El cambio de la valoración estética musical en el programa “Yo me llamo”
03/12/2014
- Opinión
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Foto tomada de YouTube |
RESUMEN
El programa reality “Yo me llamo” ha implantado en el Ecuador una nueva forma de apreciación en relación a la apreciación musical, debido a que, sigue un formato netamente mercantilista que es impulsado por los lineamientos de la industria y el consumo cultural; en este aspecto, la finalidad de dicho programa radica en “reproducir” en masa a diferentes artistas que deben imitar de manera fidedigna a los artistas que interpretan; de este modo, se está distorsionando la valoración estética musical de los participantes, ya que, se los valora en relación a su similitud y más no desde su talento artístico creativo musical; esto ha traído consigo que este tipo de programas inciten a las nuevas generaciones a que aprecien de sobremanera y se inclinen hacia la imitación, en lugar de promover la creación y la originalidad musical en nuestro país. Otro de los problemas que provoca el programa reality radica en que los participantes no se los identifique por el talento que deberían demostrar y menos aún este tipo de programas contribuyen a que en el país se impulse nuevas propuestas musicales originales, sino más bien, el programa “Yo me llamo” trata de que los concursantes se apeguen lo más fielmente al artista que interpretan, dejando completamente su identidad musical, de tal manera que, se otorgue una alta valoración a la similitud tanto musical como en apariencia física del participante con el artista imitado; esta pérdida de identidad musical es aceptada por los propios concursante y resulta lamentable observar la frustración de los mismos al momento de no pasar a la siguiente fase de la competencia, en la cual, los finalistas serán aquellos que “copien” de manera casi exacta: el tono de voz, la postura, los movimientos e incluso la manera de hablar del artista que imitan; esto ha dado como resultado que la valoración estética musical se distorsione completamente y se la realice desde la similitud exacta con el artista que imitan en lugar de apreciar la individualidad artística musical de cada uno de los participantes por el talento y creación que deben proyectar sobre el escenario.
Palabras clave: Estética, arte, televisión, reality, interpretación, mercado, educación.
ABSTRACT
The reality show "Yo me llamo" implanted in Ecuador a new form of assessment in relation to music appreciation , because it follows a purely mercantilist format that is driven by industry guidelines and cultural consumption in this aspect, the purpose of this program is to " play " in droves to different artists should imitate faithfully the artists performing in this way , it is distorting the aesthetic appreciation of music of the participants, and that they are valued in relation to its similarities and not from his creative musical artistry ; This has meant that such programs encourage new generations to appreciate the exceeding and lean toward imitation, instead of promoting the creation and musical originality in our country. Another problem that causes the reality is that program participants are not identified by the talent that should prove much less such programs contribute to the country's new original musical ideas is fostered , but rather , the program "Yo me llamo " is the artist contestants who play completely leaving his musical identity , so that a high value to both musical and physical appearance of the likeness participant is given the artist will adhere as closely imitated ; this loss of musical identity is accepted by the contestant 's own and it is regrettable frustration thereof when not moving to the next phase of the competition , in which the finalists will be those who " copied " almost exactly : tone of voice , posture , movements and even the way you talk imitating artist ; This has resulted in the aesthetic appreciation of music is completely distorted and is made from the exact similarity with the artist imitating instead of appreciating the musical artistic individuality of each of the participants for the talent and capacity to be projected on the stage.
Keywords: Esthetics, art, television, reality, interpretation, market and education.
El cambio de la valoración estética musical en el programa “Yo me llamo”
La música con el paso de los tiempos ha sufrido diferentes cambios en relación a su apreciación, una de las transformaciones más importantes que ha recibido recae directamente con las nuevas formas de valoración que se realiza en cuanto a la estética[1] musical, puesto que, la música cada vez más se inclina hacia el aspecto mercantilista para satisfacer la demanda de las masas y deja de lado la valoración de creación e innovación artística; en este sentido, la industria del entretenimiento, sobre todo, la televisión ha logrado crear nuevos formatos de programas concurso musicales que impulsan hacia la imitación fiel de los artistas en lugar de proponer espacios en los cuales los artistas sean apreciados y valorados por su talento.
En los últimos años en el medio televisivo ecuatoriano han aparecido innumerables “Realities Shows” relacionados con la música, cuya característica principal es presentar a participantes que reproducen canciones de diversos artistas de fama internacional, en este tipo de programas no se tiende a impulsar o valorar la creación de música por parte de los propios participantes, sino que únicamente se intenta replicar de manera casi exacta a diferentes interpretaciones que tuvieron su éxito musical hace muchos años atrás. Entre estos programas, sin duda uno de los más representativos, o al menos uno de los más comentados, es el programa televisivo “Yo me llamo” cuyo éxito ha logrado que actualmente se encuentra transmitiendo su tercera temporada.
