Ollanta y Evo, lo que no pudo ser

19/10/2014
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El abrumador triunfo de Evo Morales por más del 60 por ciento de la votación para su tercera elección como Presidente de Bolivia en nueve años, período en el que además ha ganado las siete elecciones nacionales que se han convocado por diferentes motivos, nos lleva a señalar que su liderazgo ha alcanzado un momento de hegemonía que establece, por un buen período al menos, una democracia mayoritaria en Bolivia.
 
Si algo caracteriza a las democracias mayoritarias que se han establecido en la región en los últimos años es que cumplen lo que prometen, exactamente el principal reclamo de los ciudadanos latinoamericanos de acuerdo a Latinobarómetro. Por eso ha sido reelegido Evo Morales, porque ha cumplido lo prometido defendiendo los recursos naturales de Bolivia, redistribuyendo la riqueza y afirmando el carácter plurinacional de su patria. Esta característica de cumplir lo que prometen es lo que caracteriza a los gobiernos progresistas en los últimos 20 años en América Latina. A diferencia de lo que nos han acostumbrado en el Perú, decir una cosa para ganar elecciones y hacer otra cuando se llega al poder, el progresismo empieza dándole una base ética al mandato que consigue en las urnas.
 
Olvidar en el gobierno lo que se promete en campaña no es solo un mal comportamiento de los candidatos que se convierten en gobernantes, sino también una característica de la democracia de minorías que importamos de los Estados Unidos en las dos últimas transiciones (1977-1980 y 1997-2001). Esta última lo que pide a los ciudadanos es una autorización para que los elegidos hagan lo que les parezca. Por algo, Carlos Franco repetía que el producto de las transiciones, strictu sensu, eran gobiernos elegidos y no democracias.
 
 Ollanta Humala como antes Alan García y Alejandro Toledo, son un producto de esta democracia de minorías, que estimula el engaño como forma de gobierno. Es más, quienes protestan contra el engaño, como lo hacía el propio Ollanta en campaña, con tratados de “antisistema” o, peor aún, considerados delincuentes, como Oscar Mollohuanca o Gregorio Santos, señalándose que deben estar presos. Sin embargo, en ningún caso el viraje fue tan drástico como con Ollanta Humala. Este nació a la vida política el 2000 con su levantamiento en Locumba y desarrolló las campañas electorales de 2006 y 2011 con un plataforma similar a la de Evo Morales, prometiendo defender los recursos naturales y redistribuir la riqueza, sin embargo, llegó al poder e hizo lo contrario. Hoy sabemos que sus virajes iniciales no fueron “tácticos” sino “estratégicos” y que no le importó traicionar los millones de votos que lo llevaron donde está. ¿Por qué lo hizo? Es difícil saberlo aún, pero está claro que más pudieron los encantos del poder que sus promesas electorales.
 
 Curiosamente hace unos días la lideresa de Fuerza Popular, Keiko Fujimori, declaraba, candorosamente, que ella recorría mucho el país y que escuchaba que la gente le reclamaba a Ollanta que cumpliera con sus promesas de campaña. No sé si la señora se habrá dado cuenta pero esto significa que cumpla con el programa de la Gran Transformación que ella, como nadie, denostó en su momento. Una prueba más de la frustración ciudadana con el gobierno de Ollanta Humala.
 
Tenemos entonces que Evo Morales, a la cabeza de un importante movimiento popular, se atrevió a enfrentarse con los enemigos de su pueblo y este coraje le ha valido sucesivas victorias electorales y de masas. Es más, estas victorias se han traducido en hegemonía simbólica y cultural, difícilmente Bolivia volverá a ser como antes después de Morales. Ollanta Humala, en cambio, da la impresión que le teme hasta a su sombra y pugna por empequeñecerse más en cada coyuntura en la que permite que la derecha nacional y transnacional continúe con la captura de los bienes públicos y sociales que son arrebatados a los peruanos.
 
¡Qué destino tan diferente el de estos países hermanos de Bolivia y el Perú!
 
 
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