Mercado y neoliberalismo
15/10/1999
- Opinión
La construcción del mercado como categoría histórica a partir de la cual se
derivaría una nueva forma de contrato social, apela a un tipo específico de
racionalidad, que ya fue duramente criticado por los filósofos de la Escuela
de Frankfurt, como Adorno, Horkheimer, y Marcuse, entre otros. Es la
racionalidad instrumental que se demuestra en la eficiencia en el uso de
recursos, y que, en realidad, no es más que la fetichización de un tipo de
racionalidad propuesta por la Modernidad.
En efecto, el proyecto clásico de la modernidad apuntaba a desligar a la
racionalidad humana de todo tipo de hipotecas especulativas y teológicas.
El mundo que supuestamente debía emerger desde la modernidad, era un mundo
que debería ser regido por una racionalidad amplia y cuya culminación
teórica debería ser un nuevo tipo de ética de la responsabilidad social,
preconizado por Habermas, heredero de la Escuela de Frankfurt, y basado en
una teoría de la comunicación entre los seres humanos. Ahora bien, es
justamente el aspecto más limitado y más pragmático de la razón, el que ha
venido predominando e imponiéndose, la razón instrumental.
El aspecto central de este proyecto es la apelación a la eficiencia y la
construcción de una categoría que pretende ser ontológica: el homo
economicus. Según esta visión, todo hombre racional es eficiente, y la
eficiencia se demuestra en la manera de utilizar los recursos existentes,
sustentado, además, en aquello que Weber denominaba la "ética protestante",
es decir, la utilización del tiempo en función del trabajo, la glorificación
del ahorro, y del ascetismo, etc. Este proyecto privilegia la relación del
hombre con las cosas, más que las relaciones históricas entre los propios
seres humanos. El espacio en el cual se realiza la eficiencia del homo
económicus es el mercado.
La construcción de la categoría "mercado"
El mercado como construcción teórica que justifica un determinado tipo de
racionalidad y una determinada práctica histórica, es más bien un proceso
reciente, e íntimamente vinculado a la corriente teórica del neoliberalismo.
Las reflexiones de Rorty, Nozick, Bell, entre otros, apuntan a legitimar el
mercado a partir de la deslegitimación del Estado. Un proceso que en
realidad no tiene sustento teórico. La oposición entre el mercado y el
Estado es una transliteración de la oposición entre Estado y sociedad civil
que caracterizó al derecho positivo a inicios de la modernidad, y que tiene
como base la constitución del principio de soberanía y la formación del
poder político del Estado moderno.
Identificar al mercado con la sociedad civil es un procedimiento teórico
abusivo, que no tiene bases reales de sustentación en la tradición
filosófica de la modernidad. Sin embargo, esta identificación entre
sociedad civil y mercado es la base sobre la cual se construyen las
pretensiones deontológicas del actual discurso neoliberal.
Para el neoliberalismo, el mercado es el locus en el cual se hacen
transparentes las decisiones y las acciones racionales del homo economicus.
Es el mecanismo más idóneo para garantizar la libertad individual. En el
mercado cada hombre está solo y es responsable de sus actos frente a los
demás. La "mano invisible" del mercado hace que todos los individuos
cooperen mutuamente para realizar el bienestar común sin coerciones de
ninguna especie. El Estado, por el contrario, es el Leviatán. Es la fuerza
coercitiva por excelencia. Es la imposición y la restricción a la libertad
individual. Es, en definitiva, el control y la sujeción a la
individualidad.
Estado y mercado son fuerzas antitéticas, sin embargo necesarias. Según la
utopía neoliberal, la sociedad más perfecta será aquella con un Estado
mínimo y en la cual el mercado sea quien regule realmente a la sociedad. De
ahí la propuesta de transferir al mercado instituciones, mecanismos,
empresas y responsabilidades estatales. En manos del Estado quedarían
básicamente las funciones de seguridad nacional y de control policial.
Ahora bien, el mercado como locus que transparenta la racionalidad
instrumental a través de la eficiencia en la asignación de recursos, es más
bien una especie de aquello que Castoriadis denominaba instituciones
imaginarias de la sociedad. El mundo que prima fuera de las fronteras de la
utopía neoliberal, es más bien un mundo irracional.
A medida que el Estado transfiere más responsabilidades al mercado, más
irracional se vuelve el sistema. A nivel social, por ejemplo, la
concentración de la riqueza se incrementa y se extiende aceleradamente la
miseria. Una irracionalidad que incluso se ha extendido a la forma por la
cual el capitalismo explota los recursos naturales de nuestro planeta. A la
depredación de los seres humanos se suma ahora la incontrolable depredación
de la naturaleza.
Mercado y empresa capitalista
Empero de ello, si bien es cierto que al interior de la moderna empresa
capitalista rige la racionalidad instrumental, e incluso la anticipación
futura del comportamiento de los individuos frente a las incertidumbres del
mercado, como pretende hacerlo la escuela de las "expectativas racionales",
también es cierto que fuera de las fronteras de la empresa capitalista reina
la incertidumbre. Más allá del espacio seguro de la empresa o de la
corporación capitalista, está un reino obscuro dominado por fuerzas
desconocidas que amenazan directamente a la corporación capitalista. Es el
mercado.
Un rasgo específico de esta racionalidad interna de la empresa capitalista
es el deseo de controlar el mercado, que es, de hecho, una forma de dominar
a la incertidumbre, de reducirla a los continentes de la previsión, de
acercarla a las formas más prácticas de las dinámicas de la empresa
capitalista. Una de las maneras por las cuales se llega al control de esta
incertidumbre es a través del monopolio.
