Voces ciudadanas marcan nuevas pautas
24/04/2000
- Opinión
Luego de varias semanas de efervescencia social, suscitada por la oposición
ciudadana al proyecto de privatización del Instituto Costarricense de
Electricidad (ICE), analistas e historiadores opinan sobre una de las
revueltas populares más trascendentales en la historia costarricense, a la
cual incluso la comparan con la Guerra Civil vivida en 1948.
Política privatizadora
Después de ser electo presidente de la República el conservador Miguel Ángel
Rodríguez (febrero de 1998), puso en marcha su proyecto neoliberal, dentro
del cual constaba como una de sus prioridades la modernización del estado
por medio de la venta de empresas estatales (ver Alai, 267)
Sin embargo, luego de haber presentado el proyecto de ley de apertura y
modernización del (ICE) y de haber sido éste aprobado por el Parlamento, en
un primer debate, el desacuerdo ciudadano no se hizo esperar. Con el pasar
de los días los ánimos se encendieron más y las medidas se radicalizaron con
el cierre de puentes y carreteras. Durante varias semanas el ambiente que
se vivió en la siempre tranquila Costa Rica, se tornó turbulento, al punto
de obligar al gobierno a ceder su postura.
Finalmente, y ante la presencia de los mandatarios centroamericanos para la
cumbre de presidentes y la visita del primer mandatario brasileño, Fernando
Henrique Cardoso, las partes en conflicto aceptaron dialogar y llegaron al
acuerdo de conformar una comisión mixta con los atributos necesarios para
revisar y negociar los cambios al controversial proyecto del ICE (ver Alai
311). A raíz de este acuerdo la tranquilidad volvió a Costa Rica.
Momento de cambios
Fue tal el impacto que tuvieron las agrupaciones sociales en la coyuntura,
que historiadores como Vladimir de la Cruz no vacila en asegurar que se
trata "de la agonía de la Segunda República" que se instauró en 1948. En
esta misma línea, el analista Víctor Ramírez califica a las recientes
movilizaciones como el "acto político más trascendental y crítico desde la
Guerra Civil del 48". En ese año, cuando el Presidente saliente, Teodoro
Picado, desconoció el triunfo presidencial del reformista Otilio Ulate,
estalló una revuelta popular que culminó con el establecimiento de un
gobierno provisional, encabezado por José María Figueres, principal mentor
de la revuelta, quien sentó las bases de la Segunda República.
Con el precedente que sentaron estas movilizaciones ciudadanas -no sólo por
el alcance a nivel nacional, sino por la diversidad de grupos sociales
(estudiantes, ambientalistas, educadores, mujeres, comunidades pastorales,
entre otros) que se adhirieron al movimiento-, la política costarricense
parece haber entrado en un cambio de rumbo. Así, Victor Ramírez considera
que se "cambió tanto el escenario como la lógica del poder costarricense",
mientras el sociólogo Carlos Carranza sostiene que esto significa el
nacimiento de "una corriente que exige otro comportamiento al poder
político, e incluso llega a exigir al Parlamento que repiense su papel, para
convertirse en fuente de discusiones y leyes adecuadas".
Al igual que en 1948, la movilización contra la política privatizadora del
régimen de Miguel Ángel Rodríguez marca pautas para un cambio estructural en
el sistema político, un cambio que empieza por un repensar de las clases
dirigentes sobre la forma de hacer política en Costa Rica, que reivindica a
los movimientos sociales y propicia nuevas formas de participación
ciudadana.
Los partidos en reversa
Los primeros estragos del remezón social ya se pueden apreciar en el
desencanto de la población frente a los dos partidos tradicionales que desde
el 48 se han turnado en el poder: el Partido de Liberación Nacional (PLN) y
el Partido Unidad Social Cristiana (PUSC). Según una encuesta realizada por
CID-Gallup tras el conflicto del ICE, los dos partidos han registrado una
abrupta caída en las simpatías ciudadanas, al igual que el Presidente
Rodríguez, quien llegó al poder con el 46% de los votos, y en lo que va del
año ha perdido alrededor de 39 puntos.
Esta imagen cada vez más deteriorada de la clase política -que se refleja en
las encuestas-, muestra el desencanto que la mayor parte de la población
siente frente a las élites políticas tradicionales, sin que tampoco ello
signifique un traslado de confianza a las fuerzas minoritarias.
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