Se trata de un reality show musical proveniente de una franquicia colombiana emitida por Caracol Televisión, y que empezó en la televisión ecuatoriana en el año 2013 logrando un alto nivel de sintonía en todo el país, al punto que se ha vuelto el tema de conversación en almuerzos familiares, en la fila del banco, entre amigos, en las calles, en la oficina, en el patio del colegio y también de la escuela, pues hay un importante grupo de menores fanáticos que no se pierde ningún domingo la transmisión.
El programa mantiene el mismo esquema que el original colombiano, esto es, un presentador y un jurado compuesto por dos personajes de la farándula nacional dirigidos por un artista de renombre, quienes se encargan de las críticas, sugerencias y calificaciones de los participantes. La temática del concurso gira en torno a la búsqueda del participante que mejor imite, tanto en el aspecto físico como en la voz, a su artística musical preferido, para lo cual han sido sometidos a cambios de look y adaptación de posturas que los hagan parecerse mucho más al personaje que imitan, lo que incluso ha causado polémicas puesto que una de las concursantes llegó a tener problemas de salud por someterse a dietas que le permitieran lograr la contextura de la cantante a la que representaba. “Yo me llamo” ha recibido en sus castings a miles de personas que acudieron desde las diferentes provincias del país, e incluso de otros países como Chile y Perú, con el sueño de lograr un cupo para ser parte de este programa, y por qué no, ganar el premio mayor de $3.500 y el camión Hino.
Pese al éxito que ha tenido, también se han desatado críticas al programa debido a que se basa en la imitación, lo que ha tomado un sentido de cierto rechazo frente a lo artístico, pues los participantes se valen de duplicar a otro artista como el medio para difundir su talento. La situación resulta contradictoria si se considera que quien participa quiere demostrar que tiene un talento musical, sin embargo lo hace a través de copiar a alguien que no es; además que es juzgado por su capacidad de parecerse en lo máximo posible a esta otra persona. Entonces, surge la duda de si ¿el talento es del participante o es el talento de otro artista solo reflejado en dicho participante? ¿Se premia al talento de la persona o a su capacidad de imitar al otro?
Con esto, no se pretende desmerecer el esfuerzo, la preparación y las cualidades interpretativas que tienen los participantes, pero sí llamar la atención ante el hecho de que el programa deja de lado la creación artística natural y original que lo participantes pudieran lograr al demostrar sus propias competencias musicales, dado que el tipo de programas no hacen más que destacar que los participantes tengan una similitud musical con el artista que interpretan, dejando de lado sus características propias como cantante, cuestionando hasta qué punto el programa “Yo me llamo” descubre nuevos talentos en nuestro ámbito ecuatoriano y no trata únicamente de encontrar “imitadores musicales”.
Para abordar el tema en cuestión, es necesario hacer una pequeña revisión de ciertos términos que giran alrededor de los programas televisivos actuales, entre ellos tenemos: el denominado reality show, la industria cultural, y consumo cultural; en este orden, abordemos cada uno de ellos para tener una idea global y mostrar la manera en la cual estas terminologías se encuentran relacionadas con los programas de televisión actuales y sobre todo en los concursos musicales.
De entre las múltiples definiciones que se han generado sobre los reality show, podemos mencionar el de León (2009) quien explica de manera concreta este fenómeno televisivo:
…, el concepto de reality show (o simplemente reality) se emplea a veces como sinónimo de telerrealidad, si bien en otras ocasiones se circunscribe a algunos tipos de concretos de programas. En su acepción más amplia, los realities son programas que hacen espectáculo de la realidad, generalmente utilizando como materia prima acciones de personas corrientes y presentando una visión peculiar de aspectos íntimos de sus vidas… (León, 2009, pág. 14)
Este tipo de formato, ha marcado una forma de hacer televisión que ha tenido repercusiones en el plano social e individual, tanto entre los espectadores como en los participantes, debido a que se abusa del uso publicitario y mercantil de la intimidad de los individuos como estrategias válidas para ganar rating, y que tiene una fuerte influencia en la manera en que los televidentes conciben su entorno en el que se está pendiente de cada momento que transcurre en la vida de un grupo de personas que son supervisadas las 24 horas sin restricciones de su intimidad, poniendo sus acciones al juicio de quienes los observan. Llama la atención que los concursantes logren tener tal fama y sean venerados por multitudes de fanáticos, cuando se trata de programas de entretenimiento que, valiéndose de la morbosidad del individuo, solo venden al televidente la idea de tener el poder al ver y saberlo todo, para captar su atención; es decir, se crean estrellas con solo exponer su vida a millones de espectadores.
