Por un Chile plurinacional
25/05/1999
- Opinión
Mientras el gobierno ha instaurado un virtual estado de sitio en todas las
regiones mapuches y se multiplican las violaciones a los derechos humanos,
diversos sectores de la sociedad chilena han empezado a hacer eco a las
demandas de autodeterminación, ciudadanía y derecho al territorio,
reivindicadas por este pueblo originario.
La propuesta de reconceptualizar la problemática para ubicarla en el marco
de un enfoque global de diversidad y pluriculturalidad para el conjunto de
la sociedad, emitida por el Colegio de Antropólogos de Chile, se presenta
como una salida encaminada a terminar con la desconexión histórica entre los
pueblos, elemento generador del problema en cuestión.
Ante los graves conflictos vividos por las comunidades mapuche, el Colegio
de Antropólogos de Chile A.G. advierte de la necesidad que, como país,
tenemos de proporcionar a los pueblos indígenas el espacio adecuado para que
ellos puedan convivir, desarrollar y proyectar su identidad cultural, en un
plano de igualdad con el resto de la ciudadanía. Para ello es preciso
asumir a cabalidad el tema de la diversidad cultural.
Un primer paso frente al desafío de reconocerse como país pluricultural
consiste en reconceptualizar los temas que nos ocupan: sería tiempo ya de
abandonar aquellas expresiones que hablan del "problema mapuche" para
entender que estamos inmersos en un problema nacional. Debemos reconocernos
como parte de la situación y, a partir de dicha posición, reflexionar,
informar y obrar en consecuencia. La tarea no es en nada fácil. Nos hemos
habituado a oír y leer acerca de la educación intercultural, a vanagloriarla
y a promoverla. Sin embargo, el pluralismo cultural significa a las partes,
entre otras cosas, renuncias.
El panorama del país en esta materia desde casi todas las perspectivas
aparece como desolador. Sin embargo creemos conveniente reconocer la
oportunidad que la crisis brinda a nuestra comunidad. Nos referimos a la
presencia pública que el tema de la diversidad adquiere en nuestros días.
No hay otro momento en nuestro siglo en que los pueblos indígenas hayan
concitado una atención sistemática, como ahora ocurre. Independientemente
de las muchas lecturas de la situación, erróneas algunas, prejuiciosas e
incompletas otras, el conflicto nos permite repensarnos y, eventualmente,
reinaugurarnos como país pluricultural.
Con la memoria inmediata de los sucesos ocurridos en las regiones Octava y
Novena, quisiéramos invitar a la opinión pública a considerar tres aspectos
del conflicto que, en el destello incesante de imágenes parciales, tienden a
perderse. Ello lo hacemos con el convencimiento que nuestra responsabilidad
es la de ensanchar los espacios de reflexión necesarios para promover una
participación informada en un problema del que somos parte.
1. Los conflictos que hoy presenciamos competen al país en su conjunto: se
trata de situaciones sintomáticas de procesos históricos de largo aliento.
Más que considerar estos conflictos en su pura contingencia, es preciso
reconocerlos como parte de nuestra historia.
El caso de la comunidad de Temulemu es paradigmático respecto de la errática
conducta del Estado chileno en el tratamiento del problema de la propiedad
indígena. Al igual que ocurre a otras comunidades de la región, en 1884, el
Estado chileno se posesiona de sus territorios radicándosela, a través del
Título de Merced, en una fracción mínima del espacio que antes ocupaban. La
comunidad, en 1926, pide la ampliación de su título, para incluir tierras
antiguas que fueron jurisdicción de sus lonkos, y la restitución de
aquellas que, estando incluidas, habían sido ocupadas por particulares. En
1931, el Juzgado de Indios de Victoria acoge solo esta última petición.
Cuatro años después se procede a la parcelación, pero, aparentemente, sin
materializarse la restitución. Distinto rumbo toma el Estado, treinta años
más tarde, al entregar a sus propietarios ancestrales las tierras
solicitadas. La Corporación de la Reforma Agraria, empero, no transfiere el
dominio de la propiedad, y, tras el golpe militar, esta se devuelve a sus
anteriores ocupantes. Semejantes oscilaciones del aparato público no pueden
sino sugerir un decurso errático que atenta contra las comunidades a que
debiera servir.
2. La agudización de los conflictos en los últimos años responde a un estilo
de crecimiento capitalista que desconoce la realidad de los pueblos
indígenas y de su entorno. Ello se traduce casi inevitablemente en su
migración forzada de las tierras ancestrales, donde se constata el
empobrecimiento de su riqueza ecológica.
En las comunidades impactadas por la explotación forestal, como es el caso
de las comunidades de Traiguen, el modelo agroexportador ha llevado a un
proceso de concentración de la propiedad, expandiéndose el monocultivo del
pino insigne. Las comunidades indígenas han sido progresivamente aisladas,
convirtiéndose en islas rodeadas por fundos forestales. Simultáneamente se
procedió a la tala del bosque nativo, lo que, combinado con la explotación
maderera, desecó las vertientes. La disminución de la disponibilidad de
agua ha sido onerosa para las comunidades locales tanto por el esfuerzo
desplegado para acceder a ella para fines de consumo familiar como para las
actividades de subsistencia. A ello se agrega el daño causado a los
cultivos por el uso de tóxicos y defoliantes y la subsecuente contaminación
de los recursos hídricos naturales. Por otra parte, las explotaciones
forestales han expulsado a las poblaciones de los antiguos fundos, mermando
así las fuentes de empleo, e impidiendo que las comunidades puedan
complementar sus ingresos por la vía del trabajo temporal remunerado. más
todavía, aquellas explotaciones han llevado a un deterioro crónico de los
caminos rurales, aislando a las comunidades que dependen de ellos para
relacionarse con el mundo exterior.
