Voluntad y conciencia
El permanente retorno de los movimientos sociales y los proyectos políticos
24/03/1997
- Opinión
Hace veinte años todavía era fuerte la idea de que la
izquierda latinoamericana había logrado sintetizar el análisis
de la realidad y la historia de nuestros países y que era
capaz de presentar un proyecto político nacional, cuando no
internacional, que diera orientación y contenido a las luchas
parciales de nuestros pueblos. Así, muchos de nosotros,
activistas sociales, fuimos hijos de los debates de la
izquierda, sus alianzas y sus rupturas, y muchas veces
discutimos de proyectos fuertemente caracterizados por la
ideologia. Pero una reflexión crítica del voluntarismo
izquierdista no podrá ocultar que la enorme lucha de nuestros
pueblos por avanzar a mejores condiciones de vida es quizá la
principal riqueza a retomar, para ver las realidades
emergentes y sus posibilidades políticas, así como para el
refortalecimiento de las tendencias políticas de izquierda.
Movimientos y proyectos
Es verdad, desde una óptica sociológica, que primero son los
movimientos, las dinámicas de organización y movilización
social que plantean, desde la constatación de la opresión, la
explotación o la exclusión y de frente a los poderes
establecidos, demandas de ajuste o transformación y que
después se integran a la racionalización y proyección
políticas más amplias e integrales que su propia
particularidad social . Primero sería la clase obrera, los
campesinos o los estudiantes y después el movimiento sindical,
agrario o universitario, primero el movimiento popular y a
consecuencia el surgimiento de la izquierda.
Permítaseme dudar del criterio objetivista. Cualquiera de
nosotros sabe, por experiencia, que ningún movimiento se da
separado de una definición ideológica y de una intención
política inicial. Los movimientos populares urbanos que
surgieron en los años setenta en México y que a principios de
los ochenta asumieron la identificación de Movimiento Urbano
Popular, se explican en el terreno objetivo por las
condiciones sociales generadas por la acelerada urbanización
del país y la crisis de control de los aparatos corporativos
urbanos. Pero en el terreno subjetivo, es decir de la
voluntad actuante que hizo algo más que una serie de protestas
barriales, se encuentra la integración y potenciación de
grupos políticos revolucionarios, principalmente de corte
maoísta, que ubicaban a los grupos de pobladores como un
sujeto revolucionario nuevo y a las zonas urbanas como un
territorio en disputa para el establecimiento de un poder
popular democrático.
Pero tampoco será primero el proyecto político y después el
movimiento. La experiencia continental de los movimientos
populares más parece demostrar, a mi entender, un complejo y
rico proceso de surgimiento, maduración y muerte, según el
caso, conjunta entre la movilización y la organización social
y la formulación de proyectos políticos que fortalecen las
fuerzas políticas del cambio, entre la voluntad del cambio y
la conciencia del cambio. Podríamos decirlo de otra manera
así: cuando un proyecto político no es capaz de dar cuenta,
reconocer y adaptarse al desarrollo de sus sujetos sociales
deja de ser útil para el cambio que pretende.
Por ejemplo el zapatismo mexicano de los noventa, mas allá de
sus declaraciones iniciales, es ante los ojos del mundo la
expresión política y militar de un movimiento de pueblos
indios chiapanecos que durante las últimas tres décadas han
acudido a todas las formas de lucha social y civil. Sin esta
determinación el proyecto político del grupo armado habría
sido aislado y aniquilado sin más. En este caso los
tzeltales, tzotsiles, tojolabales y choles se apropiaron de la
propuesta y la transformaron en ellos mismos, de manera que
las transformaciones recientes del zapatismo en fuerza civil
para la acción política pacífica son la expresión de la
capacidad de dicha propuesta política para enriquecerse al
influjo del propio movimiento.
Reconozco que estos criterios de análisis son propios de una
izquierda social extendida por todo el continente y que
continuamente se encuentra y se diferencia de las lecturas de
la izquierda política, más enfocada en el análisis de las
instituciones, y de las de la opinión militar, más dirigida al
derrocamiento institucional. Por esto mismo concedo validez
a que en estas notas se discutan las características de los
proyectos políticos desde el cuestionamiento o el
enriquecimiento que las experiencias sociales pueden estar
generando en los años recientes y puedan darse otras lecturas
y propuestas.
La dimensión democrática
Al terminar la década perdida, de guerras de baja intensidad,
dictaduras y extensión dominante de las políticas económicas
neoliberales, que ALAI documentó de manera exhaustiva, la
esperanza política de muchos de nosotros estuvo centrada en la
transición a la democracia de la primera mitad de los
noventas. Entendíamos que el restablecimiento de regímenes
políticos de derecho era una oportunidad para que las
izquierdas se presentaran como opción viable electoral y a
través de la concurrencia ensancharan la democracia
parlamentaria, la tolerancia cultural y ciudadana, e
incidieran en la transformación de las políticas económicas.
Grandes esperanzas se cifraron en los frentes electorales en
países como Chile, Perú, México o Brasil.
En la segunda mitad de la década el ambiente ha cambiado.