Desde siempre la televisión ha tenido una mala prensa, por lo que las críticas que se generan en torno a ella y a los diferentes contenidos que transmite son variadas y constantes. Es por ello, que algunos autores y críticos de la llaman “el nuevo opio de los pueblos”, característica que ha tomado más fuerza en las últimas décadas gracias a la aparición de los talk shows y reality shows que son programas de contenidos poco rescatables y que generalmente son copias de proyectos realizados en otros países, pero adaptados a la realidad criolla nacional. Con esto, no se pretende satanizar a la televisión, pues se debe reconocer que es un excelente medio de comunicación que también tiene un conjunto de contenidos bastante interesantes, educativos y culturales; sin embargo, hay que decir que tristemente la televisión ecuatoriana aún deja mucho que desear.
En este mismo sentido, en los últimos años se ha utilizado en los diferentes canales de televisión ecuatoriana, debido principalmente al gran rating y regalías mercantilistas que generan estos programas basados en un formato de reality. Al principio se utilizó el formato de reality show en programas que intentaban grabar las situaciones “reales” grupo de personas, uno de los programas más representativos fue “Gran Hermano”; en este reality ciertogrupo de participantes eran escogidos y se los privaba completamente del mundo exterior, para observar su comportamiento. Si bien se observaba con diferentes cámaras las situaciones que ocurrían en ese lugar, sin embargo, eso era únicamente una representación de la realidad, puesto que, los participantes interpretaban un papel y más no se presentaban como en realidad eran, en este sentido:
… En Gran Hermano, más que una imitación de la realidad, se trataría de una representación de la misma, de un espectáculo teatral basado en la vida de unas personas, en la construcción de un discurso, de un relato, a partir de la experiencia directa de un grupo de individuos… (León, 2009, pág. 64)
Es así, que a partir del fenómeno del controversial “Gran Hermano”, los reality shows vinieron para quedarse, pues aunque cada vez son más diversos los formatos, la esencia es la misma. En Ecuador, se empezó a introducir en nuestras pantallas un nuevo género de programa televisivo que intentaba presentarnos una “realidad” pre-diseñada para una audiencia ávida de morbo que se centraba en descubrir las diferentes situaciones que ocurrían en el reality; con el paso del tiempo los programas de este estilo aparecieron y se han ido incrementando en nuestro medio televisivo ecuatoriano y esto se debe, como ya se mencionó anteriormente, a las ganancias y a los altos niveles de teleaudiencia que tienen este tipo de programas.
A tal punto llegó el auge de este nuevo género televisivo que los programas concurso empezaron a adoptarlo, sobre todo los de tipo musical; con ello se distorsionó completamente la manera en la cual se podía apreciar el valor estético musical del participante, y en lugar de ello se empezó a dar un juicio de valor de acuerdo al formato que el reality impone.
El modelo ha sido copiado en las televisiones alrededor del mundo y cada vez se asemejan más, dando la impresión que en estos tiempos es muy difícil crear algo diferente, las ideas nuevas solo se tratan de cambiar de escenarios, o se opta por lo más viable, seguir conceptos de televisión internacionales que hayan tenido éxito en otros países, para adaptarlos al contexto en donde serán transmitidos.
Como muestra de esta expansión mundial, Cabrejos (2007) ha recogido una muestra de algunos reality shows que fueron transmitidos solo durante la temporada de otoño en el año 2006, no se trata de una lista completa puesto que aún quedan más programas por registrar en otros país, sin embargo estos ejemplos bastan para dar cuenta de la popularidad creciente de los reality shows que hasta la actualidad continúan invadiendo la pantalla. La muestra indica: Estados Unidos (88), España (5), Inglaterra (39), Italia (8), Francia (14), Alemania (16), Suecia (7), señal pagada en la Región Latinoamericana (10), México (4), Brasil (7), Perú (1), Colombia (3), Venezuela (9), Argentina (6), Chile (3), Panamá (4), Puerto Rico: (1). Todos estos suman un total de 226 programas de reality show emitidos en el año 2006, de los cuales 36 se relacionan con concursos musicales y descubrimiento de nuevos talentos artísticos, entre los que se destacan: La Academia, Idol, Cantando por un Sueño, Factor, y Operación Triunfo que en aquella época el líder de programas musicales.
Estas tendencias demuestran que el negocio de la televisión se ha globalizado, las grandes cadenas multinacionales producen y venden las mismas ideas de programación en todo el mundo, que las pequeñas televisoras compran para cubrir su falta de capacidad para emprender sus propios proyectos. Por lo tanto, los contenidos o formatos de programas no son elegidos necesariamente por su calidad, sino con el objeto de entretener lo máximo posible hasta enganchar a los televidentes para subir el rating.
Entre los muchos programas concurso de este estilo, la dinámica programática de “Yo me llamo” es similar a la de cualquier otro reality show, y se lo puede identificar, como señala Chaparro (2006), con tres elementos característicos: hibridación, interactividad y realismo, en este sentido:
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Realizado por: Darío Bueno
Fuente: Chaparro, 2006.
