Feminismos en la era de la comunicación
- Opinión
El siglo que se abre no será, seguramente, más fácil ni más tranquilo que el anterior. Los caminos que ya se proyectan para las luchas de las mujeres permiten anticipar que, aunque no se pondrá tanto énfasis en igualar los derechos con los ya obtenidos por los hombres -cual fue el caso con otras grandes conquistas como la educación o el voto- nuestras congéneres más bien se orientarán, por una parte, a imprimir un enfoque de género en las luchas ciudadanas, y por otra, en lograr que en la práctica, y no sólo en el papel, los derechos se apliquen de manera igualitaria. Con tales metas en perspectivas resulta obvio que es mucho lo que queda por hacer.
En este contexto, el derecho a la comunicación se perfila como uno de los ejes centrales de las luchas ciudadanas por venir. Si alguna corroboración fuere necesaria bastaría con constatar la importancia que está adquiriendo la comunicación en todas las esferas del quehacer humano, incluida su calidad de eje de poder económico y partícipe esencial en disputas de poder político, no pocas de cuyas manifestaciones se ventilan, justamente, por vía mediática.
Para el afianzamiento de la democracia y la ciudadanía, se generan entonces algunas interrogantes: ¿qué espacio quedará para la acción y los intereses ciudadanos en la comunicación? Y si este espacio queda coartado o no resulta suficiente y bien usado: ¿qué futuro quedaría reservado a la participación democrática y a la vigencia de los derechos humanos?
Si semejante espectro de realidades presenta numerosos desafíos para todos, los retos son mayores para las mujeres, por la marginación en que aún vivimos en muchas áreas de la comunicación. Las redes que impulsan una comunicación con enfoque de género han desarrollado una reflexión al respecto y propuesto respuestas y planteamientos. Pero el asunto desborda el ámbito de las comunicadoras. Es hora de que el conjunto del movimiento feminista se apropie del derecho a la comunicación. En concreto, desbrocemos algunos pormenores implícitos en estos retos.
Poder mediático y democracia
Los medios de comunicación están adquiriendo una influencia en la opinión pública y en la política cada vez más preponderante. Sin haber sido elegidos por nadie, ellos orientan la agenda social y política: deciden lo que es relevante y lo que no. Aquello que descartan, prácticamente, queda fuera del debate público. Influyen, a veces de manera determinante, en los procesos electorales. Crean y destruyen figuras de opinión. Deciden quién tendrá voz y quien no.
Esta concentración de poder plantea una amenaza real para la democracia y para los derechos ciudadanos. Pero lo que resulta más importante constatar es que ése, justamente, es uno de los temas que no figuran en la agenda mediática.
La participación democrática, que tanto hemos reivindicado las mujeres, implica entre otras cosas ser debida y oportunamente informadas, por una pluralidad de fuentes, y a la vez, que tengamos acceso y posibilidades en espacios de difusión que nos permitan dar a conocer nuestros puntos de vista. Sin embargo, por ahora, lo que más frecuentemente ocurre es que los medios reflejan únicamente el punto de vista de una élite de opinión, en la cual las mujeres tenemos muy poca representación(1); y aún menos las mujeres de sectores populares y de minorías étnicas.
Lograr espacios equitativos de opinión para las mujeres en los medios exige una estrategia de múltiples miradas y propósitos: desde la sensibilización en los medios periodísticos -comenzando con las mujeres periodistas- para superar prácticas discriminatorias y elaborar códigos de ética con enfoque de género, pasando por presiones para un cambio en las políticas editoriales de los medios, de modo tal que se nos abran espacios. Ello culminaría en que consigamos ganar presencia en las instancias de decisión y que, cuando lleguemos, actuemos desde ahí con miradas de mujeres, con enfoques de género.
Hacia adentro del movimiento, estos desafíos del nuevo tiempo implican apropiarnos de los conocimientos y destrezas para poder incidir con solvencia en los medios. Pero además, exige que las organizaciones de mujeres asuman responsabilidades en la definición de planteamientos de cara a las coyunturas, y que definan políticas mediáticas.
Tampoco podemos olvidar que la influencia mediática no se limita a los noticieros y programas de opinión. Entretener a la población y promover el consumo figuran entre sus principales funciones; así también distraen la atención de los problemas sociales. La audiencia, y por ende la influencia social de tales contenidos es mayor que los programas de información, y como bien sabemos, la proyección que se hace de las mujeres es mucho más retrógrada, simplista y, a veces, anacrónica. En estos territorios habría toda una gama de acciones a desarrollar, desde la sensibilización/presión a quienes definen los contenidos, hasta la educación en la lectura crítica de los medios y, por qué no, la creación de medios o programaciones con enfoques feministas.