Ninguna de las democratizaciones ha logrado detener el
predominio global de las finanzas internacionales y las
adaptaciones de la producción a beneficio de los grandes
centros de poder económico. El \"efecto tequila\" que pende
sobre cada país sólo ha generado una profunda imagen de
decadencia en las sociedades latinoamericanas y de
descomposición de la convivencia social.
Más aún, las opciones electorales que mayor fuerza han
alcanzado son las que buscan conservar abiertamente al modelo
de dominación, exacerbando la angustia y fomentando el deseo
de seguridad personal mínima en el electorado. En Argentina
o en Ecuador, en Brasil o en Nicaragua, en Perú o en México,
la gente prefiere a los candidatos de la conservación
neoliberal, aunque después renieguen de su propio voto.
No por ello se han dejado de consolidar en algunos casos
(Uruguay, Nicaragua, El Salvador, por ejemplo) las presencias
electorales progresistas, pero es claro que para llegar a ser
mayorías les hace falta remontar su situación actual.
Recientemente en México, Sergio Zermeño ha publicado el libro
La sociedad derrotada , en el que habla del debilitamiento que
para la movilización y la organización social significó la
escapada hacia arriba de sus dirigencias. Esto es, la
importante contribución que dirigentes campesinos, populares,
sindicales, de mujeres y otros hicieron a la democratización,
convirtiéndose en funcionarios gubernamentales, dirigentes de
partido, diputados y empleados públicos, lo cual significó un
vaciamiento importante de las capacidades en el movimiento
social.
Yo he sostenido en diversas ocasiones, que sin los dirigentes
sociales la izquierda mexicana no dejaría de ser un discurso
de café de funcionarios, o un discurso de sectarios aunque no
tuvieran café, y asumo que ahora es también momento de
cuestionarse qué hacer desde las representaciones
institucionales hacia las colectividades sociales, más allá de
la gestoría y del discurso partidario.
Quizá esto nos permita aludir a un asunto de fondo, y es que
en los proyectos de izquierda caímos en los años recientes en
la priorización de la participación política para la
democracia, enfatizando los procesos electorales y descuidando
los ámbitos sociales de la democracia, el relanzamiento de
interlocutores ciudadanos nuevos y abiertos a las mayorías
populares. Ello tiene relación plena con su contrario, los
movimientos que reiteradamente evitaron asumir la
participación política en la democratización terminaron por
aislarse de las mayorías, sectarizándose y dividiéndose.
Habría entonces que asumir que los proyectos políticos en
relación con la democracia tendrían que romper el divorcio que
existe entre aceptar a regañadientes la democratización
parlamentaria, asumir lo local y lo social como ingrediente
profundo de la democratización y, por lo tanto, fortalecer el
surgimiento de nuevos liderazgos sociales y representaciones
ciudadanas.
El reto de fin de siglo de la izquierda latinoamericana es
contribuir a la construcción de sistemas políticos
democráticos, que no pueden existir sin la transformación de
las grandes mayorías de excluidos en movimientos sociales
activos que planteen de manera permanente transformaciones
radicales, representativas y participativas de la democracia.
La dimensión nacional
Una vez ubicados en el dominio la globalización económica y
sus efectos culturales de comunicación de control planetario,
habrá que volvernos a preguntar el dimensionamiento nacional
de los proyectos políticos.
El caso mexicano me parece muy importante como referencia
continental, pues allí se sintetizan dos tendencias que de una
u otra forma están en otros países. Por un lado, regiones
enteras, principalmente habitadas por pueblos indios y
campesinos, antes olvidadas por el desarrollo nacional, son
ahora excluidas violentamente por el desarrollo neoliberal,
generándose así un fraccionamiento regional al cual se suma la
exclusión masiva de los habitantes urbanos del empleo y el
bienestar social. Por otro lado, millones de hombres y
mujeres se mueven hacia el norte en búsqueda de empleo y
mejores condiciones de vida, desbordándose los límites
territoriales de la presencia de los pueblos latinoamericanos.
Para las élites económicas y para las asociaciones delictuosas
de narcos, militares y políticos lo nacional ha dejado de ser
importante. Mario Ruiz Massieu, anterior subprocurador de
justicia en México, recluido y juzgado en Estados Unidos por
lavado de dinero, sólo es una ficha en el ajedrez del
narcotráfico colombiano a través del gobierno mexicano. Pero
para los millones de mexicanos residentes en los Estados
Unidos conservar su ciudadanía mexicana es importante para
contribuir, desde allí, a la resistencia económica de sus
comunidades, al fortalecimiento político de sus regiones y
para no ser una fuerza dispersa en la política estadounidense.
El Foro de Sao Paulo, y de ello ha dado cuenta ALAI, está
promoviendo que los partidos progresistas de América Latina
analicen las nuevas realidades migratorias, a la luz de una
crítica de los efectos de la inequitativa integración
económica neoliberal. Pero ha sido un movimiento social el
que ha puesto en el tapete los potenciales que la nueva
situación tiene para los intereses populares del continente.
