Los espías de la CIA

04/02/2015
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Desde el siglo pasado, y aún desde antes, nada es sustancialmente diferente en las tareas de penetración, espionaje e infiltración desplegadas por Estados Unidos de Norteamérica junto a  prácticas desestabilizadoras y de sabotajes directos contra aquellos gobiernos que no se alineen con sus intereses. El caso del ex fiscal Alberto Nisman, relacionado con la CIA y la Mosad israelí, puede verificar la continuidad de las tácticas de espionaje del imperio del norte.
 
Hace más de 36 años, más precisamente el 21 de septiembre de 1978, el diario “La Nación” de Buenos Aires publicó una sugestiva información proveniente de la agencia ANSA. Se refería a un documento ultra secreto, fechado en 1970, atribuido al Pentágono, registrado con la sigla “FM 30-31 B”, el cual había sido reproducido íntegramente por la revista española “Triunfo”. Previamente, el diario turco “Baris” había publicado algunos capítulos de dicho texto.
 
El documento hacía referencia a las tácticas que el servicio de espionaje de los EE.UU. debía seguir para infiltrarse en los ejércitos y en los cuerpos de policía de los países amigos para controlar y asegurarse de que estos países se mantuvieran leales a los Estados Unidos.
 
En el capítulo once, refiriéndose a las “operaciones especiales” el documento norteamericano dice entre otras cosas: “Si el gobierno de un país amigo da signos de pasividad y de indecisión frente a la subversión comunista y reacciona de modo insuficiente según la opinión de los servicios de espionaje transmitidos por las agencias norteamericanas, en estos casos las instrucciones a los agentes infiltrados eran efectuar operaciones especiales capaces de convencer al gobierno y a la opinión pública del país amigo sobre el inminente peligro y sobre la necesidad de una rápida acción de respuesta”.
 
A tal fin, los espías debían infiltrarse “entre los rebeldes, formar grupos de acción entre los más radicales para hacer que estos grupos controlados por los servicios de espionaje del ejército norteamericano realizaran acciones de violencia o no, según los casos”.
 
Se precisaba, a la vez, que “en los casos en que la antedicha infiltración no se haya logrado plenamente, la instrumentalización de organizaciones de la extrema izquierda puede contribuir a lograr los objetivos fijados”.
 
Si bien el contexto de los ’70 definía las acciones de los EE.UU. en su lucha global contra el comunismo, nada -ni antes ni después de esa década del siglo pasado- fue sustancialmente diferente en las tareas de penetración, espionaje e infiltración desplegadas por la potencia imperial y la asunción de prácticas desestabilizadoras y de sabotajes directos contra aquellos gobiernos que no se supeditaran a los intereses norteamericanos.
 
El trágico y paradigmático ejemplo del golpe cívico-militar de Augusto Pinochet en Chile, en septiembre de 1973, impulsado por la CIA, caracterizó descarnadamente el modo de actuar de los EE.UU. Hacia 1953, John Foster Dulles, Secretario de Estado norteamericano, afirmaba con inmoral sinceridad: “Nosotros no tenemos aliados permanentes; sólo intereses permanentes”. Y para defender esos intereses han apelado históricamente y en todo momento al despliegue de las más deleznables acciones, visibles o encubiertas, contra la soberanía de otros pueblos.
 
El libertador Simón Bolívar ya había denunciado este tipo de comportamiento en 1829. En una carta que le escribiera, desde Guayaquil, a su amigo Patricio Campbell decía: “Los EE.UU. parecen destinados por la Providencia para plagar la América de miserias a nombre de la libertad”.
 
Ahora, en 2015, en Argentina con el caso del ex fiscal Alberto Nisman, que se sospecha firmemente relacionado con la CIA y la Mosad israelí, se podría ligar y verificar la continuidad de las tácticas de espionaje de la CIA, reveladas en aquel documento de la década del 70. La presidenta Cristina Fernández de Kirchner llegó a afirmar no hace demasiado tiempo, ante extrañas versiones acerca de presuntas amenazas contra su vida: “Si me llega a pasar algo, no miren hacia el oriente, miren hacia el norte”.
 
El recientemente asumido embajador norteamericano en Argentina, Noah Mamet, se hizo presente en el velatorio de Nisman. Emociona, casi hasta las lágrimas, observar a los representantes del imperio fungiendo de paladines de la justicia, de los derechos humanos y de la democracia mundial. Por su parte, el senador republicano Marc Rubio no se sonroja al reclamarle a la Administración de Barack Obama que intervenga más activamente en el caso Nisman. Sería ilustrativo que el embajador Mamet y el senador Rubio se expidieran sobre las guerras y matanzas que lideró y lidera sistemáticamente EE.UU. en todo el mundo y que propiciaran además visitas internacionales a la “humana” cárcel de Guantánamo.
 
Mamet, Rubio y hasta también el propio Obama debieran reparar en los dichos del peruano Dionisio Inca Yupanqui, aquel diputado americano que en las Cortes de Cádiz, España -en diciembre de 1810- indignado por la dominación colonial, desbrozó aquel imperecedero aforismo: “Un pueblo que oprime a otro no merece ser libre”.
 
Buenos Aires, enero 30 de 2015.
 
 Norberto Alayón
Profesor Titular Regular – Facultad de Ciencias Sociales (UBA)
 
 
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