Estos tres elementos se los puede observar a lo largo del programa “Yo me llamo” desde su inicio hasta su cierre, y se lo puede explicar de la siguiente manera: al ser un programa concurso y su transmisión en vivo y en directo cumple con el elemento de hibridación, en cuanto a la interactividad se puede identificar al momento de “salvar” a un participante cuando las personas tienen que enviar un mensaje de texto y, finalmente en lo que respecta al realismo luego de la presentación de cada participante los conductores tratan de realizar una pequeña entrevista en la cual se intenta presentar los “sentimientos” del concursante luego de su imitación.
Al ser un reality show este programa se basa en un formato netamente mercantilista y no se enfoca por encontrar verdaderamente el valor esencialmente estético de los participantes, sino más bien, se proyecta en buscar aquel personaje que más agrade al público por medio de los mensajes de texto y se apegue a la idea del programa en sí; de esta manera, este tipo de programas se ensañan en mostrar a los concursantes lo más idénticos al artista que imitan olvidándose completamente por la manera en la cual deberían ser reconocidos.
Este intento de dar un nuevo género a los programas concurso musicales en base al género de reality show y el cual debe seguir un formato estandarizado de acuerdo a ciertos intereses mercantilistas se lo puede relacionar al de la “industria cultural”, en relación a esto:
En la industria cultural el individuo es ilusorio no sólo por la igualación de sus técnicas de producción. El individuo es tolerado sólo en cuanto su identidad sin reservas con lo universal se halla fuera de toda duda. La pseudo-individualidad domina tanto en el jazz como en la personalidad cinematográfica original, que debe tener un mechón de pelo sobre los ojos para ser reconocida como tal. Lo individual se reduce a la capacidad de lo universal para marcar lo accidental con un sello tan indeleble como para convertirlo sin más en identificable como lo que es… (Horkheimer & Adorno, 2008)
Precisamente la “industria cultural”, es el segundo término que debemos analizar de una manera más detallada; en este sentido, la industria cultural ha sido analizada por diferentes estudiosos entre los más importantes Horkheimer y Adorno, los mismos, señalan que los diferentes bienes y servicios culturales persiguen una finalidad económica basada en un estandar comercial e industrial y más no son apreciados por su verdadera valoración estética.
En este sentido, para la industria cultural, las expresiones culturales y artísticas particularmente la música responde a estándares mercantilistas comerciales que buscan conseguir concretamente un producto económico que brinde ganancias, sin importar, de qué manera lo único importante para esta industria es ajustarse a los estándares establecidos por cierto grupo de inversionistas y de esta manera obtener regalías.
Este tipo de industria que enfatiza el aspecto económico por sobre el valor estético de las expresiones culturales se ve reflejada en el programa “Yo me llamo”, puesto que, la interpretación musical del participante se encuentra regida a un estándar regido por la “industria cultural” el cual se inclina hacia los intereses mercantiles, por lo cual, el valor individual no es tomado en cuenta y más bien se premia a la imitación fidedigna, es decir, se alienta que los participantes tengan un parecido casi idéntico a los artistas que interpretan, al respecto: “…La industria cultural, en suma, absolutiza la imitación. Reducida a puro estilo, traiciona el secreto de éste, o sea, declara su obediencia a la jerarquía social…” (Horkheimer & Adorno, 2008).
Se puede decir, además, que este tipo de programas afectan o crean cambios en el arte y las concepciones estéticas, en tanto que la expansión de estos medios despliegan en una estandarización de los gustos como producto de la moda, la novedad y por las características mismas de este entretenimiento que busca satisfacer la curiosidad del espectador; de tal forma que las obras artísticas pierden autenticidad frente a estos programas de reproducción en masa con poco contenido creativo.
En este sentido, las grandes obras del pasado o las actuales toman un valor basado en el consumo, es decir, en el uso que se les pueda dar, por lo que estas obras se ven limitadas a ser creadas bajo los términos del entorno, y no como una concepción libre que merece ser apreciada. El arte ahora depende de las condiciones que le ponga el mercado en términos de su capacidad adquisitiva y el gusto que esté de moda en cierta temporada, el arte está a merced del consumidor, y no al contrario, el individuo a disposición del disfrute del arte creado, algo que en tiempos anteriores resultaba incluso ser un privilegio de pocos. Tal caso sucede con la música en la actualidad, cuya creación se ha visto condicionada a ajustarse a un tiempo determinado de duración, a un medio de promoción y al estilo que más se vende, por encima de la genialidad del compositor.
A todos estos sucesos ocurridos en la concepción del arte actual, Cabrejos (2007) lo llama “muerte del arte”, sobre lo cual plantea:
…el arte se perfila hacia nuevas formas de producción y reproducción hechas a la medida de las exigencias de la sociedad de masas. Esto se refleja también en que buena parte de la experiencia estética se ha alejado de los museos o galerías (que exhiben obras de arte del pasado, obras que conservan su “aureola”) para establecerse bajo otras formas de expresión (los espectáculos callejeros, el body-art o tatuajes, el graffiti, etc.) que están más relacionadas con la experiencia actual. (Cabrejos, 2007, pág. 20)
La muerte del arte, entonces, hace referencia al estallido de lo estético por fuera de sus límites tradicionales y una estética estandarizada a partir de las producciones masivas donde los medios distribuyen grandes cantidades de información, entretenimiento, cultura, entre otros, que son transmitidos en un lenguaje común que todos los televidentes comprenden, comparten y valoran como bello en un mismo sentido, puesto que son producidos justamente con la intención de que cubra los requerimientos comunes que a todos los públicos gustan.
En el sentido de la muerte del arte, también se resta importancia a la creatividad que se ausenta en muchos programas de este tipo, o el artista que quiere ser creativo debe enfrentar retos muy grandes; debido a que la tendencia de los medios actualmente apunta a una difusión rápida de obras que van cambiando a un ritmo acelerado, bajo el concepto de un mercado que pretende alienar al espectador con una sucesión incansable de propuestas reinventadas, terminando así, por banalizar el sentido artístico de las nuevas creaciones, y en lugar de ello ofrecer conceptos superficiales.
Esto conlleva a que el valor estético de la música no se lo considere de ninguna manera y en lugar de ello se establezca una nueva valoración y por consiguiente se tiende a premiar a la imitación, y de esta manera, los participantes que tengan un mayor apego hacia los estándares de esta industrialización cultural en todo sentido son tomados en cuenta para continuar en el programa, mientras que los demás al no cumplir con los requerimientos se les elimina del concurso de manera indiscutible.
Esta carencia de apreciación del valor estético musical hacia los participantes por parte del programa es cuestionable, debido a que, los jueces se basan en lineamientos que buscan estar acordes con todo lo que gira alrededor de la “industria cultural” y se alejan completamente de una valoración artística musical. En relación a lo anterior, el programa “Yo me llamo” persigue insistentemente en presentar “imitadores” en serie a lo largo de todas sus temporadas y más no contribuye a descubrir verdaderos talentos musicales, y esto ocurre, debido a que, la visión de dicho programa se centra en demasía al “consumo cultural” más que en el valor estético musical.
En relación a lo anterior, el “consumo cultural” hace referencia acerca de la manera en la cual el arte, la música, la literatura entre otros, han perdido su verdadera apreciación estética y se la trata únicamente como mercancía, en relación a esto Zallo (1992) citado por Marcelino Bisbal señala lo siguiente:
La cultura ya no es fundamentalmente el espontáneo encuentro entre el talento de los creadores, el diagnóstico de los críticos y la demanda social. La cultura de nuestro tiempo, para serlo o parecerlo, es ante todo una oferta que acude a los mercados a través de unos complejos mecanismos de decisión y mediación… (Bisbal, 2000)
De esta manera todo lo concerniente a la cultura tiene otra noción en nuestros tiempos y se la relaciona inexorablemente con la oferta y demanda que propone el mercado; en este aspecto la televisión se convierte en uno de los medios más propicios para vender esta idea e incrementar el consumo cultural, por esta razón, los realities shows son una plataforma idónea para impulsar esta nueva manera de consumo.
Esto trae como consecuencia, innegablemente, la desvaloración de lo verdaderamente importante y en el caso de la música de su valor estético, esto es, apreciarla desde su esencia creativa más que por su manera imitar o copiar; lamentablemente, en los últimos años los programas concurso musicales al parecer tienden a exaltar a la imitación y más no se estimula a la creación e innovación musical.
En el caso particular del programa “Yo me llamo”, el reconocimiento musical que se brinda a los participantes tanto por parte del jurado como de la teleaudiencia se enfoca principalmente hacia la imitación; en este sentido, la valoración estética musical se da por el grado de similitud que tienen los participantes en relación al artista que imitan, pero no únicamente en la voz, sino que, se aprecia el aspecto físico, la postura e incluso la manera de hablar; de esta manera, el programa concurso ha creado un culto y veneración hacia la imitación.
Este tipo de cultos hacia la imitación tiene un efecto negativo dentro del ámbito cultural, de tal manera que, el arte y en especial la música es apreciada unilateralmente desde una perspectiva simuladora que rinde homenaje al rating y al espectáculo y más no desde una visión creativa o innovadora; esto quiere decir que, en los programas concurso de música se sobredimensiona el valor de la imitación y por consiguiente a la simulación, en este sentido:
La realidad simulada ya no es en primer término un aparato ortopédico para objetivar y manipular el mundo sin atuendo translúcido para embellecerlo; sus imágenes ya no son representaciones o simbolizaciones de la realidad, sino pantallas transparentes que la filtran y la transforman en espectáculo… (Chaparro, 2006, pág. 279)
En relación a esto, la industria cultural se ha encargado de crear en la sociedad televisiva una necesidad insaciable por este tipo de programas, los cuales se enfocan por subir el rating de sintonía y seguir alimentando a los intereses consumistas de todos los grupos inversionistas que están detrás de los realities shows.