Procesos como los recién reseñados, sumados a la descapitalización histórica
del pueblo mapuche, han llevado a que sus comunidades terminen por ser
definidas por los organismos técnicos como pobres o no viables, desoyendo
así la larga historia a que hemos hecho mención. La miopía del crecimiento,
que nos lleva a ver el bosque como astillas y no en su rica diversidad,
junto con empobrecer al país, se posesiona del técnico quien se niega a
valorar el capital cultural de las comunidades ancestrales, cuya sola
existencia denota una viabilidad histórica que, con mucho, rebasa la del
experto que formula el diagnóstico.
Entretanto el Estado ha sido generoso con aquellos a quienes sus organismos
si consideran viables: las tierras forestales de Malleco, por ejemplo, tras
el golpe militar, fueron transferidas a la Corporación Nacional Forestal
para que fuesen rematadas. Buena parte del patrimonio del Estado paso a
manos de empresas forestales, quienes pagaron hasta diez o más veces menos
del valor de una hectárea actual. más aun, en 1974, se subsidia el setenta y
cinco por ciento de hectárea plantada. Y el Decreto Ley N¦ 701 exime del
pago de contribuciones de bienes raíces rurales a estas grandes
explotaciones forestales, a las que además se asegura la inexpropiabilidad
de sus posesiones, que, en muchos casos, habían sido previamente asignadas a
comunidades mapuche.
3. Otra consecuencia, tanto o más grave que la anterior, ha sido la
profundización de la divisoria que polariza no solo a la comunidad nacional
sino a las comunidades locales que pronto ven a sus hermanos y hermanas
tomar destinos contradictorios y, en ocasiones, irreconciliables. Y una vez
m a son las familias indígenas las que sacan la peor parte en la cobertura
noticiosa que se da a los hechos. En efecto, ellas aparecen retratadas como
insurgentes que ponen en riesgo la seguridad nacional, o como origen de
acciones delictuales que es menester sancionar con el rigor de la ley. No se
mencióna en semejante cobertura la forma militar como se emplazan las
empresas madereras, las que, con sus legiones de guardias armados, no pueden
sino evocar una nueva imagen del conquistador y augurar, sino es que
provocar, el conflicto a que inevitablemente se empuja, a fuerza de
destierro, a poblaciones a las que se ha despojado del agua, uno de los más
sagrados ingredientes de los medios de vida del pueblo mapuche.
El conflicto, tal cual esta siendo asumido por el Estado chileno,
desafortunadamente, sugiere que este se inclina más en un sentido que en
otro, y que su inclinación resulta, una vez mas, perjudicial a las
comunidades indígenas. A ratos pareciera que la vocación de servicio del
aparato publico se hubiese extraviado en una desaforada persecución de
personas y organizaciones indígenas y no indígenas, al punto de inculpar de
agresión a carabineros a dos ancianas mapuches del Alto Bío-Bío y de
amenazar con la aplicación de la Ley de Seguridad Interior del Estado a
quienes se encuentren culpables de la alteración del orden publico, amén de
invadir sedes universitarias y detener estudiantes. Y no es que nuestra
Orden procure inmunidad para quienes, en efecto, sean responsables de daños
a la propiedad o a las personas. Pero pareciera que tales responsabilidades
son mucho más profundas e inclusivas que lo que las autoridades, a través de
su acción, parecieran sugerirlo.
Las dinámicas que se han generado en torno a estos conflictos son
profundamente destructivas. Por otra parte, es lamentable que en muchas de
las iniciativas de dialogo y comisiones creadas para tratar los conflictos
étnicos no se haya considerado la participación de antropólogos expertos en
la materia. Con ello se renuncia a la posibilidad de visualizar un campo de
interlocución mucho más amplio, a partir del que puedan emanar soluciones
consistentes con la complejidad de los conflictos que se destacan.
Es preciso aceptar que los conflictos étnicos no se resuelven con la
disolución de los pueblos indígenas en la comunidad nacional. Nuestro país
ha permanecido insensible frente a los movimientos que, en las últimas dos
décadas, se han encaminado lentamente a demandas de carácter etnonacional.
Sin embargo, la dinámica interna de estos pueblos y el contexto
internacional son propicios para el despliegue de un nuevo escenario. La
transformación de los pueblos indígenas en sujeto de derecho nos obliga a
repensar nuestro país como una comunidad plurinacional.
De lo anterior se desprende la urgente, inmediata e impostergable necesidad
de interrumpir el proceso autodestructivo en el que nuestra sociedad se ha
involucrado. Entendemos que esta tarea es de todos: autoridades públicas,
líderes o políticos, comunicadores sociales, organizaciones no
gubernamentales, sociedad civil, empresariado, y pueblos indígenas.
Entendemos también que la solución pasa por el reconocimiento del
protagonismo de los propios afectados. La omisión de nuestra opinión
colegiada nos puede hacer, dolorosamente, cómplices de una situación cuyos
alcances y actual tratamiento no compartimos en absoluto.
Juan Carlos Skewes V.
Presidente del Colegio de Antropólogos de Chile A.G.
https://www.alainet.org/es/articulo/104630
Clasificado en
Clasificado en:
