Qué es lo que confirma y desmiente las elecciones en Brasil?

17/12/2014
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Artículo publicado en la Revista América Latina en Movimiento No. 500: América Latina: Cuestiones de fondo 12/01/2015
Miradas a posteriori, las elecciones en Brasil parecen unas elecciones de trámite en las que, por cuarta vez consecutiva, la derecha es derrotada por la izquierda, el partido de Fernando Henrique Cardoso por el partido de Lula.  Sería lógico, dado que el gobierno neoliberal de Cardoso fracasó y los gobiernos de Lula y de Dilma Rousseff resultaron exitosos.  El país más desigual del continente más desigual ha tenido transformaciones sociales gigantescas, que han mejorado sustancialmente, como nunca antes en la historia brasileña, la situación de las masas populares.
 
Tanto es así que el voto popular se volcó masivamente hacia la candidata que representa la continuidad de los gobiernos del Partido de los Trabajadores (PT), Dilma Rousseff.  En el nordeste, antes la región más miserable del país y que ahora es la que más ha avanzado, la votación de Dilma estuvo siempre por encima del 70%.  Lo mismo pasa en las capas más pobres de la población brasileña a lo largo de todo el país.
 
Unas elecciones reñidas
 
Sin embargo, las elecciones que parecían ser las de pronóstico más fácilmente victorioso para el PT, se trasformaron en las más reñidas.  ¿Qué es lo que pasó para que esto sucediera?
 
Por una parte, las elecciones del 2014 en Brasil han confirmado que la polarización central de nuestra época se da entre neoliberalismo y antineoliberalismo.  Mientras la candidatura de Dilma ha representado la profundización de los postulados del posneoliberalismo –prioridad a las políticas sociales, integración regional, así como rescate del papel activo del Estado–, las candidaturas de la oposición, tanto la de Aécio Neves como la de Marina Silva, han defendido abiertamente los postulados centrales del neoliberalismo.  Al igual que las candidaturas de ultra izquierda que han vuelto a no tener expresión en estas elecciones, aunque algunas de ellas, por primera vez, han apoyado a la candidata del PT en la segunda vuelta.  Así, la victoria de Dilma representa, una vez más, la derrota del neoliberalismo en Brasil.
 
Pero si las comparaciones entre los gobiernos del PT y los del PSDB (Partido de la Social-Democracia Brasileña, de Cardoso) son tan ampliamente favorables a los primeros –al punto que se preveía una victoria de Dilma en la primera vuelta, cuando cayó, de forma sospechosa, el avión del candidato opositor, Eduardo Campos, cambiando los términos de la disputa–, ¿cómo es que la victoria de Dilma se dio por un margen tan estrecho?
 
La dictadura de los medios
 
Más allá de circunstancias concretas, ese resultado se dio porque los mayores méritos de los gobiernos del PT fueron sus políticas sociales, mientras su mayor debilidad fue no haber democratizado los medios de comunicación.  Y ha pagado un alto precio por esta debilidad, al punto de casi perder las elecciones.
 
Desde hace mucho tiempo, los medios de comunicación–en Brasil y en los otros países de América Latina– juegan el rol de partidos de oposición.  Así lo confirmó en la campaña presidencial del 2010, Judith Nascimento, ex presidenta de la Asociación Nacional de Prensa de Brasil, y directora de Folha de Sao Paulo, cuando confesó: “Como los partidos de oposición son débiles, nosotros somos el verdadero partido de oposición”.
 
Pero el gobierno de Dilma Rousseff no tomó nota debidamente de ello y siguió una política suicida que no ha avanzado en nada en la democratización de los medios de comunicación.  Y ha sufrido, durante todo su mandato, una sistemática campaña terrorista de parte de los medios de comunicación.
 
La acción de desestabilización de los medios de comunicación ha tenido dos ejes: el terrorismo económico y las falsas denuncias sobre la corrupción.  El primero se ha basado en falsas versiones sobre la situación económica.  Si bien es cierto que, bajo el influjo de la recesión internacional y de las tendencias especulativas predominantes de los grandes empresarios nacionales, la economía ha bajado sus niveles de crecimiento, es también cierto que ello no ha afectado los índices sociales más importantes.
 
Aun en este marco general de bajo crecimiento de la economía, Brasil mantiene un nivel de empleo que puede caracterizarse como de pleno empleo: menos del 5%.  Al mismo tiempo, los salarios siempre han aumentado por encima de la inflación, y la inflación siempre ha estado por debajo de la meta: alrededor del 6% al año.
 
Sin embargo, expresiones como “el descontrol inflacionario” han proliferado todo el tiempo en los medios de comunicación, creando una falsa sensación de subida de los precios por encima del poder adquisitivo de los salarios.  Vale recordar que Cardoso dejó a Lula una inflación de más del doble –12,5%– sin que esto haya sido cuestionado por esos mismos medios.
 
Ese tipo de terrorismo económico, de difundir sistemáticamente un pesimismo en el nivel económico –aun chocando con la realidad– gana fuerza concreta, al punto que llevó a que el gobierno volviera a elevar las tasas de interés, preocupado por los efectos negativos que la inflación pudiera tener en el apoyo al gobierno.
 
Pero para demostrar cómo ese tipo de infundio solo puede proliferar en una situación de falta de democracia en los medios de comunicación, bastó el inicio del horario electoral, en el que el gobierno tenía un buen espacio para expresar sus puntos de vista, para que ese tipo de terrorismo económico desapareciera.  Una encuesta de un periódico de oposición tuvo que revelar que la gran mayoría de las personas –incluyendo aquellas que votan por la oposición– cree que la situación económica es buena y que va a seguir mejorando, que la inflación está bajo control, que los salarios van a seguir aumentando y que el nivel de empleo seguirá mejorando todavía más.
 
Pero las campañas de acusación de corrupción al gobierno y al PT, sistemáticas desde 2005, tuvieron sus efectos en los sectores de la población más influenciados por los medios de comunicación.  Si en el nordeste de Brasil, la región más pobre, que más ha avanzado, no ha tenido efectos, esto no ha sucedido en las grandes ciudades del sur del país.
 
Ese tipo de acción ha sido potencializado por las actitudes de órganos de prensa que han actuado efectivamente como partidos.  Cuando en la última semana de la segunda vuelta no había duda de la victoria de Dilma, la revista más vendida del país, Veja, anticipó para el jueves la edición que debía circular el lunes siguiente a las elecciones en la que difundió por todas partes su portada, donde decía que Lula y Dilma estaban al tanto de los casos de corrupción en Petrobras.  Todo ello acompañado con todo tipo de mentiras por internet, como último y desesperado esfuerzo.  Aun con la publicación del desmentido del gobierno y un pronunciamiento duro de Dilma en contra de esta operación, sí hubo efectos de última hora sobre segmentos del electorado todavía indecisos.  Las encuestas daban una ventaja de 6 puntos a Dilma, que disminuyó a 3,5%.
 
La cuarta victoria
 
Todo esto no impidió que se diera la cuarta victoria consecutiva del PT, desde 2002.  Más allá de las circunstancias, es un fenómeno revelador.  Brasil, que vivió la dictadura militar más importante de la región, que se convirtió en el principal aliado de EE.UU. en el área –ya sea en la dictadura o durante los gobiernos neoliberales de los años 1990–, logró salir de esta situación para desempeñar un rol importante en la construcción de alternativas al neoliberalismo.
 
El país, caracterizado por una profunda desigualdad, ha logrado implementar el más extenso proceso de democratización social de su historia.  Ha proyectado hacia el mundo el liderazgo de Lula como dirigente latinoamericano de dimensión mundial en la lucha contra el hambre y por un mundo multipolar.
 
El cuarto mandato, sin embargo, no será simple, no solo por la pequeña diferencia electoral alcanzada en relación al candidato opositor, sino por el tipo de frente opositor que se constituyó en la campaña electoral y que sigue actuando como tal.  Un frente que tiene en los grandes medios privados de comunicación su eje fundamental, y que está articulado con sectores del poder Judicial y de la Policía Federal, con los partidos de la derecha brasileña y con sectores de un Congreso más conservador que el anterior, elegido con los financiamientos empresariales.
 
Por primera vez, un candidato a presidente de Brasil gana las elecciones “en contra del mercado”.  El gran empresariado brasileño siempre prefirió a los candidatos de la oposición, pero se dio cuenta que podía convivir con el PT, que además se había mostrado más apto para hacer que la economía del país volviera a crecer.  Pero esta vez, la casi totalidad del gran empresariado hizo campaña, de forma unificada, por los candidatos de la oposición: Aecio Neves, Eduardo Campos y Marina Silva.
 
Los empresarios han demostrado, fehacientemente, que no están de acuerdo con el modelo de desarrollo económico con distribución de renta.  Prefieren la especulación financiera, los paraísos fiscales, la producción de mercancías de lujo para las altas esferas del consumo y la soya para la exportación.
 
Por otra parte, el poder Judicial sigue actuando en contra del gobierno, y, como hemos señalado, hay un Congreso más conservador.  Si, por un lado, Dilma tiene que avanzar –especialmente en contra del capital especulativo, por la democratización de los medios de comunicación, por el financiamiento público de las campañas electorales–, por otro, tiene una correlación de fuerzas desfavorable.
 
El segundo gobierno de Dilma tiene que enfrentar estos desafíos y la paradoja de avanzar, en medio de obstáculos de peso.  Cuenta con el apoyo de los movimientos populares, de la izquierda unificada, como quedó claro en la segunda vuelta, en la que estos sectores fueron determinantes.
 
- Emir Sader, sociólogo y cientista político brasileño, es coordinador del Laboratorio de Políticas Públicas de la Universidade Estadual do Rio de Janeiro (Uerj) e integrante del Consejo de ALAI.
https://www.alainet.org/es/active/79914
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