Se observa entonces, la pérdida del arte y el respeto al verdadero artista que se esfuerza por ganar un lugar dentro del medio. Al contrario de ello, se premia a alguien por sus habilidades para imitar a alguien más, tal como sucede con el programa “Yo me llamo”, en el que incluso se ha llegado a recibir el reconocimiento por parte del máximo organismo del Estado. Este caso ocurrió con uno de los concursantes, quien imitaba al cantante venezolano Ruddy La Scala y que ganó en la segunda temporada del programa transmitido en el presente año, recibiendo posteriormente un acuerdo emitido por la vicepresidenta de la Asamblea Nacional, en el que dice:
..., La Asamblea Nacional resalta y hace público el reconocimiento a tan destacado artista, por su expresivo e inspirador mensaje musical y,… ACUERDA FELICITAR al distinguido ecuatoriano JHONNY PATRICIO GALARZA, y expresar su adhesión al homenaje que le rinde la comunidad por su laureado desempeño en la segunda temporada del programa “YO ME LLAMO”, donde proyectó su vocación para el arte musical…. (El Comercio, 2014)
Como se observa, el acuerdo felicita al talentoso artista como imitador, resaltando su vocación para el arte musical y destacando “su expresivo e inspirador mensaje musical”. Esta última línea llama mucho la atención, puesto que no se podría decir que el mensaje inspirador fue del concursante, tomando en cuenta que no se interpretaba a sí mismo como cantante, sino que hacía las veces de doble de otra persona. El suceso sorprendió a muchos, en especial al medio artístico nacional, pues mientras se galardona la imitación, se desmerece el trabajo de artistas compositores e intérpretes que son talentosos y originales, a quienes no se les reconoce el gran esfuerzo que implica el trabajo de crear sus propias canciones; al contrario muchas veces se le niega el apoyo para grabar sus canciones, promocionarse o continuar con su preparación artística.
Este tipo de reconocimientos siguen indudablemente los lineamientos de la industria cultural, y promueven a que las personas se esfuercen hacia la imitación en lugar de la creación; sin duda alguna el reconocimiento otorgado a ganador del programa concurso resulta muy cuestionable, puesto que, en primer lugar no se puede identificar dentro del programa “Yo me llamo” un valor estético musical que permita destacar en los participantes la expresión artística individual y menos aún se puede hallar un mensaje musical, debido a que, las interpretaciones musicales no son más que “copias” exactas de éxitos de cantantes internacionales que tuvieron su momento de gloria en otras décadas anteriores, por otra parte tampoco podemos encontrar la vocación del participante por el arte musical que dice en mencionado reconocimiento.
El reconocimiento que se debería entregar a los participantes en este tipo de programas concurso sería más bien a aquellos que se apeguen a los lineamientos del programa y a aquella persona que se incline hacia la imitación más fiel que tenga al artista que interpreta; de esta manera, el reconocimiento sería justo y se estaría aclarando la razón verdadera por la cual se está premiando al participante y más no se trate de engañar tratando de decir que se lo reconoce por “vocación para el arte musical”.
La imitación como base de este programa, interrumpe la oportunidad que pudieran tener los participantes para dar a conocer sus cualidades como artistas con ideas y personalidad propia, capaces de presentar propuestas nuevas; en cambio deben tomar identidades y posturas ajenas a sí mismos, en las que deben seguir estrictamente lo que impone el personaje real, pues no está permitido agregarle el toque personal, a riesgo de ser eliminado del programa. Sobre esto, el periodista Rubén Darío Buitrón, en su crítica a este programa plantea:
En este karaoke de la desmemoria, donde la televisión no le da al individuo la chance de ser él mismo y brillar desde su propio yo, la identidad del concursante se pone al límite, se cruza una delgada línea entre quién soy yo y quién pude ser o quién debí ser, una delgada línea innecesaria producto de la febril imaginación de una producción televisiva que cada vez nos distancia de nosotros y nos engaña haciéndonos creer, inútilmente, que siendo otros seremos exitosos, grandes, famosos, reconocidos por la sociedad, cuando lo que realmente somos es una pobre imitación de quien existe o existió y que no tuvo que decir “Yo me llamo” con otro nombre sino que, con orgullo y con identidad, construyó el suyo propio. (Buitrón, 2014)
Desde este punto de vista, existen estudios sociológicos que sostienen que de alguna manera a lo largo del tiempo que se practique la interpretación de una tercera persona, el imitador llega a vivir a la sombra del personaje al que imita, debido a que la dedicación que le pone para lograr un parecido cada vez más apegado a la realidad, no le permite desarrollar su propia personalidad, y mucho menos explotar sus potencialidades como artista pues podría verse más motivado por la imitación que a la realización de sus propias ideas. Sobre esto, uno de concursantes del programa “Yo me llamo”, expresó en una entrevista a Diario El Comercio (2014), que dedicarse a la carrera de la imitación fue su segunda opción, por la cual se decidió toda vez que se dio cuenta de la complejidad del mercado musical ecuatoriano; esta oportunidad de interpretar a un artista de fama internacional le ha permitido difundir su talento y ganarse su propia fama en el medio nacional, aunque no es lo mismo porque no es su estilo propio sino una forma de rendir homenaje a otro cantante a quien el público aclama.
