La globalización de los "economicistas"
11/11/1998
- Opinión
Una de las opiniones más generalizadas que se escucha en el último tiempo, es que la globalización
es un fenómeno puramente económico o, en el mejor de los casos, primeramente económico.
Dicha opinión no asombra en absoluto, si se tiene en cuenta que muchos de los autores que
escriben sobre globalización son economistas. Si fueran biólogos dirían quizás que se trata de un
hecho biológico. No obstante, en ese punto hay que enfrentarse con el problema de que esa idea, la
de la explicación economista de la globalización, gana terreno, incluso entre intelectuales que no
son economistas. Al llegar a ese punto descubro que ya no sólo hay que discutir el concepto de
globalización sino que, además, el paradigma sobre el cual ha sido montado.
Discusiones y paradigmas
Para que se entienda mejor lo que aquí se afirma: se está diferenciando entre dos tipos de
discusiones. A unas las llamo interparadigmáticas; a las otras extraparadigmáticas. De acuerdo a
las primeras, hay que aceptar las premisas sobre las que se monta un concepto, aunque uno disienta
respecto a algunas de sus connotaciones. De acuerdo a las segundas, se está poniendo en duda el
edificio en donde está incrustado dicho concepto. En concreto: se está discutiendo aquí un
paradigma basado en la creencia de que existe: a) un principio absoluto de determinación y b) que
ese principio es de naturaleza económica.
Pero no estaría de más agregar que la idea de la determinación, o lo que es más explícito, de que en
algún lugar, externo al proceso o hecho que se analiza, existe un agente ausente de determinación,
en este caso, "lo económico", es uno de los legados más notables que recibió el racionalismo
moderno del universo religioso de donde ese mismo racionalismo proviene. Muchos de los
principios que adoptó dicho racionalismo no son sino, como ya fue insinuado en un artículo
anterior, postulados teológicos configurados "científicamente" (ALAI 281, 14 Oct. 1998).
No obstante negar el principio de determinación, en este caso de la economía, no significa
necesariamente decir que las instancias económicas no existen. Ni siquiera decir que ocupa un
lugar secundario respecto a lo político, lo cultural o lo social. Significa solamente decir, que lo
económico se sobre-representa, o lo que es parecido, que impregna, a lo político, a lo cultural o a
lo social; pero de la misma manera, significa decir -y aquí reside la diferencia con el determinismo
clásico- que esas diversas instancias de la realidad están sobrerepresentadas en, o impregan a lo
económico. Como se ve, ese es ya otro paradigma muy distinto al determinista.
El paradigma de donde se deduce que la globalización es, primero, un proceso puramente
económico y, segundo, que determina a todos los demás procesos de la vida cultural, hunde sus
raíces en la propia prehistoria religiosa de la modernidad. Quizás esa es una de las razones que
explica el porqué las ciencias económicas han introducido en su lógica, más que otras ciencias,
nociones deterministas, credos irrefutables, y principios que tienen su origen en el pensar teológico.
El desproporcionado dogmatismo del que dan prueba las posiciones neoliberales y (post)marxistas
de nuestro tiempo, corrobora tal suposición mostrando, por otro lado, cuan poderosa es la fuerza
de la tradición religiosa pre-moderna sobre la cientificidad moderna.
La globalización política
No obstante, hay interesantes excepciones que se enfrentan al dogma de la construcción
economicista de la globalización. Una la representa, sin dudas, Ralf Dahrendorf (Dahrendorf
1997). Como es un liberal político (y no liberal económico: especie muy diferente) no sigue
ninguna definición pre asignada, y se enfrenta, como muchos, con el problema de tener que dar
cuenta acerca de lo que él entiende por globalización. En ese sentido, plantea que no existe una
sóla, sino que varias globalizaciones, las que se expresarían en distintos terrenos.*
La primera globalización es, según Dahrendorf, la geográfica, en un sentido literal, la verdadera
globalización. Ella comenzó aquel día 20 de julio de 1969 en que Neil Amstrong, el cosmonauta,
tuvo la fortuna de contemplar desde la luna a la tierra, entregándonos esa visión a través de las
imágenes de la TV.
