Otra cosa es con guitarra
25/09/2005
- Opinión
Un, dos, tres, a las urnas otra vez
Y la historia tendrá que abrir sus páginas alguna vez para mostrarnos en
un libro abierto cuáles han sido las circunstancias y los propósitos
reales que han convertido una coyuntura destinada a viabilizar cambios
nacionales trascendentales, por otra electoral que está poniendo en las
agendas derivaciones de las (in)gobernabilidades y promesas celestiales
en un marco en el que democracia y ciudadanía se confunden con ejercicio
del voto. Es que la historia nos tiene que poder mostrar por qué el
proceso constituyente acaba entrampándonos en un cuarto intermedio
electoral en el que el poder constituyente ha sido sustituido por el
poder constituido.
Muchas cosas, talvez todas ellas o ninguna ciertas, se han dicho sobre
este proceso. Pero aquí estamos donde estamos, metidos en un juego
electoral que simplemente apareció en el camino como una especie de
paradero para una bocanada de aire que le ha puesto pausa al dinamismo de
los movimientos sociales y que le ha permitido una nueva dieta al apetito
de las transnacionales. Y aquí estamos como estamos, con un gobierno de
transición y un presidente al que muchos bolivianos y bolivianas todavía
no conocen, impulsando un proceso electoral que ha abierto otra vez la
voracidad política por el poder, realimentando las diferencias antes que
los encuentros.
El mayo y junio recientes los movimientos sociales y regionales
condensaron en las calles dos agendas que son mucho más que dos demandas:
por una parte la “Agenda de Enero”, que empezando el 2005 culmina un
proceso por las autonomías regionales y la convocatoria a elecciones de
Prefectos o gobernadores regionales. Mientras esto ocurre en la amazonía
boliviana, en sus tierras altas del altiplano, la “Agenda de Octubre”, a
partir de la denominada guerra del gas de octubre de 2003 en la ciudad de
El Alto, vecina de la ciudad de La Paz, sede del gobierno, logra
legitimar dos reivindicaciones: la nacionalización de los hidrocarburos y
la Asamblea Constituyente.
Además, y en el fondo de los temas de estas dos agendas, un motivo
moviliza a las organizaciones indígenas de oriente y de occidente, del
sur y del norte: su inclusión soberana con su tierra y territorio, con
sus particulares formas de organizarse, con sus propias costumbres,
lenguas y formas de ejercitar su justicia. Y otro tema más colma la
paciencia popular: la ineptitud de los operadores de la democracia
representativa, especialmente de la democracia pactada, que ponen en
cuestionamiento este sistema para sostener el alcance, dimensión,
densidad y profundidad de las transformaciones que apuntan a una Bolivia
distinta, desconcentrada, soberana y participativa.
Y aquí estamos, en el inicio de un nuevo proceso electoral, con un
contexto parecido al de muchas otras jornadas, con las calles de las
ciudades arremolinadas en garrafas vacías que esperan un gas que se
esconde. Y aquí estamos, como en muchas otras jornadas, iniciando un
proceso electoral con campesinos pobres y sin tierra ocupando
territorios. Y aquí estamos, iniciando otro proceso electoral, cosechando
los fracasos de un modelo de acumulación privado empresarial que ha
llevado a la ruina a las escasas empresas estatales, y que ahora mismo
tiene en la punta del iceberg la venta posible de las acciones
mayoritarias de inversores italianos en la empresa telefónica. Y estamos
empezando un proceso electoral con un nuevo conflicto regional entre
oriente y occidente, alimentado esta vez por la Corte Suprema de
Justicia, que en un acto legal, pero inoportuno, anula un artículo de la
Ley Electoral que define la distribución territorial de parlamentarios,
cambiándola por otra que basándose en el Censo Nacional de Población del
2001 le otorga más curules a los departamentos del oriente restándoles
escaños a los del occidente.
Los qués del proceso electoral
En el mayo y junio recientes los movimientos sociales ratificaron el
camino de renovación de la política llenando los aires con temas que no
son los temas de la Bolivia de ahora, sino de la Bolivia, otra, que se
quiere construir. Son temas que siguen rondando en el ambiente y que,
desde la perspectiva ciudadana, deberían marcar los “qués” de las agendas
y programas de los frentes políticos.
