Las mujeres mexicanas:

Sujeto social y político en el fin de siglo

14/03/2000
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La transformación de la cultura La revolución de las mujeres es la revolución cultural más importante del siglo veinte, han planteado diversos analistas, al contemplar las transformaciones que, de manera sostenida, avanzan como una gran marea que podría llegar a arrollar viejas costumbres, completar los requerimientos pendientes de la modernidad en el país, y permitir su transición a nuevas formas de cultura y de vida con rostro humano. Por el lugar social y laboral que han ocupado las mujeres durante la segunda mitad de siglo, hoy están en el filo de las transformaciones sociales, económicas y políticas de la época. Sus roles tradicionales están cambiando a ritmos acelerados, y están siendo refuncionalizados al servicio de nuevas dinámicas de explotación y despojo de la población. Al mismo tiempo, este cambio está permitiendo a las mujeres colocarse en nuevas posiciones de fuerza en torno a su rol laboral, a su papel en la sociedad de consumo, y a su motivación y dinamismo para actuar como integrantes de movimientos sociales y como votantes en dinámicas políticas y electorales. Estas transformaciones han sido impulsadas desde el movimiento feminista enraizado en México desde el siglo XIX, con fuertes manifestaciones durante los años treinta y después a partir de los setenta. Durante las últimas tres décadas, la comprensión de la lucha de las mujeres se ha analizado a través de la categoría de género, concepto relacional que busca explicar la construcción de los seres humanos a partir de sus diferencias biológico/sexuales, en tipos femeninos y masculinos, diferentes y con graves desigualdades entre sí. Integrando la dimensión histórico-crítica y los aportes de la antropología, la perspectiva de género analiza el orden fundado en las diferencias biológicas sexuales como un orden de poder, cuyos objetivos son el ordenamiento y control social de funciones íntimamente ligadas al sentido de la acción social y del desarrollo. En la sexualidad patriarcal, que se estructura en torno al hombre/varón convertido en paradigma de la humanidad, los poderes de dominio y opresión son atributos de la masculinidad y conforman la base de la identidad de género de los hombres y su aspiración al poder (real o imaginario). Ser hombre implica ser el que hace, crea y destruye en el mundo con legitimidad, quien piensa, sabe y posee la razón, la verdad y la voluntad, quien es libre para la realización de sus deseos y se posiciona desde el derecho sentido a la plena expansión. Las mujeres son socializadas como seres para otros, definidas por sus roles de cuidado hacia los demás y por su vínculo con ellos: madres, esposas, objetos de placer, cuidadoras, negadoras de los deseos propios y responsables siempre del espacio íntimo del hogar. La perspectiva de género permite mostrar que este conjunto de características, cualidades, facultades y prerrogativas no es innato ni natural, sino producto de la expropiación culturalmente legitimada que los hombres, en el contexto de las culturas y las estructuras, han hecho de las creaciones, bienes materiales y personas de las mujeres. No se trata de avivar el enfrentamiento entre hombres y mujeres ni de invertir los términos de las relaciones entre los géneros, ni de entrar en una pugna de expropiación sobre los mismos principios patriarcales. Se trata de que mujeres y hombres construyan nuevos sentidos para sus vidas, nuevas formas de ser y relacionarse entre ellos sobre principios de igualdad, justicia, equidad y paz, al igual que las relaciones entre los individuos, en la sociedad, en las instituciones y en el Estado. De hecho, del feminismo no están excluidos los hombres. Ellos mismos se insertan con diferentes visiones en corrientes de pensamiento y de acción que poco a poco van confluyendo con los postulados democratizadores del feminismo y ya comienzan a enriquecerlos (Cazés, 1998). La problemática de género en que estamos inmersos mujeres y hombres forma parte sustantiva de la construcción de la democracia y de la definición de los modelos de desarrollo. En el sentido patriarcal de la vida, las mujeres deben vivir de espaldas a sí mismas, como seres definidos hacia otros. Las acciones sociales e institucionales que toman en cuenta la perspectiva de género pueden transformar las aspiraciones de las mujeres para que realicen acciones para salir de la enajenación y actuar como seres para sí, como sujetos históricos. La modernidad de las mujeres sólo puede construirse sobre los cimientos de su autonomía respecto a los hombres y las instituciones, de su libertad sexual, del desarrollo de su capacidad para tomar decisiones sobre sus propias vidas, y del ejercicio pleno de su ciudadanía. Desde una visión utópica, la modernidad de la sociedad y su transcendencia hacia otras etapas y formas culturales cada día más humanizadas, solamente puede construirse sobre el desarrollo de las autonomías y creatividades de esta gran mitad constitutiva del mundo que son las mujeres, y sobre la transformación de la mitad