En los años setenta obtuvimos una segunda imagen global, pero no ya desde la luna, sino que a
través de distintos informes, como el del Club de Roma realizado por Dennis Meadows, en donde
nos alerta acerca de las consecuencias que traerá consigo la desvastación ecológica del planeta.
Efectivamente: la idea de que vivimos en un globo, y que todo lo que ocurre en cada una de sus
partes afecta a las demás, no puede explicarse mejor que por medio de las repercusiones que
ocasionan las catástrofes ecológicas. Para poner un ejemplo: si hoy muchos europeos se
pronuncian en contra de la destrucción de los bosques amazónicos no es porque de pronto hubieran
descubierto su admiración por el paisaje, o por los indios o campesinos de la región, sino que
debido a las consecuencias que implica para toda la superficie terrestre el recalentamiento de la
atmósfera que ocurriría como consecuencia de la inexistencia de los árboles amazónicos. Por lo
menos, sabemos desde Tschernobyl, cuan igualitarias y democráticas son las catástrofes, naturales y
antinaturales. Afectan a diversos países por igual; no reconocen límites geográficos; y sus efectos
traspasan a las "clases" sociales.
Una tercera globalización sería, para Dahrendorf, la que se deduce de la revolución informática de
nuestro tiempo que permite, a través de las inextricables redes de la internet, establecer
comunicaciones inmediatas entre diversos puntos del planeta, viéndose alteradas, por consiguiente,
las relaciones de tiempo y lugar que nos eran comunes. Fue precisamente, a partir de la percepción
de esa realidad, que diversos publicistas comenzaron a hablar de la "aldea global" (Robertson
1992), antes aún de que el término fuese aplicado, analógicamente, a las relaciones económicas y
políticas.
La última globalización, según Dahrendorf, es la de los mercados financieros, pues hoy, como ya
predijo Hilferding, se han autonomizado de los procesos económicos, dictando a su vez, normas de
producción y consumo. Esta sería la globalización económica en sentido estricto, la que para la
mayoría de los autores que se refieren al tema es la única globalización o, en el mejor de los casos,
una globalización que determina a todas las demás.
Pero, inexplicablemente, Dahrendorf, un autor muy sensible a procesos políticos, no habla de una
globalización política. Y es inexplicable, pues el concepto globalización, surgido probablemente de
la informática, alcanzó su pleno apogeo como consecuencia del derrumbe de los sistemas políticos
del llamado mundo comunista.**
La verdad, es que si hay que aceptar el término globalización, no podemos omitir el momento
político que surgió, y este no fue otro que aquel marcado por el derrumbe de las dictaduras
comunistas en la URSS y en Europa del Este. Incluso, estoy seguro, que si no hubiese terminado
el "mundo comunista", nadie hablaría hoy de globalización. Pese a que ha sido usado
preferentemente en un sentido económico, es un concepto de origen político. Por lo menos hay
cuatro razones que avalan esa opinión.
La primera, es que con el derrumbe de los sistemas políticos comunistas, tuvo lugar el fin de la
Guerra Fría, hecho de profundas consecuencias políticas y económicas.
La segunda es que terminó, con el comunismo, una fase histórica que es posible denominar como
período bi-polar (Mires 1995, p.153). De acuerdo a la lógica bipolar, el mundo se encontraba
alineado en dos bloques geopolíticos que a la vez daban coexistencia y lógica al llamado orden
mundial. El colapso de ese orden ha desorganizado las relaciones internacionales, hasta el punto
que para algunos observadores estaríamos asistiendo nada menos que al "imperio del caos" (Amin
1991). Quizás es esa imagen generalizada de caos, una de las razones que explica la desorbitada
oferta de nuevos "modelos de orden" que atestan las librerías. Los más conocidos son el "nuevo
orden" de Busch, el "período posthistórico" de Fukujama, la "guerra de las civilizaciones" de
Huntington, la "triada geoeconómica" de Garten y Thurow, los "seis poderes" de Kissinger, "el
poder único" de Brzezinski y, por cierto, el modelo más ordenado de todos: la globalización.
