Baseotto era el vicario castrense del odio
24/03/2005
- Opinión
“Pido perdón a los hombres que, en situaciones extremas de angustia (familiares de desaparecidos, familiares de combatientes en la guerra de Malvinas, familias desocupadas, familias de los asentamientos, familias sin vivienda, niños abandonados, jóvenes drogadictos, ancianos desesperados), esperaban justificadamente mi anuncio profético, mi presencia amiga, mi participación valiente y servicial y me vieron retaceando el esfuerzo y la fatiga del Evangelio. Pido perdón a quienes creyeron que yo no promovía cabalmente las causas que los angustian, conmueven y comprometen hoy al hombre: la verdad, la justicia, la paz”
Testamento de Monseñor Jorge Novak
Los diarios argentinos le han dado una suprema importancia a la “tirante” relación entre el Gobierno argentino y la Iglesia Católica -apostólica y romana ella- a partir de las barbaridades dichas por el Obispo Vicario Castrense Antonio Juan Baseotto; que no han hecho más que confirmar el más íntimo pensamiento, sentimiento también, de muchos de los representantes del Vaticano en nuestro país.
Por ejemplo estos son los titulares de algunos de los periódicos nacionales: Dura respuesta del Vaticano al Gobierno (Clarín). Severa advertencia de la Santa Sede (La Nación). Conflicto Abierto (La Prensa). Respuesta a la decisión del Vaticano de ratificar al obispo (La Razón). Dura respuesta del Vaticano a la remoción del obispo Baseotto (Ámbito Financiero), Cancillería informará al Vaticano la remoción de Baseotto (Infobae). Crece la crisis entre el Gobierno y la Iglesia (El Cronista Comercial). El jefe de gabinete rechaza críticas del portavoz del Vaticano (Buenos Aires Herald).
El origen de la discordia fue una carta enviada al ministro de Salud por el clérigo de los feligreses de las botas y los uniformes, o sea los militares, en la cual sostenía: “La multiplicación de los abortos que usted propicia con fármacos conocidos como abortivos es apología del delito de homicidio... Cuando usted repartió públicamente profilácticos a los jóvenes, recordaba el texto del Evangelio donde nuestro Señor afirma que 'los que escandalizan a los pequeños merecen que les cuelguen una piedra de molino al cuello y los tiren al mar'". Terrible apreciación sacerdotal sobre un tema como es el aborto que, por culpa de nuestra democracia representativa, no es tratado con la seriedad que merece su despenalización. Aunque sí es realizado, sin distinción de gustos religiosos, por aquellos que poseen los medios económicos necesarios para asegurar su correcta práctica y condenando a los más pobres a serios riesgos de vida al realizarlos en condiciones asépticas.
Para cualquier argentino bien nacido y poseedor de buena memoria es insoportable que una diferencia, absurda por cierto, sobre el tema del aborto pueda ser dirimida con el envío al mar de un ser humano. Esto es condenable en cualquier lugar del mundo. En un país como la Argentina toma dimensión especial ya que muchos tuvieron ese destino en tiempos de la dictadura genocida militar en sus planificados “vuelos de la muerte”, donde sus asesinos uniformados hacían “desaparecer a los ya desaparecidos” de la faz de la tierra, y luego contaban con la contención religiosa que ofrecían sus capellanes.
Para el señor Baseotto, con mis disculpas a todos los hombres de bien que también son llamados señores, la muerte es la solución a las diferencias de opiniones. Eso lo aprendió y cultivó en sus andanzas eclesiásticas por la provincia de Santiago del Estero en los tiempos que era obispo y alcahuete del feudalismo instalado a fuerza de los grupos de inteligencia policiales. Obviamente que su impronta clerical, de la calaña más conservadora, lo ubicó siempre al lado de aquellos que estuvieron en contra del estado de derecho y que desde el año 2002 lo siguió alimentando en los cuarteles. Esos lúgubres sitios desde donde jamás salieron gestos de arrepentimiento sobre las decenas de miles de desapariciones, y desde donde los capellanes transmitían el odio contra los civiles y la democracia a los soldados conscriptos durante muchos años.
En consecuencia esperar que desde la Santa Sede -desde hace mucho tiempo sin que alguien la represente y la dirija política ni espiritualmente- exista un reconocimiento de otro exceso de uno de sus obispos es comprensible. Es parte de sus lógicas de clase. Esas lógicas que defienden lo indefendible como en el caso de Baseotto.
Ahora bien, qué pretenden los medios al gastar páginas en analizar desde el punto de vista diplomático un tema que únicamente puede ser abordado desde la máxima condena humana. Y hasta religiosa si se me permite en honor a muchos sacerdotes y obispos que siempre han sabido estar a la altura del pueblo más que a los designios y órdenes de “sus santidades”, “sus conferencias episcopales” y “sus cardenales primados”.
Algo podría cambiar solamente si todos y cada uno de los miles de sacerdotes que imparten la fe cristiana apostólica y romana, a lo ancho y largo del país, pidan perdón por tener como compañero de profesión a éste inmoral y fascista; ahora muy bien despedido por el Gobierno Nacional como Vicario Castrense.
Algo también podría cambiar si desde el Gobierno Nacional se mantiene la posición tomada y no se trata de “arreglar” el tema de alguna forma. Porque mienten aquellos que desde el Vaticano o “sus sucursales” manifiestan que en Argentina se violan las libertades religiosas o los acuerdos religiosos internacionales.
Deberían saber en Roma que en la Argentina a millones de habitantes todos los días se les violan derechos muchos más supremos como son los de comer, alimentarse, curarse, educarse y ser felices. Y que no son mantenidos por el Estado, que no se trasladan en automóviles oficiales, que no cobran sueldos de cinco mil pesos, que no poseen residencias especiales y que no poseen los platos llenos de comida. En Argentina ya no podemos tolerar a los ilustrísimos “Baseottos”; y si el reverendísimo y excelentísimo Nuncio Apostólico Adriano Bernardini lo quiere defender que se lo lleve a la Santa Sede.
Esto hay que decirlo sin tapujos ni medias tintas porque así lo exige la memoria y el reconocido recuerdo que tenemos de dignas religiosas como Alice Domon y Leonie Renée Duquet; y religiosos como Enrique Angelelli, Salvador Barbeito, José Barletti, Carlos de Dios Murias, Pedro Dufau, Héctor Ferreiros, Alfredo Kelly, Alfredo Leaden, Gabriel Longueville y Carlos Mugica.
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