Se ha hablado varias veces sobre la valoración de la estética musical, sin embargo, para tener una mejor comprensión hay que realizar una precisión en este término; en relación a lo anterior, la estética musical que se viene manejando en el presente escrito tiene relación directa con el término estética que Nicolás de Cusa utiliza para referirse a las artes, en este sentido: “…Concebir el arte como creación, como formación de las cosas y no como su reproducción… Concebir la creación como un proceso que se guía por la idea de lo bello, y concebir la idea de lo bello sin absolutismo ni dogmatismo…” (Tatarkiewicz, 2004, pág. 82)
Este tipo de valoración estética musical se debe tomar en cuenta, y se debería poner en práctica por los innumerables programas de realities musicales, puesto que, estos programas se enfatizan en reproducir imitadores que aumentan la fama de los artistas que imitan y no les permite potenciar su verdadera vocación musical y ser apreciados por ello; esto conlleva a que se genere un carencia de identidad por parte de los participantes y los lleva a esforzarse al límite por parecerse más al artista que imitan.
En este aspecto, los participantes no se limitan únicamente a copiar fielmente la voz del artista que imitan, sino que, incluso van más allá y se empecinan en parecerse en lo más mínimo posible, esto es, en sus características físicas, faciales y hasta en la manera en la cual se expresan; indudablemente es cuestionable la manera en la cual el programa les lleva a desprenderse de su identidad artística para replicar una personalidad que se basa en criterios de marketing y de rating, que no tienen nada que ver con el verdadero arte musical.
En relación a lo anterior, si la sociedad continua guiándose por una valoración mercantilista de la vocación artística musical se estaría reduciendo enormemente la manera en la cual se aprecia la música y sobre todo el modo en el que los artistas son reconocidos a través de programas concurso televisados que distorsionan por completo el valor de la verdadera esencia y talento musical que hay detrás de todo el montaje comercial que existen en ellos.
El peligro de que se sigan reproduciendo este tipo de criterios desvalorizados por parte de la sociedad hacia la apreciación de la vocación musical se da por la aparición cada vez mayor de programas que “imitan” el formato de reality show y por consiguiente continua con la idea de la reproducción de imitadores a gran escala; otro factor que influye para que este fenómeno se halla acrecentado en nuestro medio, es sin duda alguna, el alcance mediático que tiene la televisión; en relación a esto:
La televisión muestra una serie de personajes que la audiencia percibe como relevantes y dignos de atención por el simple hecho de aparecer en televisión. El medio es su principal avalador. Gracias a la tele, los personajes que provienen de otros mundos –el cine, el teatro, el arte, la literatura, la música, el diseño, la moda y el deporte, entre otros– se han convertido en figuras (re)conocidas y admiradas. (Busquet, 2012, pág. 19)
Siguiendo este modelo, han aparecido varios personajes cuya fama ha surgido gracias a su vida polémica, de la cual muchos quieren estar enterados, de modo que hoy en día ser reconocido y afamado depende de la cantidad de drama que se produzca en el diario vivir del personaje para poder captar la atención del espectador que no se despega del televisor para no perderse el chisme del día, al punto que se ve influenciado por estos estereotipos sociales, sobre todo en el público adolescente. Esta falta de creatividad e innovación de las productoras de televisión, ha llenado los horarios con programas carentes de sentido y de forma, a lo que conoce como “televisión basura”, para describir la indignación que sienten los espectadores ante la decadencia de un entretenimiento que se ha vuelto soez, irreal y vulgar, en que se idealiza o admira a personajes cuyo mérito es exponer sus problemas sentimentales, económicos, sociales e incluso sexuales ante millones de televidentes.