La tercera razón es que con el fin del segundo mundo, ni matemática, ni políticamente se puede
hablar de un tercero, como constató rápidamente Menzel, poco después de la caída del muro de
Berlín (1992, pp.29-38). Incluso la dicotomía Norte- Sur que popularizó Willy Brandt ya no es
aplicable. Como plantea el grupo de Lisboa: "Hoy hay por lo menos cinco "Sures": Los
recientemente industrializados países del Sudeste asiático; el Sur que exporta petróleo; los países
empobrecidos que pertenecían al "segundo mundo" (gran parte del GUS, Albania, Rumania,
Bulgaria, Polonia y parte de Yugoslavia); los países "en vías de desarrollo" que trabajan en una
reestructuración de sus políticas económicas y de desarrollo con el objetivo de apresurar su
integración en el "Norte" (México, Argentina, Brasil, India, China) y por último, el muy pobre
"Sur" (Africa, parte de América Latina y Asia)" (1997, p.79). Así como ya no podemos hablar de
tres mundos, sino de "muchos mundos", también hay que referirse a "muchos Sures" y "Nortes".
En el período post-comunista, las clasificaciones simples han perdido, sin dudas, validez.
La cuarta razón es que con el fin del comunismo también ha terminado el período de los
imperialismos políticos. Dicha afirmación puede sonar asombrosa en algunos oídos. Con ella
quiero significar que las adhesiones internacionales ya no se encuentran ideológicamente
reglamentadas, de modo que se crean nuevos espacios para la concertación de las más impensadas
alianzas económicas y políticas. Más aún: debilitados los vínculos que en el pasado reciente
forzaron a diversas naciones a alinearse geopolíticamente, muchas veces en contra de la voluntad
de sus propios dirigentes y pueblos, la propia noción de imperialismo económico comienza a
desdibujarse.
Pero para corrientes neoliberales y post-marxistas, la globalización sería, a diferencias de
Dahrendorf, una sóla, y por cierto, económica; algo así como la fase superior del imperialismo, del
mismo modo que, en el pasado, el imperialismo fue concebido como la fase superior del
capitalismo (Hilferding-Lenin). En ese sentido, no es tan aventurado pensar que la recurrencia al
tema de la globalización esconde además, en muchos casos, el proyecto académico de restaurar,
por lo menos teóricamente, la idea de un solo imperialismo, para los post-marxistas, y de un solo
mercado mundial, para los neoliberales. Pero así y todo; se trataría de un imperialismo o de un sólo
mercado que ya no es controlado por naciones ni Estados, sino que por entidades y empresas
financieras transnacionales. Ya no se trataría de un imperialismo que sigue la lógica del capital,
puesto que el propio capital, en su forma más etérea posible, la de capital total, universal o global,
sería el imperialismo. Incluso, en un análisis tan ponderado sobre el tema de la globalización como
es el realizado por el Grupo de Lisboa, se puede encontrar ese sabor "etapista" heredado de
doctrinas historicistas y economicistas. La globalización sería, según los autores, "una transición
entre un capitalismo que cada vez es más débil nacionalmente, hacia otro capitalismo que cada vez
es más crecientemente global" (1997, p.54) ?Cuándo comenzó esa transición? ?Cuándo termina?:
Teléfono ocupado.
El misterio de la globalización
Pocos autores han logrado sintetizar tan perfectamente la esencia del pensamiento economicista
-propio a (neo) liberales y (post)marxistas- como Elmar Altvater quien en uno de sus artículos
desarrolla la siguiente tesis:
"Durante el tiempo de la globalización y de la deregulación económica el Estado nacional pierde,
sin dudas, su significado. Las decisiones son despolitizadas mediante "deslimitaciones". Ese
contexto de globalización, deregulación y despolitización tiene para la cuestión democrática una
consecuencia a primera vista paradójica. Sistemas políticos autoritarios pierden frente a la
autoridad del mercado mundial su "sentido". Ello se convierten simplemente en disfuncionales y
por eso ceden el lugar a sistemas democráticos. La transición de "Estado autoritario burocrático"
(O'Donell y otros) hacia sistemas democráticos en América Latina durante el curso de los años
sesenta ("la apertura") y en Europa del Este algo así como una década después, son la reacción
política adecuada a la globalización y de ahí que pese a todas sus diferencias son comparables"
(Altvater 1997, p. 246)
Y líneas más adelante agrega:
"En lugar de la represión directa de sistemas políticos autoritarios, en lugar de las dictaduras
desarrollistas latinoamericanas, así como en lugar de la economía planificada real socialista de
Europa del Centro y del Este, hace su entrada el "imperativo" del mercado mundial, que no es
menos eficaz y duro que los antiguos regímenes políticos autoritarios" (Ibid p.247).