Los últimos veinte años Bolivia ha vivido una sucesión de gobiernos que
se lotearon el poder desde una sola matriz programática: la economía de
mercado sustentada en la privatización capitalizada de las principales
empresas, y desde una sola constitución administrativa: el Estado
monocultural. El modelo empresarial apoyado y digitado por las
transnacionales se inició en 1985 como respuesta a un diagnóstico
catastrófico del modelo de acumulación estatista, al que el presidente de
entonces, don Víctor Paz Estensoro describió con un contundente “el país
se nos muere”, y propuso como la panacea de las soluciones un modelo de
ajustes estructurales macroeconómicos que prometían incremento del empleo
y mayores ingresos a partir del dinamismo empresarial privado y de la
inyección de capitales extranjeros.
Pero veinte años después, Bolivia está viviendo un proceso de crisis
estatal en el que convergen la crisis del modelo económico de la
privatización-capitalización, el descrédito de los partidos políticos, la
deslegitimidad de los gobiernos de la globalización, el carácter colonial
del Estado republicano, una ampliación de la deuda externa sin
inversiones productivas significativas, disgregaciones regionales y
étnicas, y un dinamismo popular que está transitando de la protesta a la
reconfiguración del poder económico, político y cultural con mayor
inclusión ciudadana.
Bolivia es uno de los países con mayor desigualdad en el mundo, con una
diferencia de 1 á 90 entre el quintil más rico y el más pobre, mientras
que en América Latina, el continente más inequitativo, el promedio de la
diferencia es de 1 á 30. El desempleo que en 1994 alcanzaba al 3% se ha
incrementado al 13% en 2003, con una tendencia a acrecentarse e
incrementar el empleo informal en empresas familiares que ya acogen a más
del 80% de la población trabajadora.
La propuesta política del bloque empresarial en alianza con partidos
tradicionales, consistió en gobernar en base pactos o distribución de
cuotas que los llevaron a turnarse en el ejercicio del poder con
licencias que institucionalizaron la corrupción y el nepotismo. Este
esquema incide en el resquebrajamiento estructural del Estado, puesto que
la institucionalidad triangular entre los poderes Ejecutivo, Legislativo
y Judicial, se ha definido en consonancia con los grupos empresariales, y
se ha manifestado en oposición con los sectores sociales. Ahora las
certezas neoliberales del discurso enraizado en la infalibilidad
progresista del libre mercado, de la inversión externa y de la democracia
formal no inspiran confianza sino más bien desesperanzas y, en
contraposición, los movimientos sociales y regionales han incorporado
otros discursos fundados en la inclusión con equidad.
En definitiva, este modelo ha estirado el sentido de la democracia con
una elasticidad de cuerda de circo que se mueve entre los márgenes del
voto en las urnas y la ausencia de gobiernos de fuerza, dando crédito y
viabilidad, como sinónimos de democracia, a toda acción privada
empresarial y colonial dentro de estos extremos. Su propio desgaste
interno ha puesto en evidencia que la fórmula de la privatización y
desmantelamiento del Estado no ha funcionado como sistema de equidad,
habiendo demostrado, por el contrario, que la protección social, el
ejercicio de los derechos y el bienestar, en suma el desarrollo humano,
son inherentes a un Estado fortalecido.
Es en este contexto que los movimientos sociales y regionales, que se
convierten en la piedra en el zapato de la democracia liberal, colocan en
la agenda temas que tienden a restituir un sistema democrático realmente
inclusivo y a destituir el esquema partidista tradicional anquilosado y
enmarañado en desajustes antidemocráticos. Y los temas que aparecen en
escena no son sencillos porque no marcan continuidades sino más bien
rupturas. Son temas sin embargo, que en un ambiente de crisis del Estado
empresarial colonial, se convierten en alternativas para el rediseño del
país sobre un nuevo pacto social. El pacto liberal de ahora, basado en la
matriz de la libertad, igualdad y fraternidad y que no funciona con el
modelo empresarial, necesita redimensionarse en una nueva matriz
articuladora de los derechos humanos, la democracia y el desarrollo, y
que se basa en los principios de la justicia, la dignidad y la equidad.