La música no ha sido ajena a este modelo de producción masiva; al contrario, cada vez aparecen nuevos programas de tipo reality que se realizan utilizando como excusa el concurso musical a través de una supuesta búsqueda de nuevos talentos nacionales, para justificar de alguna manera su presencia en la televisión ecuatoriana, a lo que millones de espectadores se unen sin dudarlo, pues se componen de un detallado trabajo de marketing al que pocos pueden resistirse. La visión mercantilista de la programación musical en la actualidad dejó de lado la calidad de los contenidos, para dar lugar a la banalidad y la monotonía que invadieron los hogares del público televidente. Tal como lo expresa Imbert (2003), estos programas se juntan en una misma marca que a los espectadores nos gusta y nos hace fieles: “la marca nos une en un mismo grupo de consumidores, nos conforta en nuestro gusto -que es el gusto de todos, el gusto común, nivelado, descafeinado, homogeneizado por el medio- y al mismo tiempo nos da, de prestado y como soñando, un cierto estatus.” (pág. 245)
No se encuentra con facilidad en la televisión actual, a un presentador que entreviste formalmente a un grupo musical o espacios periodísticos en torno al arte musical, a excepción claro, del canal público administrado por el Estado. Es más probable que al cambiar de canal encontremos unos o dos programas de reality-concurso donde los participantes interpretan música extranjera, pues con la televisión y la aparición de estos nuevos formatos, la forma de concebir la música ha cambiado sustancialmente, desde la presentación de la imagen estética del artista hasta la manera de entretener con situaciones mediáticas y controversiales para poder captar la atención del público.
La idea comercial de la televisión y la aparición de productoras sin verdaderas propuestas culturales han provocado que los contenidos artísticos entren en decadencia, siendo reemplazados por espacios amoldados completamente a los gustos de las grandes masas desenfrenadas por el furor de los realities mezclados con la música, que han dado origen a programas como “Yo me llamo”, “La Voz”, “Ecuador tiene talento”, y otros que acabaron con los espacios creativos que impulsan el conocimiento musical, alentaban a la composición de nuevas propuestas, invitaban a la investigación musical, apoyaban al artista nacional, y le daban a la música su lugar como representación artística.
Conclusión
Está claro que los gustos musicales de hoy no son los mismos, así como tampoco lo es la televisión, pues los diversos intercambios culturales, el desarrollo socio-económico del país y las transformaciones estéticas basadas en la moda de momento, han contribuido al cambio permanente de los gustos de las nuevas generaciones de audiencias, que consumen los programas por diversión o por pasar el tiempo, dando lugar a una concepción de lo artístico como un negocio televisivo del que benefician la productoras internacionales, a la cuales se les compran las ideas y se las copia dentro del país.
El programa “Yo me llamo” no ha quedado fuera de esta evolución televisiva que ha distorsionado la manera en la cual se aprecia la estética musical por parte de la sociedad en general, manejando un formato que premia a los concursantes que se apeguen al modelo pre-establecido por el propio programa, más que por su verdadera vocación musical; con lo cual el significado de la estética musical se ha transformado y ha perdido su valor frente a los nuevas plataformas que tiene la industria cultural que se enfatiza por “vender” más que por valorar el arte musical.
Por esta razón, es importante resaltar la valoración de la estética musical y se la debe observar como una contemplación del acto de creación de los artistas, esa manera en la cual el ser humano es capaz de plasmar por medio de sus cualidades intrínsecas las más destacadas interpretaciones y de esta manera que pueda ser apreciado por ello y más no por cuestiones superficiales mercantilistas derivadas de la industria cultural que no reflejan la verdadera valoración de la estética musical y que afectan actualmente la apreciación musical por parte de la sociedad en general.
Se hace evidente la falta de programas con formatos musicales que se enfoquen en la evolución espontánea de los artistas, tanto de su talento como de su crecimiento personal; dándole apertura a talentosos artistas para que demuestren sus competencias y poniendo a su disposición la oportunidad de recibir una formación musical que le permita ampliar sus expectativas y crear nuevas propuestas originales que representen al país, para evitar que nuestros talentos dependan únicamente de la copia de éxitos extranjeros y emprender nuestra propia identidad musical para el mundo.
Bibliografía
Bisbal, M. (2000). De cultura, comunicación y consumo cultural. Una misma perspectiva de análisis. Bogotá: Ediciones TM.
Busquet, J. (2012). El fenómeno de los fans e ídolos mediáticos: evolución conceptual y génesis histórica. Madrid: Instituto de la Juventud.
Chaparro, A. (2006). Los límites de la estética de la representación. Bogotá: Universidad del Rosario.
El Comercio. (19 de Julio de 2014). Felicitación de Asamblea a ganador de 'Yo me llamo' indigna a grupo de artistas. Tendencias, pág. 6 .
Horkheimer, M., & Adorno, T. (21 de Agosto de 2008). Geocities. Obtenido de http://www.infoamerica.org/documentos_pdf/adorno_horkheimer.pdf
León, B. (2009). Telerrealidad: El mundo tras el cristal. Sevilla: Comunicación Social.
Tatarkiewicz, W. (2004). Historia de la estética III: La estética moderna, 1400-1700. Madrid: Akal.
Lcdo. Darío Bueno Escobar, Msc.
Docente de la Faculta de Artes de la Universidad de Cuenca y del Conservatorio de Música José María Rodríguez
[1] La estética musical que se propone en el presente ensayo se relaciona con la manera en la cual la música debe ser valorada como creación e innovación.
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