En Octubre de 1996 las calles de Washington se vieron
invadidas de miles de personas de origen latinoamericano
organizadas en la Coordinadora 96. Allí exigían la
satisfacción de los derechos fundamentales que la ley concede
a todo habitante de los Estados Unidos, afirmando a la vez la
presencia activa, inicial pero organizada, de las comunidades
de mexicanos, salvadoreños, peruanos, dominicanos,
puertorriqueños, etc. Es más, reclamaban representación
directa en un discurso de doble contenido: la defensa de los
migrantes dentro de los Estados Unidos y la solidaridad con
sus pueblos y el reclamo de políticas económicas distintas.
Lo que se plantea desde el movimiento es que los proyectos
políticos de la izquierda continental en su dimensión nacional
hoy están obligados a plantearse seriamente la articulación
pluriétnica y regional junto con la acción global, incluidas
las comunidades en el exterior, para satisfacer la necesidad
de ser vínculo y representatividad con las fuerzas nacionales.
Debe rechazarse rotundamente la tesis de la autoregulación de
mercado de la economía mundial, a través de intervenciones
sociales y políticas que enfrenten en lo local, en lo nacional
y en lo global, la salvaje destrucción de las soberanías y
diversidades, porque está claro en los fenómenos sociales
antes aludidos que ellas no han desaparecido sino que
resisten.
La dimensión popular
Hace poco Alain Touraine, muy estimado en los medios
académicos continentales por sus análisis sobre los
movimientos sociales en el continente, ha dejado ver un poco
de desencanto porque los movimientos sociales de actores
débiles surgidos en el sector informal, como los movimientos
urbanos de Santiago, en Buenos Aires, en Brasil e incluso en
México, y las comunidades base y diferentes expresiones de la
Teología de la Liberación en diferentes países, hayan
desvanecido la confianza que se tenía en ellos.
No lo culpo. Muchos activistas sociales y fuerzas políticas
en todo el continente hemos apostado todo al fortalecimiento
de sujetos populares definidos por su ubicación de clase en la
producción (obreros, campesinos), o en el consumo (pobladores,
usuarios), a partir de su realidad histórica como pueblos
indios excluidos o mujeres oprimidas o de definiciones de
conciencia religiosa (Teología de la Liberación) y en ninguno
de ellos hemos encontrado el sujeto revolucionario que
veníamos buscando (¿o sí?).
En el proceso electoral que se desarrolla este año en México,
aparece como uno de los aliados principales del PRD el
movimiento El Barzón, representativo de alrededor de un millón
de deudores de la banca organizados a partir de una masiva
crisis de carteras vencidas. Otro aliado importante se ubica
en numerosas comunidades indígenas, donde además existen las
propuestas políticas del EZLN o del EPR; y en la ciudad de
México algunos analistas nos cuestionan: \"¿Eso es el partido
de la izquierda? ¿Dónde están los obreros y los campesinos que
ahora votan por el PAN?\"
El asunto es que muchos de los proyectos políticos no van
dirigidos al pueblo, en sus expresiones organizadas
tradicionales y en las novedosas, en las existentes y en las
emergentes. Además no dan cuenta de la enorme dispersión
social que la dominación neoliberal ha generado.
No se trata solo de las amplias capas marginadas
históricamente de la economía, la política y el desarrollo, lo
cual era ya grave; sino de la destrucción salvaje de las
solidaridades sociales que se habían acumulado en el presente
siglo y que como sujetos de la sociedad civil pudieran ser
soportes sólidos de la democracia y la soberanía nacional. La
modernización destruyó a los actores de la modernidad, ni
sindicatos, ni ligas agrarias, ni comunidades de base, ni
movimientos urbano populares, han salido salvos del huracán
neoliberal, y por eso hoy vemos por todo el continente una
paradójica situación social, grandes membretes sociales sin
fuerza y sordas acciones de resistencia sin nombre.
Así que la base popular de los proyectos posibles de la
izquierda se ha modificado, haciéndose más compleja, y hoy es
necesario procesar estrategias de organización y de
movilización que permitan remontar la descomposición social y
fortalecer actores sociales capaces de plantear
reivindicaciones, sostener opciones y generar nuevos campos de
interés ciudadano y político, incluidos el mundo del trabajo,
el agro, el medio ambiente y la diversidad cultural.
Si las clases organizadas se modificaron, ¿desapareció el
sujeto popular? No podemos dejar de reconocer que la voluntad
de resistir a las múltiples exclusiones hoy urgentemente
requiere de razones, de conciencia para convertirse en fuerzas
de cambio, pero esto se tiene que hacer desde la disposición
a poner por delante realidades y no interpretaciones inútiles.
Las nuevas generaciones de izquierda social hoy pueden tener
más clara la confluencia necesaria entre la protesta
multiforme de los excluidos, la articulación de una conciencia
nacional actualizada y la lucha por un espacio democrático
verdadero. En las movilizaciones por venir, este retorno
permanente entre la voluntad y la conciencia seguirá dando
sorpresas a los extraños y satisfacciones a los propios, y la
tarea esencial de ALAI será dar cuenta de ello.
* Martín Longoria, miembro del Congreso de la Unión mexicano,
es presidente de ALAI.
https://www.alainet.org/es/articulo/104451