Desde esta matriz, los temas ineludibles en los programas de gobierno son
la Asamblea Constituyente, la recuperación de los hidrocarburos, las
autonomías regionales, la redistribución de las tierras, la inclusión
ciudadana sin discriminaciones, la re-nacionalización de las empresas de
servicios, la integración regional sobre la base de acuerdos favorables
al desarrollo nacional, de modo que junto con la recuperación de otros
temas tales como la reforma educativa y los procesos de participación
popular con descentralización en el poder municipal, que con más sombras
que luces en su aplicación actual, podrían contribuir al rediseño de una
democracia participativa.
No hay todavía expresiones claras sobre estos temas porque el proceso
electoral ha antepuesto las figuras a los temas políticos y las fórmulas
presidenciales a los programas de gobierno. Y mientras la espera de sus
presentaciones se hace tensa, las apropiaciones ciudadanas ya han
clasificado las posturas en una recuperación de los viejos conceptos de
la izquierda y de la derecha, para catalogar más las trayectorias que las
promesas. Mientras se esperan los programas, Bolivia ya se ha fijado su
agenda que, desde una u otra perspectiva, tendría que mostrarse viable o
inviable con fundamentos y caminos posibles. Sea para la conservación, la
reforma o la transformación, los movimientos sociales y regionales han
inscrito en la historia una agenda que exige resoluciones de una
izquierda y una derecha que deben construirse sólidas, fuertes, viables,
posibles.
Pero en los inicios del proceso electoral más que los qués programáticos
están apareciendo fragmentos de discursos que pugnan por marcar la
agenda, pero que por su misma fragmentación se diluyen rápido en el
ambiente de un país que está respirando aires de cambios estructurales.
Poder Democrático y Popular (PODEMOS) ha acudido a la fórmula de la
saturación de ideas sobre el proceso electoral, con un líder, Jorge Tuto
Quiroga, que pareciera querer borrar el silencio que guardó en los
últimos tres años en los que el país decidió su propia agenda a fuerza de
rebeliones sociales. Por su parte el Movimiento al Socialismo (MAS), ha
colocado fragmentos de temas que lo hacen blanco de todas las críticas y
hacen prever un ambiente parlamentario de todos contra Evo, por lo que,
en el caso que ganara sin mayoría absoluta, ser segundo para los otros no
será mal negocio porque tendrían asegurada la presidencia. En
contrapartida, ¿serán las calles donde el MAS está pensando defender su
posible triunfo si los mecanismos del aparato de la democracia formal no
le corresponden?
En circunstancias como las que vivimos, los discursos fragmentados y
focalizados solamente en algunos aspectos sin abarcar la totalidad del
proceso, hacen de la política un campo superficial, o un sinsentido como
propuesta de sociedad, porque en este tipo de contextos el sentido, la
razón de ser, el discurso, el programa, no es lo mismo que la suma del
significado de los mensajes sueltos, sino el conjunto de la visión de
país que se quiere construir y cómo se lo quiere construir, en el caso
boliviano el conjunto de propuestas que recojan las agendas sociales y
regionales que muestren el camino de superación de la crisis estatal con
caminos viables más que con promesas celestiales.
Los y las quiénes en tiempos de los qués y los cómos
Los intentos por la renovación del sistema político se han hecho
evidentes en diversas iniciativas. Sin embargo, la realidad predominante
es la de un arrastre de formas caducas y deformadas de la democracia
pactada que intenta sobrevivir ocupando espacios de la renovación, de
modo tal que resulta un híbrido de convivencias perversas entre
renovación y anquilosamiento político. Este fenómeno es el resultado de
la búsqueda de renovación en el plano más administrativo que en el
eminentemente político.
En efecto, ya en las elecciones municipales de diciembre de 2004, como
una respuesta del sistema a la ilegitimidad de los partidos políticos
aparecieron las Agrupaciones Ciudadanas, lastimosamente una buena parte
de ellas como arquitecturas armadas con los políticos de siempre, lo que
no le quita méritos a la participación ciudadana especialmente en el
ámbito regional de los municipios rurales. En el actual proceso
electoral, las Agrupaciones Ciudadanas son también el disfraz de viejas
fórmulas partidarias junto con iniciativas renovadoras. Así por ejemplo
PODEMOS se asienta en la conjunción entre diversas organizaciones y
Acción Democrática Nacionalista (ADN) con la que Tuto Quiroga fue
vicepresidente y presidente, Unidad Nacional (UN) es la expresión
renovada de un sector del Movimiento de la Izquierda Revolucionaria, y
así por el estilo otras organizaciones, en las que también estaba un
abortado intento municipalista de contar con su propio frente político,
dizque a título de conformar un frente amplio de la izquierda.
