Estos hombres, son nazis verdaderamente nazis
21/09/2014
- Opinión
Hay hombres que luchan un día y son buenos, otros que luchan un año y son mejores, pero hay los que luchan toda la vida esos son los imprescindibles, anunció Mario Benedetti en uno de sus versos más reconfortantes para quienes no se cansan de luchar por sus derechos. Pero también los hay del otro lado. Hombres que hacen daño un día y son absurdos, otros que hacen daño toda su vida, esos son los miserables, son nazis. Sus virtudes del mal están en lo que hacen y en la capacidad para borrar las huellas del daño en versión mejorada del horror nazi. Son astutos, se atrincheran en redes, logias y guetos para autoprotegerse y hacerse respetar y temer, incluso promueven organizaciones paralelas como sindicatos, colectivos, juntas, ONG o plataformas, para vaciar los discursos. Creen firmemente que su misión es curar a impíos, herejes, críticos, comunistas y rebeldes en general de la enfermedad llamada dignidad.
Siguen el plan de una matriz de odio incrustada ya en políticas de estado, en programas de instituciones, en acciones específicas para eliminar legalmente a los otros, a sus adversarios. Su trazado es combatir toda forma de pensar y hacer contraria a su interés de sometimiento y control de gentes y territorios. Son partes de un engranaje criminal, unos son determinadores, otros adiestrados ejecutores. Para estigmatizar y mantener el miedo usan cartas anónimas, diseñan pruebas falsas, inventan justicieros. Con el solo anuncio de adelantar en el Congreso un debate político sobre paramilitarismo, en una semana distribuyeron amenazas a 180 defensores de derechos humanos. Entre tanto mantienen la cuota de sangre de un defensor asesinado por semana para que sepan que están ahí y que está vigente la estrategia nazi.
Como señalara Luther King, Hitler no hizo nada al margen de la ley, nada por fuera de un particular régimen democrático y una economía de mercado que nadie condenó. La solución final fue el buen ejemplo empresarial, el exterminio presentó indicadores de eficacia y eficiencia favorables a los negocios, logró la mayor cantidad de muertes en un solo instante, sin responsables directos, con bajo costo, con invisibles ríos de sangre y con los rastros de la barbarie borrados.
De esos hombres hay cientos todavía, saben pensar el crimen, justificarlo, borrar los rastros y ponerles a sus víctimas la responsabilidad de su muerte. Son hombres despreciables que llevan en sí el sello de lo inhumano, que les permite ser capaces de todo, actuar con obsesión sin límites. Los mueve el sentimiento de desaparecer al enemigo para no dejar rastro. Paramilitares colombianos como el Iguano, Mancuso, Centella, don Mario, el Médico, don Berna, H.H, el Alemán y muchos más que en sus breves confesiones han dicho que no dudaron en tajar trozos de carne humana viva y comerla para deleitar su victoria frente a las víctimas del horror, no se conmovieron al realizar disecciones en la carne viva del enemigo acusado de comunista, guerrillero, colaborador o amigo del colaborador para saciar su odio. Tampoco sintieron vergüenza al cortar las cabezas de sus adversarios y jugar al futbol o abrir en vivo los vientres de embarazadas para sacar el feto enemigo, no vomitaron descuartizando cuerpos de inocentes o cargando víctimas a los hornos crematorios para disminuir las pruebas del exterminio sin rastro.
Estos hombres miserables tratan de sacar a sus víctimas del espacio público para eliminarlos en silencio, de a uno, de a pocos, saben la combinación posible entre la ley y sus actos criminales. A esos hombres los paraliza el verbo que los pone en evidencia y les descubre sus imposturas porque sus cuerpos ya no son políticos, son meramente biológicos y no se atragantan con la carne de sus muertes. Añoran otra vez un estado nazi como el que formó a sus héroes. Llevan en sus cuerpos la sustancia criminal. Así sus determinadores no disparen actúan con ansias de someter, de torturar, de vengarse con el otro de su propio y triste destino. Son hombres sin otro, sin humanidad, solo saben hacer daño. Destruyen al otro para ocupar su lugar. Los persigue la culpa de no haber creado su lugar propio en el mundo, viven donde muere el otro, comen su carne para tratar de parecerse a sus víctimas. Son el Caín de sus hermanos para suplantarlos. Nunca están en su lugar, siempre están en el lugar de otro. Su talento es biológico, visceral, enfermizo. Sus conductas son de supervivencia, son cazadores en busca de presa para arrancar el álito de vida de sus víctimas que aliente su miserable existencia que no es fácilmente superable aun con años de tratamiento siquiátrico. Tienen el mal en sus células, no logran enfrentarse a sus propios recuerdos, son obsesivos atados a una terrible depresión que tratan de superar ejercitando su ansia irrefrenable de continuar destruyendo, matando, regando de victimas todos los caminos que logran pisar.
Estos hombres para hacer daño y continuar pereciendo honestos, abonan el camino con el terror que causan sus métodos para ganar el silencio y las omisiones de quienes pudieran actuar y no lo hacen por el miedo a ser la próxima víctima y prefieren repetir que no pueden hacer otra cosa que lo que hacen, que omiten para también parecer honestos y dejar abierta la puerta a la inmarcesible impunidad Estos hombres Nazi, en todo caso, terminan rompiendo los vínculos con lo humano y fabrican cadáveres y víctimas, no les interesa ni la vida ni la muerte, solo el cadáver, que pone en entredicho incluso la posibilidad de llamar humano al criminal. No quedan testigos de su obra, solo su propio testimonio, el secreto del hilo conductor de sus crímenes lo llevan ellos mismos y nadie más puede dar testimonio de su miserable tarea destructiva. Quizá vuelva Núremberg otra vez, por lo menos para saber del horror que han provocado esos hombres, nazis incrustados en las paredes de mi barrio, de mi calle, de mi pueblo, de mi entorno en el que habitan también imprescindibles.
P.D. solidaridad a M. Ángel Beltrán colega profesor de la U.N y a todos/as los perseguidos de la academia por su pensar.
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