masculina, de seres en dominio a seres en comunión, solidaridad y reciprocidad. Imperativos que fundamentan las transformaciones de género Tres imperativos dan fundamento a la puesta en marcha de la transformación de las relaciones de género (la perspectiva de género liberadora) a quienes buscan la transformación social desde la política o quienes planifican para el desarrollo. El primer imperativo es el de la búsqueda de la igualdad, equidad y justicia, que acabamos de describir, y que es la raíz ética central que guía y fundamenta todos los demás imperativos, plasmada en ámbitos que han condensado de manera particular la subordinación de las mujeres, como son la salud y educación, las actividades económicas; las actitudes y prácticas relacionadas con la reproducción humana; la violencia de género y el ejercicio de los derechos legales y políticos. El segundo imperativo es el logro de la efectividad del accionar que pretende impulsar el desarrollo, en la medida que los proyectos de desarrollo no lograrán diseñarse ni implantarse de manera efectiva y sostenible si no incorporan la información, el aporte para la definición de estrategias, el liderazgo creativo y la acción informada y comprometida de las mujeres. El tercer imperativo responde al reclamo político de la construcción del poder alternativo, ya que el enorme peso y ubicuidad de las estructuras dominantes solamente puede superarse desatando las fuerzas creativas y de resistencia de todos los sectores excluidos para liberarse a sí mismos, y las mujeres constituyen el grupo más amplio, más complejo y más susceptible de automovilización de toda la población excluida. Estos tres reclamos -el de la justicia, el de la efectividad transformadora y el de la política- constituyen tres de los fundamentos centrales de la acción que ubica la transformación de las relaciones entre los géneros como parte integral de la búsqueda de una sociedad diferente, democrática e incluyente. Las necesidades de las mujeres Tradicionalmente, las necesidades de las mujeres se confunden con aquellas planteadas por sus familias. Desde la perspectiva de género, estas se han visto como necesidades propias de las mujeres. Se remiten a la sobrevivencia material y humana de las familias, y derivan de las funciones tradicionales y cotidianas que el mundo exige de cada mujer: proporcionar techo, alimentos, salud, escuela para satisfacer las necesidades de hijos y esposo. Ayudar a las mujeres a satisfacer las necesidades de su familia nunca cambiará, por ese solo hecho, la opresión en que las realizan las mujeres. Las resistencias y procesos de liberación han dado pistas para identificar otro tipo de necesidades: las necesidades estratégicas de las mujeres, vinculadas con la posibilidad real de que transformen su condición de subordinación en sus relaciones con los hombres, con las instituciones, y entre ellas mismas. Tienen que ver con la posibilidad de verse libres de violencia, tener movilidad y espacio vital, no verse sujetas o doblegadas por maternidades o relaciones sexuales indeseadas, ver reconocido su trabajo y su persona, ejercer protagonismo y decisión sobre el mundo (Lagarde, 1998). Fundamentalmente, tiene que ver con generar poder, lo cual implica adquirir, desarrollar, acumular o ejercer habilidades, formas de expresión, destrezas y tecnologías y sabidurías de signo positivo, necesarias para incrementar su autonomía (Cazés, 1998). El empoderamiento es la resistencia ante los poderes de opresión. Requiere, para ser completo, de la transformación masculina, de manera que la vida pueda compartirse y adquiera un nuevo nivel de satisfacción y calidad en la democracia cotidiana y vital. Prioridades, derechos, resistencias y movilización de las mujeres del D.F. En el filo del próximo milenio, subsisten en la Ciudad de México una serie de procesos en los que la opresión de las mujeres aparece de manera más notoria y marcada por la contradicción. Estos fenómenos se enmarcan en el desarrollo modernizador de la ciudad, pero se caracterizan por estar regidos por creencias y costumbres de otras épocas. Las contradicciones que surgen de ellos resultan profundamente injustas para las mujeres, detienen el desarrollo y son destructivas para la sociedad. Asimismo, han generado grandes resistencias por parte de las propias mujeres, resistencias que tienen potencial para producir frutos de cambio. Una fuente central de resistencia que se va consolidando en el ámbito público, es el discurso en torno a los derechos de las mujeres, discurso proveniente del movimiento feminista que recoge la conciencia de muchas mujeres de diferentes sectores, geografías, niveles socioeconómicos, y movimientos alternativos. Es visible el impacto político que genera el saberse sujeto de derechos, y esta conciencia es la raíz o embrión del sentido ciudadano (Lamas, 1999) discurso dirigido hacia las relaciones internas familiares- violencia doméstica, salud reproductiva y derechos sexuales, por ejemplo- como a las reivindicaciones dirigidas al estado e instituciones públicas. Los ámbitos en donde las mujeres hoy generan una mayor resistencia a la imposición