En efecto, existe una tendencia natural dentro del capitalismo hacia el
monopolio, es decir, al control absoluto del mercado. Si existe esta
tendencia es porque el capitalismo en realidad tiene miedo del mercado. Le
asustan esos temores cotidianos que nacen del encuentro de esas fuerzas casi
metafísicas que se llaman oferta y demanda.
El mercado como locus, es un espacio terrible. Transido de conflictos,
lleno de incertidumbres. Un espacio en el cual cuentan, al decir de
Baudrillard, las estrategias más fatales, las formas más perversas de la
comunicación humana. Un espacio que desgarra cotidianamente a quienes
participan en él, y en el cual se imponen los más fuertes, los más astutos.
Un espacio atravesado por relaciones de poder. Que produce encuentros
destinados a la confrontación y a la destrucción. Que destruye cualquier
forma de comunicación transparente y horizontal. Que arrasa con cualquier
forma de racionalidad que no sea la racionalidad estratégica, es decir,
aquella racionalidad hecha para manipular al otro de tal manera que realice
aquello que yo necesito, aquello que yo quiero.
Es natural que el capitalismo le tenga miedo a ese espacio del cual depende
su vida misma. Es natural, también, que intente de alguna manera someterlo,
controlarlo. Los monopolios son esa respuesta, casi natural, frente a ese
locus desgarrado por las tensiones, que se llama mercado.
Mercado y monopolios
Los monopolios controlan la producción y la distribución, orientan el
consumo, planifican la economía mundial, deciden la inversión, controlan la
tecnología. La lucha entre monopolios, en realidad, es una contienda feroz,
porque de allí emerge una fuerza mayor que controlará al mercado, que lo
domesticará, que le dará transparencia y racionalidad, que podrá
planificarlo, es decir, otorgarle algún tipo de racionalidad. Esa nueva
fuerza, producto natural del capitalismo, es la gran corporación que
incorpora a su interior una serie de grandes monopolios. Son los chaebols
coreanos, los zeiretzus japoneses, los grandes grupos financieros americanos
y europeos.
Un total de 200 empresas controlan cerca del 80% de la economía del planeta.
La industria del software es controlado en un 90% por una sola empresa, la
industria aeronáutica es controlada en un 95% por dos empresas. El libre
mercado en realidad es una ficción, una construcción discursiva dentro de un
práctica ideológica, el neoliberalismo. El libre mercado sirve para
justificar y legitimar el poder de los monopolios. Sirve dentro de sus
estrategias de expansión y control planetario. Ningún país del mundo, y
menos aún aquellos países pobres, pueden oponerse al poder de los
monopolios.
La existencia de los monopolios y de las grandes corporaciones demuestran la
necesidad ineludible de incorporar en el mercado una dimensión de
racionalidad, por fuera de la racionalidad meramente instrumental, aquella
de la planificación, es decir, la voluntad consciente de orientar, y dar una
conducción coherente a la producción, a la distribución y al consumo. En
efecto, a pesar de todos los discursos en contra de la necesidad de
planificar al mercado, los monopolios planifican, de hecho, el mercado
mundial, controlan hasta el último detalle de la producción, intentan
controlar totalmente el consumo, a través de la domesticación del
consumidor.
La necesidad de controlar al mercado
La necesidad de planificación dentro del mercado por parte de las grandes
corporaciones transnacionales, evidencian que el mercado no tiene mecanismos
de autoregulación. Indican, asimismo, que el mercado es un producto humano
susceptible de ser transformado por la acción consciente de los seres
humanos. Si el mercado es un producto humano, entonces la "mano invisible"
que regula la acción de los seres humanos dentro del espacio del mercado, en
realidad es un artificio teórico que apela a la metafísica para explicar el
comportamiento de los hombres en el mercado.
Si el mercado no tiene mecanismos de autoregulación, o en todo caso, la
autoregulación existente necesita de la conducción estratégica de las
corporaciones transnacionales, y si a su interior se despliegan formas
perversas de acción humana, entonces, el mercado no puede ser, bajo ningún
concepto, el locus desde el cual se regulen a las sociedades.
La ideología del mercado, en ese contexto, sirve, en realidad, para dar
justificación teórica y legitimación práctica, a un proyecto que favorece
directamente el poder de las grandes corporaciones transnacionales.
Las acciones del mercado, cada vez con menos controles, están en el origen
de las recientes crisis financieras, que contradicen el supuesto teórico de
que los mercados financieros son casi perfectos, en el incremento del
desempleo, que desdice, asimismo, el supuesto teórico de la inexistencia de
desempleo involuntario, en la extensión de la pobreza, en la degradación del
medio ambiente, en las megafusiones de empresas transnacionales que han
tomado como rehén a la ciencia y a la tecnología, que entre otros fenómenos,
amenazan seriamente al hombre y a su entorno. Son amenazas que repercuten
directamente en la democratización de nuestras sociedades. Que ponen en
riesgo la supervivencia misma del hombre como especie.
Por ello, es urgente desarrollar estrategias para controlar a los mercados y
a las grandes corporaciones transnacionales. Quizá la decisión del juez
norteamericano Parker, que puso en el banquillo de los acusados a Microsoft,
sea el camino hacia el control de las grandes empresas transnacionales, y
del mercado controlado por ellas, que están hipotecando toda posibilidad de
desarrollo humano.
https://www.alainet.org/es/articulo/104575
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