Desafíos de la izquierda brasileña
20/09/2005
- Opinión
Entre el sector de la izquierda brasileña que no tomó las armas hubo
un cierto tono de “¿yo no dije?” cuando el otro sector comenzó a
caerse, a partir del secuestro del embajador norteamericano Charles
Elbrick, en Río, en septiembre de 1969. La historia casi siempre da
un giro brusco en nuestros análisis de coyuntura, en nuestros
pronósticos, en nuestras previsiones sombrías arropadas con pesados
abrigos de conceptos supuestamente científicos. ¿Cuál intelectual o
dirigente político previó la caída del Muro de Berlín?
“¿Yo no dije?” exclamaron los trotskistas cuando salieron a luz los
crímenes de Stalin, denunciados por Kruchev. Y los pro-soviéticos
brindaron con vodka al ver a la camarilla de los cuatro, en China,
desencadenar la “revolución cultural”, una onda de fundamentalismo
ideológico que implantó el terror en nombre del “auténtico comunismo
proletario”. Su versión latinoamericana fue Sendero Luminoso, en el
Perú, que asesinaba a compañeros que “vacilaban ideológicamente”.
Con la redemocratización de Brasil, la izquierda intelectualizada, que
conoció más el exilio que la prisión, se dividió entre el PT y el PSDB.
“¿Yo no dije?” subrayaron los primeros cuando el gobierno de Fernando
Henrique Cardoso (FHC) reveló su carácter neoliberal, privatizó el
patrimonio público e instituyó el Programa de Estímulo para la
Reestructuración y Fortalecimiento del Sistema Financiero Nacional
(PROER), canalizando valores que hacen aparecer al flujo del
valerioduto (1) como una broma de centavos.
Ahora, frente a la estrella que cae, las agoreras del mal conmemoran
eufóricas: “¿yo no dije?” Y la derecha, confortablemente sentada en el
camerino de lujo de este teatro trágico, aplaude la escena cruel de
antropofagia de la izquierda. ¿Pero cuál izquierda? ¿La que baila al
ritmo de la música de la ronda financiera? ¿La que destina 30 mil
millones de reales al agronegocio y sólo 8.000 mil millones a la
agricultura familiar? ¿O la que adjetiva sectariamente sus críticas,
exhibe sus manos limpias frente a la
“tsulama” (2), pero no es capaz de presentar una propuesta
viable no utópica de política económica alternativa? ¿O la que se
llena la boca y el papel de palabras grandilocuentes, pero no consigue
movilizar media docena de movimientos populares?
La izquierda brasileña habla de un Brasil quimérico, pero tiene
dificultad de lidiar con las mediaciones ineludibles para alcanzarlo.
Como si en algún lugar del mundo ella hubiera llegado al poder sin
política de alianzas. Y como si en algún país ella hubiese alcanzado
el desarrollo sin serias concesiones al capitalismo. Basta ver a China,
que hoy insiste en ser reconocida como una “economía de mercado”, y
Cuba, que flexibilizó la propiedad estatal y se volvió asociada de
poderosas transnacionales en las áreas de infraestructura, energía y
turismo.
Nada más ridículo que la izquierda que erige sus convicciones
ideológicas en dogmas religiosos. Y trata a sus líderes como
verdaderos Mesías portadores del camino de la salvación.
Fundamentalista, excomulga a los críticos, expulsa a los herejes,
condena al infierno a los adversarios. Incapaz de alianzas dentro del
ámbito de la propia izquierda (véase las elecciones para la nueva
dirección del PT), se inclina por la derrota de sus contendores, en
la expectativa de que llegue el día en que, desde lo alto de su
arrogancia, enfatizará solemnemente: “¿Yo no dije?”
Vías de liberación
No veo futuro para la izquierda fuera de estas tres vías: el rigor
ético, el trabajo de base y la elaboración de un proyecto socialista.
El rigor ético es una virtud soportable mientras no se llega al poder.
Cualquier esfera de poder: gobierno, dirección del partido,
coordinación del núcleo de base, gerente, síndico de edificio etc.
Como todo poder, reviste a quien lo ocupa de una autoridad, de una
identidad que lo hace sentir por encima del común de los mortales,
casi nadie quiere dejarlo. El poder es más tentador que el sexo y el
dinero, porque vuelve a estos dos últimos más accesibles. Que lo digan
los beneficiarios de las “comisiones” del Banco Rural
¿Cómo asegurar el rigor ético? Con la democracia interna. Líder o
dirigente que no soporta la crítica, es mala señal. Pero no basta
decir “pueden criticarme”. Es necesario crear mecanismos a través de
los cuáles eso se haga regularmente.
El trabajo de base es el gran desafío de la izquierda. Esta última
adora hacer reuniones, manifiestos, mítines. ¡Pero ir a la periferia,
subir a la favela, meterse en el
sertão (3) ocupa el último lugar! No es fácil gustar del
olor del pueblo, reunirse con los pobres, aprender su lenguaje (que
nos obliga a descender del egregio trampolín de nuestros conceptos
académicos), rezar con ellos, estrechar los lazos efectivos y
afectivos con quienes tiene la gracia de vivir desprovistos de la
lógica maniqueísta que divide a la humanidad en “buenos y malos”.
Elaborar un proyecto socialista no consiste sólo en criticar el
capitalismo. Implica autocrítica profunda de los errores cometidos en
las recientes experiencias socialistas. Errores teóricos,
estructurales, sociales y personales. Comenzar a analizar en qué
momento el PT borró de su horizonte el proyecto socialista que
figuraba en sus primeros documentos.
A quien pueda interesar: buenas escuelas de ética, trabajo de base y
perspectiva socialista, son el MST y las Comunidades Eclesiales de
Base. (Traducción ALAI)
- Frei Betto es escritor, autor, en asociación con Leandro Konder, de
“El individuo en el socialismo” (Perseu Abramo), entre otros
libros.
Notas de la traducción:
(1) Valerioduto: se refiere al esquema de corrupción
organizado por el empresario Marcos Valério para distribuir
recursos a los parlamentarios, escándalo que ha sacudido al
gobierno de Lula.
(2) “Tsulama”: palabra portuguesa que, parafraseando al
tsunami, significa una ola muy grande de inmundicia.
(3) Sertão: Región agreste, distante de las poblaciones o tierras cultivadas.
https://www.alainet.org/es/active/9270
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