Ignacio Ellacuría, en un comentario radiofónico leído en la radio del arzobispado (YSAX) el 16 de octubre de 1979, comentaba: “El día de ayer, a las ocho de la mañana, la mayor parte de los cuarteles de la Fuerza Armada se lanzaron a la insurrección, logrando, sin derramamiento de sangre, derrocar al Gobierno del presidente Romero y establecer una Junta Revolucionaria de Gobierno (…). Sería prematuro por nuestra parte lanzarnos a un juicio definitivo sobre las posibilidades a la par democráticas y revolucionarias del nuevo régimen. No son las palabras las que dan fe, sino los hechos. Y todavía no ha habido tiempo suficiente para calibrar los hechos, aunque ya puede afirmarse que lo realizado es sin duda prometedor”.
Y al siguiente día, en el mismo espacio radiofónico, afirmó que “desde hace años, El Salvador se encontraba sumido en una de las más crueles dictaduras del continente americano. Crueldad política por la persecución sistemática de todo tipo de oposición democrática. Crueldad humana por el irrespeto a los derechos fundamentales de la persona y la colectividad (…). Crueldad económica porque mantenía a las mayorías populares en los niveles más vergonzosos de miseria y de hambre. Crueldad ideológica porque impedía el libre ejercicio de la libertad de expresión como forma de participación en la solución de los angustiosos problemas nacionales”. Esta realidad, enfatizaba, ya se había tornado insoportable en el país y fuera de él. En consecuencia, Ellacuría consideraba que el 15 de octubre de 1979 podría constituir una fecha histórica en la lucha del pueblo salvadoreño por su reivindicación social y el comienzo de la ruptura del régimen anterior.
En ese mismo contexto, monseñor Romero, en su homilía del 21 de octubre, hizo un llamado a la cordura, la expectativa y la comprensión. Al extremismo de derecha le pidió que oyera “la voz de la justicia y el reclamo de los pobres”. Y al de izquierda le solicitó un esfuerzo de madurez política, evitando los juicios y acciones precipitadas. Al pueblo, que no desconfiara de la Iglesia, y recordó su promesa de que en el conflicto entre el Gobierno y el pueblo, la Iglesia defendería a este último. Finalmente, a la Junta de Gobierno le planteó con claridad que merecería confianza y colaboración en la medida que demostrara con hechos que sus promesas no eran letra muerta, sino verdadera esperanza.
Hace 35 años, pues, la sociedad salvadoreña estaba caracterizada por el predominio de unas estructuras militares, políticas y económicas que violaban gravemente los derechos humanos de la mayor parte del pueblo salvadoreño. Este era el dato primero, y desde ello monseñor Romero hizo un juicio pastoral y ético sobre los proyectos políticos de ese momento. En primer lugar, el arzobispo condenó el proyecto oligárquico por ser pecaminoso: “Derecha significa injusticia social y no es justo estar manteniendo una línea de derecha”. En su cuarta carta pastoral, Romero denunció este proyecto como idolátrico, es decir, basado en la mentira y la injusticia. Este proyecto era cristianamente inviable, pues el pueblo, tras muchos años de miseria y con una conciencia política desarrollada, no lo podía tolerar.
Por otra parte, su juicio sobre el proyecto de la Junta varió. La primera le supuso una esperanza. No bendijo el golpe del 15 de octubre ni dio un apoyo incondicional, sino crítico. Pero vio en él posibilidades de mejorar el país. Vio esperanza porque el golpe no había sido sangriento, porque confiaba en la honestidad e intenciones de varios de los nuevos funcionarios, porque se identificaba con las reformas prometidas y el diálogo con las organizaciones populares. Al final, la dimisión de todas las personas honestas del Gobierno lo convencieron de la inviabilidad del proyecto. Con la segunda se hizo más claro un proyecto político que monseñor Romero definió como “reformas con garrote”. Condenó como siempre, pero con mayor vigor todavía, la inmensa escalada de represión contra el pueblo. Y condenó la intención última de esta represión, que era aniquilar a las organizaciones populares. Con profetismo inigualable llegó a decir a los soldados y a los cuerpos de seguridad que no obedeciesen órdenes injustas de matar. Este fue el contexto de aquellas palabras tan conocidas y citadas: “En nombre de Dios, pues, y en nombre de este sufrido pueblo, cuyos lamentos suben hasta el cielo cada día más tumultuosos, les suplico, les ruego, les ordeno, en nombre de Dios: ¡Cese la represión!”.
En cuanto al proyecto popular, su juicio fue evolucionando y en los últimos meses lo vio como el que ofrecía más esperanzas al país. Y eso por dos razones: por la inviabilidad de los dos anteriores y por el mismo proceso de maduración de las organizaciones populares. Veía en este proyecto una serie de valores humanos y cristianos: admiró lo justo de su lucha, la carga ética de sus causas, la generosidad y firmeza en la entrega, la disponibilidad a dar la vida y más cercanía con el pueblo.
Recordar de dónde venimos —35 años después del golpe— puede permitirnos hacer una mejor valoración de lo que tenemos y del camino que todavía queda por recorrer. En este sentido, los cambios en la forma de gobernar, en la política social y en el fortalecimiento del Estado de derecho son encomiables. Desde luego, hoy tenemos nuevos desafíos: la implementación de una política de seguridad y lucha contra el crimen organizado, la promoción de un desarrollo económico incluyente y la consolidación de una reforma fiscal que permita el fortalecimiento de las finanzas del Estado, entre otros. También nos permite valorar el tipo de liderazgos que hemos tenido; desde los arribistas, oportunistas y oscurantistas, que se han opuesto a los procesos que podrían haber derivado en la consecución de una sociedad más equitativa y democrática, hasta los competentes, lúcidos, honrados, creíbles, confiables, que sin duda han contribuido a la transformación de la sociedad salvadoreña. De los últimos y de esa época recordamos a Manuel Ungo, Román Mayorga Quiroz, Ignacio Ellacuría y, el más emblemático, monseñor Óscar Romero.
13/10/2014
Carlos Ayala Ramírez, director de Radio YSUCA