Una expresión de renovación efectiva es la histórica convocatoria a
elección de Prefectos o gobernadores regionales, producto de la presión
autonomista especialmente del pueblo cruceño. La descentralización
política administrativa estatal encuentra en este hito un complemento
importante de otro anterior: el de la Ley de Participación Popular que
permitió el fortalecimiento de los municipios y de las mancomunidades o
agrupaciones regionales de los municipios, con una importante
descentralización de recursos para proyectos diseñados y monitoreados en
articulaciones de actores e intereses locales. Sin embargo, esta
convocatoria a elección de prefectos está siendo penetrada por el
arrastre de políticos de siempre, especialmente de los partidos
tradicionales, que ven en el poder regional la posibilidad de
reconstitución de sus alicaídos liderazgos nacionales. Algunos de estos
liderazgos no han evitado migraciones indefinibles, como la del ex
presidente Jaime Paz Zamora que dejó a la deriva su propio partido, el
MIR, para arrimarse a la popa del PODEMOS de Tuto Quiroga. Este es el
caso extremo, pero hay muchos otros en los que especialmente PODEMOS y UN
se convierten en recicladores de políticos errantes y ambiguos.
El saludable recambio de la mayor parte de los nombres para los curules
en las cámaras de senadores y diputados con nuevas figuras políticas y
liderazgos, o la confirmación de sus propios militantes, se empañan al
extremo de no ser valorados porque brilla más la ingerencia de los
tránsfugas que con el mismo cinismo de los frentes que los acogen quieren
mostrarse renovados y contaminan el ambiente democrático originando
diversos tipos de problemas. Por una parte se legitima una cuestionada
práctica de corrupción que cansó a la población en grado extremo; y por
otra se pone en duda la autenticidad de la renovación en los frentes
políticos. Una cosa llamativa de este proceso es que, excepto el
candidato a vicepresidente del MAS, que cuestionó la presencia de una
tránsfuga en las filas de su partido, nadie más, ni dentro de su partido
y menos fuera de él dijo algo, salvo para intentar justificar lo
injustificable, y aunque se sabe que en algunos frentes como PODEMOS
hubieron roces internos, para la opinión pública queda solamente la
imagen de “lo mismo de siempre” o, como se dice en el leguaje popular
boliviano, “la misma chola con otra pollera”.
Además, gracias al transfugio, en el parlamento actual PODEMOS que no
tenía ni un solo representante de repente aparece con una veintena lo
mismo que UN, en cambio el MNR, el MIR y Nueva Fuerza Republicana (NFR),
los partidos de la megacoalición que sustentó el gobierno de Sánchez de
Lozada, aparecen minoritarios, ¿por quién votan sus parlamentarios? Este
hecho se complejiza en la transición de un gobierno que antes de irse
quiere seguir tomando decisiones importantes, como por ejemplo el aval
legislativo a la resolución de la Corte Suprema que en pleno proceso
electoral decide cambiar el número de representantes por departamentos,
¿son los votos tránsfugas los que van a decidir sobre el futuro
autonomista de Bolivia?, ¿con qué grado de legitimidad?
Pero acaso uno de los elementos de remozamiento más importantes no sólo
de la estructura administrativa, sino también de la política, está dado
en los perfiles de los/las candidatos/as a vicepresidentes. Esta elección
combina distintos propósitos, además obviamente del electoral. Un
criterio común es el de la reafirmación de los binomios en una línea
política percibida y explicitada. Otro criterio tiene que ver con el
cuidado de la posible sucesión presidencial. Pero el criterio más
evidente es el de la búsqueda de articulaciones con diversos otros
espacios, seguramente considerados estratégicos en cada propuesta
partidista.
Evo Morales, con la elección de Alvaro García Linera, ex guerrillero y
respetado sociólogo y analista político, reconocido por su compromiso con
las luchas sociales, busca consolidar su línea popular y explicita una
búsqueda de mayor sustento conceptual de su propuesta. Logra además la
ampliación de su base social a sectores de clase media, profesionales y
pobladores urbanos. Un acierto de este binomio es que el liderazgo de Evo
no opaca el de García Linera, sino que por el contrario lo proyecta como
complemento entre lo que García Linera dice “el poncho y la corbata”,
elemento fundamental en un imaginario nacional dañado por el racismo, y
en un MAS original evidentemente campesino.