Construir el movimiento
Más allá de los medios masivos, para construir el movimiento feminista tenemos también retos con relación a la comunicación: es una necesidad para todas y para la época que vamos a enfrentar la de promover el debate, compartir pensamientos e iniciativas, organizar acciones. La confrontación de ideas y perspectivas distintas no debilita, sino que fortalece al movimiento. Para ello, necesitamos abrir puertas, crear espacios plurales, buscar los puntos de consenso, construir propuestas.
Este ámbito de la comunicación es tal vez el que mejor hemos entendido y desarrollado hasta ahora con los medios propios del movimiento. Pero hacia adelante, con las nuevas posibilidades que nos ofrece la comunicación, como es el Internet, estamos en condiciones de tener una comunicación interna mucho más fluida y regular, para responder a las exigencias de un mundo en rápido proceso de cambios. Ello no será efectivo sin definir políticas, planificar y organizar. Por eso, el primero de todos nuestros retos en este sentido radica en la exigencia de definir agendas y espacios, aprender nuevas técnicas de facilitación y participación en los universos virtuales, y buscar mecanismos para que no queden excluidas quienes no tengan acceso a estos medios.
La comunicación como derecho
Una tercera área que se nos presenta como campo de batalla, tiene que ver con los derechos ciudadanos y las garantías de tipo legislativo y regulatorio. Con el desarrollo de nuevas tecnologías y de redes planetarias, la comunicación se está convirtiendo rápidamente en la industria de mayor crecimiento y poder económico, en sus diferentes ramas. Con la integración tecnológica, las diferencias que hemos conocido hasta ahora entre tipos de medios y sistemas de comunicación (prensa escrita, radio, TV, TV cable, cine, telefonía, satélites, software, etc.) se van fundiendo. A la par, asistimos a un rápido proceso de fusiones entre empresas de estas diferentes ramas.
En consecuencia, buena parte de la legislación que se basa en la diferenciación entre estos medios, deja de ser aplicable. Es más, como se trata de una industria progresivamente transnacionalizada, en márgenes crecientes ella escapa a las normas que puedan fijar las instancias políticas y regulatorias las cuales, en su mayoría, sólo tienen competencia nacional. Así, las grandes empresas se están aprovechando de un reino sin ley. Como también lo han venido haciendo las redes de traficantes de mujeres, de pornografía infantil y otros similares.
Estamos, entonces, frente a un enorme poder económico que tiene además un gran potencial de influencia en nuestras vidas, y que busca arrinconarnos en una única condición: la de ser consumidoras/es. Así, nuestro poder se limitaría a comprar o no comprar. Si tenemos con qué. Si no, nos quedamos en una mayor exclusión.
Vale hacer notar que entre los principales interesados en vincular a las mujeres al Internet están las empresas de publicidad: 70% de la publicidad tradicional se dirige a ellas, y sin las mujeres, la publicidad en Internet sería un fracaso.
Ante un futuro que nos ofrece la alternativa de ser o ciber-consumidoras o excluidas, nos queda la opción de afirmarnos como ciudadanas. Y entonces tendremos que encarar a la comunicación en términos de derechos.
Un primer paso es asumir y afirmar el derecho a la comunicación en todas nuestras plataformas de acción y de reivindicación. Luego habría que desglosarlo en múltiples estrategias, demandas y luchas cotidianas que tienen que ver con este derecho. Lo que salta entonces a la vista por lo evidente que resulta ante la actual transnacionalización de la comunicación, es que será indispensable concertar acciones ciudadanas, no sólo a nivel nacional sino también internacional. Para los feminismos, para nuestros intereses esenciales como mujeres, para todas las expectativas que soñemos o pensemos, hacer esto se convierte en urgencia, espuela y mandato. He ahí los retos.
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1. El escaso espacio para las mujeres en las noticias fue ampliamente ilustrado en el “Día Mundial de Monitoreo de la Imagen de la Mujer en las Noticias”, realizado en 1995. Ese día, en América del Sur, solamente un 15% de las personas entrevistadas o protagonistas de las principales noticias eran mujeres. En el área política, la cifra baja a 8%.
- Sally Burch, Directora Ejecutiva de ALAI
* Este documento es parte de Feminismos Plurales Serie Aportes para el Debate No. 7.
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