No despierta de la pesadilla
12/05/1998
- Opinión
Cuando aún se encontraban frescos los crímenes del defensor de los derechos
humanos Eduardo
Umaña Mendoza y de la abogada María Arango, la violencia nuevamente volvió a
enlutar al país.
Esta vez, un grupo paramilitar, presumiblemente de las Autodefensas Campesinas
de Córdoba y
Urabá, asesinó a 25 campesinos en la remota localidad de Puerto Alvira, en el
selvático
departamento oriental del Meta.
Los paramilitares, que acusaron a los campesinos de ser "colaboradores de la
guerrilla", sacaron a
los hombres, mujeres y niños de sus casas, destruyeron sus viviendas, quemaron
comercios y
llevaron a cabo fusilamientos.
Los habitantes de este poblado de 2500 personas, en enero de este año habían
pedido la presencia
del Estado en la región, ya que recibieron amenazas de los paramilitares. Los
efectivos del ejército,
como ha ocurrido en otras tantas masacres de población civil, nunca se hicieron
presentes y solo
llegaron cuando los hechos se habían consumado. El ministro de Defensa,
Gilberto Echeverri,
desestimó las críticas de ineficiencia del ejército, agregando que éste "no es
capaz de atender todas
las necesidades".
Los anuncios oficiales de que, para evitar un desplazamiento masivo, se
protegerá la integridad de
las personas y que la fuerza pública permanecerá indefinidamente en Puerto
Alvira, no lograron
convencer a centenares de personas que buscaban abandonar el pueblo, temerosos
de que se
cumplan la promesa de los paramilitares de regresar.
En la Defensoría del Pueblo reposan denuncias de campesinos que señalan que los
crímenes y
atropellos de estos grupos de justicia privada se efectúan con la "aquiescencia
y/o colaboración de
la Policía y el Ejército Nacional". Estas mismas Autodefensas de Córdova y
Urabá, dirigidas por
Fabio Castaño, torturaron y asesinaron en las afueras de Paratebueno
(Departamento de
Cundinamarca) a tres campesinos a los que se les acusó de "ser auxiliados de la
guerrilla", según las
mismas denuncias.
Sectores de derechos humanos, académicos y políticos han puesto en evidencia la
ineficacia del
gobierno de Ernesto Samper para reprimir a los grupos paramilitares, lograr su
desmantelamiento y
capturar a quienes los organizan, comandan y financian.
Esta nueva masacre no hace sino agudizar el clima de inseguridad que vive
Colombia. En 1997,
ocurrieron 185 masacres cuyos autores fueron paramilitares en un 84% de los
casos, guerrilla en el
14% y el ejército en el 2%, según el Banco de Datos de Derechos Humanos y
Violencia del
CINEP. Además, se contabilizó 206.460 desplazados, 1213 ejecuciones
extrajudiciales, 192
desapariciones, 1693 secuestros, de acuerdo a la misma fuente. Desde 1996, 24
activistas de
derechos humanos fueron asesinados y 15 tuvieron que abandonar el país.
Cultura de la violencia
Tanto la violencia selectiva como colectiva constituyen una expresión de una
cultura de intolerancia
que reprime a los opositores al statu quo. Es mediante mecanismos violentos que
se ha impedido el
desarrollo de alternativas populares o de izquierda que disputen el control del
Estado, al
bipartidismo liberal-conservador.
"Los recientes asesinatos de dirigentes de izquierda y de activistas defensores
de los derechos
humanos demuestran, una vez más, que en Colombia parece imposible construir una
oposición de
izquierda democrática", se reseña en la revista colombiana Semana (4-5-98).
En el recuento histórico que hace esta publicación, desde comienzos de siglo las
agrupaciones
socialistas, comunistas e incluso nacionalistas han sido ilegalizadas,
perseguidas o reprimidas a
sangre y fuego. El conflicto político y social se agudizó con el asesinato del
liberal Jorge Eliécer
Gaitán, el 9 de abril de 1948, abriéndose el período de la "violencia", virtual
guerra civil que
continúa hasta ahora con un saldo de 300.000 muertos.
Experiencias importantes como la de la Unión Patriótica, que surgió en 1985 con
los acuerdos de
paz que impulsó el presidente Belisario Betancur con los movimientos
guerrilleros, han sido
prácticamente aniquiladas por sectores radicales del ejército, terratenientes y
grupos de
narcotraficantes. Desde entonces, tres mil de sus cuadros han sido asesinados.
Pero no solo la izquierda sino las fuerzas sociales y todo lo que se asemeje a
disidencia es
criminalizado, satanizado y perseguido. El cierre de los espacios legales
empuja a sectores de
izquierda a la clandestinidad, por lo que la oposición ha sido copada casi por
completo por la
insurgencia armada.
https://www.alainet.org/es/articulo/104305?language=es