Acudiendo al recurso de la inclusión de la mujer, Tuto Quiroga elige para
su binomio a la destacada periodista María Renée Duchén. A diferencia de
lo que ocurre en el binomio del MAS, la estrategia de PODEMOS opta por
una fórmula “made in USA” basada en “la acompañante de fórmula”, con lo
que se deja en el banco de suplentes a quien por su popularidad,
credibilidad y sensibilidad podría ser su centro delantero más efectivo.
Esta apuesta sólo refuerza el espacio ya ganado por Tuto, dejando las
posibilidades del plus de María Renée Duchén a un necesario cambio de
estrategia electoral en la que la concepción del empowerment como
concesión se trastoque por el empoderamiento como ejercicio de poder y
que, en el caso de la mujer boliviana, en su camino de inclusión
ciudadana, sus más grandes logros son producto de su protagonismo antes
que de la apertura de puertas a sus demandas.
Siempre en coherencia con la constante de posiciones ideológicas
similares, el binomio Doria Medina – Carlos Dabdoub de la UN opta por una
fórmula de integración regional, o de estrechamiento de lazos entre un
emprendedor empresario del occidente con uno de los más visibles líderes
del movimiento autonomista del oriente y adalid de la separatista Nación
Camba. En los hechos viene a ser la unidad menos rentable porque la
entronización mayoritaria de ambos resulta dándose en la región
amazónica, y será el caudal de inversión financiera electoral por parte
del empresario del cemento el que le regale dimensión nacional, que para
ser alternativa de poder pasa por mermar la base social de Tuto Quiroga,
hecho sin embargo difícil con una fórmula centrista equidistante tanto de
la derecha como de la izquierda.
Otras dos expresiones vicepresidenciales de esta tendencia son las del
MNR y de NFR. La del MNR con una variante sui géneris, un candidato
presidencial desconocido: Michiaki Nagatani (al que en su proclamación,
incluso la jefa de su partido llamó “Nagasaki”), y un viejo militante de
mil historias: Guillermo Bedregal, setentón líder que quiere alejar la
imagen del MNR de la de Gonzalo Sánchez de Lozada y acercarla a sus
orígenes nacionalistas. Por su parte NFR prestó su nombre a un
fundamentalista defensor de los recursos naturales, el contralmirante
Gildo Angulo y, por si acaso, para recordarle que NFR existe, puso como
vicepresidente a uno de sus ideólogos, el economista Gonzalo Quiroga.
En suma, son los y las quienes que están todavía dominando el ambiente
electoral. Sin embargo, su verdadero protagonismo se va a poder medir el
momento que su intervención, más que con su pasado, sea reconocido con su
presente y futuro que se definen en el qué y los cómos de sus programas
de gobierno, de sus alianzas y de sus capacidades de ejecución de lo que
proponen para el país y no sólo para las urnas.
Los cómos entre los qués y los y las quiénes
El inicio del proceso electoral deja avizorar dos tendencias. Por una
parte se ha puesto en evidencia el predominio de la polarización de
propuestas por sobre la fragmentación, y por otra parece inevitable la
preeminencia de una campaña enmarcada en las características de la
“guerra sucia”, es decir de acrecentamiento de las polaridades, en un
país que lo que más necesita y demanda es diálogo.
La polarización evidente, tanto desde los adelantos de sus concepciones
sobre la realidad, así como por las apropiaciones ciudadanas, se está
dando entre la fórmula transformadora desde un ángulo de recuperación de
la soberanía nacional del MAS de Evo Morales, y la fórmula reformadora y
con fuerte inclinación hacia del bienestar social, acunado por PODEMOS de
Tuto Quiroga. Ambos, según diversas encuestas, inician el proceso
electoral con un importante porcentaje de preferencia, aproximadamente un
23% y 20%, respectivamente, que da cuenta de las contradicciones en las
que se está moviendo la población boliviana. Son porcentajes base que no
están asegurados y que deben consolidarse en las propuestas de programas,
a pesar que, dadas las tendencias, los mayores esfuerzos deberían estar
dirigidos a conquistar la sensibilidad de los indecisos, que en el inicio
del proceso electoral están bordeando el 25%.