Así, la globalización, según el implacable paradigma economicista de Altvater, no es un proceso;
tampoco un campo de interacción política, económica o cultural, sino que un "ser" inmóvil,
inmutable, que existe más allá de todo tiempo y lugar, y que con su simple presencia determina, en
términos absolutos, el destino de los habitantes de esta tierra; antes aún de que ellos actúen; pues lo
explica todo, sin excepción.
Los movimientos de resistencia en los países socialistas, los Walesa, Habel, Solidarsnoc; las
multitudes en las calles; los muertos, desaparecen, esfumados en la global globalidad de la
globalización. La larga lucha latinoamericana, democrática y popular para salir de realidades
dictatoriales; los pobres de Chile en las calles protestando; las madres de la Plaza de Mayo, es decir,
todo lo que es historia y biografía, desaparece sin dejar huellas. La globalización de Altvater es el
Deux est Machina de nuestro tiempo; derroca dictaduras, introduce democracia; derroca
democracias, y se introduce ella misma para gobernar políticamente. Frente a esa globalización, no
caben apelaciones; es que ella, al serlo todo; está al principio y está al final; es la economía hecha
verdad por obra y voluntad de los economistas; es materia y es idea; está en todas partes.
Hagamos lo que hagamos; digamos lo que digamos, la suerte está echada, ?por quién? Por la
globalización. ?Y qué es la globalización? Es nada menos que el Misterio de la Santísima
Trinidad: es el Padre (y la Madre); es el Hijo y es El Espíritu Santo al mismo
tiempo.
La leyenda de la victoria capitalista
La creencia de que la globalización económica es determinante sobre la política es la que lleva
también a la construcción de uno de los mitos más divulgados de nuestros tiempo, a saber: que el
derrumbe del comunismo, o colapso, ocurrió como consecuencia de una derrota económica del
socialismo frente al sistema capitalista. De acuerdo a ese relato, el capitalismo habría sobrevivido al
socialismo, e impuesto su lógica sobre todo el globo.
Una de las razones que parecen otorgar credibilidad a ese mítico relato, es que fue adoptado tanto
por intelectuales pro-capitalistas, como por anti-capitalistas. Para los primeros se trataba,
obviamente, de probar la superioridad de la economía de mercado, la que se habría manifestado en
la debacle de las economías socialistas. Para los segundos, en cambio, se trataba de evitar un
cuestionamiento a su identidad socialista, o de "izquierda", haciendo aparecer el fin del comunismo
como consecuencia de un triunfo del capitalismo y no de un triunfo de las revoluciones sociales,
democráticas y populares que en diversos países pusieron fin a las respectivas dictaduras, es decir,
han intentado, mediante la coartada de la "victoria capitalista", proyectar hacia afuera de los países
comunistas, las razones que llevaron a la caída de las "nomenklaturas". Como puede verse, tanto la
versión de derecha, como la de izquierda, está interesada en expropiar a los movimientos
democráticos y revolucionarios del Este de Europa de una más que legítima victoria. Tal propósito
se deja ver claro en el concepto que ambas tendencias adoptaron para explicar la caída de las
dictaduras comunistas: colapso.
Colapso es en primer lugar, un concepto físico, y no político. Un colapso ocurre repentinamente,
como un ataque al corazón, y no es necesario hablar demasiado de las razones que lo producen. Y
es claro: de acuerdo a la lógica economicista de ambos discursos, la metáfora del colapso se presta
admirablemente para ocultar aquella indiferencia rayana en la complicidad de la que hizo gala la
mayoría de la intelectualidad occidental respecto a las luchas democráticas en las que
cotidianamente sus colegas del Este arriesgaron la vida.
