a otras siete mujeres con sus niños éste las cruzó el Río Bravo la madrugada del 12 de junio pero ya no regresó. Se les detuvo.
Los oficiales les quitaron sus pertenencias, incluidas la ropa y la leche en polvo del bebé.
Si en el exterior hacía un calor endemoniado, a todas las recluyeron con sus hijos por tres días en celdas con sobrecupo célebres por tener temperaturas de hasta 15 grados centígrados bajo cero.
Ahí ellas durmieron hacinadas sobre el piso de concreto.
El bebé “ratitos dormía porque yo lo abrazaba porque hacía mucho frío”, cuenta Gabriela.
El pequeño rechazó la leche en polvo que ahí le dieron y a la muchacha no le permitieron darle su propia leche en polvo, por lo que “el niño lloraba y lloraba por hambre”.
Finalmente el médico terminó la auscultación del crío y determinó que se le trasladara en ese momento a un hospital porque presentaba una afección respiratoria y diarrea.
Al día siguiente se logró estabilizar al pequeño, por lo que Gabriela pudo viajar con él a Denver, donde vive su madre.
River tours
La música country en vivo resuena esa tarde de domingo el restaurante Riverside Club, en las márgenes texanas del Río Bravo, a 17 kilómetros del puente internacional que conecta a McAllen con Reynosa, Tamaulipas.
Horas antes, frente al Riverside Club, se escucharon detonaciones del lado mexicano. Aquí ni se inmutaron. Parejas septuagenarias se deslizan en la pista. Llegaron en camionetones, algunos ornamentados con calcomanías de “Vietnam veteran”.
El restaurante está en un corredor de recreación texana en el que cohabita el parque Anzaldúas, áreas de balneario con deportes acuáticos, casas particulares, y…patrullajes en lancha de agentes migratorios.
Por el parque Anzaldúas ingresó a la Unión Americana una noche de junio la salvadoreña Roxana de 29 años, su hijo de once, y 17 personas más a las que abandonó el coyote. Durmieron en el parque y al día siguiente los aprehendieron.
La mirada de Roxana es de honda tristeza. Lava ropa en su país, donde dejó dos hijos más, y pidió un préstamo para pagar la exigencia del coyote: “14 mil dólares”.
La cacería
En México tampoco hay cifras del fenómeno. Sólo se sabe que por la frontera Tamaulipeca pasa 62% de las centroamericanas hacia Estados Unidos, de acuerdo al Consejo Nacional de Población (Conapo). La mitad lo hacen por el área de Reynosa.
Sin embargo el Instituto Tamaulipeco para el Migrante del gobierno local, reporta que atendió a 39 madres centroamericanas o mexicanas migrando con sus hijos en 2012, 46 en 2013 y 60 en lo que va del 2014.
Interesante es que en ese lapso ha ido bajando su edad promedio: 34 años en 2012, 33 años en 2013 y 30 años en 2014.
Las madres cruzan el Río Bravo, que llega a tener una amplitud de 800 metros de ancho, en balsas o flotadores, generalmente, pagándole a un coyote que las dejará a su suerte.
Las mujeres ignoran que si bien atravesaron el río con aparente facilidad, tras burlar los patrullajes acuáticos, del otro lado hay decenas de patrullas agazapadas o peinando la zona para capturarlas.
El trato a ellas, no obstante, es discrecional: a las mexicanas se les ficha y deporta de inmediato, por la vecindad con México, a las centroamericanas, por el sobrecupo de la reciente oleada, se les libera y permite presentar su caso ante un juez.
El abogado Carlos Spector, fundador del grupo Mexicanos en el Exilio, situado en el Paso, señala que a migrantes connacionales se les deporta aunque sean casos de desplazamiento forzado por la violencia.
Puntualiza: “Acaban de mandar 270 inmigrantes de Honduras a El Paso y dentro de unos días los sueltan, y aquí tenemos mexicanos peleando por años sus casos de asilo”.
Abogados migratorios dicen que la resolución de las peticiones de asilo de las centroamericanas durará meses o años. Sin embargo, se teme que la mayoría carezca de apoyo legal.
Migrar con Annie
En el albergue Senda de Vida en Reynosa, Doris, que viajó con Annie, su niña de 5 años con Síndrome de Down, tiene esperanza de atravesar el Río Bravo para conseguirle atención especial y salvaguardarla de la violencia en su país.
En Honduras Doris era recamarera. Salió con el equivalente a 2 mil 200 pesos para llegar con su familia en Dallas.
En el camino se le unió otra compatriota embarazada y una salvadoreña con dos niños, uno de ellos un bebé de pecho.
Ellas tardaron dos meses en arribar a Reynosa. Viajaron en autobús, en dos ocasiones se subieron al tren, a La Bestia, pidieron aventón a traileros, enfrentaron acoso sexual, durmieron en el piso de centrales de autobuses.
“La verdad hemos sufrido mucho”, dice Doris tratando de mantener quieta a la niña. “Por ella tengo que luchar porque tiene su síndrome”.
- Laura Castellanos, enviada. El Universal. Mcallen, Texas
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