Entrevistadores & entrevistados

28/10/1998
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Nada más improvisado en el periodismo, hoy en día, que las entrevistas colectivas. El político deja el gabinete, el atleta el vestuario, el candidato el carro - y allí está el batallón de reporteros blandiendo micrófonos, grabadoras, teléfonos celulares, cámaras y máquinas fotográficas. Allí mismo, de pie, los profesionales de los medios se disputan, a codazos, el privilegio de acercarse al entrevistado, en especial a su boca. A nadie le importa si él tiene prisa, lleva un paquete, o no está dispuesto a hablar. El tiene que hablar. Las preguntas se multiplican y, lo que es más extraño, se repiten, porque yo debo hacer la pregunta ya anticipada por mi colega, a fin de que sea divulgada mi entrevista. El entrevistado, vencido por la presión y el narcisismo, acepta el replay, sobretodo cuando el vehículo es considerado de gran alcance. Ese atropello es, muchas veces, culpa de los propios entrevistados. El Ministerio de Justicia podría disponer de una sala, pero el ministro prefiere conceder las colectivas sentado en la cabecera de una mesa, con montones de reporteros esparciendo sus equipos en su cara. (Además, en época de elecciones se multiplican las entrevistas de ministros, sea para reforzar la campaña para la reelección del presidente, sea para asegurarse un lugar en el próximo gobierno). Así, se desvanece la dignidad del cargo y, más que nada, se perjudica a la comunicación del entrevistado con el público. Si estuviera el ministro en una sala, sobre un podio, con los entrevistadores mínimamente organizados, todo saldría mejor. Lo sorprendente es que el entrevistado raramente habla lo que desearía. Queda sujeto a la pauta de los entrevistadores. Y, más tarde, cuando enciende la televisión, apenas una frase, sacada fuera de contexto, sale al aire -y no siempre es la noticia más importante. Lo es, ciertamente, la más intrigante. Así, el público es privado de la información, sujeto a las provocaciones a las que le inducen los entrevistadores a decir, exactamente lo que el público quiere oír. En las entrevistas para periódicos y revistas, el factor subjetivo cuenta más que en aquellas que salen al aire por radio y televisión. Si el entrevistado no conoce bien al entrevistador, corre el riesgo de caer en una trampa. Abre la publicación y descubre, luego de horas de conversación, que se publicó lo que nada tiene que ver con aquello que declaró. Por esas y otras, Don Paulo Evaristo Arns llegó a dar entrevistas por escrito, con preguntas que le eran remitidas previamente. Cierta vez, acompañé a uno de los más renombrados periodistas brasileños a una entrevista con el jefe de Estado. Al ser publicado el texto, el entrevistador ponía en la boca del entrevistado contenidos propios de la manera de pensar del primero y contrarios al pensamiento del segundo. Pero el público se tragó el cuento. El zoo del entrevistador Hay varios tipos de entrevistadores: 1. El tigre: queda esperando que el entrevistado caiga en su trampa -una frase infeliz, una crítica infundada, una afirmación fuera de contexto- y entonces él da el zarpazo. 2. El camaleón: Luego de conquistar la confianza del entrevistado, publica lo que fue dicho en off y hace al entrevistado enredarse en sus propias palabras. 3. El papagayo: Transcribe exactamente lo que la cinta registró, incluso datos equivocados, errores de concordancia y vicios de lenguaje. 4. La raposa: Roba de las palabras del entrevistado aquello que le interesa a él. El resto, bota a la basura, descontextualizando la entrevista. 5. El oso: atropella al entrevistado, disiente con lo que dice, intenta convencerlo de lo contrario, lo presiona hasta que diga algo que convenga a los oídos del entrevistador. Hay otros tipos. Raros son aquellos que buscan informar al público con pleno respeto a la lógica y a los principios de los entrevistados -aunque eso sea frontalmente opuesto a la línea editorial del medio-. Es preciso que el entrevistado se reconozca en la entrevista. Eso no siempre sucede. Es peor, luego que es publicada, no hay como rectificar, explicar, cortar o complementar. Salen eventuales desmentidos en letras de contrato de plan de salud. Y nadie toma conocimiento. La calidad de la entrevista Una buena entrevista requiere preparación. Es necesario ir a los archivos; conocer la vida del entrevistado; telefonar a sus familiares, amigos, colegas de trabajo; pedir informaciones; enterarse de la temática que él domina; elaborar una lista de preguntas pertinentes. No son pocos los entrevistados que, cuando reciben a un entrevistador, tienen que dictar un pequeño curso sobre el tema en cuestión. Hay reporteros que inventan y, basta las dos palabras iniciales, para que el entrevistado perciba que su interlocutor no entiende del asunto. Otros ya llegan agresivos, impositivos, dispuestos a forzar al entrevistado a "dar el servicio", como una especie de tortura psicológica. La entrevista ideal es la que contempla varios encuentros entre quien entrevista y quien responde, de modo de crear entre los dos un mínimo de empatía y, sobre todo, respeto y conocimientos mutuos. No se agrede a quien se respeta, aunque se difiera con él. El periodista tiene la obligación de preguntar todo lo que pueda interesar al público, aunque eso irrite al entrevistado, como le ocurrió a Zagallo la noche del fracaso de la selección en Francia, al ser indagado sobre por qué escogió a Ronaldinho si sabía que estaba enfermo. Hay, sin embargo, políticos tan raposas viejas que logran neutralizar a sus entrevistadores, intimidados frente al poder. Resultado: pierden ellos en profesionalismo, pierde el público en información. Todo se vuelve un juego de conveniencias, como la historia del hijo extra conyugal de Collor, mantenida bajo el tapete durante 11 años. O los medios informan el número y nombre correcto de los hijos de las personas que son noticia u omiten ese detalle. Lo grave es la omisión, pues huele a complicidad. (Más cuando se trata de la oposición, le da alarde, como la historia de la hija de Lula). Los medios brasileños acrecentarían su credibilidad si tuvieran un código de ética. En Francia, muchos periódicos se rehusan a publicar fotos de paparazzis especialistas en sorprender a personas famosas en situaciones dudosas o sospechosas. Tener "compromiso con el lector", como pretende la Folha de Sao Paulo, no es nada fácil. Exige distanciamiento crítico frente al poder y al dinero, y estar dispuesto a desagradar a las fuentes de información y anunciantes. Los periódicos tienen por lo menos una sección de Cartas de los Lectores para que ellos puedan manifestarse y hasta quejarse. Las radios atienden, en vivo, llamadas de sus oyentes. Y, ¿los canales de televisión? ¿Cómo es que dialogan con sus telespectadores, oyen críticas y sugerencias? Pues, son los reyes del monólogo. Solo escuchan a la Ibope (empresa encuestadora), que ignora la distinción entre cantidad y calidad.
https://www.alainet.org/es/articulo/104300
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