y una más intensa reivindicación de sus derechos, en esta ciudad, son los siguientes: Los derechos al trabajo en condiciones dignas y a la defensa laboral Se detecta en el país un serio proceso de feminización de la pobreza: Hay más mujeres pobres, y entre los pobres, las mujeres tienen condiciones más graves que los hombres: existen más jefas de familia, la doble jornada dificulta el negociar trabajos mejor remunerados, y la ideología da por supuesto que el salario femenino es complementario al de su esposo, y que es natural que sea más salario bajo que el de aquél. Medidas en este ámbito son el impulso a la capacitación de las mujeres en actividades no tradicionalmente femeninas para fomentar su acceso a trabajos mejor remunerados; la vigilancia efectiva de sus condiciones de trabajo, la institución de instancias específicas de atención a sus demandas y conflictos laborales; el combate al hostigamiento sexual; y el fortalecimiento de programas de inversión que fortalezcan la capacidad productiva y empresarial de las mujeres. Asimismo se está exigiendo apoyo para las iniciativas comunitarias de cuidado infantil. La violencia de género En México la lucha contra la violencia de género constituye una de las bases organizativas más antiguas y consistentes del movimiento feminista y de mujeres. Medidas posibles son, a nivel preventivo, la educación masculina y femenina sobre el sexismo y la paz; legislación clara y enérgica; ministerios públicos y defensorías de oficio no corruptas y no sexistas; vigilancia para asegurar la aplicación de la ley; y atención a las víctimas en todos los aspectos necesarios, entre muchas otras. Los derechos sexuales y reproductivos Se exige de las instituciones responsables que proporcionen la información que mujeres y hombres requerimos para vivir vidas sexuales sanas y libres de problemas (Red de Salud, 1998), prevenir el sida, detener la experimentación y esterilización de mujeres indígenas, educación sexual en las escuelas y prevención del VIH-sida, entre otras cuestiones. El acceso a la justicia, a través de la aprobación de las propuestas de revisión legal ya elaboradas por los movimientos de mujeres, y la impartición de la justicia sin corrupción. El derecho al desarrollo y la efectividad técnica Implica la incorporación de las mujeres en todos los procesos de este tipo: en los diagnósticos, planeación, ejecución y evaluación, y el fortalecimiento de instancias o personas (agentes) que velen por la equidad de género en todas las instancias de representación popular, en las instituciones gubernamentales y en las instancias partidarias La construcción de la democracia y los derechos políticos de las mujeres Para que exista la democracia de género es preciso contar con todas las formas de democracia que hasta aquí se han mencionado (Loría, 1994). En este sentido, la democracia y el ejercicio ciudadano se refuerzan y construyen mutuamente. Avanzar en esta situación implica conquistar nuevos espacios de representación en los poderes nacionales, pero también descubrir las claves del espacio local, como un lugar en donde se hace necesaria la representación de las mujeres (Loría 1999). Las mujeres del movimiento social y las políticas están exigiendo hoy una nueva toma de posición de los partidos frente a su participación y liderazgo: Programas de formación política específica para mujeres e incorporación de la perspectiva de género en los programas de formación generales; política de cuotas aplicada con firmeza; mujeres con sensibilidad de género en puestos de responsabilidad partidaria; comités de equidad y género vigilantes del impulso a las implicaciones de la política y de las políticas; acciones afirmativas en marcha; y muchas otras. Frente a la coyuntura electoral que se avecina y a la etapa posterior de construcción social y política en la Ciudad, los partidos políticos tienen que superar la tentación utilitarista de ver a las mujeres como fuerza de trabajo gratuita y sin aspiraciones políticas válidas; y resolver la ambivalencia y la resistencia de su membrecía masculina para reconocer que las relaciones de género -es decir, las relaciones de poder y desigualdad entre mujeres y hombres- son una de las raíces constitutivas de todas las desigualdades sociales y su transformación es elemento esencial de la construcción de una sociedad moderna, equitativa y democrática. * El presente documento se apoya en obras de diferentes autoras y autores. La información estadística se reserva para una próxima versión. Referencias: Cazés, Daniel. La perspectiva de género, CONAPO-PRONAM, México, 1998. Lagarde, M. Género, Género y Feminismo, Madrid, Horas y Horas, 1998. Lamas, Marta. Feminismos. Triple Jornada, Dic. 1999. Loría, Cecilia. Feminismo en transición, transición con feminismo, GEM, México, S/F. Loría, Cecilia. Converger todas las historias de mi vida en una misma, Cuadernos Feministas, Año 2, Num. 9, 1999. Muriedas, Pilar. Avances del movimiento feminista por la salud de las mujeres en México, mimeo. Red de Salud, México, 1999.
https://www.alainet.org/es/articulo/104772

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