Los grises de la seguridad democratica
18/02/2005
- Opinión
Siempre hay la tendencia frente a las políticas públicas a
realizar valoraciones, en una lógica maniqueísta, de éxito o
fracaso, de blanco o negro, la propensión a criticar o
aplaudir todo, sin tener en consideración los matices. En la
realidad del proceso de las políticas públicas, los
resultados tienden a ser una mezcla de aspectos positivos y
negativos –tonalidades de grises-, aun cuando los gobernantes
buscan sobredimensionar los resultados positivos y los
opositores a realizar algo parecido con los negativos.
Esto viene sucediendo con la política de seguridad
democrática –la bandera del actual gobierno-, que ha
producido resultados positivos en varios campos, pero tiene
límites y vacíos que deberían ser llenados si se pretende
consolidar sus resultados. Es verdad que hay una serie de
indicadores que muestran tendencias positivas -disminución de
secuestros, de retenes ilegales, de ataques a poblaciones,
homicidios- lo que parcialmente puede atribuírsele, porque
algunos, como la disminución de homicidios, responden a
tendencias de mediano plazo cuyo factor explicativo se asocia
a políticas de gobernantes locales que han incidido en el
comportamiento de este delito y no solamente a la seguridad
democrática. Lo más destacable de la seguridad democrática ha
sido el fortalecimiento de la Fuerza Pública, necesario para
que un Estado con un conflicto armado interno, cuente con
mejor capacidad disuasiva y ofensiva: incremento del pie de
fuerza, continuación de la profesionalización de la tropa,
creación de nuevas Brigadas Móviles y nuevos Batallones de
Alta Montaña, el programa de ‘soldados campesinos’, mayor
movilidad, etc.
El problema radica en las expectativas creadas alrededor de
la misma desde la campaña presidencial y en la estrategia
seguida. Se promovió la idea de que la guerrilla podría ser
derrotada en un período de tiempo relativamente corto, que
sólo faltaba voluntad para enfrentarla militarmente.
Cualquiera que conozca el ABC de las guerras irregulares sabe
que no es así, que éstas se caracterizan porque las fuerzas
irregulares buscan el desgaste del adversario –físico,
militar, político, psicológico- y golpean cuando las fuerzas
regulares se descuidan, con la lógica de ‘muerde y huye’, es
decir, el método de la guerra de guerrillas está siempre
presente en el menú de las organizaciones guerrilleras y por
ello resolver el problema sólo en el campo militar es muy
difícil. La estrategia inicial de la seguridad democrática
fue de contención-protección –dar seguridad al tránsito de
vías principales con caravanas militares de escolta,
protección de cabeceras municipales con mayor pie de fuerza y
de infraestructura energética-, de tal manera que se produce
un impacto importante en la opinión, pero no quiere decir que
el problema se haya resuelto. En la segunda fase se destinó
una fuerza operativa al sur del país para atacar a las FARC
en sus retaguardias, pero evidentemente el tamaño de la
fuerza frente al territorio selvático y las interrelaciones
de esta guerrilla con sus pobladores, hacen que los
resultados a obtener no sean muy esperanzadores,
independiente de que la guerrilla viene recibido golpes
importantes y seguramente ésta contra-atacará a la Fuerza
Pública –lo cual no necesariamente significan el inicio de
ofensivas o que concluyó el repliegue táctico-. Pero el
conflicto no se va a resolver por esa vía.
El gran vacío de la seguridad democrática es que desestima el
componente político, es decir, no cuenta con una estrategia
de negociación frente a la guerrilla, articulada, creíble y
seria que le permita a un Estado fortalecido y con capacidad
disuasiva, colocarse como el interlocutor legítimo frente a
estos alzados en armas y les ofrezca, en lugar de la
posibilidad de una capitulación deshonrosa, una seria y
viable terminación de la confrontación armada para entrar a
ser parte de un proceso de consolidación de la democracia, en
el cual todos puedan aportar.
* Alejo Vargas Velásquez, Profesor Universidad Nacional
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