La tesis de la "sobrevivencia" del sistema capitalista, que a su vez lleva a la globalización
económica, pasa, sin embargo, por alto un leve "detalle", y éste es que el llamado mundo socialista
no era en primer lugar un orden económico, sino que político. Tomando en cuenta ese detalle
resultaría imposible referirse al "triunfo" económico del capitalismo. Quiero decir, que el llamado
mundo comunista estaba integrado plenamente a un mercado mundial que tengo entendido, era
capitalista. En cierto modo, podría afirmarse, que tal como ahora, primaba un sólo mercado
mundial capitalista, con la diferencia de que los bloques que en el se integraban, poseían distintas
formas políticas de organización. En otras palabras, la economía, según los criterios de los propios
globalistas (el globalismo es la ideología de la globalización y los globalistas sus ideólogos) era
global antes de la globalización (Para autores como Braudel y Wallerstein mucho, pero mucho
antes).
Más todavía: los dos bloques principales que marcan el período de la Guerra Fría no eran
económicamente competitivos sino que en gran medida compatibles, e incluso cooperativos, tan
compatibles y cooperativos como hoy lo es la economía china respecto a la japonesa,
independientemente a los diversos ordenes políticos que rigen en ambos países. Incluso, si
supusiera, como lo hacen ciertos economistas, que el Capital y el Mercado son individualidades que
poseen una lógica propia, habría que decir que para la reproducción de ambos, el "sistema
comunista" les ofrecía garantías, normas y seguridades que hoy no les ofrecen las destruidas
economías post-comunistas. Los Estados comunistas disponían, efectivamente, de un enorme
poder de compra en los mercados internacionales, y hacia el interior de sus países ofrecían la
posibilidad de inversiones a largo plazo, sin el peligro de conmociones financieras e inestabilidades
monetarias; y por si fuera poco, contaban con una "clase obrera" obediente y disciplinada, con una
aceptable formación tecnológica y, que nunca (salvo en Polonia) hacía huelgas. Desde esa
perspectiva, el fin del comunismo debería ser considerado como una derrota y no como una
victoria del capitalismo. Al mismo tiempo, habría que concluir lógicamente, que la globalización
económica ha dado un paso atrás en lugar de avanzar, pues el llamado mercado mundial abarcaba,
durante el período bipolar, un espectro social mucho mayor que el que abarca hoy día.
!Que ironías son las que se guarda la historia!
Literatura
Albrow, Martin Abschied von Nationalstaat, Suhrkamp, Frankfurt 1998. Original: The Global
Age. State and Society Beyond Modernität
Altvater, Elmer; Mahnkopf Birgit Grenzen der Globalisierung, Westfälisches Dampfboot, Münster
1996
Amin, Samir L`Empire du Chaos, París 1991
Dahrendorf, Ralf Die Globalisierung und ihre sozialen Folgen werden zur nächsten
Herausforderung einer Politik der Freiheit, en http://bda.web.aol.com.19971114.html
Gruppe von Lissabon Grenzen des Wettbewerbs, Bundeszentrale für politische Bildung, Bonn
1997
Menzel, Ulrich Das Ende der Dritten Welt, Suhrkamp, Frankfurt 1992, pp.29-38
Mires, Fernando El Orden del Caos, Nueva Sociedad, Caracas 1995
Mires, Fernando La revolución que nadie soñó, Nueva Sociedad, Caracas 1996
Robertson, Roland Globalization, Sage, London 1992
* En el mismo sentido el grupo de Lisboa distingue siete globalizaciones: la de las finanzas; la de
los mercados; la de la tecnología y del saber unido a ella; la de las formas de vida, pautas de
consumo y vida cultural; la de las posibilidades de regulación y conducción; la del crecimiento
político conjunto del mundo; la de la percepción y de la conciencia (1998, p.48)
** Como apunta Albrow "desde del colapso del sistema socialista la globalización es el fenómeno
más significativo en las ciencias sociales de la actualidad" (1998,p.144).
https://www.alainet.org/es/articulo/104385?language=en
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