Neoliberalismo o democracia
09/10/2000
- Opinión
Con dos décadas de aplicación de programas de ajuste fiscal bajo el modelo
del Fondo Monetario Internacional (FMI) y del Banco Mundial, América Latina
vive su peor crisis social desde los años 30, lo que, a su vez, corroe las
bases de su sistema político. Neoliberalismo y democracia revelan a las
claras su contradicción antagónica.
Privilegiando la estabilidad monetaria como supuesta condición de un
crecimiento "saludable" y sustentado, las élites políticas y tecnocráticas
provocaron el mayor proceso de concentración de renta, de exclusión social -
en el sentido de exclusión de derechos, comenzando por el derecho al empleo
formal-, de violencia urbana y rural y de debilitamiento rápido de sistemas
políticos democráticos -conquistados con gran esfuerzo en los países- del
continente.
Fue impuesta y consolidada la hegemonía del capital financiero, mediante
programas de estabilización monetaria que no se basaron en el
fortalecimiento estructural de nuestras economías -con crecimiento
industrial y agrícola, desarrollo tecnológico propio, fortalecimiento de la
capacidad adquisitiva del mercado interno, proyectos nacionales de
construcción de sociedades democráticas y humanizadas-, sino en la atracción
de capital especulativo mediante tasas de interés astronómicas. Tasas que,
a su vez, imponen la parálisis prolongada de la economía, endeudamiento
generalizado, incremento exponencial de la deuda pública y empobrecimiento
generalizado de la población.
Esa corrosión de las bases sociales de la democracia conduce a la
degradación de los sistemas políticos, anclados en economías y Estados
financierizados, en máquinas de exclusión social capitaneadas por los
ministerios económicos y por los bancos centrales y en élites corruptas, que
aceleran la privatización del Estado. Éste se convierte en campo de una
lucha feroz entre los intereses públicos y los privados, contando éstos con
la promoción de gran parte de los gobiernos. Nuestros gobiernos son
elogiados por las autoridades monetarias internacionales y rechazados por
las opiniones públicas nacionales.
Esa corrosión del espíritu público lleva a un agotamiento de la legitimidad
de los sistemas políticos, que, como los pescados, comienzan a podrirse por
la cabeza del Estado, por las élites dominantes. "Autoridades" económicas
que se revelan como simples agentes de instituciones financieras privadas.
Gobernantes que compran votos de los parlamentarios. Militares que tutelan
sistemas políticos que supuestamente son civiles y democráticos. Fortunas
que se acumulan a costa del patrimonio público, superando todos los niveles
de corrupción registrados en la historia de una élite latinoamericana
reconocida como patrimonialista.
Una encrucijada
América Latina requiere una radical revolución democrática social, política
y moral. Requiere la ruptura con las políticas del FMI y del Banco Mundial,
con la afirmación de la soberanía de nuestros Estados, apoyados en la
integración continental de México a Uruguay y en una amplia política de
alianzas internacionales, que privilegie el sur del mundo, comenzando por
China, por India y por África del Sur. Internamente eso requiere políticas
de distribución de renta que hagan de la capacidad reprimida de consumo
popular la palanca para la expansión productiva de la economía industrial y
agrícola, para la generación de más empleos, para el despegue tecnológico y
para la reconstrucción de sujetos sociales y políticos democráticos.
América Latina está en una encrucijada: o avanza por el camino de la
desagregación social, de la renuncia definitiva de su soberanía política y
de la consolidación de economías nuevamente primario-exportadoras o se
afirma como un continente cohesionado, con proyecto propio, con objetivos
prioritariamente democráticos, sociales y culturales, diseñando una
identidad propia y un camino propio también.
Vivimos un siglo extraordinario, en el que afirmamos nuestra capacidad de
romper con economías primario-exportadoras, de avanzar en el camino de la
industrialización, de construir Estados que garantizaron derechos de
sectores hasta entonces marginados y de construir un arte respetado
mundialmente en la literatura, en la pintura, en la escultura, en el cine,
en el teatro y en la música.
Como dijo Gabriel García Márquez, al recibir el Premio Nobel de Literatura
de 1982, que nos dejen construir nuestro propio destino, con objetivos
definidos por nosotros mismos, de la misma forma que fuimos capaces de
construir nuestra identidad cultural. No reivindicamos otros "cien años de
soledad", pero necesitamos hacer de estos "tiempos de cólera" una palanca
para romper con la resignación de ser "mercados emergentes" y construir una
civilización latinoamericana.
Emir Sader, sociólogo brasileño, es profesor de las Universidades de Sao
Paulo y de la Estatal de Río de Janeiro.
https://www.alainet.org/es/active/956?language=es
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