A propósito del año nuevo andino
23/06/2005
- Opinión
La religión aymara fue decisiva para la formación de una sociedad andina
fuertemente autónoma ante el avance civilizatorio de los quechuas, lo cual
hizo posible una convivencia eterna entre el dios Sol del Estado Inca y las
fecundas deidades del ayllu. La conquista española truncó tan singular
confluencia entre politeísmo y monoteísmo en estas viñas del Señor
El enigma del Estado Comunitario
La antropología contemporánea avala la tesis en torno a que entre las
naciones aymara y quechua, a parte de su diferencia idiomática, no existían
desigualdades sustanciales respecto a sus sistemas productivos y creencias
religiosas originarias.
Se puede afirmar que las entidades del ayllu, del ayni y de los kuracazgos
—en alguna etapa del desarrollo de las fuerzas productivas— eran comunes a
los pueblos quechuas y aymaras, pero es evidente que entre estos últimos
(los aymaras) dichas instituciones comunitarias se conservaban mucho más
arraigadas debido, se supone, a la influencia de las deidades matriarcales
y lunares que se eternizaron en el imaginario aymara. Es bien probable que
los quechuas, en cambio, profundizaron esos “peligros despóticos” (que
Platt advierte ya entre los propios señoríos aymaras) formando una
burocracia de castas patriarcales y militaristas para dar lugar al
surgimiento del Estado Inca, proceso en el cual la religión también debía
reformarse bajo una modalidad monoteísta.
Aquella “forma embrionaria primitiva” de división clasista que Stern
observa incluso en las poblaciones politeístas del Collasuyo, evoluciona
hacia un “nivel superior” o “civilizatorio” con el Estado Inca y su único
dios Sol (Inti), por directa influencia quechua especialmente durante el
reinado del inca Tupac Yupanki.
De hecho, la figura del Inca descendía de algún antiguo linaje de kuracas
quechuas que habían acumulado poder y riquezas a costa de destruir las
líneas de reciprocidad en los ayllus circundantes al Cuzco. Y al romper
esas líneas de reciprocidad, se tendía también a abandonar la relación con
los huacas (diosas y dioses mayores) y willcas (diosas y dioses menores)
para concentrarse en el culto exclusivo al Sol, proyecto monoteísta que fue
exitosamente frenado por los aymaras.
La clave del kuracazgo
María Rostworowsky, analizando las diarquías incaicas y el dualismo en el
régimen de kurakazgos sostiene que, al hallar ciertos patrones y esquemas
duales en las estructuras sociopolíticas de los kuracazgos, se puede
asegurar que los señores del Cuzco —es decir los incas— no diferían en ese
sentido de las demás etnias (Rostworowsky: “Estructuras Andinas de Poder”,
IEP, Lima, 1986: 115). Es justamente aquella tradición de kuracazgos como
sistema de elites locales y autónomas lo que lleva a los conquistadores
quechuas (especialmente durante el reinado de Huayna Cápac) a postergar su
proyecto “civilizatorio” consistente en un Estado centralista y monoteísta,
para reconstituir y conservar las formas de reciprocidad politeísta que los
kuracas rebeldes aymaras exigían en su resistencia inicial contra el avance
incaico de los quechuas, desde el Cuzco hacia el sur del Lago Titicaca (que
abarcó los territorios collas de Cochabamba, Oruro, Potosí, Chuquisaca y
los nortes de Argentina y Chile). Consecuentemente, bajo el imperio incaico
que se expande bajo una sistemática concertación con la religión aymara, el
Estado actúa como un Gran Kuraca.
Así pues, el Estado Inca utilizaba la “generosidad” para establecer y
reforzar obligaciones y lealtades, lo cual se traducirá más tarde en la
formación de los mitimaes: poblaciones íntegras asimiladas al imperio que
se desplazarán masivamente para colonizar las zonas rebeldes portando la
ideología estatal quechua (que lingüísticamente, empero, no alcanzan a
penetrar sobre reductos aymaras aún hoy intactos por ejemplo en la zona de
Sabaya y otras comunidades aledañas al Lago Poopó y al Sajama, en la
frontera entre Oruro y el norte de Chile, donde se habla una antiquísima
lengua aymara —diferente a la paceña— actualmente en vías de extinción).
Dialéctica quechua-aymara
No obstante, como pudimos ver en la leyenda del exitoso encuentro entre el
amenazante inca Tupac Yupanki y los tolerantes huacas aymaras (ver ensayo
nuestro anterior en: http://www.redvoltaire.net/article3468.html), esta
relación entre Estado y Comunidad (digamos en un esquema cultural donde la
sociedad política es dominantemente quechua y la sociedad civil resulta
hegemónicamente aymara) se produce en un marco de permanente
conflictualidad:
Stern:
“A fin de cuentas, el Estado trataba de presentar las nuevas relaciones
como meras extensiones de las antiguas. El Estado aplicó con diligencia las
normas de generosidad del trabajo recíproco local mediante las fiestas para
sus grupos de trabajo con comida, coca y chicha y el suministro de las
materias primas y de las herramientas necesarias. (…). Las relaciones
tradicionales de reciprocidad entre ´hermanos´ del ayllu seguían definiendo
la dinámica de la vida y la producción locales. Como Estado
´redistribuidor´, el Imperio Inca absorbía la mano de obra excedentaria de
un campesinado económicamente autónomo y dispensaba los frutos de esa mano
de obra a la población real y sus séquitos, al ejército, a los campesinos
obligados a la prestación comercial, a los beneficiarios estratégicos,
etcétera, sin transformar en general los modos locales de producción. (…).
Pero pese a esas continuidades, la conquista por los incas representó para
muchas sociedades una ruptura radical… La política estatal agravó la
fragmentación étnica y simultáneamente redujo la autonomía comunitaria
frente a una nueva competencia. El Estado se apoderó de funciones claves de
gestión…Las mejorías o los empeoramientos de la economía quedaron
vinculados al servicio del Estado… Las obligaciones de trabajar para el
Estado y sus dioses redujeron el tiempo de trabajo disponible para los
hogares y los ayllus, lo cual privó de posibles energías y acumulación de
excedentes. Además, el Estado creó una clase servil de criados a tiempo
completo. (…). En resumen, el Estado dejó intactas las relaciones internas
de producción de las comunidades, pero las integró en una formación
económica más amplia y explotadora”. (Steve Stern: “Los pueblos
indígenas del Perú y el desafío de la conquista española”, Alianza
Editorial, Madrid, 1989: 52).
Rostorowsky y Stern coinciden en afirmar que la intervención del Estado —
necesariamente vertical— en el funcionamiento del ayllu y del ayni
implicaban una gran contradicción que se operaba dentro del régimen
incaico. A medida que el intercambio de servicios mutuos entre las elites
locales y los hogares comunes iba pasando a nivel de reinos regionales en
gran escala y finalmente al Estado mismo, “la reciprocidad se iba
haciendo menos íntima, se iba liberando de los vínculos de parentesco, se
hacía más directamente jerárquico y más vulnerable al sabotaje o a la
rebelión” (Stern, op cit: 36).
Aquella convivencia entre centralidad estatal y autonomía comunitaria
enlazados mediante un sistema de reciprocidad, nos ofrece un dato
paradigmático cuyo devenir colapsó con la invasión española. Quedó sin
resolverse el enigma acerca del tipo de Estado y Sociedad que aymaras y
quechuas construían en aquel momento de tan complejos encuentros y
desencuentros.
- Wilson García Mérida
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