Para completar el panorama, con un porcentaje que fluctúa entre el 13 y
15% está la UN de Samuel Doria Medina. Luego, a considerable distancia,
están el MNR con el 4%, NFR con el 2%, el Movimiento Indigenista
Pachacuti (MIP) con el 2%, y los otros sin alcanzar el 1%. La tendencia
de estos frentes no tiene como prioridad a los indecisos, sino también
restarle votos a los dos primeros.
Para ninguno de los frentes el desafío es fácil. Muy complejo para los
partidos con bajos porcentajes, cuya subida podría afectarle más al MAS
que a PODEMOS, por ejemplo si el MNR logra recuperar algo de su base
social, que históricamente ha sido siempre campesina, lo mismo que el MIP
en poblaciones indígenas altiplánicas y NFR en poblaciones urbano
populares. La fórmula de Samuel Doria Medina, que parece coherente con su
(des)ubicación en el centro, tiene la dificultad de la indefinición y de
la ambigüedad en un país que está forjándose seguridades y definiciones
claras, en uno u otro bando.
Para la izquierda la complejidad de los cómos tiene que ver con su
capacidad de saber salir de los diagnósticos, de las adjetivaciones
contestatarias y de los eslóganes, para proponer caminos, modos y
metodologías de realización de propuestas absolutamente complejas como la
nacionalización de los hidrocarburos, la economía productiva comunitaria
o la despenalización de la hoja de coca. El desafío metodológico central
para el MAS consiste en proponer un documento que contenga un 10% de
diagnóstico, otro 10% de fundamentación de principios, y un 80% de
caminos operativos de su propuesta. Sino, su debilidad podría radicar en
su mayor fortaleza, que es el empoderamiento de las organizaciones
sociales por su coincidente desencanto con el modelo y su búsqueda de
alternativas. Son los movimientos sociales los que pusieron los temas en
la agenda, ahora le toca al MAS señalar los caminos de su realización. La
izquierda sabe que carga consigo un estigma, el que no es un espacio
organizativo propositivo, sino contestatario. Tiene que saber demostrar
lo contrario.
Para la derecha la tarea no es menos sencilla, puesto que sus seguridades
de siempre, las que emergían del discurso liberal unívoco, son ahora las
incertezas de la sociedad. El modelo ha fracasado, los mismos
diagnósticos de los técnicos del neoliberalismo lo refrendan. La derecha
tiene la obligación histórica de la autocrítica y de la explicación de su
fracaso como modelo empresarial colonial, así como el señalamiento de
caminos claros sobre la viabilidad de otra alternativa con los mismos
actores causantes del descalabro estructural. Para una ciudadanía ávida
de propuestas viables, son sólo cuentos los argumentos facilistas que
culpan de los resquebrajamientos estructurales a los movimientos sociales
expresados simbólicamente en los bloqueos de caminos. El recurso de
incentivar las diferencias regionales y étnicas es sólo electoral porque
luego se pone en contra de la gobernabilidad y la gubernamentabilidad. O
sea que metodológicamente, la derecha tiene la obligación de trabajar un
documento al que el 100% no le alcanza, porque además del 80% de
elementos operativos, necesita un 30% de diagnóstico crítico, y un 40% de
fundamentación de principios. El estigma que la derecha carga sobre sus
espaldas es el de su fracaso histórico reciente en la conducción del
país, así como su entreguismo a los capitales transnacionales
improductivos.
Estos cómos electoralistas polarizadores se riñen con los métodos de la
intrincada cartografía política boliviana, que si algo necesita ahora, es
encuentro, diálogo, debate, confrontación de propuestas, puentes de
encuentro, acuerdos mínimos, antes que espacios de distanciamientos
ciudadanos alrededor de fórmulas y figuras políticas. Sería saludable
para el país una confrontación de propuestas y acuerdos mínimos de
gobierno sin cambiarle sentido a las propuestas de sociedad distintas.
En algún momento, la historia, cuando nos abra sus páginas se encargará
de decirnos por qué estas elecciones se pusieron en el camino cuando el
proceso constituyente estaba andando hacia una Asamblea Constituyente.
Este es un proceso electoral que no es uno más, sino el espacio de
resolución de un momento de inflexión histórica, en el que una cosa es
hacer política con eslóganes y promesas, pero otra cosa es hacerla con
guitarra, o mejor dicho, con programas.
- Adalid Contreras Baspineiro, sociólogo y comunicólogo boliviano
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