Los discursos de la simulación

23/05/2005
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  • Opinión
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Hay quien se lanza a hablar y después averigua qué va a decir. Como, también, quien de antemano se opone y luego averigua —si es que averigua— cuál es la propuesta a discutir. Eso, sin contar a los que fingen hablar del asunto cuando en realidad lo explotan para otros fines, ajenos al mismo. En el primer grupo entra la mayoría de quienes coloquialmente llamamos habladores de paja. En el segundo está una fauna más variopinta, que va desde simples psicópatas hasta los demagogos de múltiples géneros. Y en el tercero, los oportunistas de siempre. No hacen falta muchas luces para suponer a qué me refiero, ya que últimamente hemos tenido sonoros ejemplos. Ante la urgencia de reformar el Seguro Social, la Señora Moscoso y sus cómplices por meses y meses entretuvieron al país con una simulación de consulta y debate que nunca mostró intención real de asumir los riesgos de arreglar el asunto, sino la de escurrirle el bulto para dejarle la responsabilidad a quien le tocara después. Eso fue hablar de hacer para no hacer —pecar por omisión—, mientras el problema seguía agravándose. Quienes fueron parte de tan maliciosa omisión ahora se desviven por robar cámara, como si de pronto hubieran tomado responsable conciencia del tiempo que en el pasado quinquenio despilfarraron. ¿Milagrosa reconversión? Ahora estigmatizan la propuesta que está en debate —sin presentar una alterna, puesto que desaprovecharon el pasado ejercicio—, afanándose en que el proceso legislativo se dilate. Así le prestan a otros el chance de enredar las calles, cerrándolas y vandalizándolas con el puñado de consignas con que disimulan su orfandad ideológica. Así vienen pues, tal para cual, del brazo y por media calle, sin que ningún pudor los separe. Unos exhibiéndose con el cuento del Seguro cuando en realidad lo que están dirimiendo es quién es más machito y vocinglero en su querella por la presidencia del descuartizado partido panameñista. Otros disputándose quién es más ronconcito en la disputa por “vanguardizar” la clase obrera sindicalizada, a la que mantienen subdividida e insolidaria con la inmensa mayoría de los trabajadores carentes de empleo formal. Pero ninguno viene con los argumentos necesarios para sustentar sus alocadas aseveraciones, como aquella según la cual la reforma busca dizque “privatizar” los recursos del pueblo cotizante traspasándoselos a la plutocracia transnacional —su aliada de ayer cuando asimismo se opusieron a la reforma fiscal—. A falta de argumentos, abundan el elaborantismo y las descalificaciones. Mucha dialéctica especulativa, pero escasa objetividad para reconocer la realidad y para constatar en los artículos del proyecto la veracidad de las alegaciones que inventan a nombre del pueblo que —tan inmodestamente— pretenden representar. A la práctica nos remitimos, que es el criterio de la verdad. En el discurso, escasez conceptual y tergiversación. En la vía pública, el esfuerzo contumaz para bloquear la circulación de los demás ciudadanos y para imponerle a la sociedad el imperio de sus conveniencias de grupo particular y minoritario, más el descaro de aducir que estas arbitrariedades se ejecutan a nombre de un debate “democrático”. Su adicción a los métodos de fuerza, por mucho que pretenda materializarse bajo la excusa de esa fraseología, no logra ocultar la naturaleza de semejante conducta, opuesta al interés general de la población. Cuando cierran calles, vandalizan comercios, amenazan ciudadanos, apedrean vehículos o destruyen propiedad social o privada, ¿quiénes son sus víctimas sino el pueblo mismo? Con su decir y su hacer contrapuestos, unos y otros por sí mismos se identifican como lo que son. - Nils Castro es analista político
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